Bueno, ayer 12 de noviembre, en Toluca, nos entregaron un reconocimiento por la trayectoria en el ámbito de la creación (y la publicación) de obra literaria. Se le agradece a Sergio García, secretario general de talleres literarios del Estado de México, por habernos propuesto a Jorge Arturo Borja y a un servidor. Pues algo de lo más bonito es que esto ocurra en el día del natalicio de nuestra madre literaria en español, Sor Juanita. El siguiente es el texto, no leído, en el acto de recepción de este reconocimiento.
Nuestra madre, al hablar de literatura en español. |
Señores y señoras, amigos todos:
Lo único que es posible en momentos como este es agradecer. Recibir un reconocimiento es como ingerir un alimento altamente proteínico, te alimenta de formidable manera, te nutre y te fortalece. Las proteínas terminan formando parte de ti mismo, son tus músculos, las fibras más fuertes de tu cuerpo; pero también estos alimentos provocan la más intensa acumulación de colesterol en las venas que, si uno se abandona, puede matarlo. Los honores alimentan al alma, al ego. Pero llegan a provocar la egolatría o peor, la egomanía, que es peor que el colesterol y que si este residuo tapa el corazón, las alabanzas pueden obstruir los canales por los que circula la sustancia del arte.
Los honores y los amores deben aceptarse siempre ―cierto, habría que rechazarlos alguna vez, cuando son tóxicos, cuando vienen envenenados―; pero cuando son desinteresados hay que aceptarlos siempre, aunque no siempre estemos convencidos de que los merecemos.
Con Jorge A. Borja entonando el himno nacional en plena ceremonia. |
En el caso de los amores alguna vez habrá habrá uno llegado a decir “¿Pero por qué esta mujercita me ama?, no sé si lo merezco. Pero que bueno que ocurre”.
En el de los honores es casi igual. “No sé por qué me quieren dar un reconocimiento, no sé si lo merezca, pero qué bueno que así ocurre”. Y lo argumento...
Con el pergamino. |
Hemos dedicado más de la mitad de nuestra vida a la creación, a pergeñar la obra de arte. Diría Robert Graves, a servir a la Diosa Blanca. Y, no exagero, hemos puesto el tiempo de nuestra vida en juego para eso. En la cultura del narco, que nada tiene que ver en el contexto en que nos encontramos, se dice que “El que se juega la vida en un momento, tiene derecho a pedirlo todo”. Las similitudes son grandes con la salvedad del tiempo. Ellos se juegan la vida en un momento, prefieren morir muy jóvenes, nosotros nos la jugamos en todo el transcurso vital, hasta que, como en mi caso, nos hemos hecho viejos lidiando; buscando y, entre más viejos y más corridos y más hemos buscado, ahora encontramos mucho más frecuentemente que antes.
Pero si bien idealmente, como poeta del romanticismo, servimos a la Diosa Blanca, en el mundo terrenal servimos a nuestra gente, a nuestra patria. Las destrezas acumuladas, el conocimiento que hoy nos habita, el virtuosismo que hemos generado en nosotros lo ponemos en manos de todo aquel que lea uno de nuestros libros, que asista a alguna de las charlas o conferencias o escuche nuestras clases.
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