Benito
Juárez García
Pterocles Arenarius
Pocas veces en la
historia México ha estado cerca del desmembramiento como a mediados
del siglo XIX. Al concluir la independencia, prácticamente no
existía la idea de país, mucho menos de nación. Nuestra patria,
siempre saqueada, después de sacudirse la inicua colonización
española se encontraba al borde de su desaparición.
Fue en este contexto, después de la vergonzosa guerra de rapiña de
Estados Unidos, potencia en ciernes, en 1847, cuando surge un grupo
de hombres que habrían de construir, aun a despecho de muchos, lo
que de grande y de sólido todavía perdura en este país. Los
verdaderos unificadores y constructores de México son los liberales
que vivieron en el siglo XIX mexicano.
Guerra de rapiña del imperio gringo para añadirse territorio. |
Cuando parecía que la catástrofe no tendría fin, cuando, después
de la bárbara destrucción sistemática que durante trescientos años
hicieron los españoles de la grandiosa cultura milenaria que crearon
los originales habitantes de México y después de la independencia,
México se encontraba en medio del caos en múltiples ámbitos;
cuando, pocos años después de la independencia la patria se vio
cercenada en más de la mitad de su territorio por la voraz ambición
imperialista norteamericana, aparece ese grupo que, no es
exageración, debemos llamarlos superhombres, que realizan la
verdadera fundación de este país, los liberales.
Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Mariano Escobedo, Porfirio Díaz, Ignacio Zaragoza, Francisco Zarco, Santos Degollado, Sebastián Lerdo de Tejada, Jesús González Ortega, entre otros, el equipo de Juárez |
Son ellos, entre mestizos e indígenas, quienes, actuando como
políticos, legisladores, dirigentes sociales, diplomáticos, poetas,
novelistas, intelectuales, cronistas, historiadores, militares, pero
lo asombroso es que el talento en todas esas disciplinas, con
estatura de, al menos, profesional, si no es que de estadista o de
genio, suelen darse en un solo individuo. Agreguemos, entre
paréntesis, que los liberales hacen una refundación de lo que
después ha sido la gran literatura mexicana. Después de que Sor
Juana y Juan Ruiz de Alarcón nos incluyeran en el siglo de oro
español, cuando aún era la Nueva España, los
escritores-políticos-dirigentes-militares-legisladores-diplomáticos
y hombres que como pocos merecen el adjetivo de libres y el de
conscientes, los liberales, crean una literatura, que es fundar un
espíritu, el espíritu de este país; una más de las muchas hazañas
que les debemos.
Los liberales que llegan al poder entre un conglomerado ―pues
no era un país― sumido
en la más absoluta ignorancia, con más del 95 por ciento de
población analfabeta, con una enorme masa de la gente en condiciones
de extrema pobreza y sin consciencia de pertenecer a un país, con
casi la mitad de los habitantes que ni siquiera hablaban el idioma
español y bajo la acechanza de las grandes potencias mundiales.
Los conservadores que ofrecieron el imperio mexicano a Maximiliano de Habsburgo. Juan Nepomuceno Almonte (hijo de José María Morelos y Pavón), José Manuel Hidalgo -amigo cercano de la emperatriz Eugenia-, el padre Francisco Javier Miranda, don Antonio Escandón -socio de la Casa Jecker-, el ingeniero Joaquín Velázquez de León y Esnaurrízar, el general de origen francés Adrián Woll, el General don Miguel Miramón y Tarelo, el Doctor don José Pablo Martínez del Río, Tomás Murphy, Ignacio Aguilar y Marocho. La fecha del ofrecimiento oficial fue el 2 de octubre (de nefasta memoria) de 1863. |
Por otra parte, en el país existía una clase criolla
ultraconservadora y adinerada muy minoritaria que mantenía una
fuerte alianza con la iglesia católica. Este grupo privilegiado,
poderoso económicamente, ensoberbecido de manera fanática y
convencido de su superioridad racista sobre los indios, pretendió
hacer de este país una monarquía católica absolutista.
Juárez tuvo la visión de entender la circunstancia mexicana con una
amplitud histórica. “En un discurso pronunciado el 16 de
septiembre de 1840 en el que Juárez criticaba acremente la huella
del régimen virreinal en México, manifestaba que el régimen
colonial “descuidó la educación”, “crió clases con intereses
distintos”, aisló, intimidó, corrompió, dividió, provocó
“nuestra miseria, nuestro embrutecimiento, nuestra degradación y
nuestra esclavitud”. “Pero hay más. La estúpida pobreza en que
yacen los indios, nuestros hermanos. Las pesadas contribuciones que
gravitan sobre ellos todavía (...) el abandono lamentable a que se
halla reducida su educación primaria”. Son palabras que en este
momento son vigentes.
Juárez, un hombre con una fe tan poderosa como la inmensa misión
que se echó sobre las espaldas, dijo en otro discurso: “Dios y la
sociedad nos han colocado en estos puestos para hacer la felicidad de
los pueblos y evitar el mal que les pueda sobrevenir (...) Hijo del
pueblo, yo no lo olvidaré; sostendré sus derechos, cuidaré de que
se ilustre, se engrandezca y se cree un porvenir”.
“Siempre religioso, Juárez veía a través de la Constitución y
la Reforma la redención de la república indígena” nos dice Justo
Sierra.
El temple. La mirada. |
En los momentos de terrible asedio, de inminente peligro, Juárez
mostró su grandeza; “con sólo un acompañante, Juárez salió de
la Ciudad de México, y al mes proclama su gobierno en Guanajuato. Se
iniciaba la guerra de Reforma. Los conservadores disponían de un
ejército regular, del dinero de la Iglesia Católica y de los
hacendados. Los liberales, dispersos, tienen tropas mal armadas y
peor preparadas. Al iniciarse la campaña, un regimiento sublevado
los arresta en Guadalajara. El escritor Guillermo Prieto narra la
escena en una de sus crónicas: en dos pequeñas piezas, ochenta
liberales detenidos, unos escriben sus disposiciones testamentarias,
Juárez se pasea silencioso, con inverosímil tranquilidad. Una voz
grita: “¡Vienen a fusilarnos!” Y Prieto, memorablemente, actúa:
"Los valientes no asesinan. (...) ¿Quieren sangre?, bébanse la mía..." Guillermo Prieto. |
“Rápido como el pensamiento, tomé al señor
Juárez de la ropa, le puse a mi espalda, le cubrí de mi cuerpo,
abrí los brazos y ahogando la voz de fuego
que tomaba en esos momentos, grité: “¡Levanten esas armas! ¡Los
valientes no asesinan!” Y hablé, hablé yo no sé qué... A medida
que mi voz sonaba, la actitud de los soldados cambiaba. Un viejo de
barbas canas que tenía enfrente y con quien me encaré diciéndole:
“¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía!”, bajó el fusil. Los
otros lo mismo. Entonces volteé a Jalisco. Los soldados lloraban,
protestando que no nos matarían, y así se retiraron como por
encanto. Mis compañeros me rodeaban llamándome su salvador y
salvador de la Reforma¸ mi corazón estalló en una tempestad de
lágrimas”.
Juárez, acerca del episodio, escribe: “El día 13 se sublevó la
guardia del Palacio y fui hecho prisionero por orden de Landa, que
encabezó el motín. El día 15 salí en libertad”.
“No sin cierta razón se dirá que el tratado McLane-Ocampo
implicaba lo mismo (contra lo que luchaba Juárez, la dominación por
una potencia extranjera, en este caso) con respecto a los Estados
Unidos, pero Ocampo y Juárez eran demasiado astutos para no haber
ponderado los riesgos de su posición frente a las ventajas
diplomáticas, económicas y militares que obtuvieron. Su victoria
inmediata sobre el bando conservador (que paralelamente firmaba el
tratado Mon-Almonte) es la prueba mejor de que ese cálculo existió
y funcionó”. La aprobación del tratado McLane-Ocampo, como
sabemos, no fue aprobado en el congreso norteamericano; un permanente
ataque a Juárez consiste en decir que si se hubiera aprobado el
dicho acuerdo, etc., el hubiera no existe. Lo que sí padeció la
nación fue la pérdida de su soberanía y su viabilidad como país
cuando fue invadido por la que fuera la primera potencia mundial en
aquellos tiempos, Francia, cuyo emperador, Napoleón el Pequeño, en
acuerdo con los apátridas conservadores nacionales impusieran en
México, como emperador, a Maximiliano de Habsburgo. Pero una vez
más, el grupo de los liberales, al frente de un sufrido y heroico
pueblo, expulsaron a los invasores para recuperar nuestra soberanía.
Como estadista vemos “(...) en el caso de don Benito, tres
características: 1) Con él se origina el proyecto de nación que,
diga lo que diga el PAN, aún no termina. 2) No es un mártir ni un
precursor. Es una rareza: el héroe que triunfa al cabo de todas las
peripecias. Venció al racismo ancestral, a las dificultades de un
país atrasado y en una región todavía más atrasada, a su carácter
tímido y cerrado, a las divisiones entre los liberales, al odio
cerrado de los conservadores, a la intervención francesa, al imperio
de Maximiliano, a la oposición interna, a la prensa que lo odiaba.
Juárez es perseguido, encarcelado, desterrado, obligado a gobernar
en la huida, calumniado, vejado, ridiculizado. Y es un triunfador. Y
3) Juárez es la raíz del laicismo en México, el gran símbolo de
la tolerancia y la libertad de pensamiento y de cultos, lo que le ha
valido el odio histórico de la derecha y de la ultraderecha.
“Vaya que ha sido intenso el linchamiento histórico. La educación
privada de carácter confesional lo ha calificado, literalmente, de
Bestia Apocalíptica y en sus libros de texto se le ha difamado
llamándolo “esbirro de los norteamericanos”. Hasta hace unos
años se le acusó de “enemigo de Dios”, y todavía en las
primeras décadas del siglo XX las Señoras Decentes, al extremar su
pudor, en vez de decir: “Voy al baño”, musitaban: “Voy a ver a
Juárez”. Durante un largo tiempo en los colegios particulares se
cantaron las injuriosas letrillas: “Muera Juárez que fue
sinvergüenza”. Antes de la Revolución de 1910, en los pueblos
controlados por sacerdotes se le exigía a los presidentes
municipales o tirar el retrato de Juárez a la basura o ponerlo de
cabeza. Y todavía en 1948, la Unión Nacional Sinarquista, organismo
inspirado en la Falange franquista, convoca a un mitin en el
Hemiciclo a Juárez, sustentado en la prolongada cauda de insultos a
don Benito. En el paroxismo, un orador lo afrenta: “No eres digno
de ver las caras de hombres honrados”, y le escupe a la estatua,
vendada de inmediato para librar a los asistentes de la procaz mirada
del “Gorgona de Guelatao”. (1)
Cronología aproximada del expansionismo gringo. Tiempos de Antonio López de Santa Anna. |
(Antonio López de Santa Anna) “El dictador que lo odió y lo
desterró lo recuerda con desprecio escénico: “Nunca me perdonó
(Juárez) haberme servido la mesa en Oaxaca, en diciembre de 1829,
con su pie en el suelo, camisa y calzón de manta, en la casa del
licenciado Manuel Embides... Asombraba que un indígena de tan baja
esfera hubiera figurado en México como todos saben”. (2)
A los que han perpetrado el escarnio contra hombre tan grande y a los
que siguen haciéndolo, digámosles que quien de tal manera ofende,
sólo está mostrando su real dimensión humana, pero además es
bueno que sepan que “No hay mejor ni más grande alabanza que la
injuria venida del hipócrita”.
En Nueva Orleans, en 1853, Juárez trabaja en un
taller de imprenta y en una fábrica de tabaco. Escribe en sus
Memorias:
“Yo me resigné a mi suerte, sin exhalar una queja, sin cometer una
acción humillante”. Otros de sus compañeros, que participaron en
sus gobiernos, son meseros o venden ollas.
Cuando se inicia la guerra (...) “en tres años intensos, (...) los
liberales, paulatinamente, se apoderan del país o, por lo menos, de
sus plazas estratégicas, y promulgan victoriosamente las Leyes de
Reforma del 12 de julio al 11 de agosto de 1859. Se nacionalizan los
bienes del clero, hay separación de la Iglesia y el Estado, se
exclaustra a monjas y frailes, se extinguen las corporaciones
eclesiásticas, se concede el registro civil para los actos de
nacimiento, matrimonio y defunción, se dicta la secularización de
los cementerios y de las fiestas públicas y, algo esencial, se
promulga la libertad de cultos.
Caricatura juarista. |
En suma, se declara concluida la etapa feudal del país, y se sientan
las bases del pensamiento moderno. Se necesitarán más tiempo y
numerosas batallas políticas, militares y culturales para implantar
efectivamente la sociedad laica, pero es enorme el avance de las
Leyes de Reforma”. (3) Es decir, se han dado los pasos para hacer
de México una nación más humana, más justa, más igualitaria. Y
esto cuando aún no era una nación.
Andrés Molina Enríquez dice al mirar un retrato de Juárez: “Se
ve por ese retrato que Juárez era un hombre muy notable por sus
cualidades de carácter, por su imperturbabilidad para recibir los
acontecimientos, por su pasividad para sufrir los reveses, por su
entereza para luchar con las dificultades, por su calma para esperar
los triunfos, por su persistencia para alcanzar sus propósitos, por
su firmeza para seguir sus convicciones, hasta por su aspecto severo,
frío, impasible, de divinidad de teocalli”. (4)
Una declaración de su esposa Margarita Maza lo pinta de cuerpo
entero: “Está muy feo, pero es muy bueno”, escribió ella a su
padre acerca de su marido el que hoy llamamos Benemérito de las
Américas.
Aunque Benito Juárez García fue un hombre de grandes ideas y de
expresión, aunque muy concisa, de rotunda contundencia; él se
valoró más por sus acciones: “Quisiera que se me juzgara no por
mis dichos sino por mis hechos. Mis dichos son hechos”. (5) Pues
finalmente, cuando todo termina, lo que queda, en lo inmediato, son
los hechos, ya que “Por sus hechos los conoceréis”. Pero la
inmortalidad, a pesar del bárbaro ludibrio, del odio gratuito, está
en las superiores ideas de nuestro muy respetable hermano mayor
Benito Juárez García. En las letras iniciales de su nombre llevó
el estigma de lo que fue para México, la B de lo Bueno, la J de la
Justicia y la G de un Gigante espiritual.
___________________________________________________________
(1) Carlos Monsiváis
(CM), revista Letras Libres No 14, 21 de marzo de 2003.
(2) Enrique Serna,
El seductor de la patria, Joaquín Mortiz, 1995.
(3) CM, ibid.
(4) Guillermo
Prieto, Mis tiempos, Ediciones La Prensa, 1983.
(5) Andrés
Henestrosa, revista Letras Libres No. 14.
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