¡Aprovecha el día!
Mañana jueves 24 de marzo me darán el premio Carpe Diem al mérito cultural. Éste lo otorgan las Asociaciones Civiles Cultura para el Cambio Positivo; el Observatorio para la Dimensión Cultural del Desarrollo; la asociación Promoción de las Tradiciones Culturales Mexiquenses; además, la Federación de Colegios, Barras y Asociaciones de Abogados del Estado de México y la Federación Nacional de la Abogacía Liberal. Todas estas organizaciones voltearon sus ojos a mirarme gracias a mis queridos hermanitos Mario Alberto Sánchez Castellanos y Ricardo Patiño Prado; dos hombres ejemplares, profesionistas aplicadísimos, gente de privilegiada inteligencia y amigos imprescindibles, ellos me recomendaron e hicieron llegar mi ridículum vitae hasta tan importantes asociaciones, las que consideraron que la trayectoria de este humilde fabulador, cronista y opinador, finalmente, tundeteclas, en efecto, merecía el galardón de marras.
Bueno, hay veces que la vida te recompensa y uno suele pensar “Es que no sé si lo merezca”. Porque, finalmente, uno hace lo que puede. Uno se esfuerza al máximo a la hora de escribir y, con el paso de los años, entiende un sinnúmero de lecciones. La primera, esencial y durísima, es la de que no soy monedita de oro (…) y si algunos no me quieren, ni modo. (Esto me recuerda a mi tío Cheque, qepd, él, bueno, en algún momento de su vida ofrecía un aspecto así como que no muy grato a la vista. Alguien se lo hizo notar: “Estás viejo, pelón, panzón, narizudo y chaparro; cabrón, ¿no te da vergüenza andar en la calle?” Y mi tío Cheque, sabiamente y con absoluta entereza le contestó: “Chínguese el que me vea. Y el que no quiera sufrir que se voltee para otro lado”). Yo no digo como mi tío el Cheque. Yo sólo les pido que “Si no les complace lo que escribo —lo cual dudo mucho— pues dejen mi libro por ahí, a la mano de cualquier otro”, no más.
Pero decía yo que a veces uno dice “No sé si lo merezca” y me faltó completar “pero qué bueno que ocurre”. Y esto lo digo porque, finalmente, la literatura me ha dado todo. Soy un viejo carrascaloso pero tremendamente feliz, cuando lo estoy, porque a veces llego a andar de mal humor, en ocasiones puedo sentirme tristón, o bien, suelo pelear con la gente que amo, con frecuencia me molestan mucho las multitudes (alguien me dice que amo al ser humano, pero detesto a los individuos: eso me hace pensar que ya me estoy
Apostatario, primera edición
Apostatario, segunda edición |
volviendo un pinche viejillo cascarrabias, intolerante. Lo que no deja de asombrarme es que nadie sospecha que soy un pinche viejillo: no le digan a nadie, pero ya tengo 71 años y estoy viviendo el año 72 de mi estancia en este mundo: mis últimos años. Sin embargo, hay gente que me calcula cincuenta y tantos, ¿qué se toman?); sigo con la letanía de lo que detesto: abomino la desconsideración de la gente con sus semejantes, por ejemplo, los automovilistas hijos de su rechingada madre que le avientan el carro a los peatones; me resulta muy difícil soportar a la gente que ya está muy borracha, cuando se vuelve necia, abusiva intolerante y luego no se acuerdan de las lindezas que perpetraron: aunque hay un par de excepciones: gente que amo (y a los que amas les aguantas todo. Todo). En fin. Pero la literatura me salva siempre de todo eso y hasta de mí mismo. Decía Voltaire que “No hay dolor del alma que no se disuelva luego de una hora de lectura”. A estas alturas me doy cuenta de que he vivido para leer y escribir durante más de cuarenta años (también he vivido para enseñar matemáticas y literatura, pero nada más para tener que comer). El año pasado —llevo un registro de los libros que leo y, a cada uno, le hago una breve reseña y su ficha bibliográfica—, bueno, pues en 2021 me chuté 47 libros que acumularon 10 mil 127 páginas. Y, por otra parte, no hay placer (intelectual) más exquisito y
embriagador que el de la creación. Porque para placeres exquisitos y embriagadores están los placeres físicos. Brutales, animales, totales. Y también el placer divino de la embriaguez (embriagaos, embriagaos sin cesar, de vino, de poesía, de virtud, de lo que queráis, nos dice Luis Cardoza y Aragón, parafraseando, para mejorarlo mucho, a Baudelaire). Para eso he vivido.
Pues la literatura me ha dado con generosa abundancia tales placeres. Todos. De una o de otra manera. No podía ser diferente, creo, porque yo le he dado mi vida a la literatura. (Me dio el amor y no una sino varias, si no es que muchas veces. El amor —que, como la felicidad, no existe—, sin embargo “chiquita no te la acabas. Chin-chin que no te la acabas, aunque no exista). Y me ha dado más la literatura.
Nunca me ha publicado una editorial de las grandes. Sé que soy un buen escritor. De hecho, me siento muy seguro de que la calidad de lo que escribo es superior a la de muchos que publican en las grandes editoriales. Es más, algunos me han llegado a dar penita ajena. Y no me importa no ser reconocido. Sé muy bien —“la historia es la maestra de la vida” dice alguien que suele dar clases de historia casi cada mañana—, digo, sé muy bien que el tiempo es el más implacable crítico literario. Siempre ha puesto a cada uno en el sitio que se merece. Y lo seguirá haciendo.
Dice Walt Whitman: “Esto que tienes en tus manos, lector, no es un libro, es un hombre”. Porque uno ahí se queda, en los libros, ese intento desesperado por detener el río de Heráclito en el que todo se va. Me faltan por escribir cuatro o cinco libros antes de irme con Heráclito, pues hasta él se fue. Quizá más, hablo de los libros, poquísimos más. Y luego hay que devolver este puerquecito privilegiado (es que soy un auténtico puerco —o, mejor, cerdo— en varios sentidos y/o ámbitos de la vida, incluido, quizá más que cualquier otro, ése en que están pensando), digo he de devolver a la madre naturaleza el equipo con que generosamente me dotó para transitar por este mundo. Y lo haré en el momento apropiado muy contento y muy satisfecho. Salud.
Último libro hasta el momento. ¡Pero ahí viene Puño y cuadrilátero (Memorias)! |
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