jueves, 1 de marzo de 2018

¡¡¡Aaaavándaroooo!!!

Avándaro
¡A revolcarse, chingá!

(O la manera en que a nuestras vidas llegaron una música y su festival, inspirados por el Diablo para cambiar nuestro mundo tan apacible)


Para Jorge Arturo Borja
con mi admiración y mi cariño


Cuando mi abuelita veía que aquel vecino
tan extraño ponía su sonido y lo hacía tocar
música de rock a todo volumen, ella cerraba
las puertas prendía una veladora y se ponía a
rezar. Porque creía que con esa música el
Diablo andaba suelto.
María Montes de Oca

Pterocles Arenarius

El rock llegó a nuestras vidas como una descarga eléctrica. Como si en el cielo se hubiera creado una nube de alta energía vital, rebelde, descarada, poderosísima. Habíamos crecido con los boleros, con la música bonita y hecha para relajarse, descansar, dormir incluso. Los boleros eran la actitud romántica, no en el sentido literario, sino de romance, de amorío ante la vida. Era la música a veces con, aceptémoslo, alta poesía, pero mucho más frecuentemente sobrecargada de cursilería, de la exageración amorosa que caía en el ridículo (https://www.youtube.com/watch?v=2xYtdMo80mA). La literatura, en general, es la gran hipérbole. Pero hay astucias prodigiosas para hiperbolizar sin que se note, para que la exageración resulte más descomunal. Tales desmesuras tenían la compañía de una música muy suave, tenue, como para apaciguar el ardor propio pero comunicarlo a la amada. Era una música que procuraba adormecer. Y predominó por largos años en México. Muchos crecimos oyendo los boleros en la radio. Aunque mucho antes del rock ya se había pensado en una música que en vez de anestesiar estimulara, creo que nunca había habido un intento tan radical, tan energético y libertario como el rock.
El mambo estaba en esa línea de estímulo. Devenido directamente del danzón ―incluso en algún momento se llamó neodanzón―, era una música muy contagiosa, con una gran dosis de energía, altamente bailable, muy alegre, cargada de lujuria y júbilo. Pero el mambo terminó siendo Dámaso Pérez Prado (https://www.youtube.com/watch?v=IFiZOXB5NPg).
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El Car'efoca, un genio musical

Después de él, un tocado por el dedo de Dios, con su muerte, el mambo se acabó. Antes, hubo notables efusiones. Baste recordar el swing, el charleston. Ritmos que los blancos gringos robaron descaradamente de los negros, para, como siempre, acumular dinero con el talento ajeno. No menos ocurrió con varias de las ramas del jazz, como el be-bop.
En Estados Unidos, para mediados del siglo XX, el blues tenía más de medio siglo existiendo en el sur de aquella nación. Era la música de los barrios negros, de la marginalidad, de los bares que suelen ser llamados “de mala muerte” y… los puertos.
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Nadie sabía, ni ellos, de su grandeza

¡Los puertos!, en donde los cargadores, negros, departían cada noche entre tragos de aguardiente en charlas de machos y música propia de plebeyos, con los marinos, blancos, ingleses principalmente, aunque también de otras naciones. Pero con los ingleses existía en común el idioma. Ahí los marinos ingleses, güerillos, se contaminaron de esa música diabólica llamada blues.
Blues significa tristeza, melancolía. El blue, azul, tiene esa connotación (https://www.youtube.com/watch?v=zUuZ3CZYwDc). Pero la tristeza sólo es una de las caras de la moneda. La otra tiene que ser, necesariamente, la alegría, la felicidad.
El blues contiene, de manera indefectible, un componente negro. Su textura es rasposa, aunque su paradójica suavidad lo hace muy fluido. El blues es, eminentemente, ritmo. Obedece y sigue a la vez los latidos del corazón. También a los de la marcha. El blues es ritmo cósmico. Porque todo ritmo real lo es. Por eso hay que coger escuchando blues. (Es uno de los consejos más sabios que me es dado regalar en esta vida en este mundo). El blues contiene vida y no menos contiene dolor. Pero, de nuevo, el dolor no puede ser si no hay placer. El blues es también regocijo y el más alto placer. La alegría, aunque no necesariamente, implica rapidez, velocidad, es lo contrario de la tristeza, la melancolía que son por naturaleza, la lentitud, el apagado sosiego. Así que el lento blues melancólico cambió su polaridad y visitó el otro extremo de su ámbito: ahí estaba la alegría; entonces adquirió velocidad y una alegría desbordante y terminó por ser llamado Rhythm and Blues.
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Chuck Berry, pionero del Rhythm and Blues. Un jefe

