13 de agosto
Pterocles Arenarius
El objetivo de toda sociedad humana bajo cualquier clase de gobierno ―incluidas las tribus, las dictaduras de uno o del otro extremo y los regímenes de cualquier índole― es, mínimamente, la sobrevivencia de esa sociedad en las mejores condiciones posibles. Si no cumple con eso que es requisito elemental para su viabilidad, significa que ese gobierno, ese régimen, ese sistema, no sirve, es un fracaso (o un fraude) y debe ser sustituido. Así le pasó al PRI y fue desechado por la gente.
Tal es, sin duda, la razón de que el presidente López Obrador designara al régimen, al sistema de de gobierno de la época colonial de la Nueva España como un rotundo fracaso. Los datos duros así lo demuestran. Cuando los españoles invadieron y sometieron a Mesoamérica, siglo XVI, se ha estudiado y concluido que había en estas tierras unos 20 millones de personas. Para el XVII se refiere que la población indígena llegó a ser de tan sólo 6 millones de personas. Esto constituye una hecatombe demográfica de dimensión planetaria. Un genocidio sin parangón en la historia de la humanidad. Bueno, ni los nazis alcanzaron estos números. Y la población de los aborígenes nunca se recuperó. Hasta la fecha, hay en nuestro país unos 10 millones de indígenas. Eso fue el régimen de la Nueva España para los indígenas. El exterminio, la destrucción de su cultura, la desaparición de sus dioses y con ellos de su religión. El sometimiento a todo lo que pareciera “indio” en el oprobio, la marginación y el racismo.
El exterminio fue, por un lado, inconsciente, porque los españoles trajeron sin querer, las enfermedades que en sus países, si bien causaban mortandad, estaban más o menos controladas, había lo que hoy se llama la inmunidad de rebaño, como nos enseñó el doctor Hugo López Gatell. Los españoles, a fuerza de sufrir las oleadas de viruela, sarampión, incluso la sífilis y muchas más enfermedades habían desarrollado anticuerpos contra la mayoría de ellas. Los organismos de los aborígenes de lo que hoy llamamos América no tenían esas defensas y murieron por miles.
Otro motivo de la muerte fue el de los trabajos forzados a que fueron sometidos. Y también se practicó, por supuesto, el asesinato directo. No menos tuvieron que ver las violaciones sexuales sistemáticas de los peninsulares contra las indias. Así dejaron de nacer indígenas, los nuevos habitantes ya eran mestizos. Es decir, entre lo inconsciente y lo adrede, los españoles de los siglos XVI y XVII que llegaron por nuestras tierras hicieron la más eficiente limpieza étnica de la historia humana. El gran genocidio de la historia.
Las víctimas fueron nuestros pueblos originarios. Si el plan era exterminar a los indígenas, entonces fracasaron. Porque los indígenas sobreviven, todavía existen casi todos sus idiomas (que no son dialectos, son idiomas) y, aunque la alta cultura desapareció, los usos y costumbres, la alimentación y hasta gran parte de la cosmovisión pervivieron.
Si el plan era, como el de toda sociedad humana, la sobrevivencia, la mutua existencia como les ocurrió a los españoles con los invasores musulmanes, como se les permitió siglos antes, cuando los dominaron los romanos e incluso en las invasiones de bárbaros germánicos, ellos no sufrieron el exterminio sistemático y por varias vías que ellos, los españoles ―inconscientemente a veces, con toda su voluntad en otras― ejecutaron contra los mesoamericanos. Si tal era el objetivo también fracasaron, porque la población no se recuperó. Pero es claro que esta no fue su prioridad. Un total fracaso, como dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Ahora, si consideramos que ―como lo proclamaran reiteradamente―, la invasión fue para acumular riquezas monstruosamente, no olvidemos que no fueron pocas las expediciones españolas para buscar Eldorado, una ciudad construida con oro. ¡La más grande locura de avaricia! Pues las riquezas inimaginables las obtuvieron. Pero fracasaron escandalosa y dolorosamente cuando los piratas franceses, holandeses y más que nadie, los ingleses, se las arrebataron a lo largo de los tres siglos que los súbditos de la corona española saquearon estas tierras. España fracasó en todos los órdenes. Se convirtió en el imperio con el más grande territorio de la historia. Jamás rey alguno tuvo más súbditos que Carlos I de España. Nunca un régimen tuvo a su disposición tantas riquezas.
