Stefan Winter, desde su pequeño taller de Múnich predica -cual luterano contemporáneo- que en la gestión de la música hay esperanza. Su evangelio: imaginación desatada, mestizaje radical, sin fronteras, de todas las músicas del mundo. Desde 1977 Winter & Winter ha sacado noventa títulos con sones de África, Asia, América y Europa, mezclando sonidos de la calle y de la vida.
Las grandes discográficas le piden consejo. A él, el pequeño creativo, con pasado hippie, con pañuelos largos en el cuello. Trabaja con sólo dos personas más, en un local humilde que es, a la vez, galería de arte, exponiendo productos/servicios de música que trabaja con artistas poco conocidos, pero que llevan dentro el fuego del talento íntimo y explosivo. ¿Sus mandamientos?
- Hacer las cosas con amor y convencido de lo que quiero.
- Ideas propias, maduradas, y encargos nítidos con colaboración constante, con complicidad total.
- Viajar a lo ajeno para aprender.
- Huir de la obsesión de llegar a la masas: quiero llegar a los que gozan, porque los números no son lo más importante.
- Los detalles, los envoltorios, las maneras... deben ser especiales.
- No andar por territorios ya trillados.
Aparantemente sencillo: radicalmente eficaz. Y un dato a retener: las pequeñas organizaciones para la cultura navegan mejor, más flexible y eficazmente, en las ciudades y el mundo complejos, saturados. (Continuará.)
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