miércoles, 4 de diciembre de 2013

Para no ser esclavos

Pterocles Arenarius
Columna: In naturalibus

grabadocuatro
 
 
Pour ne pas sentir l’horrible fardeau du temps qui brise vos épaules et vous penche vers la terre, il faut vous enivrer sans trêve.
Mais de quoi? De vin, de poésie, ou de vertu à votre guise, mais enivrez-vous!
 
Charles Baudelarie
 
 
(Para no ser esclavos y víctimas del tiempo embriagaos, embriagaos sin cesar. De vino, de poesía, de virtud. De lo que queráis). Traducción de Luis Cardoza y Aragón.
 
 
Hay dos maneras muy fáciles de ser desgraciado en esta existencia: trabajar haciendo algo que se odia hacer o vivir por años siendo una persona malcogida. Y si quieres en tu vida la desgracia plena acumula ambas condiciones.
Es terrible decirlo, pero la gran mayoría de la gente trabaja haciendo cosas que odia hacer, o al menos que cambiaría por algo que sí le gustara. Y no menos cabrón está el hecho de que, según algunas encuestas, algo así como el setenta por ciento de las mujeres jamás han sentido un orgasmo y como la mitad de ellas ni siquiera tiene idea de qué será eso. En otras palabras, son mujeres malcogidas. Y también malcogientes. ¿Y qué hay de ellos? Los gringos han publicado encuestas en las que dicen que para echar un buen palito, el tiempo promedio son siete minutos. En ese tiempo no alcanza uno ni a ponerse caliente. Sí lo creo. Walt Whitman reportó que no había peor amante que un anglosajón. (Yo creo que el maravilloso oh captain, my captain los comparó con los negros). Y ya francamente en el territorio de la especulación, ¿será por ser gente tan malcogida que el imperio de los gringos es tan criminal?
Datos tan escalofriantes sobre el sexo explicarían mejor que cualquier otra circunstancia el hecho de que éste es un mundo desgraciado que produce por millones gente desgraciada. Por si no fuera suficiente, agreguémosle dificultades económicas o de plano la franca pobreza, las comunes desavenencias en las relaciones interpersonales, los jefes idiotas y arbitrarios en el trabajo de por sí odiado, la policía estúpida y el indecente gobierno, criminales a mano armada los primeros y simples rateros y criminales intelectuales los otros. He ahí lo más que suficiente para vivir en el infierno.
Hay una manera simplísima —aunque demasiado costosa— de escapar de semejante sitio de tortura: la embriaguez, la alcohólica. Pero vamos a explorar escapes menos autodestructivos.
Créanmelo, hay gente que se aviene y sin duda con dolor —autoengañándose— hacen lo imposible hasta que logran disciplinarse y autosometerse a las anotadas desgracias. Bueno, hasta se acostumbran. Que el jefe es arbitrario y estúpido, hay que obedecerlo, nunca hacer que se fastidie y someterse sin chistar. Que nunca te has venido, ah vieja pendeja, si ni siquiera sabes qué es eso ni tienes idea de que se sentirá y la única referencia más que oscura y perversa que tienes es que se ha de sentir tan cabrón (no bonito, no una delicia, no el éxtasis pues sepa dios qué chingadera será eso), se ha de sentir tan cabrón que los pinches hombres andan como perros detrás de las viejas porque ellos sí lo sienten siempre, hasta haciéndose con las manos lo que ellos mismos llaman una simple chaqueta se vienen los cerdos. No, ni lo mande diosito, yo pa’qué quiero sentir eso, capaz que me vuelvo loca. Mejor así estoy bien, aunque sea una histérica, aunque esté siempre tristona y malhumorada, aunque haya cosas que me hagan sospechar que coger rico, con alguien que te guste mucho y que si lo amas tantito debe ser eso, la locura; aunque me pase la vida soñando con que llegue “el amor” a mi vida. Aunque me ponga unas calentadas tan inútiles como las de un bóiler automático —que se calienta por sí mismo y se enfría luego de un rato— por estar viendo las telenovelas en las que ahora en cada episodio y sin más, las parejas se meten encuerados en la cama y se manosean que ay qué horror y a la vez ay qué envidia. Que el trabajo es más que demandante y te arrebata tanto tiempo que no te deja ni para ver a tus propios hijos y te trae tan estresado como un ratón perseguido para darle muerte. Pues hay que trabajar y no quejarse sino antes dar gracias a dios porque tiene uno trabajo, ya ves cómo hay gente que ni siquiera consigue en que ganarse la vida.
Que el país está lleno de gordos incluyendo los niños porque la gente traga alimentos chatarra por destajo y no puede pasar un día sin tomarse litro y medio de aguas gaseosas y embotelladas y con sobredosis de azúcar y que por esas causas la terrible diabetes es epidémica y, de seguir subiendo su morbilidad en unos años será una condición “normal” en México. Y hasta hay quien dice —con un tufo altamente racista— que los mexicanos tenemos un gen hereditario que nos predispone para sufrir la diabetes.
Que la gente que se estresa con tanto trabajo, se desgasta, se envenena el cuerpo por las constantes y cotidianas dosis de adrenalina por tanto puto estrés y pasandito los cincuenta ya están amenazados de infarto, hipertensos, diabéticos, miopes-astigmáticos, obesos, inutilizados y frustrados a tal grado que de la mejor actividad que hay en este mundo, coger, ya mejor ni hablemos. ¿No es eso el infierno?
Son las legiones de los “esclavos y víctimas del tiempo” de quienes habló el maldito aquél Charles Baudelarie. Esclavos del vértigo y de la barbarie instaurada en este desgraciado país por los brutales y desalmados capitalistas, los verdaderos miserables (¿quién será más miserable que aquél que cargado de millones de dólares vive deshocicándose para ganar más y más, sin reconocer límite? Aquél que ni siquiera convirtiéndose en el hombre más rico del mundo se ve saciado y quiere más: ese sí es un miserable. Un miserable metafísico, porque no hay en este mundo bienes como para resarcir su monstruosa miseria: una miseria que no es de este mundo). Miseria que tratan de comunicar al resto de los mortales como aquellos hombres grises de la maravillosa novela (infantil) de Michael Ende, Momo, los hombres grises que se robaban el tiempo de los pobres mortales pendejos a los que lograban enajenar.
 
Y luego leamos los periódicos. Hay miles de muertos por mes. Ejecutados que antes fueron torturados mucho peor que las tan defendidas reses que sacrifican en el rastro si no es que los queman vivos o los matan a martillazos para no gastar balas (como los setenta y dos muertos de San Fernando, Tamaulipas).
 
 
¿Estamos condenados al infierno? ¿No hay escapatoria de una vida desgraciada? ¿O sólo el alcohol a lo bestia, hasta matarse? Como dicen en el rancho de mi madre, un pueblito de Michoacán: “En este pinche pueblo sólo se puede vivir borracho, loco o con la mujer de otro”. Pero regresemos a la interrogante fatídica: ¿no hay escapatoria?
Sí la hay, carajo.
¿Cómo?
Ve a contracorriente. Salte de la jugada que imponen los gobiernos y los capitalistas explotadores. No vayas a ir a dar al crimen organizado, es prácticamente lo mismo, pero con riesgo de muerte no prematura, sino inmediata. Tampoco vayas a ir a trabajar para el crimen desorganizado que es el gobierno, porque en los cargos altos hay que ser un gran hijo de la chingada, como un capo y le habrás vendido el alma al diablo; y en los cargos de burócrata jodido, las dosis de mediocridad, de baquetonería, estupidez, abulia, valemadrismo y gandallez requerirían porciones de cinismo que no te dejarían dormir por hipócrita. Y si te aplicaras a cumplir con tu deber, entonces ¡estarías peor que los del grupo de los explotados por el capitalismo!
¿¡Cómo putas salirse entonces de la bestial estupidez colectiva!? Es muy fácil. Vuélvete vago, cínico, borracho y, además, si quieres, mariguano.
Alexander Pushkin, el romántico ruso (por cierto bisnieto por línea paterna de un africano Ibrahim Hannibal, negro, por supuesto), recuerdo que dijo algo así: “Yo como bien, duermo mucho, bebo poco más de lo suficiente y —dejad que otros lo hagan— no voy corriendo tras la gloria”.
 
El engaño dice que cualquiera que trabaje muy duro y con mucha fe y gran talento puede ser tan rico como Carlos Slim. Francamente no tengo dudas de que eso es imposible. Para empezar parece monstruosamente difícil que la inenarrable enfermedad que sufre don Carlitos (la incurable megacleptomanía aguda: vivir tantos años robando a cien millones de pendejos*) sea posible en otro ser humano.**
Pero la solución la dijo —ya está anotado aquí— Baudelarie el siglo antepasado. “Para no ser esclavos y víctimas del tiempo, embriagaos, embriagaos sin cesar, de vino, de poesía, de virtud, de lo que queráis”.
 
Y te tacharán de vago, baquetón, cínico, güevón, borracho —¡pero por supuesto!, pues estarás siempre embriagado, aunque serías muy pendejo si estuvieras embriagado siempre de alcohol, pues en unos cuantos años te conseguirás una cirrosis hepática irreversible. Hay mucho más de que embriagarse, como recomienda el maldito poetazo francés—. En una sociedad tan enferma como ésta en la que vivimos, ser un sociópata con respecto de ella, es signo de magnífica salud mental. Así que coge mucho y lo más rico de que seas capaz de hacerlo. Complace a tu pareja hasta el último extremo: ella te recompensará al mil por ciento. Come bien. Bebe más de lo suficiente, pero poco más. Y no vayas corriendo tras la gloria. Que corran los desesperados y los huérfanos de la musa. Porque si lo haces vivirás tan estresado como el más jodido contador público o el más esclavizado ingeniero de los que trabajan, así me lo dijo uno de ellos, “de sol a foco”. Al final no es tan difícil, ¿o sí? Para mi entender, es mucho más oneroso, desgastante y enfermizo someterse al despiadado sistema que han implantado, cuyo lema de canallas reza: “A chingar que vienen chingando”.
Mejor gocemos de la vida embriagados, hasta de alcohol, pero también de poesía, de virtud, de chubi, de amor por las mujeres, de charla cafetera con amigos inteligente y hasta, por qué no de deporte. Olvida la televisión, te volverías simplemente idiota.
 
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*Entre los que, por supuesto, me incluyo pues soy consumidor tanto de Telmex (empresa robada a los mexicanos con dinero del erario, “prestado” a Slim por Carlos y Raúl Salinas de Gortari) como de Telcel.
 
 
**Aunque hay evidencias de que no son tan escasos los “empresarios” que también sufren la megacleptomanía, pero que sólo pueden ejercitarla limitadamente porque los monopolios —propiedades de megacleptómanos— ya no permiten a nadie más enriquecerse de manera semejante a ellos y que, por lo tanto, son la mejor prueba de que aquella conseja del trabajo, blablablá, es eso, una vil trampa para engañar imbéciles y matarlos, a mediano plazo, por explotación y la amplia variedad de enfermedades derivadas del estrés y el consumismo.

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