Un gran museo en Londres. Para dirigir cualquier organización de servicios para la cultura, su director debe asumir el reto con ideas claras. Y actuales. Tal es el caso de Vicente Tolodí en el momento de pilotear nada menos que la Tate Modern de Londres. Tolodí estuvo en el Instituto Valenciano de Arte Moderno y –con poquísimo presupuesto- en la Fundación Serralves de Oporto. En ambos, magnífico: ejemplar. Para aprender. Ahora, la Tate Modern, con dos millones de visitantes al año.
Quien lo contrata, Nicholas Serota, el hombre del complejo Tate, tiene las cosas claras: No son tiempos fáciles, pero son excitantes. Pienso igual. Con él, Tolodí está convencido de que desarrollará su propio programa: Imprimir un arte nuevo para el museo. Es lo que le excita. Los museos huelen demasiado a cementerio. Muchos me asfixian. Me gustaría que mi trabajo fuera como el de un director de cine y productor: uno cuenta la historia y el otro lo hace posible. Es un directivo con capacidad de adaptación tremenda, de equipo. Le va la diferencia: lo heterodoxo. El espíritu de las obras, de lo que te propones, te señalan los formatos diferentes. No se puede programar de la misma forma en Londres que en Oporto, ni en París o Madrid. No quiero dedicarme a hacer retrospectivas: esta práctica los ha hecho hundirse un poco más. La sombra de la muerte acecha al museo y al artista. Suena y es bomba contra la repetición y lo fácil.
Entiendo el arte como puntos de vista en conflicto. En arte o tienes una idea nueva o te callas. Deberíamos prestar atención a lo que ha sucedido recientemente. Las actividades tienen que diversificarse. Creo que es el momento de arriesgarse. Lo siento tremendamente gemelo: en arte y la cultura toda. Los políticos, al tiempo que promueven instituciones para la cultura, ponen piedras en el engranaje, consiguiendo que éstas funcionen de forma defectuosa o no funcionen en absoluto. Deberíamos de ser más magnánimos y dejar que sigan su curso y que la gestión corra a cargo de profesionales. De nosotros, los del Se acabó la diversión, por ejemplo. Quieren beneficios rápidos. Y en cultura los beneficios se ven a largo plazo: son los beneficios intangibles, los que duran. Los beneficios son ciudadanos encantados con el museo, que lo visitan como a un amigo, porque les habla, les aporta, les conmueve, los pellizca, los seduce y estimula. Es su casa.
Recuerdo cuando llegué a Oporto: estaba my presionado, era una ciudad sin tradición de arte contemporáneo y con un presupuesto imposible. Te planteabas no sólo el desafío de formar un equipo nuevo: también el qué hacer con poquísimos medios y que todo tuviera sentido. No sólo lo logró: ¡está en la Tate! Lo importante es trabajar para la comunidad, con un pie andando en el suelo y con el otro girando como un radar. Para poner en la puerta del despacho. En cultura lo importante es el sustantivo, no el adjetivo. Lo importante es el contenido, no el contenedor. Estamos en una sociedad con necesidad de construir nuevas pirámides del Louvre, cuando los muesos no son edificios: son puntos de referencia. Y hemos de construir nuestras referencias con autocrítica. Hemos de trabajar con los ciudadanos, no con las audiencias. Todo para meditar y aplicar, adaptándolo. Desde la Tate, que no es una organización del montón. (Continuará)
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