sábado, 14 de septiembre de 2013

Texto leído en la presentación de Demoníaca (Historia de una maldita perra) en el Claustro de Sor Juana.
 
 
Sor Juanita en su Claustro y esta Historia de una maldita perra
 
Pterocles Arenarius
Galileo era escasamente lo que hoy se llama una persona educada (…) eran famosas sus bromas contra la escuela aristotélica (de la cual opinaba) que no eran dignas del menor respeto; escribió un libro que ridiculizaba el afán académico por la toga (…) salía a beber con sus alumnos; componía versos de amor (…) En pocas palabras: usó los métodos más eficaces para lograr mala fama en los círculos filosóficamente decentes de la ciudad de Pisa.
Ernesto Sábato.
 
Hay al menos dos razones por las que me siento inmensamente honrado de estar en este sitio. La primera es que —si como dicen los espiritistas— las edificaciones, sus paredes y sus suelos, sus ventanas y pasillos se impregnan con los hálitos de los espíritus de los personajes que en ellas habitaron, entonces este es un día inolvidable de mi vida, pues comparto el espacio que habitó, transitó y, en general, hizo acto de existencia la mujer que quizá fue el cerebro más poderoso de su época, la que trascendió su condición femenina —en aquellos tiempos y en aquella sociedad— tan brutal y tan hipócritamente oprimida y se lanzó al futuro como la gran patrona de las letras mexicanas de todos los tiempos. Juana de Asbaje, también conocida como Sor Juana Inés de la Cruz.
Claustro de Sor Juana, Centro de la Ciudad de México
Hay algo demasiado trascendental que me une con Juana de Asbaje. Estoy perdido en la sierra, es un sitio un tanto desértico, como son los campos en ciertas partes del centro norte de México. Las condiciones son inhóspitas y cae la noche helada del desierto. Entro en una cueva muy oscura, tengo miedo. Me interno en la cueva y en lo profundo se ve una luz muy tenue. Eso me desconcierta, pienso en una fogata, pero no hay humo. Se me ocurre que es un foco pequeño y avanzo con gran cautela, sin hacer ruido y ocultándome cuanto me es posible. El camino es más bien fatigoso, cuesta arriba, aunque no extenuante, hay que hacer esfuerzos para ascender. Aunque batallo llego al lugar de donde viene la pequeña luz. Me asomo con mucho cuidado y hay un claro que parece bastante acogedor, incluso tibio. Las paredes son de tierra negra, de la más fértil y también hay rocas incrustadas. Conforme avanzo el sitio se vuelve más espacioso, termina siendo una especie de sala de buenas dimensiones. Incluso hay estalactitas y estalagmitas que funcionan como inverosímiles adornos. Camino temeroso hasta el fondo de la sala y me encuentro el famoso cuadro de Sor Juana que pintó Miguel Cabrera en 1750. Con los enormes volúmenes en el librero en fondo, las manos finísimas de ella, una de las cuales toca con delicadeza un gran libro abierto. Su medallón al cuello y su indumentaria de monja. Las sendas leyendas en caracteres virreinales en las esquinas inferiores. Estoy maravillado. Yo adoro a Sor Juana. Ella es nuestra deslumbrante entrada al siglo de oro del español sin desmerecer ni siquiera de los monstruos, Quevedo, Góngora le dicen y con mucha razón, Lope de Vega, Gracián y el mismísimo Cervantes. Jamás pensé encontrar ese cuadro ahí. Me acerco a leer las leyendas y en una de ellas, menor, muy abajo dice que es un regalo de ella para mí, que nací el número de año, sólo que volteando un número de cabeza. O bueno, cuatrocientos años después. ¡Sor Juanita me dejó ese regalo! Fade out. Despierto. Y en estado de trance, adormilado, sin despertar del todo, repaso transido de dulcísimas sensaciones, el maravilloso sueño. A partir de ese día consideré que Sor Juanita es mi numen protector, mi patrona, de alguna manera mi alter ego.
Sor Juana Inés de la Cruz. Por Miguel Cabrera, 1750
Un sueño tan trivial como cualquier día al mediar la década de los ochenta. Ya llovió un cacho desde entonces. Y ella, como sí lo han hecho muchas otras mujeres en estos años, no me ha abandonado. Y hoy vengo aquí, al recinto donde ella respiró y creó. Donde se hizo inmortal.
Por supuesto que también hubo algunos inconvenientes. Pensé que si ella había nacido en el año que nació y que a sus cuarenta y tres añitos dejó este mundo por una de las más terribles bajezas de las miles que ha cometido la iglesia católica en su historia, pues dije, capaz que yo también voy a morir el año correspondiente a ella que murió poco antes de cumplir los cuarenta y cuatro. Así que en ese año, les confieso, tuve miedo. Pero, cuando terminó, me di cuenta que los genios viven en otro tiempo. Yo no soy un genio, ella sí, por eso es mi numen protector.
Vengo a hablar de mi novela a un recinto otrora sacralizado por la religión imperante y que sirvió para que un ser humano extraordinario, se refugiara contra el brutal machismo y el bárbaro régimen discriminatorio impuesto en la colonia contra todo lo que no fuera hombre, españolete —aquellos no eran españoles, verdaderos españoles eran García Lorca, Miguel Hernández, Cervantes, Ramón y Cajal, Picasso, etcétera—. En la época de Sor Juana no había para las mujeres para donde hacerse. Ella tomó los hábitos y nos hizo entrar en la literatura universal.
 El viejo Pterocles con Demoníaca (Historia de una maldita perra)
 