El rock nos llegó como aquella escena de la película Volver al futuro, en donde el protagonista, el chamaco este, chaparro, güerillo, famosísimo él, perdón, no recuerdo los nombres de personaje ni actor, digo, en aquella escena toca un fragmento de la inmensa rola Johnny B Goode y según la cinta, renueva el rock. Toca la pieza que él conocía en su tiempo de los 90, pero en los años 50 es inédita, sorprende a todos, incluso a los músicos, etcétera. O sea, nos da la indicación de que los güeros quisieran siempre seguir saqueando a los negros. Ahí nos estarían diciendo que Chuck Berry, según la película (https://www.youtube.com/watch?v=cQGCWf6azHY) habría plagiado al chaparrito aquel. Bueno.
Los negros de los puertos del occidente gringo mostraron los prodigios del blues y el Rhythm and Blues a los marinos ingleses. Éstos, a su vez, los llevaron a los puertos de la isla que es su patria. Allí algunos chicos, más bien vagos, sumamente rebeldes, inquietos y muy talentosos absorbieron esa música inspirada por el diablo y se convirtieron en la fuerza musical transformadora más grande de la historia. Habría que ver si alguna vez en el devenir de la humanidad sobre el planeta Tierra, algún tipo de música ha provocado tantos cambios en las sociedades como lo hizo el rock.
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Eric Clapton, Ginger Baker, Jack Bruce: The Cream. Monstruos del rock

Los gringos lo tuvieron en sus manos y, por su malvado racismo, no lo vieron o no quisieron verlo. Aunque los que tuvieron ojos sólo se dedicaron a saquearlo. Fue necesario que vinieran los Beatles, los Rolling Stones, los Kinks, los Animals, los Cream, los Deep Purple, et al, para que los gringos recibieran como un bofetón en la jeta lo que habían tenido por más de medio siglo: una música prodigiosa. Aquella música conquistó EU y luego el continente, luego se conjuntó con el fenómeno altamente enfermo de la guerra de Vietnam. Así se dio origen al fenómeno hippie y al tremendo auge de la música que ya para entonces había dejado de llamarse Rhythm and Blues y ahora se ostentaba como Rock and Roll: literalmente Sacudir y Rodar. ¡Sacúdete y Rueda!, chingá. En síntesis de lengua castellana entenderíamos ¡Revuélcate! Ése era, y no otro, el mensaje.
Y casi todo el mundo empezó a sacudirse y rodar. A revolcarse, pues.
(Recuerdo que en uno de los documentales en video que se hicieron sobre el gran festival de Woodstock, los chavos gringos que asistían se revolcaban en el lodo. Obedecían al mandato de rock and roll).

A México nos llegó el rock and roll a través de la radio comercial a mediados de los años 60 y lo castellanizaron como rocanrol. Había cosas más que interesantes. Hay que recordar a Los Locos del Ritmo, a Los Teen Tops, a Los Camisas Negras, a Johnny Laboriel y Los Rebeldes del Rock. Rolitas como Confidente de secundaria, El rock de la cárcel, La plaga, La hiedra venenosa, Aviéntense todos, Pólvora y algunas más. Este rocanrol era más o menos bastardo. Y estoy seguro que más. A largo plazo todas sus figuras se entregaron al comercialismo más nefasto. Lo que ellos hicieron, claro, apoyados por diversos tipos de comerciantes, fue traducir ―por completo ad libitum― las canciones de los rocanroleros gringos, fusilarse la música a lo bestia y darles una manita de gato en el arreglo musical.
Sin embargo y con todo lo que de negativo se pueda decir de ellos, en su momento fueron los encargados de dar a conocer el rocanrol en México. Y eso les dio de comer muy bien el resto de sus vidas. Y también abrió el camino a las manifestaciones del rock mucho más puro que surgieron en México.
Pocos años después aparecían en México bandas de rock como hongos. Por ahí andaban unos grupos que hacían aullar a las multitudes. La banda Peace and Love, los Bandido, La tinta Blanca, Los Dugs Dugs, Javier Bátiz, el decano del rock nacional que empezó llamándose Three Souls in my Mind, El Ritual
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Felipe Maldonado, Ricardo Ochoa, Ramón Torres, líderes de la banda Peace and Love. Pioneros del rock en México

(https://www.youtube.com/watch?v=rbIOJ7GjouQ), Enigma y otros.
Todos estos grupos, sin duda, se adelantaron a su época. Tanto musicalmente como en actitud. Eran chicos de enorme talento y osadía que no admitió límites. Se aventaron a crear un rock nacional, por más que lo hicieran bajo la tutela del idioma en que esa música naciera y no en su idioma. Pero sus creaciones eran, la mayoría, formidables.
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El Ritual, banda de rock.

Hubieran logrado cosas maravillosas. De hecho empezaron a hacerlo. La cuestión es que cuando el rock mexicano iba en un ascenso escandaloso e influía cada vez más en los jóvenes del momento, en Televisa, que en aquellos tiempos se llamaba Telesistema Mexicano, se propusieron hacer un gran festival de rock, imitando, como siempre, al gran festival que ocurriera en EU, el ya mencionado Woodstock. Ellos, en asociación con otras empresas, hacían un festival de carreras de carros en Avándaro. Era un festival sin duda pirrurris. Y creyeron que así sería el festival de rock.
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Avándaro. Gran música. Mucha mota. Libertad total.

Nunca pensaron en lo que habría de ocurrir. Le pusieron Festival de Rock y Ruedas de Avándaro y la pretensión era de plano elitista. No calculaban el tremendo frenesí que el rock ya había levantado entre los jóvenes, de hecho no tenían idea.
En el aire estaba el gran dolor de dos matanzas de los pútridos gobiernos priístas, la del año 68, perpetrada por el llamado Batallón Olimpia que asesinó a cientos (¿o miles?) de estudiantes en Tlatelolco y la de apenas tres meses antes, el 10 de junio de ese año, el 71, el grupo paramilitar Los Halcones, creado por Luis Echeverría y sus secuaces, habían asesinado a decenas (¿o cientos o miles?) de estudiantes en la avenida San Cosme, muy cerca del Casco de Santo Tomás. Con la puta maña del sucio gobierno criminal priísta de mentir de manera contumaz, enfermiza, por naturaleza, nunca se ha sabido cuántos muertos hubo en cada ocasión. Los más grandes crímenes del gobierno ―ahora hay que añadir el de Iguala contra los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa― en el siglo XX y lo que va del XXI han sido contra jóvenes estudiantes. Los responsables son el agente de la CIA, Gustavo Díaz Ordaz, que era identificado como Litempo 2, por el 68; Luis Echeverría Álvarez, también agente de la CIA, éste estaba clasificado como Litempo 8, por el 71; Enrique Peña Nieto, aunque no es oficialmente agente gringo, actúa peor que si lo fuera, por el crimen en Iguala, el 2015 contra los estudiantes de Ayotzinapa.
Asesinatos horrendos que la mezquindad, la pequeñez humana y la podredumbre interior llevaron a los gobiernos a perpetrar. Eso, sin duda, llevábamos cargando a Avándaro.
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Litempo 2, Litempo 8, agentes de la CIA, "presidentes" de México

Aquello fue convocado para el 11 de septiembre de 1971. Nos asombra la operación matemática que nos da como resultado que ya casi tiene medio siglo el festival de Avándaro.
La banda rocanrolera en pleno se puso en marcha para Valle de Bravo, donde está Avándaro, un lugar del que casi nadie había tenido noticia antes.
Mi hermano Juan y yo decidimos que iríamos a Avándaro no importando dónde se encontrara tal pueblo.
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Se volvió un festival popular. Ergo fracasó como de élite pirrurresca

