Algunos prefieren, por aquello de lo políticamente correcto, guardar silencio. Otros han encontrado en la crítica subterránea la válvula de escape para canalizar su molestia y, por qué no, sus frustraciones. Por mi parte, prefiero el diálogo que permite la reflexión.
Si bien, ya desde el arranque de esta administración en el ámbito de la cultura ha prevalecido cierta confusión en cuanto a términos sobre política cultural. Prueba de esto es el desaseado manejo de conceptos técnicos como líneas estratégicas, programas, planes de trabajo y líneas de acción que, en la mayoría de las ocasiones, ha ocasionado que las comunidades de creadores del estado y la ciudadanía en general no tengan certeza sobre cuál es la política cultural del Instituto Estatal de la Cultura; en otras palabras, a qué se refiere el Instituto cuando habla de promoción, formación, difusión, investigación, entre otras atribuciones que por obligación debe cumplir con base en el mandato que por ley se le ha conferido.
El reciente Congreso de la Palabra, que se realizó hace apenas unos días, y que una vez más, no encontró sede más idónea que la ciudad de León, es por demás claro en la confusión en la vive quienes diseñan y establecen las políticas culturales en Guanajuato.
Es una pena la ausencia física de la narradora oral María Luisa Moreno (q.e.p.d.), quien hubiera explicado de mejor manera que lo que prevaleció en el Congreso de la Palabra, no fue precisamente la oralidad, sino la animación.
Guanajuato, es cierto, es rico en tradición oral, como lo es el resto de las entidades federativas, como vehículo que ha transmitido de generación en generación no sólo saberes, tradiciones y conocimientos, sino una manera de ser y estar en el mundo.
Y si bien, todo hacía indicar que era la Palabra, la protagonista de esta historia, ésta cedió su lugar al espectáculo efímero que sabemos no aporta gran cosa a los procesos lectores.
Pero esta confusión no es gratuita del evento en sí. El programa de promoción a la lectura “Leer provoca” trae aparejado ese pecado de origen. No son los narradores orales escénicos quienes hacen lectores, ni tampoco la oralidad es un instrumento de promoción. Mucho menos lo que se evidenció en el Congreso: hacer divertida la lectura con cuenta cuentos. Quien piense que la lectura es “divertida”, o es un ingenuo o sabe perfectamente cómo manipular la dinámica cultural de las comunidades.
Esta idea falsa de que todo debe ser divertido: el conocimiento, la lectura (hasta el entretenimiento tiene que ser divertido), sólo ha servido para formar consumidores pasivos de bienes y servicios culturales.
Mario Iván Martínez es divertido, eso ni la duda cabe, pero está muy lejos de pertenecer a una tradición oral. Los niños narradores son divertidos, pero ¿son en verdad parte de esa tradición? Los narradores orales escénicos son divertidos pero (con sus escasas excepciones) ¿son los adecuados para conducir esta tradición?
Es curioso, pero en el pasado Congreso estuvieron presentes bibliotecarios, maestros, algunos promotores de lectura, pero lo que brilló por su ausencia fueron los hacedores de la palabra, los guardianes de la misma. Y no me refiero a algunos narradores extranjeros invitados, sino a los de casa, a los cronistas de lo cotidiano que –en el caso de León- han sufrido los avatares de la modernidad; a los poetas campesinos de la región noreste; a los narradores naturales que no tienen ninguna técnica pero son reservorios vivos de un sinnúmero de historias.
Esto indica la urgencia por un real diagnóstico en el estado sobre los procesos lectores, el cual es por demás evidente que se carece o, por lo menos, no se le está otorgando la importancia que se merece. ¿Sabemos, acaso, si los encargados de las bibliotecas públicas y los usuarios de las mismas son lectores?, ¿si las sesiones de cuenta cuentos a lo largo y ancho del estado están acercando en los hechos la cultura escrita? ¿Estamos, en verdad, formando lectores o espectadores?
Sí a la animación a la lectura; como medio, no como un fin. La cultura escrita es algo más que un cuento bien contado; tiene que ver con la apropiación de una serie de competencias socioculturales, pero, sobre todo, con la comprensión de una realidad propia.
Pero, por supuesto, los lectores tienen la última palabra.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo. Yo pensaba que a lo mejor pecaba de buscarle el defecto a estos programas de fomento a la lectura que agarran como estandarte a los narradores orales, pero a mi juicio me parecía equivocada esa ruta. Ahora veo que podía no estar equivocada del todo. Saludos.
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