lunes, 11 de mayo de 2009

Diálogos (sobre política cultural II)

El Ignoto. Prosigo, pues, con tu disertación, en cuanto a que la política cultural es un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos del gobierno. Luego, entonces, no es acaso las instituciones gubernamentales a quienes les compete el diseño de políticas públicas –en este caso en materia de cultura-, me pregunto.
Ranaculta. Cada vez me sorprendes más con tu perorata intelectual mi estimado y viejo amigo. Aquí no está de más aclarar varias confusiones o malentendidos que al respecto se dan tanto en lo público como en lo privado sobre la naturaleza de las políticas culturales
El ignoto. Será esto posible en las esferas de los encargados de tales menesteres.
Ranaculta. Precisamente es en ellos en donde es más evidente el error. Por aquello de confundir actividades, líneas estratégicas, programas de acción y políticas culturales de donde emanan.
El Ignoto. Quién podría imaginar tal desaguisado.
Ranaculta. Así las cosas, una determinada política cultural deviene política pública cuando una administración gubernamental se hace cargo de ella, en el entendido de que el aparato institucional es indispensable sólo y cuando hace posible el diálogo con los actores sociales y culturales.
El Ignoto. Imagino que este coloquio a favor de las virtudes públicas es siempre terso o, por lo menos, es lo que aparenta el silencio cómplice de todos.
Ranaculta. La realidad es muy diferente cuando se le mira de cerca. Toda política pública –por lo menos en cultura- tiene que existir el conflicto y la negociación, de lo contrario estaríamos hablando de simulación.
El Ignoto. ¿De ahí el temor a la verdad entre los que -como bien lo señala- “simulan” estar por el bien del patrimonio de todos?
Ranaculta. Aciertas como es tu costumbre.
El Ignoto. Empero, en este mar de confusiones, a su entender, cuáles son algunas de éstas que prevalecen en la actual administración.
Ranaculta. La primera, que dice que en el ámbito cultural todo versa sobre la administración de bienes y servicios. Si se reduce la política cultural a una dimensión meramente administrativa, se le priva de su sentido de modelo de sociedad.
El Ignoto. Y la segunda...
Ranaculta. Lo que importa es lo que se ve, lo que se hace, cuando es en lo que no se ve en donde se mide la satisfacción de las necesidades culturales. Lo que se mira conforma parte del anecdotario protagónico del funcionario en turno.
El Ignoto. Aquí cabe preguntar: ¿Cuánto hemos de hacer en materia de cultura?
Ranaculta. Si bien una política cultural requiere de objetivos definidos, mecanismos de planeación, de desarrollo y evaluación, lo que interesa al fin y al cabo no es su naturaleza regulatoria, sino su capacidad de movilizar los recursos humanos y económicos a fin de garantizar, en la medida de lo posible, un desarrollo equitativo entre los diversos sectores de la población.
El Ignoto. Pero cómo distinguir una administración cultural de otras que la han precedido y de aquellas que le sobrevengan.
Ranaculta. En la manera de intervenir por parte del Estado: el qué, quién, cómo y para qué de estas intervenciones definen el perfil de una administración en relación con el estado, las organizaciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar mediante consenso el desarrollo simbólico y satisfacer así las necesidades en materia de cultura.
El Ignoto. ¿Es ésta la política cultural que actualmente vivimos en Guanajuato?
Ranaculta. No seré yo quien te conteste.

(Continuará.)

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