No tengo idea de dónde juntamos dinero. Yo tenía 20 años y mi hermano 17. En esos días yo era boxeador. Tenía diarios y bárbaros entrenamientos en el Gimnasio Avenida que estaba en la que entonces era llamada avenida San Juan de Letrán, entre Doctor Arce y Doctor Balmis. Eran bárbaros por dos motivos. Uno, porque eran extenuantes, cada día terminaba exhausto. Entrenaba más o menos dos horas diarias a medio día, pero antes, en la mañanita había corrido aproximadamente media hora o 45 minutos. Todos los días estaba mortalmente fatigado. Y, Dos. Porque con frecuencia harta tenía que sostener unas brutales batallas lo bueno es que eran de “entrenamiento” contra tremendos peleadores (Famoso Gómez, Rogelio Lara, Ray Vega, ¡Mantequilla Nápoles!, etc.) A veces no asistía al gimnasio porque no tenía dinero para pagar. Mientras juntaba el dinero me dedicaba a la vagancia o a veces trabajaba con mi padre.
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Valle de Bravo y Avándaro, refugio de políticos rateros

En la época de Avándaro juntamos dinero entre Juan y yo. Éramos dos verdaderos fanáticos del rock. Cuando tuvimos lo suficiente nos lanzamos a investigar donde diablos salían camiones para ese pueblo del que jamás habíamos oído hablar. Averiguamos que era en Valle de Bravo, que había una laguna que decían era muy bella y que era refugio de políticos rateros donde habían construido casas que valen 100 o 150 veces más que ellos. Llegamos a la terminal y nos extrañó que había demasiada gente viajando para Avándaro. Pero eso, ni mucho más dificultades nos hubieran arredrado. Llegamos a Avándaro el 11 de septiembre quizá a eso de las 10 u 11 de la mañana. Miles de chamacos de catadura muy similar a la nuestra se movían a pie para llegar al lugar, que está a un costado de la laguna de Valle de Bravo. Esto se encuentra al sur-occidente de la Ciudad de México. Hay que pasar la elevación de Toluca y el volcán llamado el Nevado de ídem. Poco antes de llegar a los límites del Estado de México con Michoacán está Valle de Bravo y pegadito, el pueblo de Avándaro.
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Ya viejo y Pterocles aún rompe madres. Y hay quien busca

Dos años antes había estado por esos lares. En el año de 1969 había ido a pelear a Zitácuaro, Michoacán con resultados más que deplorables que están narrados en la crónica de Peleas que realicé antes que de la muerte vaya a llegar hasta mí y nunca, nadie llegue a saber que fui boxeador. Aquella pelea fue en Zitácuaro, Michoacán; ciudad que está de Avándaro a una distancia similar a la que hay entre ésta y Toluca.
Avándaro es un paraíso: vegetación abundantísima, de sierra, frío delicioso, sol fecundo, vida en colores y formas múltiples, gente sencilla y buena. El festival se llamaba de Rock y Ruedas porque estaba planeada una carrera de automóviles y después los fresitas que asistirían ―en sus correspondientes coches― a ver la carrera, se dirigieran a uno de los pequeños valles que están (¿o estaban?, las cosas han cambiado tanto en estos 47 años) próximos al pueblo. Pero la gente que llegó a Avándaro superó incluso a la más enfebrecida imaginación. El festival tuvo tanto éxito que como proyecto para producir dinero se destruyó a sí mismo. La demasiada gente lo convirtió en un acto popular y ajeno al negocio.
Aunque habíamos llegado temprano al concierto, notamos que muchos nos habían ganado y con creces. Sin duda había chamacos que estaban en el sitio al menos desde un día antes. Llegamos a buscar un buen lugar para observar a las bandas rockeras.
Los que ya estaban habían colocado casas de campaña, los de varo, y armadijos con palos y mantas los de la plebe. Las clases sociales estaban totalmente revueltas. Sin duda un muy alto porcentaje de la gente eran estudiantes y jóvenes era más del 99 por ciento.
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Avándaro, la odisea

Llegamos a apartar lugar. Hicimos una improvisación de casa de campaña con una lona a rayas que traíamos. La pusimos sostenida con cuerdas y mecates que no sé donde conseguimos sobre unos palos que nos apropiamos de las inmediaciones. Una vez que vimos que el ambiente era de confianza y gran camaradería con todo el mundo, no sólo con nuestros vecinos, dejamos nuestro equipaje, las sendas mochilas, en la provisoria casa de campaña y nos fuimos a dar un rol. Fue muy sorprendente ver que las muchachas andaban casi desnudas en el río que estaba muy cerca del valle designado para el concierto. Pudimos ver chichi casi hasta el hastío y nalguitas no tanto, pero ni falta que hacía. Las muchachas se portaban con una naturalidad que nos asombró y nos fue más que agradable. En la media tarde había un generoso sol. Luego el lugar se fue nublando, de tal manera que en algún momento hubo que colocarse debajo de la precaria casa de lona. Había no lluvia, pero sí una finísima brisa bien fría. La gente fumaba mota en cantidades que nunca habíamos visto en nuestras cortas vidas. Alguien llegó a pedirnos mota con la frase hecha que inquiría “Conéctenme, carnales”. Yo bromeé como boxeador, no se lo dije a él, pero luego lo diría a muchos, que le hubiera dicho “¿Qué prefieres, un gancho al hígado o un óper en el mero hocico?”. En algún momento, antes de que aquello se pusiera tan frío como para acurrucarse, encontramos a unos periodistas que fotografiaban al personal con singular fruición. A mí me pareció que tomaban a los más extravagantes, que, sin duda, los había. Muchachos con melenas más que espectaculares y pensé que los fotografiaban para morbo de aquella sociedad gazmoña e hipócrita. No faltaban los (y pocas las) que se movían entre la gente totalmente desnudos sin que nadie se escandalizara. Por eso tanto a Juan como a mí nos extrañó que le hicieran tanto ruido a la famosa “Encuerada de Avándaro”. Nosotros vimos muchas más encueradas que pasaron sin fama por el festival y que nos dejaron ver mucho más belleza que sólo las chichis y el calzón, como lo hizo Alma Rosa González López, la célebre Encuerada de Avándaro que hasta mereció una rola de Alex Lora. Lo cual indica que no importa lo que hagas; no importará, a menos que lo hagas ―y lo des a conocer― en el momento y el lugar más apropiados.
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Los hipócritas se expresan

Hubo camaradas que a eso de las cuatro de la tarde, bajo la brisa crispante y helada de Avándaro se pusieron una peda monstruosa o bien los que estaban tan pachecos y/o cruzados que a partir de ese momento se la pasaron dormidos.
Alguien tuvo la idea de alivianar a los que ya andaban en el fuerte pasón. Pusieron a un gurú, que no era otro que Carlos Baca, a que enseñara algunos trucos de yoga a la gente para que se alivianaran, palabra muy de moda por entonces, que despertaran los que todavía estaban en condiciones de hacerlo, el encargado de la sesión, Carlos Baca, era un periodista que yo leía con frecuencia en una revista llamada México Canta. Por cierto, en la columna de Carlos Baca encontré la recomendación para leer un libro que me dio luces para el resto de mi vida, Summerhill, un punto de vista radical sobre la educación de los niños del profesor inglés Alexander Sutherland Neill. Baca nos pidió que nos pusiéramos sentados con las piernas recogidas, casi como en flor de loto. Nos pidió que respirásemos tan profundo como nos fuera posible y, luego de resistir al máximo, al soltar el aire apretáramos el culo e inevitablemente también el sexo. Así lo hice y noté que ciertamente algo pasaba en mí. Sí, me sentía más despierto. En un programa de Canal 22 para celebrar los 43 años de Avándaro (2013), invitaron a charlar sobre el festival a varios de los participantes u organizadores del festival. Ahí estuvo Luis de Llano Macedo dejándose ver de cuerpo entero como lo que siempre ha sido: un sujeto altamente dañino para la cultura mexicana, para el rock y para el país en general. El señorito dijo que en aquella ocasión Carlos Baca nos había dicho que respiráramos profundamente y que nos metiéramos un dedo en el culo. ¡Así lo dijo! Declaración que lo retrata de cuerpo entero, es decir, así ha pasado toda su vida, difundiendo la mentira, la ignorancia, su propia estupidez y banalidad desde el gran putero en todas sus variantes posibles y que es además cártel de las drogas que se llama Televisa.
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Alex Lora, Charlie Hauptvogel, Ernesto de León. Grupo Three Souls in my Mind, 1968

