Crítica
de la experiencia
¿De
qué irá a servir otra experiencia electoral? Antes de tratar sobre
esa detestable farsa a la que nos somete Leviatán para legitimarse,
daré un rodeo por la experiencia según la entendería Sánchez
Ferlosio y desde el ángulo del conocimiento bergsoniano; del
significado que representa según Aldous Huxley como circunstancia
para abrir caminos y evitar tropiezos, así como del eufemismo que es
para Wilde eso que llamamos experiencia.
Rafael
Sánchez Ferlosio dice: “Las llamadas ‘experiencias personales’
quizá sean necesarias y hasta puedan reportar en ocasiones alguna
utilidad, pero es de todo punto imprudente e inadecuada la garantía
que suele atribuírseles; me refiero a la autoridad casi tiránica
con que se impone el que dice: ‘¡Es que esto yo lo he vivido en
carne propia!’; precisamente por ser las que siempre nos afectan
con placer o con dolor, tales experiencias son las más fuertemente
amenazadas por distorsiones o arreglos ideológicos.”
Henri
Bergson, en La risa, reivindica el concepto de experiencia en
contraste con la miopía propia de la especulación. Y lo hace con
una anécdota de necedad proverbial: “Se le quiso hacer ver a un
filósofo contemporáneo –platica Bergson– que sus razonamientos,
por demás impecables, eran contrarios a lo que demostraba la
experiencia. Entonces aquel argumentador impenitente dio por
terminada la discusión con esta simple frase: ‘¡La experiencia
está equivocada!’”
Oscar
Wilde, a su vez, había dicho que la experiencia no tenía más valor
ético que el de ponerle nombre a nuestros errores, mientras que para
Aldous Huxley la experiencia no es precisamente lo que nos sucede
sino lo que conseguimos hacer con aquello que nos sucede.
Mi
escritor mexicano de cabecera, Pterocles Arenarius, tiene un cuento
llamado “La experiencia” en el que resume e ilustra la coyuntura
mexicana. Un narrador bisoño asiste llevado por un agente de la
judicial a una tertulia de teporochos. Al describir sus propios
estados etílicos, clasifica así las etapas de la borrachera: “la
fase mono, en que se procura ser muy gracioso, pelar diente gratis y
ganarse unas risotadas con la mejor monería”. Luego viene la fase
león, “cuando entra lo bravo y lo muy cabrón y se cree uno capaz
de apagar un incendio a pedos”. Después se cae en la fase vaca,
“en que se muge, se rumia y ya no puede uno consigo”. Y por
último se llega a la fase cerdo, “cuando se revuelca uno entre la
propia basca”. Pues bien, cuando el narrador está en la fase mono,
adula a los ahí reunidos y recibe a cambio la siguiente respuesta
por parte de un padrote “calmudo y autocomplaciente” que forja y
rola un churro de mota:
“–Lo
que pasa es que aquí llegan muchos intelectuales. Cuates muy
huevones que… nos roban todo y luego se jactan de lo que no les
pertenece. Y el barrio no tiene ningún beneficio. Aquí hay
intelectuales del barrio, no necesitamos a los de afuera. Y tú, mi
cuate… Vienes a echarnos flores gratis. Nosotros no damos nada
gratis, tú lo has de saber. Tampoco lo queremos. Este barrio tiene
su historia y mucha gente nos reconoce. Muchos que nunca han pisado
Tepito dicen que nacieron aquí para pararse el cuello…”
Se
arma entonces la discusión. No falta quien eche en cara al patriarca
la vileza con que prostituye a las mujeres de su familia. Animado, el
aprendiz de escritor pasa a la fase león pero ya cruzado con grifa y
cuestiona al mencionado papá grande: “-¿Ha sido usted amado hasta
la muerte? ¿En su vida ha hecho algo como para que lo manden matar,
un acto de rebeldía muy cabrón y contra el gobierno o por lo menos
ha encabezado un movimiento social? ¿Nunca ha matado a un ser
humano? Algo que valga la pena.” Y así se sigue hasta sacar al
interlocutor de sus casillas.
Pero
hablando de casillas. ¿Qué pueden representar para lo que queda del
país unas elecciones confeccionadas desde la dizque insaculación,
la capacitación y el montaje de casillas con el único objetivo de
torcer la voluntad ciudadana? La experiencia ética comienza con la
autocrítica o no es experiencia. Y esa autocrítica que los
“intelectuales” reclaman a los eternos defraudados no tiene nada
que ver con la traición del chucho perredista que empezó en la
guerrilla y concluyó en la complicidad del golpe de Estado llamado
Pacto por México: la autocrítica significa disposición para
superar errores, como se ve en el libro Con las armas de la ficción,
de Patricia Cabrera y Alba Teresa Estrada (UNAM, CIICH, 2012)
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