lunes, 18 de mayo de 2020

Cuento Coronavirus II

Multipandemia y pregón


Pterocles Arenarius


El pregón dice: “Se compran colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendaaan”, es la voz, indudablemente, de una niña. Hay algo de gracia en el tono y, a pesar de todo: el alto volumen, la repetición por miles, la intrusión sonora, no termina por serme desagradable. El pregón, equipo de sonido con muy baja fidelidad de por medio, se oye todos los días por cada una de las calles de la ciudad. No deja de asombrar que en estos tiempos de pandemia los compradores de colchones, tambores..., sigan activos no importándoles la emergencia.
Llegó la epidemia que azota a todo el mundo, tan democrática ella, le ha pegado más a los europeos y a los gringos que a nosotros; carajo, una de cal por las miles que van de arena. Pero todo ha enloquecido. Las calles están tan solas que aterran, la gente huye de la gente cuando hace apenas unas semanas ejercían con descaro en pleno ―¿hasta qué punto sin consciencia?― aquello que los epidemiólogos, hoy tan de moda, llaman la inmunidad de rebaño.
La economía del mundo entero se cayó y en algunos países prefirieron sostener “que se muera quien se tenga que morir” en vez de aplicar medidas para salvar a la mayor cantidad de gente posible y ni así salvaron su economía. Y, a corto plazo, según las noticias, tampoco a la población.
Hay quien dice que el verdadero virus somos nosotros. Los odio. No somos un virus. Aunque si pensamos en dimensiones planetarias o galácticas podríamos decir que, proporcionalmente al menos, lo somos en relación con las dimensiones astronómicas.
Todo está trastocado. La humanidad pareciera haber enloquecido. Mucha gente, en el encierro que el gobierno“recomienda”, vive aterrorizada, otras personas, para no caer en el miedo pelean entre sí. Hay gobernantes que sentencian a la cárcel a los hambrientos que salen de su casa a buscar comida o les imponen multas de miles de pesos por circular en la calle sin cubrebocas. La locura se ha extendido con el planeta Tierra como límite. Personas hay que se deslizaron hasta la esquizofrenia y viven en esos mundos paralelos creados por su mente desquiciada. No menos, los brotes sicóticos hacen presa de esa gente que nos anuncia el fin del mundo, la perentoria invasión de los annunakis; el estrellamiento sobre la superficie de nuestro planeta de un formidable meteoro que, con la explosión que provoque, acabará con la vida en la Tierra, excepto, claro, las cucarachas. Y así...
Nosotros somos el virus..., dicen unos, los odio. Aunque admito que algunos especímenes de mi especie lo son e incluso llegan a ser mucho peores, lo cual, aunque reconozco, lo lamento. Los tigres, dicen las noticias, ya circulan por los arroyos vehiculares y las grullas de precioso canto se aposentan en las fuentes de las plazas citadinas ante la ausencia de la plaga que, insisten, somos nosotros.
Hemos exterminado a una cantidad desconocida de especies biológicas y, dice algún científico, la existencia del virus que nos ataca se debe a que en el mundo de los seres elementales se regenera el equilibrio que estamos aquí provocando y surgen nuevos bichos para restituir el exterminio que se hace aquí entre los animales que hemos llamado superiores. En otras palabras, la biodiversidad que destruimos entre los metazoarios se recupera en la biodiversidad ¿que se autogenera o quién o qué la hace? entre los protozoarios.
Si esto último es cierto, significa que la humanidad no volverá a vivir en paz. Es decir, los gérmenes nos atacarán una y otra vez quizá hasta que nos eliminen o hasta que entendamos lo que ocurre y pactemos con ellos en un acuerdo honesto y mutuamente favorable para la sobrevivencia de ellos, de nosotros y de todos los demás que aquí vivimos.
Si hemos estado eliminando la vida (no importa que lo hayamos hecho por ignorancia o por descuido), el planeta ―que también es un ser vivo nos cobrará sin piedad, es decir, con fría e imparcial justicia. Si somos tan imbéciles como para no entenderlo o bien, aun entendiéndolo nos empecinamos en la misma actitud, seremos eliminados de este planeta. Somos tan hijos de la Tierra como los virus y las demás especies vivas, incluso las peores, pero ellas llegaron aquí mucho antes que nosotros. Sí sé por qué sospecho que no somos imprescindibles.
