jueves, 19 de diciembre de 2013

Batallar

Batallar

grabadonumeroonce

Pterocles Arenarius
Columna: In naturalibus

—Tú me tienes envidia porque soy más joven y voy a vivir más que tú, confiésalo.
—Vivir no es una hazaña. Hasta los gusanos viven.
Francisco López Rodríguez
 
 
Alrededor del año 98 del siglo pasado leí en La Jornada Semanal, una reseña de un libro cuyo título, me estoy dando cuenta, no recuerdo. Era una especie de autobiografía y ajuste de cuentas con la vida. Su autor era Fritz Zorn, ciudadano suizo, mismo país en el que se publicara originalmente el libro. Este autor narraba que a sus 38 años le diagnosticaron un cáncer de características malignas y le auguraban, con pruebas médicas, cuando más un año de vida.
 
El libro se publicó y tuvo un éxito más que aceptable, tanto que se conoció en México y cuando tal ocurrió Zorn ya había muerto, cumpliendo con los diagnósticos. Es seguro que habría la correspondiente traducción y que, ante tal hecho, se publicó la reseña que leí. El asunto era estremecedor. Fritz Zorn decía que el cáncer le había caído encima porque él había sido siempre un ciudadano demasiado civilizado. Él se lamentaba que en toda su vida se había esforzado por ser un tipo disciplinado, excesivamente cumplido en su trabajo, extremoso en el respeto por las leyes de su país y el más rígido código moral de su sociedad y, en fin, que jamás se había emborrachado el inocente y que con las mujeres había llegado apenas a —cuando mucho— las relaciones formalísimas y tan respetuosas que jamás mujer alguna cometió locuras por él o se enamoró al grado de entregársele como loca. Iba a escribir que Fritz Zorn no sabía lo que se había perdido, pero el libro que escribió al final de sus días demostró que sí lo sabía. En la reseña de esta obra se hablaba del tono patético y doliente, desesperado, del autor ante el desperdicio de su vida… por ser tan disciplinado, por no haber sido rebelde ni atrevido, sino autorreprimido y hasta mojigato.
El asunto se quedó en mi cacumen dando vueltas fuertemente. Muy pronto decidí que habría de escribir algo sobre Fritz Zorn y su triste autorrepresión que le impidiera disfrutar en lo mínimo su vida y no sólo eso, según él, tal actitud lo envenenó —la autorrepresión, la mojigatería, el estrés provocan secreciones hormonales como la adrenalina y otras toxinas que sirven para acelerarte, para salvar tu vida, para prepararte al combate. Pero si no los eliminas con la correspondiente batalla, entonces te envenenan— y le provocó el cáncer que terminó por llevarlo a la tumba.
Luego, la vida me llevó a Guanajuato. En esta ciudad —quizá la más católica de México— conocí los casos de, al menos, cinco parejas de viejitos que se habían quedado señoritos y que, según los recuerdos de la gente, medio siglo antes habían sido novios en el pueblo. Una de esas parejas, ya septuagenarios ambos, se casó. Duraron unos tres años casados y el señor se murió. Recordé a Fritz Zorn. Pensé que la vida de los viejos guanajuatenses era peor, Zorn, al menos escribió un libro, pero esos viejos, ¿qué?, nada. No sé si valga la pena vivir así. Si no creas, si no, al menos, haces algo o mucho, si no gozas, si no sufres, si no vives… ¿vale la pena la existencia?
En el año 2005 empecé a escribir una narración en la que un hombre de 35 años, Tranquilino Vallehermoso recibía la terrible noticia de que era víctima de un cáncer que hacía a los médicos diagnosticarle un año de vida como máximo o seis meses como mínimo. Habré terminado la novela como en el año 2007. Vale la pena anotar que en ese año de 2005, cuando cumplía el requisito que exigían de ser residente de esa capital por un mínimo de cinco años, solicité una beca en el Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato. Recuerdo que ni siquiera recibieron mis documentos. Escribí de cualquier manera.