Pero el territorio lo convirtieron ―por decreto real― en tierra casi baldía, los súbditos fueron exterminados como jamás se ha visto aniquilación semejante en la historia y la riqueza de cientos de toneladas de metales preciosos no supieron conservarlos pues los piratas de las futuras potencias los robaron impunemente.
El fracaso español fue completo, monstruoso, en todos los órdenes. Para el siglo XIX España era una nación vulnerable, indefensa y, finalmente, víctima de sus vecinos. Lo perdieron todo. Fracasaron históricamente. Y no se han recuperado. Hoy son parte de lo que los neoliberales europeos, chovinistas y/o fascistoides, llaman PIGS: Portugal, Ireland, Greece & Spain. Por ser un lastre para la próspera Comunidad Económica Europea.
¡Y hace apenas un par de siglos de que eran el imperio más grande de la historia! Por nuestra parte, también pagamos las deficiencias españolas. Las consecuencias de que nuestras naciones originarias fueran convertidas en colonias españolas las seguimos padeciendo a través del racismo, la corrupción, la desigualdad.
América Latina llegó tarde a todo: a la revolución industrial, incluso al renacimiento, a la cultura, a los regímenes republicanos. La decadencia de siglos de los inútiles imperialistas españoles dejó a los mesoamericanos en su propio atraso, en su decadencia.
Mientras tanto todo el mundo progresaba. La hipocresía católica jamás aceptó que en nuestro país se practicaba un racismo repugnante y brutal. Siempre nos hemos escandalizado de que los gringos, hace apenas 70 u 80 años tenían leyes que prohibían la aproximación de lo que se daba en llamar distintas razas humanas. Los negros no podían ingresar en los lugares exclusivos para blancos. Era ley. Acá no había ley, pero la costumbre era peor que en EU. Allá por lo menos se podía luchar contra la bárbara ley. Acá no, porque no era código legal, simplemente se practicaba como algo normal. Todavía, entre la “gente de bien” de México se habla de los nacos, de los indios, de la indiada, del plebeyaje y del infelizaje; así es como los güeritos, los privilegiados, los ricos que son cada vez menos y peores, aunque también entre una clase media que se fue haciendo cada vez más raquítica en número durante los últimos 30 años discriminan a los que sienten diferentes a ellos. E inferiores por alguna razón imposible de encontrar si excluimos al dinero.
La destrucción de la gran cultura aborigen es uno más de los inmensos crímenes de los españoles de los siglos ―ya está anotado―: XVI-XVII. Conceptos como Tloque-Nahuaque, el señor del cerca y el junto: que nos recuerda a “la esfera con centro en todas partes y circunferencia en ninguna”, de que habla Pascal. Ipal-Nemouani, el señor por el que se vive o el dador de la vida, o el principio de la existencia; Moyocoyani: el señor que se crea a sí mismo. Nombres que son facultades del Ometéotl, el padre-madre de cuanto existe; es decir, Ometéotl podía ser Ometecuhtli y Omecíhuatl, o dios dual, hombre-mujer; padre-madre. Denominaciones que tan sólo por sí mismas satisfacen, de pura entrada, en el ámbito intelectual de muy superior manera a Yahvé (o, si quieren, Jehová), su hijo y su palomita.
Los españoles masacraron al grupo azteca, prácticamente lo exterminaron de manera despiadada aunque en alianza con tlaxcaltecas, totonacas y cholultecas entre otros, quienes se aliaron al poder de un pequeño ejército ibérico con tal de vengarse de sus opresores, los mexicas.