Pero lo importante es que tenemos consciencia. Incluso de nuestra propia miseria. Y también de nuestra locura, lo cual es simplemente aterrador. Si por lo menos no fuéramos conscientes. Y lo peor es que por eso en este momento somos responsables de nuestro propio destino. Más todavía, el destino de todas las especies vivas está, absurdamente, en nuestras manos. Nuestra ciencia nos ha dado el mayor poder sobre el planeta, la hegemonía sobre los seres vivos que aquí mismo habitan. Qué tremenda, qué atroz y casi insoportable responsabilidad. ¿Qué haremos? Si, como algunos dicen, nosotros somos los virus, eso significaría que no sobreviviremos. Que nos autoexterminaríamos. El prodigioso hecho de que las sustancias inertes de la tierra trabajadas por miles de millones de años a través de la evolución― hayan creado, primero, la vida, luego la inteligencia y, más todavía, la consciencia, habría sido inútil. Somos la forma en que las sustancias de La Tierra tienen consciencia de sí mismas. Nada tendría caso. O aun así, ¿quién lo sabe? Ha habido humanos realmente prodigiosos, otros sublimes y también algunos malvados pero en grande: auténticos demonios, lo cual quizá sea tan gran mérito como su diametral oposición. No creo que seamos los virus que nos autodestruyamos. Qué estupidez...
Absorto en tan exorbitantes meditaciones escuché el famoso anuncio como una proclama, con la misma vocecilla notable por infantil y femenina:
“Se compran cabrones, ladrones, golpeadores, granujas, estafadores, machitos miserables o cualquier clase de políticos viejos, corruptos y pendejos que vendaaan”. Me pareció que yo estaba enloqueciendo. De hecho me parecía oír las palabras que por años escuché y postulé que mi mente era víctima de los excesos del encierro y me engañaba. Presté atención procurando el mayor silencio para escuchar con la mayor fidelidad. Era cierto, se pregonaba mediante una grabación: “Se compran cabrones, ladrones, golpeadores, granujas, estafadores, machitos miserables o cualquier clase de políticos viejos, corruptos y pendejos que vendaaan”. ¡No podía ser! ¿Era una broma, un performance de esos que hacen ahora y que quieren elevar a estatura de arte? Me apresuré a salir a la calle para ejercer testimonio directo y de primera mano, presenciar el insólito pregón.
Era un gran camión de los que llaman tráiler en una lengua ajena― de doble remolque, iba por la avenida solitaria avanzando con una lentitud que sentí solemne. Dos magnavoces difundían la proclama inaudita. No había ni un alma a la vista pero el mensaje, por supuesto, llegaba nítidamente a los interiores de las casas-habitación donde la gente autorrecluída rumiaba, entre altas dificultades, sus furores de muy variada índole ferozmente reprimidos.
El vehículo me detectó era el único ser vivo quizá en kilómetros y se detuvo. Se abrió la puerta del gran armatoste. Un hombre de madura juventud descendió casi acrobáticamente de la cabina inmensa del formidable camión.
El individuo llegó rápidamente hasta mis proximidades. Desde detrás de su cubrebocas profesional, me dijo con voz asordinada:
¿Tiene algo para vendernos, señor?
Oiga, estoy desconcertado. ¿Se compran cabrones, ladrones, granujas...?, pronuncié al unísono del altavoz. ¿Me puede explicar un poco? Se me hace difícil creer esto que estoy oyendo...
Estamos haciendo una limpia en la humanidad. Venimos recogiendo toda la basura, todo lo que ya no sirve, lo que está haciendo daño al ser humano.
Pero..., pero, ¿quién hizo esta iniciativa, cómo la aprobaron, de dónde viene esto, cuál es el objetivo, por qué no nos habían informado, qué dice el gobierno?
