¡Comunidad cultural! Me aterroriza. Yo creía que la comunida cultural era la de los ciudadanos. Soy ingenuo. Pero no tonto y leo bien: la comunidad que se reparte el presupuesto para la cultura con estándares europeos, claro. A saber: quieren más. Lo confieso: hay un punto de acidez en mi comentario. Es que disiento. Incluso en la economía: los recursos económicos gestionados de otra manera, desde más sentido, con más meztizaje con los ciudadanos para crear cultura real... casi alcanzan. Y afirmo, luego: en lo público, la economía para la cultura deber crecer. Mucho.
Menos mal que, conscientes del desvarío corporativo -espero- en el ultimo párrafo invitan a corregir el documento. Cojo el guante. Se acabó la diversión es mi aportación.
Días después, en el mismo periódico y en el página dominical para la ironía, aparece una nota bárbara: asalto a las ubres de la vaca de la cultura. Firmado: Cultura S.L. La cultura no es una vaca. Por más que su mirada es de una ternura que me puede.
Como nota, quiero dejar constancia que a mí me preocupa nada los dos mil seiscientos millones de descargas musicales que los ciudadanos bajan de la red. ¿Que las discográficas se hunden? La tecnología punta ha hundido a otras empresas. Saldrán otras. Y no tan prepotentes. ¿Qué el vendedor ambulante se come el 21% del pastel del disco? Yo soy uno de ellos. Todo esto que tanto preocupa a muchos artistas y montan grandes campañas en defensa de la cultura es sólo negocio: industria de la diversión en proceso de tranaformación. Como muchas. Deben ponerse al día: saben que la competencia agresiva es el estilo de trabajo propio de las industrias.
En la comunidad cultural se vislumbra paro: fin de los servicios para la cultura con etiqueta de artista 100% imprescindible. Las organizaciones para la cultura, a los artistas, a los creativos, les pedimos más, les pedimos sentido radical, presencias reales para tiempos y vidas inciertas. Y les pedimos implicación: trabajo con los ciudadanos. Aquí. Y ahora. (Continuará.)
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