Pero dejemos a un lado temas tan excrementicios como el citado personaje y regresemos a Avándaro. Después de Carlos Baca y sus consejos yoguísticos, se presentó muy precariamente un grupo de teatro que hicieron algunas partes de la ópera-rock Tommy, de los Who, en versión mexicana. Nadie les hizo caso. Creo que no había sonido y aquello sólo pudieron verlo los que estaban muy próximos al escenario. Empezó la música ya tarde, cuando ya iba cayendo la noche. Si no mal recuerdo los abridores fueron una banda que se llamaba La Ley de Herodes. El asunto empezó a prender no mucho después, pero al principio, desfilaron Zafiro, La sociedad anónima, Soul masters, La fachada de piedra. Lo cual significa que la gente no les prestó demasiada atención, no levantaron el ánimo de los presentes.
Sólo hasta que serían las ocho o quizá las nueve de la noche cuando empezó el rock de verdad y la respuesta del público con los Dug Dug’s. Después tocó una banda llamada El epílogo y el gran ambiente se hizo sentir cuando tocaron La división del norte y luego Tequila. La gente respondió muy bien a las intervenciones de estas bandas. Pero no habíamos llegado al clímax, mucho menos a la locura. Pero llegó Peace and Love, una de las bandas más esperadas y muy cerca ya de convertirse en ídolos de la gente del rock.
Peace and Love prendió al público como no lo había logrado nadie hasta aquel momento. Recuerdo que tocaron una memoria para los que se han ido o algo así. Estaban muy recientes las muertes de Jim Morrison, Janis Joplin y Brian Jones. Interpretaron el tema de su banda, Peace and Love y todos enloquecimos aquella rola maravillosa que se llamaba Sentimiento Latino (https://www.youtube.com/watch?v=ERLhOtE_Ekg&t=1618s). Fue cuando tocaba esta banda el momento que aprovechó Alma Rosa González para colarse a la historia por lo menos del rocanrol y ser a partir de tal momento La Encuerada de Avándaro.
Cuando tocó Peace and Love realmente fuimos transfundidos por el espíritu de la rebeldía, por la alegría inconforme y la auténtica libertad. Si había habido tanta mota, si habíamos caminado kilómetros para llegar ahí, si el gobierno nos había asesinado a amigos, condiscípulos, hermanos y familiares, ahí nos estábamos redimiendo. Avándaro era el espacio libre de América. Unos minutos de la máxima libertad, cómo chingaos no se iba a poder. Contra el gobierno asesino y ratero, contra el sistema, contra nuestros padres que, o bien no entendían (¿cómo iban a entender?) o bien condenaban a los jóvenes por no adaptarse al mundo que ellos habían creado, por no ser simples, humildes, trabajar con honestidad y cumplir con lo que Dios y el gobierno tenían para ellos en su vida. Los chavos de aquel momento exigían que el mundo fuera otro, que no era posible vivir bajo una dictadura de criminales, que había otras posibilidades: ¿cuáles? Precisamente ésas que se ofrecían ahí que no eran poca cosa, una gran música, una actitud libérrima ante el mundo, la creatividad y el ímpetu juvenil. La desconfianza, la miseria del gobierno, su mezquindad cósmica, su no menos inmensa estupidez nos tenían arrinconados y Avándaro era nuestro gran grito de libertad.
Cuando Peace and Love entonó la rola histórica We got the power, los agentes de la siniestra Dirección Federal de Seguridad redactarían un informe paranoico y esquizofrénico y criminal diciendo que aquellos mozalbetes se preparaban ―desde el rocanrol, tocándolo, claro― para arrebatar el poder a la banda criminal que eran ellos y todos aquéllos de quienes eran subordinados.
Ante tal informe del movimiento del rocanrol mexicano de aquel momento el agente de la CIA, Litempo 2, Gustavo Díaz Ordaz y luego el también agente de la CIA, Litempo 8, Luis Echeverría Álvarez habrán dilucidado con su deslumbrante intelecto: “Estos muchachos que tocan esa música del Diablo son terriblemente peligrosos para nosotros, para el gobierno. Con su paz y amor van a subvertir el orden que vivimos y la legalidad que nos hemos dado. Hay que destruirlos. Basta con que no tengan donde tocar, en que trabajar, que no estén bien en ninguna parte. Esa música enferma que se llama rocanrol o rock, está desde este momento prohibida”. Lo harían cada uno con sus matices que no se exploran en este texto, porque esa lamentable categoría de seres humanos no lo merece.
La banda Peace and Love condujo el festival de Avándaro a su más alto momento. Éramos 300 mil chamacos que habíamos enloquecido con la música de esta banda, a punta de trompetas, saxofones, trombones, guitarras, batería y “bongos, combos, congas and all de rhythm section”, decía su rola, nos habían sacado del mundo tan miserable que vivíamos. Nos había brindado el divino espectáculo de la encuerada de Avándaro (y muchas encueradas más que la historia no registra, es decir, una nueva y diferente, rebelde, lujuriosa, actitud de las mujeres. Actitud que en aquellos tiempos se consideraba pervertida e incluso demoníaca) y además una música que puso a bailar a deshoras de la madrugada, en medio de la sierra llena de niebla, lejos de casita y en un pueblo que tres días antes nadie había oído mentar y a unos dos grados de temperatura, por lo menos a unos 150 mil muchachos de los que estábamos en el festival. Incluyendo a Alma Rosa González. Los otros 150 mil se permitieron echar güeva, estar tan pedos y motos que era imposible que se pusieran a bailar o bien, no pocos tenían el privilegio de coger dentro de sus casas de campaña o a la intemperie.
Las cuatro chicas de Dum Dum Girls este año en Coachella
Banda de rock Dum Dum Girls. Este es otro mundo

