Cruzar
cierta zona del averno
Pterocles Arenarius
Son unos 20
kilómetros o quizá más, desde la colonia Moctezuma al centro de
Tláhuac. El viaje puede hoy hacerse a punta de puro metro, lo cual
no deja de ser muy ventajoso. Aunque llegando a Tláhuac se hace
necesario trasladarse un par de kilómetros más. Han de ser unos 25
kilómetros si no es que más.
El centro de Tláhuac |
Para
moverse en la hoy llamada Ciudad de México hay que ser muy astuto.
Nunca viajar con el flujo de hora pico. En las mañanas todos van al
centro de la ciudad o sus más cercanos alrededores, nunca viajes con
ellos. Y si se trata de ir a Tláhuac, pues bien vale la pena tomar
hacia el oriente, en metro, porque temprano la hora pico es al revés,
para afuera de la ciudad va vacío el transporte. El metro cumple su
función. A la altura de Santa Martha hay que tomar un camión o una
camioneta que por tan sólo siete pesos te traslada otros doce o
quizá quince kilómetros hasta el centro de Tláhuac. Una chinga el
puro transporte. Pero así es todo en esta ciudad.
Línea Dorada, la 12, inhabilitada por meses, llega a Tláhuac |
El
aire está pesado como pocas veces, pero los chilangos estamos
acostumbrados a tal situación. Nuestro gas respiratorio raramente
está limpio. Pocos días del año tiene buena calidad y no nos
extraña que arda un poco la garganta al respirar lo que se respira.
Hasta dónde hemos llegado.
(En
realidad por eso prohibieron fumar en todos los espacios cerrados de
la ciudad, porque las enfermedades de vías respiratorias se han
disparado y toda la culpa se la quisieron achacar a los fumadores.
Ellos se convirtieron en el chivo expiatorio. La campaña contra los
fumadores ha sido infame, los acusan del cáncer de los no fumadores
y casi los llaman criminales o al menos suicidas. Pero dos cosas,
una, con convertir en delito el que se fume en lugares cerrados no
han bajado los índices de aquellas enfermedades y dos, los
legisladores son incapaces de medidas de verdad radicales y realmente
en favor de la gente. ¿Por qué no se han legalizado y construido
masivamente los carros eléctricos si ya hay prototipos y la
tecnología está al alcance? Porque los legisladores y los gobiernos
obedecen a los dueños del dinero. Y aquéllos dicen: “Hay que
hacer que toda esa gente se mueva usando nuestros carros. ¿Que se
van a envenenar con tanta contaminación? Que se envenenen. ¿Que ya
hay tecnología para evitar la contaminación por los motores de
combustión interna? ¿Y, a mí, qué? Yo dispongo que usen esos
carros y que a los de la plebe se los lleve la chingada. Y que si
algo se va a prohibir que se prohíba el estúpido vicio de fumar.
Los ricos desprecian a lo que ellos llaman el plebeyaje, el pobrerío,
el infelizaje los he oído llamarnos.
Campaña antitabaquistas |
(Los
sedicentes legisladores, parásitos sociales sobrepagados, con sus
honrosísimas excepciones, reconozcámoslo, son incapaces ―e
impotentes― para
prohibir la producción de autos que obtienen energía de la
combustión de fósiles. Por supuesto no es enchílame otra, sería
un conflicto complejo, pero no hay uno solo que lo haya intentado.
Están incapacitados para pensar desde lo alto, para ver los
problemas con perspectiva de amplio visaje. Eso los enfrentaría con
los poderosos, los de verdad muy poderosos. Y los diputadillos que
viven medrando cada tres años para agarrar hueso, por lo general se
venden, como las putas, al mejor postor. Por ahí no hay solución
posible).
Diputados ineficientes |
Luego
hay que esperar un rato en Tláhuac. La gestión se lleva un par de
horas que se han pasado casi por completo a la intemperie, sumergidos
en la nata viscosa y saturada de gases venenosos que danzan en el
aire convirtiéndolo en una maligna mezcla. El malestar por respirar
aire tan contaminado no es mucho, estamos acostumbrados. ¿Pero tanto
tiempo?