La iniciativa es un consenso de la Nueva Asamblea Mundial de las Naciones Unidas para la Salvación del Tercer Planeta (NAMNUS-3P). Fue aprobada de manera perentoria en uso de las facultades que se otorgó la propia NAMNUS ante la emergencia letal y fuera de control por la aparición de 250 virus mutantes desconocidos que siguieron a la pandemia del Covid-19. Esto viene de, en primer lugar, la asamblea plenaria y permanente mencionada bajo la asesoría de los cinco mil científicos más prominentes en las áreas del conocimiento con que se cuenta y que fue difundida a cada uno de los países del planeta. El objetivo es muy sencillo, sólo sobrevivir. No se ha informado porque nos hubiera llevado demasiado tiempo que hubiese arrebatado millones de vidas en unos cuantos días, pero en estos momentos estamos iniciando una campaña planetaria de información para que la población mundial esté informada. El gobierno nacional lo está y, no tiene otra opción, está de acuerdo. Es todo lo que preguntó. Ahora usted dígame, ¿tiene algún especimen que nos vaya a vender?
Perdóneme, pero no entiendo, esto es tremendamente extraño. ¿Cómo es posible que se pongan en venta o se ofrezca la compra de personas? ¡Es una violación a los derechos humanos! Mientras el hombre y yo hablábamos el pregón continuaba impertérrito, “Se compran cabrones, ladrones, golpeadores, granujas, estafadores, machitos miserables o cualquier clase de políticos viejos, corruptos y pendejos que vendaaan”.
Trataré de explicarle un poco, a ver si es posible... Mire usted, los cabrones, ladrones, etcétera y etcétera, están perfectamente bien identificados. Generalmente son gente que tiene poder político y/o económico, es completamente sintomático. La maldad, le diré, es casi absolutamente inútil, completamente banal, lo dijo aquella poeta, creo que alemana, ¿cómo se llama?, bueno no importa por el momento. Excepto para el poder. El que quiere poder político que es también económico, siempre busca uno de ellos para acumular también el otro. Fíjese que el poder político es superior pero sólo en apariencia y además es transitorio, así lo hemos logrado hacer en luchas terribles a lo largo de la historia, pero sólo en apariencia. El poder económico está amenazando la existencia de la humanidad. No exageramos al decirlo. Para qué le digo que hay miles de muertos a la semana por hambrunas en todo el mundo. Pero 250 virus desconocidos pueden acabar con, le aviso, ya lo calcularon, tres cuartas partes de la humanidad en los próximos diez años. Y, mire, le diré algo que todos sabemos: los actos realmente malvados en contra de la humanidad o al menos de grupos representativos de ella, los llevan a cabo, los deciden unos cuantos, muy, pero muy poquitos hombres. Pero hay dos circunstancias muy graves, una, que sus actos de maldad (generalmente en su beneficio para acumular más poder o más dinero) repercuten en gran número de personas. Y, dos, tienen a mucha gente a su servicio. Ya sean los miembros del crimen organizado, como en nuestro país, o ya sea los políticos que tienen momentáneamente el poder para modificar el rumbo de los sucesos, insisto, para acumular más poder político y, ya sea indirectamente o por otros medios, económico. Son muy pocos. Y todo el mundo sabe quiénes son. Banqueros, políticos, empresarios, dirigentes que se autonombran espirituales y hasta engañadores que se dicen artistas y no falta algún falso deportista. También entre los sirvientes de éstos hay en abundancia ejemplares dignos de ser vendidos pero, insisto, los que provocan los grandes males inmediatos a la humanidad son muy pocos. Y los estamos comprando.
Increíble. Increíble. ¿Tanto así ha cambiado todo por un simple virus?
Tanto así, por sólo 250 simples virus. Mutantes...
Que pueden expulsarnos de este planeta, pueden sacarnos con cierta facilidad del complejo sistema que llamamos vida en menos tiempo del que necesitamos para ser capaces de eliminar si acaso a cuatro o cinco de ellos.
Y ahora dígame porque ya nos hizo perder mucho tiempo, ¿tiene a algún especimen que nos venda?”.
No. Perdóneme. Estoy anonadado. Me siento trastornado de confusión. Pero no me diga que en este camión llevan los “materiales que han comprado”...