El mundo había cambiado. Era el año 1971 y el gobierno había tenido que asesinar bestialmente a miles de muchachos en las calles por el delito nefando de pedir un poco, un mínimo de democracia. Un mínimo de falta de hipocresía pues México tenía leyes maravillosas, pero la situación era inaceptable. El autoritarismo era una asquerosa costumbre. El machismo se respiraba y nadie, ni siquiera las mujeres, se daba cuenta de que a ellas les iba de la recontrachingada en la vida. El país era una porquería de injusticia y corrupción. Millones pagaban con sus sufrimientos y carencias la vida de lujos de una minoría que siempre ha demostrado estar podrida.
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Condenados a muerte (profesional)

Los músicos que tocaban rocanrol no disputaron jamás el poder. Ni lo hubieran hecho. Eran casi tan jóvenes e inexpertos en temas de gobierno como todos los chicos que bailaban y gritaban con Peace and Love. Lo único que se deseaba y se necesitaba era un poco de libertad. Un poco de rocanrol. Pero el gobierno estaba enloquecido. En los años siguientes el régimen criminal de Luis Echeverría se dedicó a perseguir, censurar, prohibir y destruir toda manifestación rocanrolera en México. (Por cierto, muchos músicos de aquellos tiempos le echan la culpa a Ricardo Ochoa, guitarrista, flautista y compositor de Peace and Love de, ni más ni menos, que él fue el culpable de la persecución contra el rock por parte del gobierno. Porque cuando tocaron We got the power, con su estribillo en español “Tenemos el poder” y luego con su grito de “Chingue su madre el que no cante”, además, al final de su participación la interpretación de su rola Mariguana (https://www.youtube.com/watch?v=zFBsMJvK9ko): “I like mariguana, you like mariguana, we like mariguana too”, provocó la locura, la paranoia del gobierno, como si de ahí nos fuéramos a levantar para ir a tomar el Palacio Nacional). Y así tiraron por la borda una manifestación artística muy valiosa, desgraciaron la existencia de una gran cantidad de muchachos muy talentosos y que habían logrado prodigios de creación en música, retrasaron lo que iba a ser y fue, el despertar de una generación y ellos se fueron a la mierda, como lo dijo Fernando del Paso en un monumental novela Palinuro de México en aquel inolvidable capítulo que se titula Palinuro en la escalera.
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El más grande novelista mexicano en vida. Fernando del Paso y una de sus novelas, Palinuro de México

Oímos a Peace and Love hasta que terminó. En ese momento alguien se puso a decir que el gobierno del señor presidente Luis Echeverría había decidido enviar a Avándaro pinche-cientos camiones ―que por supuesto no alcanzaban para toda la banda― para que nos regresáramos gratis al DF. Entonces mi hermano Juan y yo gritamos “¡Que chingue a su madre!” y un buen número de chicos nos secundaron en la mentada presidencial.
Luego tocó El Ritual, otra banda muy decente que también logró prender al irrespetuoso-respetable. Le dije a mi hermano que convenía que nos fuéramos moviendo, que ya habíamos visto a lo mejor del festival y que nos fuéramos alejando para irnos antes que nadie. Pues estuvo de acuerdo. No lo hubiera hecho, fue un craso error. Empezamos a recoger mientras oíamos a Bandido, un excelente grupo de rock que se acompañaba de metales y tenían creaciones realmente sorprendentes (https://www.youtube.com/watch?v=XcOxvL3Nc_M).
Otra de las bandas que consiguió la efervescencia de los decenas de miles en Avándaro fue la banda La tinta blanca. Si los Peace and Love enloquecieron a la gente, la Tinta se llevó otra parte de la noche con el himno del gran festival de Avándaro. Una rola cargada de gran fuerza, mucha ingenuidad y candor y no menos calidad (https://www.youtube.com/watch?v=lVKPDtl5c1E), una hermosísima rola.
Sergio, Keko, Figueroa y
Tomás
  Pacheco, de Tinta Blanca

Alcanzamos a escuchar a La tinta blanca y salimos lentamente de entre la gran muchedumbre en la gran oscuridad. Cuando salimos de la gran acumulación de gente encontramos soldados. ¡Soldados! Uniformados, mariguanos, charlaban con los melenudos y, sin ninguna duda, intercambiaban mariguana, compartían el toque. Mi hermano y yo caminamos entre lugares con lodazales. En una de esas Juan se cayó y se cortó con un vidrio de caguama entre la palma de la mano y la muñeca. Puta madre. Mi hermanito sangraba profusamente. Me asusté. Nos pusimos a buscar los servicios médicos. Luego de un rato los encontramos. Vi como cosieron a Juan de la mano y lo hicieron en vivo y a todo color. Lo que quiero decir es que no usaron anestesia. Yo veía como lo hacían y no pude soportarlo. Me dio el suspitajo. Me mareé y estuve a punto de caer al suelo.
La herida de mi hermano se volvió un imperativo agente de apresuramiento para salir de ahí y llegar a casita tan pronto como fuera posible. Así que, en la gran oscuridad, con Juan herido nos decidimos a avanzar hacia el pueblo y buscar el primer camión que saliera a México.
Y caminamos. Caminamos. Seguimos caminando. Nos amaneció caminando. Y no llegábamos a ningún lado. ¡Estábamos perdidos en la sierra! Caminamos todo el día siguiente. Luchamos contra la maleza que a veces se mostraba cerrada sin camino posible. Nos detuvimos a comer latas de atún con pan. Tomábamos agua de los arroyos y seguíamos caminando. Así todo el día.

En la tarde preguntamos y, derrotados, con una fatiga indecible, decidimos regresar al sitio del concierto. Ya era de noche cuando logramos que un camión nos levantara y nos trajese a nuestra ciudad a la que fuimos llegando quizá a las dos de la mañana ya del 13 de septiembre. Juan se bajó del camión y vio que yo no estaba con él. Se fue a la casa caminando. Yo me había quedado dormido como una roca en la parte de atrás, donde va el motor, de un camión. En algún momento el chofer, que ya iba de regreso a Avándaro a rescatar a más retrasados, me descubrió y, enojado, me despertó y me bajó de su vehículo. Estábamos en Reforma, al final de esa avenida. Me bajé con un desconcierto tal que parecía recién llegado al mundo. Caminé unas tres horas para llegar a mi casa con la idea de regresar a Avándaro al día siguiente para buscar a mi hermano.
Pero cuando llegué a la casa amaneciendo ahí estaba Juan, bien dormido, alabado sea el cielo. Mi hermanito Juan guarda en su mano la cicatriz de la herida de Avándaro. Yo, nada. Bueno, ahora estas letras.

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