En el mediano plazo, los españoles que exterminaron a los aztecas, simplemente traicionaron a todos sus aliados ―aunque a ellos les debieran su victoria― y los esclavizaron y sometieron y explotaron y expoliaron no menos que a los vencidos y ya para entonces casi inexistentes aztecas.
La historia refiere el descubrimiento de la magnífica escultura monumental de Coatlicue que se conserva en el Museo de Antropología e Historia de Chapultepec. Lo leí en un libro de Octavio Paz, no creo equivocarme pero es el que se llama Árbol adentro. Ahí dice que cuando vino a México Alexander Von Humboldt, pidió al virrey, en aquel momento José de Iturrigaray, que le permitiera buscar mediante una excavación ―y que además, por supuesto, le proporcionara la mano de obra― un monumento que cierto fraile español que venía con la tropa en la invasión a Mesoamérica, a su vez, había escrito en sus memorias. El fraile de marras sostenía que en el momento en que los españoles estaban dedicados a la destrucción total de Tenochtitlan, luego del asesinato masivo de sus habitantes, dos soldados fueron a buscarlo y aterrorizados le dijeron que habían encontrado la escultura de Satanás. Y su pasmo, su horror fue tal que no se atrevieron a destruirla. Le pedían que él, como religioso, fuera a mirar la demoniaca obra. Y fue. La miró. Y tampoco se atrevió a decirles que la destruyeran. Como los soldados preguntaran qué hacer, el fraile les dijo entiérrenla. Y así lo hicieron. Humboldt, que había leído todo en su siglo, contó esto al virrey y éste accedió y proporcionó cuanto necesitase el sabio. Y Coatlicue apareció en toda su insoportable majestad. Su belleza monstruosa, su exquisitez infernal estuvo ante los ojos del erudito alemán quien refirió el hecho que luego fue examinado por alguno de los nuevos antropólogos. La portentosa Coatlicue fue hecha extraer y rescatada para nuestra historia. He leído otra versión que dice que, antes de Humboldt, quien vio la gran escultura en 1803, la habían encontrado en 1790. Exactamente, ¡así está registrado!, el 13 de agosto de 1790.
Por ahí un oscuro sujeto, gachupín de mierda (gachupín significa, en náhuatl: sujeto que golpea el rostro a patadas con sus botas), militante de las abundantes ultraderechas españolas regurgitó que Hernán Cortés vino a liberar a millones de indígenas de la tiranía antropófaga de los aztecas. Y celebra el genocidio diciendo que es equivalente a celebrar la derrota de los nazis. Y uno lee semejante y monstruoso disparate y, bueno, se lo explica porque así son las gentes de las derechas. Un españolete derechoso y enfermo mental compara a los aztecas con los nazis. Bueno, si a esas vamos, los españoles ―otra vez, me refiero a los del siglo XVI-XVII― superaron y con mucho a los nazis en el exterminio de una “raza”. Por lo menos los nazis expresaron sus razones de manera muy evidente y explícita. Los españoles del XVI-XVII sólo exhibieron su avaricia, su ignorancia, su ineptitud hasta para defender las grandes riquezas que se robaran y su tremenda, inigualable crueldad y despotismo contra los pueblos que traicionaron y sometieron.
Si de bárbaros hablamos los españoles (XVI-XVII) le ganan incluso a los nazis, ya no digas a los aztecas. Ahora bien. Para este españolete malparido todo parece justificarse con el hecho ―y así viene ocurriendo desde hace 500 años― de que, dicen los españoles y lo refiere el delirante gritón del partido Vox: la azteca era una tiranía antropófaga que practicaba sacrificios humanos.
Remito a quien desee documentarse al estudio de Peter Hassler, de nacionalidad suiza, doctor en historia cuya tesis para obtener este grado demuestra que no existe evidencia histórica de que los aztecas hayan cometido sacrificios humanos. Todos los argumentos están destruidos en esa tesis. Hace pocos días sostuve esta idea en un intercambio feisbuquero. El mismísimo Pedro Miguel me refutó enviándome un artículo de estudiosos de la ENAH en donde sostenían que los aztecas asaban a sus víctimas para masticarlas mejor y deglutirlas más fácilmente. Bueno, yo le creo más a Hassler. Dice que los indios, los auténticos, los de la India, también asaban a sus muertos, incluso los siguen haciendo y nadie ha dicho que se los comen. Que los aztecas usaban el tzomplantli. También otros pueblos orientales hacían esta recopilación de cráneos humanos como muestrario de la muerte y no los han acusado de antropófagos.
Bernal sostiene que él vio cómo en un día sacrificaron a miles de prisioneros, entre ellos a algunos españoles extrayéndoles el corazón. ¿Miles! Para empezar, Hassler demuestra que ese día que refiere la gran matanza, Bernal Díaz del Castillo estaba a kilómetros de los supuestos hechos. En segundo lugar, ¿miles de descorazonados? Quiero ver quién es capaz de extraer un corazón humano en unos cuantos minutos ya no con un cuchillo de piedra, como se dice que lo hacían los aztecas, sino incluso con equipo quirúrgico moderno, incluyendo la sierra eléctrica. Es decir, el mito de los sacrificios humanos parece ser la más monstruosa mentira sostenida a lo largo de medio milenio. ¿Para qué? Pues para justificar los peores crímenes, también, de la historia, contra una nación, una alta civilización: la mesoamericana. Por último les recuerdo a las derechas medievalistas añorantes del criminalísimo Francisco Franco y al perdulario ladrador de Vox que las civilizaciones mesoamericanas fueron descendientes de uno de los únicos seis grupos humanos que sobre el planeta Tierra crearon culturas originales. Y se lo recuerdo: la más antigua es Mesopotamia. Luego Egipto. Después La India. Por la misma época China. Poco después Mesoamérica, la cultura olmeca. Y, finalmente, las culturas incas de Perú-Bolivia. ¿Los españoles apestosos vinieron a civilizar? Cuando ellos llegaron aquí nuestros pueblos originarios tenían ya dos mil 500 años de cultura. Pero nuestros pueblos no pasaron la vida entera peleando entre sí como los europeos, situación que los llevó a desarrollar-heredar una tecnología para dar muerte en combate superior a la de los mesoamericanos. Los mesoamericanos no tuvieron jamás bueyes ni caballos para ponerlos a trabajar ahorrando así trabajo humano. Y, uno de los detalles más singulares y poco considerados: en casi toda Mesoamérica y en especial en la parte tropical, es casi el paraíso. La tierra de tales latitudes es generosa como en pocos lugares del mundo. Los habitantes del sur-sureste de México, de Centro y gran parte de Sudamérica, en la práctica, sólo tienen que estirar la mano para obtener papayas, mangos, plátanos, sandías, melones, limones, chirimoyas, etcétera. Sé que en muchos países de Europa, especialmente en los más fríos y en los orientales estas frutas son carísimas. Conozco el caso de una mujer coreana que presume en redes sociales que su marido oaxaqueño le indica que sólo tiene que caminar unos pasos de su hogar a la huerta y sacar una deliciosa piña del suelo. Y sus compatriotas de Corea le preguntan si es rica, porque allá una piña es un manjar que les cuesta lo equivalente a dos días de salario. Mientras los europeos tuvieron que luchar a muerte durante siglos por la tierra y la comida en una región relativamente pequeña y llena de gran cantidad de otros pueblos y con climas despiadados, en Mesoamérica la comida para la sobrevivencia era un regalo de la naturaleza. Y los europeos se acostumbraron, a lo largo de siglos, a matarse unos con otros para que sobreviviera el peor de todos. Contra eso se enfrentaron los mesoamericanos. El nazi, él sí, del partido autonombrado Vox, debiera saber que los españoles eran llamados “teules” por los aztecas. El vocablo náhuatl, por supuesto, significa apestoso. Los invasores españoles no se bañaban. No me gustaría haber experimentado la pestilencia de aquellos asesinos seriales (recordemos las matanzas de gente indefensa en Cholula, en el Templo Mayor, de 800 indígenas entre mujeres y niños que salieron de los refugios para procurarse comida unos días antes de la caída final durante el sitio de Tenochtitlan), teules-apestosos que se mantenían debajo de armaduras que no se quitaban en semanas. Bueno, en alguna parte leí que la reina Isabel la Católica se bañó dos veces en su vida. Una cuando se casó con el que “tanto monta, monta tanto” y la otra en su adolescencia, cuando sus mozas de servicio la engañaron y la bañaron contra su voluntad.