Así es. Como usted me parece un sujeto inteligente e informado, me permitiré darle un minúsculo viaje de demostración por la zona en donde se recluye de manera preventiva a los presuntos dañadores de la humanidad, reclusión con que está equipado nuestro vehículo. Venga por aquí... Y me apresuró a que lo siguiera. Hizo una señal al operador que conducía el vehículo y pronto descendió una escalera automática del enorme cuerpo del camión ultramoderno. Subimos y una puerta se deslizó para dejarnos paso franco. Ingresamos por un estrecho pasillo que a ambos lados tenía sendos habitáculos. Tocó un adminículo digital y se abrió una pantalla que nos mostró a un hombre casi totalmente calvo y con orejas más que notables, sobresalientes y de tamaño fuera de lo normal. Era ya viejo, pequeño y casi enjuto, sin embargo era notable en su rostro una mirada que no puedo dejar de llamar demoníaca, serenamente intensa pero, sin duda, perversa. El rictus en su rostro era de una calma siniestra como el de una serpiente que mide la tarascada para engullir a una presa. Se paseaba con asombrosa calma, meditando, pero mostraba arrugas de furibunda contrariedad: la contracción de la boca, la brutal tensión en los ojos que parecía agregarle un toque demoníaco, un brillo a sus ojos.
¿Quién es? pregunté.
Es el hombre que más poder político y económico (ambos a la vez) acumula en nuestro país. El político ya no lo usufructúa formalmente, pero tiene gran cantidad de aliados y testaferros, sicarios e incondicionales. Y la gran mayoría se mueven en puestos clave del poder tanto político como económico de la nación.
Oiga, la figura del hombre es impresionante. Si no fuera porque está preso y que no me ve, sí me daría algo muy próximo al terror.
Ciertamente, debe cientos si no es que miles de vidas e indirectamente, le diré, quizá sean millones de existencias humanas que dañó o suprimió con tal de acumular el descomunal poder político y económico que acaparó. Es un gran logro haberlo capturado. En esta ala tenemos a varios de sus fieles seguidores, muchos de los cuales intentaban competir con él en la comisión de atrocidades. Tenemos a varios presidentes, uno borracho, otro loco, uno más débil mental y también hay políticos menores y muchos empresarios. Pero venga, esto le interesará. Caminamos unos pasos hasta otro sitio. Realizó la misma operación para abrir la pantalla y apareció un hombre de mediana estatura, casi regordete, de rostro torvo, aquilino y gesto, en efecto, de ave rapaz, pero también con notables signos de un alcoholismo cultivado por décadas y, a estas alturas, ya muy mal disfrazado por su edad provecta. En sus labios gruesos, rojos, que extrañamente parecían siempre húmedos y como anhelantes se había impreso el rictus de una sensualidad insaciada, innombrable y que provocaba escalofríos. Pero lo más brutal, lo inadmisible era su alzacuellos casi totalmente oculto por la papada.
¿Éste era rico?
Lo era, aunque no exageradamente. Su virtud más bien fue la de saciarse toda costa. Gran manipulador y amigo entrañable y servicial de los peores entre lo peor.
¿Era eclesiástico?
Lo era. Amigo, es hora de irse... De pronto empezaron a oírse golpes en una de las celdas. Eran impactos descontrolados como la desesperación. Mi guía prestó atención con gesto inquisitivo y temple de cazador―. Antes de irse contemple lo que sigue..., dijo y me llevó hasta otra pantalla que activó―. Todos son lo que suele llamarse grandes triunfadores. Pero sus triunfos ya costaron demasiado a la especie y al planeta. Éste era un campeón mundial para hacer dinero. Llegó a ser uno de los más ricos del mundo. Un auténtico hombre de acción.
Me asomé.
Era un viejo casi decrépito. Asombraba el gesto de furia y la enjundia con que pateaba las paredes y las golpeaba también con las manos. Su energía no parecía ser proveniente de ese cuerpo ya más que vencido por Cronos, era una fuerza quizá sobrehumana, una furia apoyada en un brío espiritual pero perverso. El viejo estaba como loco, no me costó trabajo imaginarlo maldiciendo a sus empleados en alguna de sus grandes empresas, mandándolos al infierno porque no habían alcanzado las ganancias exageradas en algún negocio que les encomendara, exigiéndoles que exprimieran más a los empleados, que batallaran intransigentemente con los competidores, que intensificaran las campañas de publicidad para que el mundo notara, descubriera que sus productos eran imprescindibles, que ningún obstáculo era digno de consideración y ni siquiera de discusión, que violaran las leyes, que compraran a los gobernantes, que sobornaran a los jueces, que mataran, sí, que mataran a quienes se opusieran al progreso de su gran empresa.