Por
fin se desenreda el hilo de la gestión y se cumple el objetivo. Y
ahora vamos de regreso. Lo mejor es el metro. En taxi un viaje desde
Tláhuac hasta la Moctezuma costaría ―si
uno es buen conocedor de
las tarifas, porque si no
lo eres los taxistas te chingan; además si eres no menos
sabedor de las mejores rutas en cuanto a poco tráfico y velocidad de
desplazamiento― más
de 200 pesos, quizá unos
300 (leí que en estos días de contingencia ambiental, luego de
aplicado el doble hoy no circula, un taxi de la llamada Uber se
alcanzó la lindeza de cobrar mil 400 pesos por una dejada, en la
miseria, sería). 300
pesos que como
máximo podría pagar,
comparados
con cinco pesitos de la camioneta y otros cinco del metro, diez en
total, es justamente el cinco por ciento de los 200 y
menos todavía
de los 300. Además, en
metro y, aun en camioneta, es posible viajar leyendo; un
par de horas de lectura mientras viajas no está nada mal.
Bendita sea la lectura,
un placer en medio del monstruoso caos
de la monstruosa ciudad.
En taxi, en realidad, no
se puede leer.
Leer en el metro |
Al
final ha sido un día, si bien productivo, también peligroso,
expuesto a gases venenosos que se encuentran en nuestra atmósfera
impunemente. Es una locura, con tal de transportarse con comodidad,
los chilangos prefieren matarse. Bueno.
La
exposición de tantas horas a tanto gas dañoso, deletéreo, lo
pagaré muy caro.
Al
siguiente día empecé con tos. Al tercero la ronquera se volvió
patológica. Lo peor del caso es que la “contingencia ambiental”,
como la llama el gobierno, no disminuía. Para la noche de este
segundo día, a pesar de que no salí más a respirar podredumbre, ya
no pude dormir. La tos se volvió implacable, tan fuerte que parecía
sin duda capaz de destrozar mi garganta, y el esfuerzo tusivo, de
romper las delicadas arterias cerebrales; además los síntomas de
una aguda infección de las vías respiratorias estaban más que
visibles.
Y
entonces vino el infierno.
A
pesar de mi renuencia permanente a tomar antibióticos, esa carrera
enloquecida de matar a los bichos que me hacen daño para que luego
se vuelvan resistentes pero luego matarlos con una droga más fuerte que la anterior
para que en la nueva generación se vuelvan más resistentes y luego matarlos con otra droga
más fuerte que la anterior para que… De locos, de nunca acabar. No, mejor tomar
antibióticos sólo hasta que de plano el puerquecito no soporte más.
Porque generalmente ―al menos en el caso de mi puerquecito― él
tiene sus medios para defenderse y lo hace, lo ha venido haciendo
maravillosamente bien durante décadas, por más que a estas alturas,
ya soy un viejo, ya no sea tan efectivo como hace treinta años. Pero
la situación de mi garganta se sentía de focos rojos. Y luego empezó, ya había empezado el catarro, pero con inquina, sañudo. La nariz fluía como si no hubiera control, los ojos lloraban, el malestar se agudizó agregándose la moquera asfixiante, el lagrimeo molesto en los ojos y los estornudos en accesos de cinco o seis.
De
pronto
apareció un síntoma que me resultó extremadamente extraño.
Un dolor en lo que la gente del pueblo llama con gracia el cuadril,
es decir, la cadera, el hueso sacro y se extendía por la parte
anterior de las piernas. El síntoma es extraño, el dolor es bien
conocido. Es ese dolor que da cuando te estiras, cuando te inclinas y
tratas de tocar con la punta de los dedos la punta de los pies. Ese
dolor lo he sentido toda mi vida, afortunadamente he hecho ejercicio
la mayor parte de mi existencia. Pero ¿por qué este dolor si no hay
estiramento?, pero el dolor ahí está. Y no se quita acostado ni
sentado ni de pie, aunque en esta última postura es menos agudo. No
hay postura en la cama en la que mengüe. Pues no hay que estar
acostado, me levanto y me siento a ver el feisbuc; un rato después
ya estoy hasta la madre del puto dolor, entonces me levanto un rato.