Ya en la colonia los españoles eran llamados ―y algunos merecen seguir siéndolo― gachupines o sea sujetos que golpean la cara con los pies (y las botas, claro). Bonitas denominaciones: apestosos y agresores.
(Yo no tenía sino atisbos de como se las gasta la derecha mexicana. Pero cuando veo como están enfurecidos porque el presidente de México está resolviendo todos nuestros problemas sin endeudarnos más de lo que ellos nos endeudaron, sin dejar de construir grandes obras, combatiendo la corrupción y beneficiando a los más pobres, ¡todo al mismo tiempo!, y todavía lo insultan; eso me demuestra su nula calidad humana, su egoísmo, su monstruosa soberbia y, más que nada, su hipocresía. Pero no menos su ineptitud, porque tuvieron el supremo poder dos sexenios y no resolvieron los problemas de nuestro país, sino los agravaron).
Las derechas españolas no están mejor. Un periodista español, Alberto Peláez, hace unas semanas, dijo al presidente en su conferencia mañanera, que si los españoles habían sufrido la invasión de los musulmanes durante ocho siglos y que también fueron sometidos por los romanos y que ni a unos ni a otros les han sugerido que pidan perdón a los españoles. De acuerdo, pero nada más anotemos que ni los romanos del siglo III antes de nuestra era ni los árabes del VII de nuestra era exterminaron a unos 15 millones de personas de los pueblos invadidos ni tampoco destruyeron su cultura. Que no mame.
Los intelectuales, los escritores, los filósofos mexicanos, casi en su totalidad, desde el siglo XIX hasta la actualidad eran proespañoles. Incluso acuñaron la odiosa frase de “la madre patria”: ¿una madre que casi extermina por completo a sus supuestos hijos? Bueno, a los caribes de Cuba sí los exterminaron totalmente (y, por cierto, los llamaron caribes que significa caníbales: ¿calumnia histórica? ¿Es nuevo eso? ¿No le hicieron lo mismo a los aztecas? Si lo hicieron una vez con los caribes, ¿por qué no repetirlo con los aztecas? Los caribes ya no existen, los mataron los españoles de aquellos tiempos, a todos. Y no pueden defenderse para aclarar que no eran caníbales; o, en su caso aceptar que sí lo eran).
EN LA MÁS RECIENTE EDICIÓN del DRAE (2001), a la voz caníbal se le asigna como origen el vocablo caríbal y como significados los siguientes cuatro: 1) antropófago; 2) “se dice de los salvajes de las Antillas, que eran tenidos por antropófagos”; 3) dicho de un hombre: cruel y feroz; 4) dicho de un animal: que come carne de otros de su misma especie).
Así se las ha gastado la padre-madre patria con los que se autonombraron sus hijos putativos: una buena parte de los escritores e intelectuales del siglo XIX para acá. Con sus honrosas excepciones, como siempre.
Pero... Tenemos, sin duda, como todo ser humano, la potestad de abjurar, renegar de una paternidad-maternidad crudelísima, criminal. “Sí, soy tu hijo, pero te desconozco”, es la actitud de los mexicanos ante el monstruoso crimen que se llevó a efecto contra nuestros pueblos originarios.
Y, orgullosamente, a pesar de todo, sostener que sobrevivieron, sobrevivimos, los pueblos originarios de México al cuantitativamente más grande genocidio de la historia de la humanidad. De ahí venimos. Y seguimos, y seguiremos, resistiendo.
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