Un triunfador. Un emprendedor. Un hombre..., un hombre que lucha por sus ideales, los que se reducen a una palabra: acumulación.
El hombre dejaba de golpear las paredes por momentos y decía:
Amigo, oye, amigo, mira, ¿qué te parece un millón de dólares? ¿Eh, un millón de billetes verdes?, ¿eh?, para ti solito, cabrón. Sin polvo y paja. No, mira, perdóname, que sean diez, diez millones, como tú quieras, ahorita, contantes y sonantes. Y no hay reclamos. Ándale. Bueno. No, espérame, que sean ¡cincuenta millones!, no mames, no tienes idea de qué es eso... Serás el rey del mundo, ándale, no seas malo, ¡hijo de tu puta madre! ¡Te doy cien millones, pendejo! ¡Suéltame, maldito! Muj-muj-muj... jadeaba―, ¡hijo de tu perra madre!, ¡déjame libre! ¡Maldito, mal-di-to seas! y se derrumbó entre sollozos.
Qué terrible le dije al hombre― ¿pero cómo saben que son culpables? ¿No están violando sus derechos humanos, insisto?
Tenemos evidencias de sus fechorías. Ellos tienen un síndrome que fue establecido hace mucho tiempo y que es llamado Síndrome de Codicia Abisal Arquetípica Inconsciente. Es una necesidad de acumular bienes económicos de manera irracional, una codicia que no se sacia con nada, por eso se llama inconsciente y se llama arquetípica porque al parecer tiene componentes incluso genéticos y del inconsciente colectivo étnico propio de las naciones que sufrieron grandes carencias que pusieron en grave peligro incluso su existencia por las terribles condiciones climáticas que sufrieron sus antepasados prehistóricos, cuando sí morían pueblos completos por las hambrunas y las heladas.
“Se trata de una especie de locura por acumular sin medida, una urgencia por ganar bienes que no se saciará ni siquiera si ellos acumularan todo el oro del mundo, toda la riqueza de este planeta aunque dejaran sin comer a la totalidad de los humanos. Alguien ha dicho que es una especie de miseria del espíritu por lo que, siendo espiritual, no encuentra con que saciarse en este mundo. Así ellos acumularán dinero, bienes, sin detenerse jamás y en ninguna circunstancia, aunque pongan en peligro, de hecho ya lo han puesto, al mundo entero.
¡Dios! ¿Y eso es posible?
¿De qué habla usted?
Que haya personas así...
Está viendo usted a uno de ellos...
Todavía me cuesta creerlo...
Caminamos hacia la salida. Había sido una serie de impresiones tremendas ver a esos hombres.
¿Y qué van a hacer con ellos?, pregunté.
¿Qué se hacía con lo que compraban antes: colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo...?
No sé..., se reciclaba, se desmembraba, lo que era posible se iba a reparación.
Lo mismo. Son seres humanos. No tienen razón, pero ¿quién la tiene? Excepto que el modelo que impusieron al resto de la humanidad nos puso en peligro a todos. Los que estamos suprimiéndolos en el sistema creemos que no tenemos la verdad, simplemente requerimos un nuevo sistema para que sobrevivamos todos. Eso es la prioridad por encima de cualquier otra. Ellos se tienen que reciclar. Sé que lo haremos. Hay conocimientos muy poderosos en el sistema de la ciencia actual. Pero, tiene usted razón, con ellos y con todo lo demás nos la estamos jugando. Así lo hemos hecho toda la historia. Hemos tenido victorias y derrotas. Pero hemos avanzado. También hemos retrocedido, para volverlo a intentar y aprender de las derrotas.
Nos despedimos con afecto pero sin tocarnos por si las dudas, por protocolo.
El camión empezó a caminar lentamente y sin dejar de repetir el pregón “Se compran cabrones, ladrones, golpeadores, granujas, estafadores, machitos miserables o cualquier clase de políticos viejos, corruptos y pendejos que vendaaan”.

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