En fin, vengo a hablar de mi novela titulada Demoníaca (Historia de una maldita perra) a sitio que hace unos pocos cientos de años estuviera dedicado a actividades tan pías. Para empezar es un acto de protervo cinismo. Mira qué chulo, viene a hablar de su propia novela, ay qué simpático. Me refugio en Ernesto Sábato, quien sostiene en una posición radical propia de aquella vieja polémica, que el escritor y en general el artista sólo crea los retratos de su propia alma.
Foto: Con Pterocles, Sor Juana y Charly Montana :D
Pterocles, Violeta Novarretega y el rock star Charlie Monttana en el Claustro y bajo el numen de la genio virreinal
 
Espero que si alguien la lee no vaya a horrorizarse con las turbadoras —y para algunos muy incómodas— anécdotas que la protagonista, la maldita perra que refiere el subtítulo perpetra en la narración.
Tengo que decir que tal personaje está basado en una persona real. A ésta no la conocí personalmente, pero tuve la fortuna de que me contaran a detalle las circunstancias centrales de su vida. Es una mujer que habita en el cuerpo de un hombre. Inconforme con su realidad se propuso ser lo que ella siente ser, una mujer. Y ha logrado ser una bellísima chica. Ella se dedica al sexoservicio, incluso suele autonombrarse “una perra” aunque sin automaldecirse. Y, lo más asombroso, y por lo cual mereció volverse paradigma de mi novela es el hecho de que creó un nicho de trabajo que, en la novela, denominó El circuito púrpura. Lo cual no es otra cosa que un grupo de prelados católicos de la alta jerarquía que requieren sus servicios por la principalísima razón de que ella es joven, es hermosa, recibe todo lo que una mujer recibe en el combate amoroso, pero, oh prodigio, también lo da. Trabajo tan completo merece que ella, la real, goce de un alto nivel de vida gracias a la generosidad de sus empleadores y, sin duda, también a su inigualable belleza, su intachable profesionalismo y la irreprochable calidad de sus servicios.
Mi personaje no es exactamente ella, la real. La mía es más bonita, más delicada. La real es una belleza ciertamente, pero para gustos un tanto más recios. La mía es más mimosa, grácil, digamos. Se dedica a lo mismo, con los mismos personajes y, al menos, la misma excelencia en su trabajo. Hay un personaje que llamaría contraejemplo quijotesco que se empeña en destruirla o conquistarla para su redención. Pero ella es una puta irredimible.
He querido hacer una novela como debe ser toda obra de arte. Se dice que no existe cosa más subversiva que el arte. En efecto, si algo puedo decir de mi novela Demoníaca, es que se trata de una visión rebelde, iconoclasta, cínica y casi enfurecida de ciertas realidades que son casi cotidianas y que nos han hecho perder la capacidad no sólo de asombro, sino también de indignación.
Ernesto Sábato. Genio del siglo XX
 
Vuelvo a Sábato, a Borges, quien dice que aquel prisionero creó un gran dibujo en muchos años de prisión. Al final era sólo su propio rostro. El que aspira a la creación de arte tiene que explorar entre sus demonios tanto como entre sus dulzuras. En ese ámbito se encuentra esta novela que hoy, con todo descaro me propuse hablar de ella. Al final, escribir una novela y publicarla es tan exhibicionista como trabajar en un antro desnudándose y mostrando los secretos del cuerpo. O, más bien, escribir es peor.
 
    Jorge Luis Borges. Inmortal.    Iluminado. Invidente.
 
 
La table dancer sólo muestra su cuerpo. El escritor su alma. Por eso mi cinismo alcanza para estar aquí ante ustedes. Muchas gracias por soportar.
 

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