Para el año siguiente volví a solicitar la beca. Tampoco me recibieron los documentos. En ningún año lo hicieron. Para el 2007 terminé la novela. En el 2008 la metí a concursar por el premio “Jorge Ibargüengoitia” de Guanajuato. No ganó y —como es costumbre en todos los concursos de México— ni siquiera te avisan que perdiste, ni siquiera sabes cuándo y a quién le dieron el premio. Es como si tu novela se hubiera perdido peor que si la hubieras lanzado en una botella al mar, como náufrago. Por cierto, en esa ocasión dos burócratas fueron los jurados, junto con un, otrora, recalcitrante y rebelde escritor. Los gordos burócratas nada habrán leído. El escritor de marras, según las notas oficiales, leería 129 libros (59 poemarios, 42 libros de cuentos y 28 novelas que llegaron a ese concurso) en unos tres meses. Posiblemente sí. Pero los ganadores fueron un escritor de San Luis Potosí, Alain Derbez —amigo del escritor mencionado— y algún otro. ¿Y Una muerte inmejorable, mi novela?, ni sus luces. De hecho ya hasta se me había olvidado lo del concurso.
(Un año después concursé —no entiendo, si ya sabía que los concursos están comprados— con mi libro Cuentos y Relatos de Fiestas en el mismo concurso de Guanajuato, aunque en el género de cuento, que se llama “Efrén Hernández”. Corrió con la misma suerte. El ganador fue un libro titulado Café Brindisi y otros espacios imaginarios, de Luis Bernardo Pérez. Lo mejor de su producción lo leyó alguien, pues el autor —¿perpetrador?— de Café Brindisi… estuvo ausente en la entrega de los premios. El cuento leído era con mucho un chiste en vez de un cuento. Recuerdo que era un chiste de negros antropófagos que se iban a comer a un “intelectual”, pero éste hacía alguna referencia culterana y lograba que los negros se comieran a otro, para salvar su vida. En serio. Me gustaría que se comparara —con lo odiosas que son estas mediciones— mi Fiestas con el Café Brindisi…, y creo que ese libro quedaría en ridículo. Es más, reto al autor de aquel libro a que hagamos una lectura pública: un cuento cada autor hasta llegar a tres por contendiente y que un público no especializado y algunos escritores juzguen ambas obras. Luego pediríamos a los jurados de aquella ocasión, dado el caso, que expliquen su veredicto o, en caso contrario, los felicitaría yo mismo y les pediría perdón por estas líneas).
En el año 2009 me puse a retrabajar Una muerte inmejorable. La exprimí cuanto me indicaron mis escasas luces y la envié a un concurso en España que convocaba la Editorial Irreverentes de Madrid. Llegaron 174 novelas de 16 países. Una muerte… consiguió ser una de las diez mejor calificadas. Ni hablar.
La dejé reposar unos años más. En el ínterin la editorial Eterno Femenino, de Noemí Luna García me publicó, en el año 2011, el Fiestas. Luego la misma casa editó mi novela Demoníaca (Historia de una maldita perra) en 2012. Ambos libros funcionan aceptablemente a pesar de las miles de adversidades que padece toda publicación en el restringido mercado de México, en permanente crisis económica, gobernado por analfabetas funcionales y editado por una editorial heroica pero marginal.
Volví a Una muerte inmejorable. Le arranqué —reconozco que con dolor de mi corazón, pero haciendo uso de una sangre fría y unos güevos que ignoraba tener—, digo le arranqué unas sesenta o setenta páginas. Aunque también le agregué quizá veinte. La novela, creo, ganó en intensidad y aumentó su peso específico (intensidad o fuerza o aliento poético o entretenimiento o algo, por páginas leídas). Se volvió más directa y más vertiginosa. Aunque se llama igual, no es la misma novela que concursó en Editorial Irreverentes. Cambió. Y ganó con los cambios. Y la metí al concurso de la Editorial De Otro Tipo. Y ganó el primer lugar.
Si ese pinche concurso lo gané yo, significa que fue derecho, me cae de madre. Uno de los muy pocos concursos literarios honestos que hay en este país.

http://deotrotipo.mx/content/se-busca-escritor-2013-resultados

No hay comentarios: