Pterocles Arenarius
El general Porquirio Puercamadre se encuentra en su oficina, la principal del cuartel general de la Policía Federal. Ha estado paseando, ida y vuelta-ida y vuelta, alrededor de la espaciosa sala que se encuentra entre su amplísimo, lujoso escritorio de caoba que pareciera reforzado, justificado por un enorme librero repleto de volúmenes en encuadernación de lujo a sus espaldas. El librero es de madera no menos preciosa que el escritorio, aunque su decorado es sensiblemente menor que el de aquél, ya que sobre esta lujosa mesa de trabajo es posible deleitar la vista ante primores de la ebanistería de algún virtuoso del más pinchurriento pueblo. El amplio espacio donde el general se ha paseado de manera tan inútil como sorprendente, separa la parte íntima de su oficina (el escritorio, el librero con la elegante cantina adosada, una escupidera del lado izquierdo de su grande y móvil silla, una caja de Cohiba y, lo que nadie o muy pocos saben: detrás del librero hay una pequeña recámara con baño completo incluido. Porque un hombre de las decisiones de Porquirio Puercamadre podría requerir ahí quedarse días y noches para estar al tanto con detalle de acontecimientos graves, cuando los hubiere. Pero esa oficina con tan grandes comodidades ―que ni la esposa de Porquirio tiene idea―, en realidad es usado para invitar a tomar la copa y también, cómo no, a coger a alguna secretaria de buen ver o amiguitas que antes le enviaba Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, por ejemplo. Maravillosa costumbre que ya perdió el rey de la basura no sólo física ―desde que Carmen Aristegui lo fulminó exhibiéndolo para conducirlo incluso al borde del suicidio, ¡pobrecito!, ya no le envía niñas, lo que aquel hombre, ex diputado, ex presidente del ex partidazo y gran señor de la basura hacía sin más interés que la mera amistad. Qué gran proveedor de carne hembril para la clase política era ese gordo, carajo. Y además no eran putas, sino mujercitas trabajadoras. No cabe duda que era un genio.
Pero decía que la parte íntima de la oficina está separada de su parte pública por esa amplia área por donde ha caminado tan ansiosa como furiosa y no menos estúpidamente el general.
En el otro extremo se encuentra un amplio espacio más, pero éste está ocupado por una gran mesa mucho más austera que el escritorio, en ella hay hasta veinte lugares que están señalados por sendas sillas, es para llevar a cabo urgentísimas reuniones en las que se decide el futuro de México y sus ciento veinte millones de habitantes y en la cual ha tenido el honor de recibir dos veces hasta el momento al presidente más pendejo de nuestra historia entera, al que no llamaremos por su nombre porque no es necesario y es posible que se ofenda.
Porquirio está furioso. Conteniendo apenas la rabia se sienta apresuradamente cuando su secretaria le avisa a través del sistema electrónico intercomunicador de última generación que el general usa en su lugar de trabajo. Una vez instalado contesta.
Iconografía en las redes sobre el conflicto magisterial |
―Dígame, Laurita.
―General, lo busca el comandante Putrefacto.
―Putrefacto… Muy bien, señorita, hágalo pasar. ―Puercamadre oye los pasos del comandante Sanguinario Putrefacto aproximarse y adopta una actitud hierática, impenetrable, meditabunda e incluso solemne.
―Buenas tardes, mi general.
―Siéntate, Putrefacto. ―Sanguinario Putrefacto se ha cuadrado muy marcial él, sonando los tacones al tiempo que llevaba vigorosamente la palma derecha, tensa hasta el quepí y lo volvía a su costado, en un acto de estudiada perfección. ―Gracias, mi general.
―Dime qué quieres… ―el general parece a punto de estallar pero da la impresión que con gran esfuerzo logra controlarse.
―Mi general, la tropa ya tiene tres horas formada en el patio. Los tenemos en posición de firmes. Un par de muchachos ya se doblaron y…―Porquirio lo interrumpe:
―¿Qué hiciste con ellos?
―Bueno, los mandé a la enfermería porque…
―Es que tú eres pendejo, ¿verdad, Putrefacto?, ¿o te valen verga mis órdenes?
