Un teatro en Barcelona. Una discográfica, un museo. Y un teatrero. Un directivo empresarial. Un directivo público. Y un artista que sabe trabajar con lo público, con sus gestores: Roger Bernat. El suyo es un teatro de poética situacionista, actualísimo. Hoy en día es más fácil hacer un espectáculo en un teatro institucional, con trescientos mil euros que con treinta mil. En un teatro oficial estás obligado a trabajar a lo grande y a pasar por veinte mil filtros. Lo dejé después de algunas de estas experiencias: quiero montar piezas rápidas. Prefiero menos dinero. Y un trabajo continuo. No me interesa la escenografía como ornamento. Quiero ser el técnico, el director, el actor y el que recibe a la gente: opto por una tetralidad fresca y vital: teatro a las narices del público. Busquemos creativos, artistas, en esta onda.
El busca directivos como nosotros. va a ver a uno, en Barcelona, y le dice: quiero hacer seis espectáculos, con diez mil euros por pieza me apaño. Sellan un acuerdo: cogestión. Y nace el ciclo Buena gente, una de las ofertas más estimulantes, últimas. Piezas sobre preguntas sin respuestas. Piezas de resistencia. Con pocos actores, pocos medios y voluntad de resistir. Con gente generosa, dispuesta a abrir su corazón y a arriesgarse. No me piedo ninguna.
El directivo, Andreu Morte, lo acoge. Es un gestor que sabe de innovación. Cuando asume la dirección de un teatro municipal, ésta era una organización perdida, que hacía un poco de todo. Él la centra en un arriesgado valor de marca: El teatro es peligroso. Y monta un catálogo de servicios/propuestas en consecuencia. Con gente como Roger Bernat. En seis meses incrementa el público en un 20%. Y con gente joven. Rigurosamente cierto.
Después, Bernat da un paso más. Y se mete en Buenas intenciones. Teatro entendido como sugerencias, cambios de tono, fogonazos de ideas, bombardeo de memorias íntimas, cartas cruzadas. para muchas de ellas hay que hablar a un teléfono móvil. Y se presentan en el Ultra-off , inventando circuitos propios, secretos, espacios autogestionados de la Barcelona subtrerránea. Hay voluntad de sorprender, cuando todo es repetición. El suyo es un teatro, que escapa de algunas de las trampas básicas desde las que se programa: todo previsible, falto de humor, de aventura, de conexión, de sentido. Todo muy para hacer carrera. Ya no. Nada que ver con la propuesta y programación del Festival Griego de los veranos en Barcelona: un carrusel de famoseo, de amiguismos, de pompa... Hace años que no me acerco. Me invitan a las aperturas: en las dos últimas abandoné al rato por estereotipo, torpeza, vacuidad, aburrimeinto. Indignado. No hay apuesta, claro.
Necesitamos conectar, siempre, con creadores así. Lo otro no son creadores: son trepadores, trabajadores para la monotonía, repetidores, carteristas de lo público, propuestas con ornamentación de moda... Basta, pues, de gestores en organizaciones para la cultura que sólo cultivan la remolacha: más de lo mismo, siempre igual, semimuertos en el monocultivo de lo insípido pero con apariencia suntuosa. (Continuará)
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