Siempre tosiendo y estornudando.
La tos viene por accesos cada dos o tres minutos, los estornudos se
agregan o atacan cuando parece venir la calma. Mi mujer se ha ido
a dormir luego de hacerme un té que me salva un buen rato. La tos es
como un grupo guerrillero que ataca y se retira dejando sus daños y
poco después vuelve a hacerlo y no es posible detenerla con nada. La
moquera es un río como desangrándome. Un par de horas después estaré,
además, deshidratado.
Después de un rato, ya estamos a media noche, interviene la fatiga,
el sueño. Pero la tos no cede y el dolor del estiramiento sin
estiramiento se vuelve una especie de daga clavada en el centro
trasero del cuadril y en la parte posterior de los muslos. Con la
falta de sueño llega un dolor de cabeza que vuelve temible cada
ataque de tos o cada estornudo. Parece que me va a estallar la cabeza
cada que toso.
Pero no puedo evitar la puta tos ni el sanguinario estornudo que, por
cierto, me hace sangrar un poco la nariz. Me agarro la cabeza cada vez
que
aparece la convulsión tosedora, como si con ello pudiera asegurar
que no se reventarán las venas o las arterias cerebrales.
Los ciclos |
El dolor
del estiramiento llega ahora hasta las mismísimas nalgas y también
aparece un poco en las pantorrillas. Tengo que cambiar de posición
cada cinco minutos para que los dolores se repartan y la tos me
permita una tregua, pero no hay tregua. Empiezo a elucubrar a qué se
debe el dolor de estiramiento sin estiramiento. ¿No tendré cáncer
en la médula ósea? ¿Por qué me duele así? ¿No estaré
descalcificado? Se reúnen la tos convulsa y el estornudo, a veces los dos al mismo tiempo, con el amenazante dolor de
cabeza, el misterioso dolor como si me estuvieran estirando sin que
ocurra, el sueño, imposible de conciliar por los dolores, por la tos, por los estornudos, por la asfixia en moco; ya me
pongo de pie y camino, ya me canso y me siento y no soporto el dolor,
entonces me acuesto y se vuelve casi insoportable el dolor, ¡por qué
si no me estoy estirando, puta madre! No hay tregua. El dolor viene y
no se va y te ataca y te tortura y no te deja descansar para que, al
agregarse la fatiga, te duela más. Pienso que quizá en otra vida
morí atormentado en el potro, esa máquina infernal que estiraba a
los herejes hasta hacerlos morir. Por verdugos de la Santa
Inquisición. Es posible. Mi alma está recordando ese momento que
tiene grabado por el sufrimiento del que fuera mi cuerpo en aquella
época. ¿Por qué no? Eso explica que ahora sea un enemigo tan feroz
de la iglesia, que sí lo soy. Por eso he publicado un libro que se
llama Apostatario (Tres ejercicios de blasfemia).
No, eso es ridículo, la reencarnación no existe. Pero este puto
dolor tan raro. He repetido varias veces ¿Dios mío, qué es esto?, dolor, tos, catarro, tortura. Y
ahora que me siento libre del dolor, me doy cuenta que era automático
eso de referirme o incluso dirigirme a Dios, porque me doy cuenta que
nunca pensé en Dios al menos de manera racional. Me di cuenta que
eso es la agonía. Un camino de dolor que sólo termina con la muerte
como descanso. ¿Será posible que me muera? Pienso que si esto se
prolongara, digamos, unos diez días sí, me muero. No soportaría
tanto. Tan poquito. Y yo que
siempre he pensado tener un umbral grande al dolor.
Es tan endeble el cuerpo. Tan delicado. Tan milagroso el estado de
salud. Véanme ahorita escribiendo casi con sentido del humor de que
me sentía de la regran chingada y hasta pensaba, en serio, en la
muerte. En mi muerte. El
dolor sostiene un duelo con la fatiga. El misericordioso cansancio
vence al despiadado dolor de estiramiento. Me quedo despatarrado,
como si hubiese estado borracho (¡ojalá
lo hubiera estado!), sobre el
sillón, piadosamente doblegado por el sueño y el cansancio.
Pero
un rato después la incomodidad y también el dolor vuelven a
despertarme al infierno. Son las tres de la mañana y, por si fuera
poco, suena la alarma sísmica. El poste que tiene una camarita negra
en su brazo dice ¡alerta sísmica!, con
su voz que, sin duda, es la de Big Brother,
el de Orwel, claro, no la mierda de Televisa; y
hay un zumbido desagradable, claro, alarmante. Mi mujer trabaja en el
centro de monitoreo de las cámaras de vigilancia, conoce bien el
sonido. Se levanta y me dice que salgamos que temblará en menos de
un minuto. Salimos a la calle. El vecino del departamento 3 está a
un tercio ―porque
no está a un medio―
de la calle. Él y su esposa
demuestran encontrarse en un estado de peda escandalosa. Intoxicados
etílicamente hasta la
coronilla. Más allá de la
felicidad y también próximos al infierno. De esas veces que ya
rebasaste con mucho los momentos felices de la peda. Se meten, no
tiembla. Fue falsa alarma. Ahí vamos para adentro. Mi mujer me
ofrece un té. Va, se lo acepto. Un masaje, gracias. Su compañía.
No, gracias, tú qué culpa tienes. “Vete a dormir, mi vida. Aquí
me quedo tomándome el tecito, gracias” y, hace bien, se va, luego
de que le explico que acostado me duele más el cuadril. Putamadre.
Putamadre. Este cuerpo es un despojo doliente que no deja de estornudar ni toser. Me miro en el espejo
pensando que, en una de ésas, esta vista de rostro sea una de las
últimas. Veo el cuadro que me hizo mi carnalito, el pintor Enrique
Ramírez, me dan ganas de llorar. Pues llora, cabrón, total, qué.
Pues ahí estoy llorando. Pero no era del dolor, sino del acto del
Quique. Cómo se pone uno de
vulnerable con apenas un poco de dolor.
¿Por qué me pintó? ¿Qué se imaginará de mí? ¿Merezco tal
homenaje? ¿O no es homenaje? Me puso las barbas más blancas de lo
que las tengo. ¿Me ve más viejo de lo que soy?
Pterocles Arenarius. Óleo. Enrique Ramírez |
Cuando
me consuelo un poco me pongo a navegar por internet. La idea de la
muerte no se va. Me encuentro el homenaje a Mario Santiago
Papasquiaro, el infrarrealista. Lo mató un camión. Putamadre. Me
encuentro a Ramoncito Méndez, otro infrarrealista, personaje de Los
detectives salvajes del
famosísimo Roberto Bolaño, no menos infra; Ramón se mató él solo
bebiendo a lo bestia. Miro sus últimas fotos, ultramadreadísimo,
como me siento ahorita. Sé lo que viviste, carnal, está igual de
barbón que yo, pero sin canas, murió más joven de lo que yo soy.
La muerte |
En ese momento veo a mi
muerte ahí en la puerta de mi casa. Sonríe según ella
tranquilizadoramente. Me tiemblan las corvas, me cago de miedo, se
me quitan todos los dolores. Le
tengo miedo, cómo no,
a la señora del gran poder. Ahí está esperándome, pero me
tranquiliza, no es ahorita, es…, después, Pterocles, todavía
no, no tengas miedo. Es más,
no tengas miedo ni aunque fuera éste el momento.
Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro |
De
cualquier manera ella está (casi) siempre esperando, hay un momento
en que ya no espera, porque ella te toma y deja de esperar y te vas
con ella al lugar de donde viniste, de donde ella te trajo. La muerte
es una madre.
Pero putamadre, a mí me está llevando la chingada de
dolores, aunque Ella me haya
tranquilizado. La tos no
cesa. Nunca ha cesado. Tengo la garganta destrozada y el cerebro a
punto de romperse por el esfuerzo de la convulsión tusiva.
Es una tos muy dura. Millones de fragmentos de mierda, residuos de la
mala combustión de los putos automóviles malditos que por millones
y millones andan ahí afuera a lo pendejo me pusieron así. ¿Hasta
qué punto esto se debe a la corrupción? No debe ser poco. Sé que
en
los llamados “Verificentros” los empleados le dicen a quienes
llevan a probar sus carros “¿Que pase o que no pase?”. Ni
uno hay que no responda,
obviamente, “Que pase”. “Bueno, mire usted, caballero, para que
pase su auto le sale, nada
más en tres mil pesitos”.
El automovilista ni le mueve, sabe que si no da los 2 mil 500 y algo
de más (la verificación cuesta 472 pesos) su puto carro jamás
pasará. Se mocha y todos felices. Este es un negociazo. Pero el
resultado es que nos está llevando la chingada. ¿Quién putas tiene
la culpa de que el aire de mi ciudad sea una mierda? ¿La tiene
Miguel Ángel Mancera? Hay que decir que este mal sujeto ha permitido
que los policías vuelvan a robar, como ya no lo habían hecho desde
hace más de una década. ¡Los policías del DF ya no robaban!
Raramente extorsionaban, porque no se acabó con eso, pero se llegó,
lo sé bien, a niveles mínimos.
Ícono provocado por la acción policiaca real. Vale (incluso más) a pesar de las faltas de ortografia. |
Hasta empezaban a caerme bien. Pero
con Mancera regresaron a las malas mañas. Como muchos chilangos, me
siento traicionado por Miguel Ángel Mancera y procuraré por todos
los medios que no vuelva a gobernar nada el hijo de su chingada
madre. Si pudiera influiría
hasta en su propia casa, para que ni ahí volviera a malgobernar el
cabrón. Si los policías
roban casi a su antojo a los automovilistas (a mí me robaron en un
retén, ah, porque además hay retenes, en los que ilegalmente
revisan los carros que se les antoja) ¿qué no pasará en los
llamados Verificentros? Pues lo que pasa es que tenemos la puta
ciudad convertida en una cámara de gases. Qué poca madre, de veras.
Descontento contra Mancera |
A
mí hasta me hicieron ver a La Catrina en la puerta de mi casa. Mi
mujer me dirá,
cuando haya concluido el paso por el infierno,
que la vista de La Catrina
fue por la temperatura, que el dolor del cuadril también se
debe a lo mismo.
Que los antibióticos no actúan instantáneamente. En fin.
A
las cuatro de la mañana, convertido en un guiñapo doliente,
macerado por Mancera y los
millones de partículas contaminantes suspendidas en el aire gracias
a sus raterías, sin
esperanza y con dolores múltiples, con sentimientos agónicos,
derrotado,
misericordiosamente, otra vez, acude la fatiga a
salvarme y me derrumba en una
colchoneta vieja y sucia de mi biblioteca. Entre tres mil libros míos
y un número indeterminado del poetazo Adrián Román que me los dejó
en custodia, me quedo dormido profunda,
inconmensurablemente, como
muerto.
En
la mañana me despierta mi mujer con un cariño que siento no
merecer. Como
si hubiera despertado en la gloria por ser un buen hombre y un buen
escritor, que es, para mí, lo mismo, lo único. Con
caricias, ella,
me trae de nuevo al mundo.
Ella |
No
es el paraíso por
cierto,
pero ella sabe hacerlo parecerse no tan poquito.
De
manera milagrosa
desapareció
el
dolor del estiramiento y, en
la garganta, aunque sigue cosquilleando traicionera, ya no hay dolor,
ni
la
cabeza se
siente a punto de reventar,
la tos se muestra
muy moderada y los estornudos.
Pero lo mejor es que una linda muchacha te tome entre sus brazos y te
mime. El infierno ha pasado.
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