In Naturalibus
Voy a escribir con
los Bastardos
Pterocles Arenarius
Soy un viejo escritor iracundo, originario de uno de los
barrios bajos del centro de la Ciudad de México. Fui iniciado en la violencia
siendo infante y luego de progresar en ella, una pequeña luz —mi sensibilidad
natural y lo de bueno que, a pesar de todo, me diera la vida— me salvó. Soy,
como se ve en el video, un ser ensangrentado. He ido, como todos, dejando pedazos
de mí mismo por donde he ido pasando. Las letras me salvaron hace muchos años,
si no, no exagero, hace muchos años habría muerto o, peor, me hubiera hecho
policía. El alcohol —como se ve en el video— me cauterizó, me curó e inmunizó
(y también, en el performance me irritó los ojos). Soy un bárbaro del norte
(del centro norte de la ciudad, de la colonia Moctezuma, para más datos) y gozo
mostrando el salvajismo que aún conservo. Abomino, como se puede ver, de los
zánganos que ejercen el poder, de los que abusan, de los que nos atracan
cotidianamente, legalmente, dicen ellos. Vivo permanentemente embriagado de
poesía, de virtud, de esfuerzo, de sexo, de café y hasta de alcohol aunque
alguna que otra vez también de mariguana, otra de cocaína y una más de peyote.
Un día, la poesía me indicó (¡increíble!) el sendero que conduce a lo divino,
no sé si a Dios. Luego la vida me dio unos amigos que construyen tal sendero,
crean la belleza: la suprema manifestación de lo divino, no hablo de Dios, sino
de lo divino. En general le miento la madre al mal gobierno todos los días y
juro, cuando alguien no me cree, por mis propias barbas. Siempre escribo y hay
gente que se asusta de algunas de mis producciones, pero normalmente me dicen
"Ay, asústame, panteón". Tuve la fortuna inmensa de aprender un poco
de matemáticas y otro poco de ciencias duras y he gozado otra fortuna más
grande todavía: la de ser amado. Cuando me muera deseo que todos estén
embriagados como yo: "de vino, de poesía, de virtud, de lo que queráis"
y que nadie llore o que hagan lo que mejor se les antoje. Pero me gustaría más
la alegría y el festejo, la música y el ruido. Pero que cada quien haga lo que
quiera, menos que me vayan a traer un miembro de la iglesia de los pederastas a
que busque darme la extrema unción y mucho menos, antes, en la agonía,
confesarme, pues lo mandaré mucho a chingar a su madre con mi último aliento.
Preferiría charlar con mis amigos en estado altamente etílico y así, dejar este
mundo. Porque no somos de este mundo. Y, por último, sólo quiero decir que
seguiré escribiendo hasta que muera.
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