―Mi general, es que de plano ya no aguantaron…
―Eres una chingadera, has convertido a esa punta de pendejos en una cáfila de vacas echadas. Mándalos sacar de la enfermería y los pones encuartelados quince días. Cabrones baquetones, si no tienen madre. Y tú no sirves más que para secundar sus chingaderas. Pinche punta de güevones…
La autoridad viola su propia ley disparando a matar contra el pueblo |
―Mi general, es que ya son tres horas y apenas ayer regresaron de Oaxaca, muchos están golpeados y…
―¡Cállate y no los justifiques! Son un hatajo de cobardes y pendejos. Pero ahorita me van a oír estos hijos de su chingada madre ―Porquirio Puercamadre se levanta furioso de su gran silla, se pone la casaca de general cargada de condecoraciones y se ajusta el quepí y camina tan apresurado que trastabilla y por poco se cae al tropezarse con una de las garras de león tallada preciosamente en la madera, como pata de su propio escritorio.
Sale de su oficina. Pero antes toma una precaución, dice a Laurita: ―Linda, comunícate con mis muchachos, ya sabes, el capitán Puerconio y dile que lo necesito con su gente lista en tres minutos en el patio central― Camina entre pasillos. Está tan furioso que duda, parece extraviado; gracias a eso, su subalterno, el comandante Sanguinario Putrefacto se le adelanta corriendo y llega hasta donde está un gran patio en le cual se encuentra toda la tropa de policías federales que en realidad son soldados del glorioso Ejército Mexicano habilitados como policías e incluso más sobajados todavía, pues los han usado como viles granaderos para que, como tales, se enfrentaran a la gente de Nochixtlán, Oaxaca, que mantenía un bloqueo carretero en apoyo a los profesores de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Sanguinario llega jadeando y les grita:
Aviso |
Monumento al prócer. Alrededor, la batalla |
―Aaaatención… Firms… iiai ―con un grito enérgico y agudo, muy raro, pero no menos hecho, practicado miles y miles de veces. Los militares que han sido habilitados como policías se desconciertan. Ver a su jefe que llega corriendo como un vil mandadero, pálido y descompuesto, gritándoles así, hace que corran, se arreglen la indumentaria colocándose el gorro plegable con el mayor apresuramiento. Algunos ni siquiera reaccionan a tiempo; se forman de manera más que precaria y así son encontrados cuando llega el general Porquirio quien se detiene y los mira con gran desprecio,como si mirara una gran piara, mientras terminan de hacer la formación.
Sanguinario les grita a-aaatenció…, firm… iiai…
―Traime un micrófono, porque tengo que decirles algo a estos cobardes… ―dice Porquirio Puercamadre a Sanguinario Putrefacto. Éste se cuadra como siempre, muy marcial y hasta violento.
―¡Sí, señor!… ―y va casi corriendo a una puerta del gran patio y sale igual de veloz con el micrófono inálambrico. A la vez ha echado a andar la alimentación eléctrica y encendido el aparato de sonido del cuartel; mientras tanto el jefe, el general Porquirio se pasea frente a la soldadesca, sin mirarlos, como conteniendo la furia a duras penas. El subalterno le da el micrófono al general, pero éste lo rechaza diciéndole:
―Pruébalo.
―Sí, señor… Bueno, bueno, probando, uno-dos-tres-cuatro-cinco-se…
―Trae acá, con una chingada. ―Le arrebata el aparato, pues observa que sus muchachos ya vienen; son quince soldados de sus mayores confianzas, todos se ven escrupulosamente armados marchando en la más impecable formación, como si rindieran honores a la bandera; su Capitán Puerconio Malamadre avanza con marcialidad al frente; entonces sí, el general se lleva el aparato amplificador de sonido a la boca y se aproxima a la tropa que, por fin, está en perfecta formación.
El mal gobierno |
―Ustedes fueron a Nochixtlán, Oaxaca, en una misión muy delicada. Hace una pausa dramática y mira directamente a los ojos a algunos de los soldados. ―Y no cumplieron con lo que se les encomendó. ¡Se portaron ejemplificando dos adjetivos que en este momento les voy a decir: fueron cobardes y pendejos!
“Cómo es posible creer que a una fuerza armada, con estudios, capacitada, adiestrada, sometida al mejor entrenamiento militar de México, se le haya ido de las manos la situación frente a una bola de indios patarrajada de un pinche pueblo miserable y situado en el culo del mundo.
“Son ustedes una pinche punta de gallinas. Carajo, a un soldado se le cae la cara de vergüenza de ser tan pendejo como ustedes. Si iban a matar hubieran matado bien. Salieron con su chingada batea de babas, qué poca madre tienen, de veras… Si ya habían matado, si ya habían usado armas largas, pues usarlas bien, con una chingada… ¿No han oído que la pistola, cuando se saca, se usa y si no, mejor ni se saca? Ya que son unas pinches bestias, pues ser bestias pero bien, carajo, bestias a lo grande, no así, bestias a lo mezquino, bestias a lo pendejo. Mataron a once y no hicieron bien nada. ¿Por qué? En primer lugar por cobardes. En segundo lugar por pendejos. ¡Con un carajo, si ya habían disparado, ya habían sacado armas largas, pues a matar indios, chingada madre! Si haces una pendejada pues hazla bien. Si matan a cincuenta de esos pinches indios a setenta o cien, les apuesto que hasta toman el puto pueblo y nadie se les opone. Ya luego hubiéramos visto como tapar todo. ¿No saben lo que se hizo en el glorioso año del 68, ¡salvamos a la patria del comunismo!, no saben lo que se hizo con los cuarenta y tres? ¿No saben que nunca ha salido lo cierto en esos y en muchos más casos? Es que con ustedes no se puede, chingada madre.
“Qué pendejada tan grande. Somos el ridículo nacional.
“Qué pendejada… Y ahí estamos nosotros, el coronel Marraniento Comemierda, el Capitán Presunción del Gargajo y yo. Y yo, el general, su jefe, chingada madre, diciéndole cualquier pendejada, inventando a ver qué puta mentira se nos ocurría para decir a la prensa para encubrir sus pendejadas, poniendo la cara por ustedes para que nos salieran con su estupidez.
“Ahora los pinches indios ya nos la voltearon. Ahora nos están acusando de asesinos, mentirosos y cuanta chingadera se les ocurre, soliviantados por los subversivos de todas las izquierdas y las o-ene-gés. Ya nos echaron encima a los de derechos humanos de todo el mundo, carajo. Chingada madre, cómo pudieron ser tan cobardes y tan pendejos.
El general Porquirio Puercamadre hace una larga pausa. Se hace ver terriblemente indignado, rojo de ira. Camina lentamente ante los soldados como reflexionando. Luego se vuelve hacia ellos y les dice:
―Si hubieran sido un poquito astutos, estratégicos, valientes, se hubieran replegado. Cuando la indiada los atacó a pedradas protegerse con los escudos, replegarse, invitar a los pendejos estos que andan ahí de periodistas, pero con mucho más énfasis a los que son nuestros amigos, los de Televisa y de Tv Azteca, nada más a ellos, que tomaran con todo detalle la acción, la turba de aborígenes enfurecidos sin razón atacándolos y ustedes aguantando, sin responder, replegándose, incluso hubiera sido formidable que entregaran a los indios a uno o dos elementos para que la indiada, tan pendeja que es, los maltratara, los linchara. Y así, al día siguiente, luego de que nuestros grandes amigos, Carlos Marín, Ricardo Alemán, Loret de Mola, López Dóriga, algunos más, concitaran la indignación de la vox pópuli, los acusaran de secuestro, linchamiento, brutalidad, asesinato, ¡terrorismo! y todo lo que quisieran y nos pidieran ¡ya, la acción! contra esa bola de cabrones indios levantiscos.
“Pero no. Como perfectos estúpidos ni mataron para someter ni se replegaron para criminalizar a la indiada. Hicieron todo a medias.
“Qué gente tan pendeja, Dios mío. En balde tantos millones para adiestrarlos, armarlos, darles el alimento, sostenerlos…, ¿para qué, carajo?”
De pronto se oye una voz por allá atrás, entre la quinta o séptima fila.
―Mi general, la gente estaba muy brava. Peleaban como desesperados. Los balaceamos como para matar a cincuenta o cien, como usté dice, pero…
―¡Cállese!… ―Lo interrumpe Porquirio―… ¡Nadie le ordenó hablar! ¡Salga de la formación, ya! Dé tres pasos al frente. ―El soldado aparece marchando con solemnidad y se atreve a hablar de nuevo.
―Mi general, usté no estaba allí, era todo el pueblo y estaban bien enojados. Hasta las mujeres y los niños… Nos recordaron que en Atenco violaron a las mujeres… Defendían a sus mujeres, a sus hijas. Herimos de bala a más de cien…
―Dije que se calle, hijo de su chingada madre…
“Comandante Capitán Puerconio Malamadre, arreste a este imbécil, digo, a este elemento. Lo somete a tres meses de encuartelamiento incomunicado al exterior y con trabajos forzados. ―Dos elementos del estado mayor del general se dirigen al soldado con sus metralletas, lo someten, le ponen unos grilletes y se lo llevan marchando en medio de ambos.
―Por esta vez perdimos. El ejército perdió la batalla de Nochixtlán; aunque por hoy estamos uniformados de policías, el que perdió fue el Ejército, la Fuerza Armada de la Nación. Y eso ocurrió por la ineptitud de los mandos y la cobardía de la tropa. Era cosa de matar. Matar, como de cualquier manera lo hicieron, pero matar bien. Matar en grande, para que los pinches indios aprendan y también escarmienten, para que sepan que nosotros no nos andamos con chingaderas. Pero no así, a lo pendejo. Ahora, ustedes lo van a ver, en donde quiera que vayan se les van a poner al brinco los indios. Con esto ya se envalentonaron. Ahora tendremos que cambiar la estrategia. Vamos a tener que modificar todo, los de la política van a hacer sus pendejadas para ponernos más… ―se vuelve casi de espaldas a los soldados, de pronto pareciera que no se había dado cuenta de que pensaba en voz alta y que de pronto, de manera inopinada, reaccionara:
―¡Lárguense de aquí, no quiero verlos! A chingar a su madre todos. Están arrestados por una semana y sin comunicación hacia afuera. A chingar a su madre, cabrones cobardes.
“Y usted, Sanguinario Putrefacto, véngase conmigo a la oficina”. ―Le dice al oficial que estuviera al mando del operativo.
Una vez en la oficina el subalterno trata de justificarse de las violentas acusaciones del general.
―La gente estaba furiosa. Se portaron, la verdad, muy valientes. Les tiramos cientos o miles de balazos. Herimos con arma de fuego a más de cien. No era posible enfrentarlos cuerpo a cuerpo, nos superaban. Si lo hubiéramos hecho habría sido una catástrofe. Retroceder era una opción, pero hubiéramos necesitado tener muy bien planeada la acción para que se hiciera el escándalo mediático de que nos habían agredido. Pero no fueron tan tontos. No cayeron en nuestras provocaciones, sólo hasta que los atacamos nos respondieron pero de una manera tan intensa y tan grande en lo cuantitativo que no nos lo esperábamos. Nos sorprendieron.
―Sanguinario, no sirves para nada; ya mejor ni hables, te estás perjudicando más. Fírmame aquí… es tu baja definitiva e irrevocable.
―Mi general, no…
―Mira, por el momento te llevó la chingada, ¿está claro? Pero también tenemos que considerar que, así como no hay un gran hombre que no tenga un pasado, tampoco hay un imbécil que no tenga un futuro. Tu condena en realidad es merodear por las afueras. Eres un hijo de la chingada. Tú sabes bien que aquí sólo tienen futuro los que se atreven… los que se atreven a lo que sea. Para entrar a los lugares grandes tienes que hacer algo grande. Y en este momento los lugares grandes de este país los ocupamos nosotros. Así que lo que tienes que hacer es un gran crimen. Tienes futuro.
―Entonces, ¿sigo adentro, mi general?
―Fírmale, cabrón…
―Ya te llevó la chingada. Ahora tienes que hacer méritos. Nadie te está condenando, sólo que ahora estarás afuera. Y también desde afuera se pueden cometer grandes crímenes, ¿no?, tú lo sabes.
“Fírmale… Y vete mucho a chingar a tu madre”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario