martes, 4 de junio de 2019

Prólogo al libro Rapsodia al café

Prólogo


Eterno Femenino, 200 títulos
(Y un paseo por los avatares del néctar negro)


Caliente
Amargo
Fuerte
Escaso


“El café debe ser caliente como el infierno, negro como el demonio, puro como un ángel y dulce como el amor”. Dijo el político decimonónico francés Charles Maurice de Talleyrand. Lo cual nos conduce a pensar que los estímulos que del café obtuvo este hombre deben haber sido muy intensos, por más que la naturaleza del café es el amargor y no la dulzura, pero también, admitamos que en el amor no hay más melosidad que la acritud cafeínica.
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Néctar negro
El café ha acompañado a la humanidad desde hace muchos siglos, por más que la leyenda le adjudique apenas unos cuantos miles de años. Peor aun es el hecho de que el café es introducido al mundo occidental apenas a finales del siglo XVI por un médico alemán de nombre Leonard Rauwolf, quien viajando a lo largo de diez años por países árabes conoció la oscura bebida.
En el oriente cercano, en el descomunal desierto árabe, habita la enigmática etnia de los tuaregs o los hombres azules. Bandidos, comerciantes, soldados de fortuna, pero antes que nada, habitantes del desierto. Pintados de azul por el pigmento que usan para colorear sus ropas y el cual se les pega en la piel. Este pigmento termina funcionando como un bloqueador solar natural. Pero lo más extraño de esta tribu es el hecho de que quienes usan una cubierta para su rostro son los hombres y no las mujeres. Ellos, cuando se convierten en hombres al dejar la adolescencia, empiezan a cubrir su rostro y no lo dejan ver jamás ya en su vida. Es costumbre de ellos comer apartados, en donde nadie los vea, para que jamás en esta vida su cara sea mirada. Los tuaregs son quizá los más radicales y fervorosos bebedores de café del mundo. Realizan un complicado ritual, sin duda milenario, para la elaboración de su café en medio del desierto, en campamentos improvisados y con fogatas efímeras y en trastos, casi siempre de cobre, que se heredan por generaciones. Pero lo más curioso y conmovedor es que pudieran carecer de cualquier objeto imprescindible para la vida en el desierto, pero jamás de una tacita de porcelana en la cual degustan el poderoso néctar que ellos mismos elaboran. El café es, para ellos, el vaso comunicante con el único Dios, Alá, el misericordioso...
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Los hombres azules del desierto del Sahara
Cuando el café llega a Europa se convierte en una de las más maravillosas novedades. Menos de cincuenta años después de ingresar en este continente ya había cientos de establecimientos en las más importantes ciudades, en donde se expendía la infusión de café.
Con el paso de los siglos, ha habido muchos artistas, escritores, que han proclamado las delicias y las bondades del café. Es harto conocido que Balzac se satisfacía con unas cincuenta tazas de café por día. Igualmente Voltaire, de quien se dice que era más adicto al café incluso que el autor de la Comedia Humana. Al mismo François-Marie Arouet se atribuye la frase: “Claro que el café es un veneno lento, hace cuarenta años que lo bebo”.
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François-Marie Arouet, Voltaire
En general, es fama que todos los escritores tienen como una de sus adicciones favoritas al café. Hoy, extendido por todo el orbe, el café es la bebida no alcohólica más popular en este planeta. La estadística nos dice que cada año se consumen unos 400 000 millones de tazas de café. Lo cual nos hace pensar que la poesía y, en general, la literatura, le debe mucho más al café que a las academias y a las universidades. Sin duda pocas sustancias animan tanto a las artes de la conversación y la escritura como el café.
En México, no menos que en otros países, el café ha sido un permanente compañero de los que se dedican al arte. Recordamos al gran poeta Juan de Dios Peza, quien junto con Manuel María Flores, Manuel Acuña, José Tomás de Cuéllar y también algunos de los próceres nacionales como Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio, Francisco Zarco, Justo Sierra y hasta Irineo Paz, abuelo del único mexicano premio nobel de literatura, Octavio Paz, así como otros insignes poetas del periodo romántico mexicano fueran miembros de una tertulia que se reunía en una casona de la Plaza de Santa Isabel, que se encontraba en donde ahora está el bellísimo Palacio de Bellas Artes. Juan de Dios Peza narra en sus memorias que en esa mansión que era propiedad de la familia encabezada por don Juan de la Peña y su esposa Margarita Llerena, cuya hija era la famosísima Rosario de la Peña y Llerena por cuyo amor Manuel Acuña decidiera suicidarse se realizaba tal tertulia que hoy conocemos como El Parnaso Mexicano. Juan de Dios Peza afirma que en la reunión que solía durar la noche entera con los poetas leyéndose sus versos y contándose anécdotas de múltiple índole, solían lubricar la larga reunión con “El néctar negro de los sueños blancos”. Así sería de delicioso el café que consumían los poetas. Aunque tenían sus excepciones, porque a veces sustituían el café por “El néctar blanco de los sueños negros”: el mezcal.
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El Nigromante, Juárez, Altamirano: construyeron una nación y también su literatura
En esa tertulia, como vemos, se renovó, se recreó y refundó la literatura mexicana en español. Y todo, sin duda, gracias, en gran medida, al néctar que nos refiere Juan de Dios Peza.
Años después, luego de la Revolución Mexicana se recupera la tradición de la tertulia y se nos refiere que en la calle de Madero, hoy frente a la Plaza de la Solidaridad, en el Hotel del Prado caído en el gran terremoto del año 1985 estaba el café Sorrento, en donde el muy joven Octavio Paz reconoce haber participado en las tertulias que presidía un poeta de barbas proféticas y exiliado español por la guerra civil y cuyo nombre era León Felipe. Antes de esa época se funda asimismo El café de nadie, en la calle Jalisco, hoy Álvaro Obregón en la colonia Roma, establecimiento al que se le honra con la creación de una novela homónima autoría de uno de los grandes estridentistas, Arqueles Vela. Hasta hace relativamente pocos años El café de nadie seguía existiendo.
Hay una foto maravillosa en donde podemos ver a tres de las más grandes mujeres de la historia occidental: Simone de Beauvoir, Emma Goldman y Rosa Luxemburgo, ni más ni menos. Juntas. Y las tres fuman sendas pipas. Sabemos la historia lo tiene registradoque alguna de ellas o más bien las tres, cada una por su parte, pretendieron en su momento entrar en alguna cafetería y pedir una de estas bebidas, estimulantes como el pecado y negras como el infierno. Pero cometieron un pecado que la sociedad de aquellos tiempos consideraba imperdonable: ir solas, sin hombre que las acompañara. Y sabemos que se les negó el servicio. Es indudable que en estos años, desde la época de ellas, hemos avanzado un poco.
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Simone, Rosa, Emma. Cúspide femenina
Ya en años mucho más recientes, en los 80 del siglo pasado, en México, es bien conocido que en el café La Habana de Bucareli llegaban escritores y periodistas con mucha frecuencia. Incluso en este lugar se ha colocado una placa para informar y, sin duda, conmemorarque en las mesas del Habana tomaban plaza gentes como Octavio Paz, el maestro Edmundo Valadés quien no aparece en la susodicha placa y mucho menos sus discípulos de taller que nos impartía a dos calles de ese café y con quienes se reunía. También estuvieron ahí ni más ni menos que Ernesto, el Che, Guevara (“Si no hay café para todos, no lo habrá para nadie”) y Fidel Castro conspirando para llevar a cabo la histórica Revolución Cubana que ha resistido, hasta la fecha, los embates y el bloqueo económico del imperio con el poder destructivo más grande de la historia de la humanidad por más de sesenta años: el imperio gringo.
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Café La Habana
Sin duda el café ha estado presente en la literatura mexicana durante casi toda su historia. Los estímulos del café son realmente tremendos. Me han contado que la excitación que produce un buen café exprés es comparable con lo que causa la inhalación de lo que llaman un pase de cocaína. Con la diferencia que el café muestra descomunales ventajas: produce una adicción sin dudapero incomparablemente más benévola que la causada por la droga blanca, el placer al consumirlo es muy superior al de la cocaína, el café es veinte veces más barato y, quizá lo más importante: el café es una droga legal, no se viola ninguna norma jurídica consumiendo el café incluso en exceso.
Hay una descripción ingeniosa de Balzac haciendo el símil entre los estímulos del café con una batalla de aquellos tiempos:

“El café llega a mi estómago y, enseguida, hay una conmoción general: las ideas empiezan a moverse como los batallones de la Grand Armée en el campo de batalla y la refriega da inicio. Los recuerdos llegan a todo galope, marchando al viento; la caballería de las comparaciones me ofrece magníficas descargas; la artillería de la lógica se da prisa con las municiones e inicia el ataque con tiros certeros; las frases llegan y las hojas de papel se llenan de tinta, ya que la lucha comienza y termina con polvo de café, así como las batallas lo hacen con pólvora”.
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Balzac, gran cafetero
Los estímulos cafeínicos se inician con el delicioso aroma que despide el café una vez tostado y molido. El dramaturgo inglés John Van Druten sostiene que “Si fuera mujer usaría el café como perfume”. Pero luego los deleites se extienden al paladar y se amplifican. Un buen café suele ser demasiado fuerte para gustos bisoños. Pero como las más poderosas y estimulantes drogas, la primera vez que se prueban no son lo que podríamos llamar “agradables”. Y una vez superando la iniciación es muy fácil llegar a la adicción. Ya está anotado que el café provoca una adicción más bien ligera, aunque el síndrome de abstinencia no se le recomienda a nadie, es completamente fácil de disolver tomándose un simple café.
Continuando con las incitaciones físicas del café, no debe quedar sin considerar que una vez ingerido, muy pronto, el café provoca una excitación que alerta a la inteligencia, penetra en los recuerdos, amplifica las percepciones y también genera un estado de consciencia diferente al que se mantiene normalmente en la vigilia. Y esto ocurre sólo unos cuantos minutos después de la ingestión. Es en tal estado en que aparece la musa. Es aquí donde empieza la batalla a la que se refiere Balzac, todas las potencias intelectuales entran en juego... y la creación ocurre. Es el momento del poema, del cuento, del fragmento de novela. El efecto durará hasta tres horas, pero si se sigue bebiendo el néctar, el estado de excitación continuará.
Hay personas que suelen ser muy sensibles al café. Sé de quienes han debido recibir atención médica para ser salvados del excesivo efecto cafeínico. Y también de personas que con un solo café en el atardecer les provoca el fatal insomnio de la noche entera.
Luego de tan largo prolegómeno, sufrido lector, ingreso en el tema que es no menos propio de este texto: un libro que compila poemas dedicados precisamente a la bebida en comento: Rapsodia al café. Este volumen acumula, además de la importancia de estar dedicado al néctar negro, el hecho de que la compiladora, Noemí Luna García, gerente y directora de la editorial Eterno Femenino Ediciones (EFE), ha alcanzado, junto con su equipo de colaboradores (notablemente entre ellos Juan Pablo García Vallejo, el más vasto conocedor de la historia de la mariguana en México), los doscientos títulos publicados.
En un esfuerzo asombroso y heroico Eterno Femenino se ha mantenido a lo largo ya de nueve años.
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Noemí Luna García, Pterocles Arenarius
Este libro llamado Rapsodia al café viene siendo una conmemoración por una vasta trayectoria en la edición literaria. Estoy seguro que no serán pocos los títulos que ha publicado Eterno Femenino los que pasarán a la historia de la literatura mexicana. El tiempo es el mejor aliado de EFE porque es el único juez, el más implacable, porque indefectiblemente habrá de colocar a cada quien en su merecido sitio.
Pero además, el volumen celebra la bebida que ha sido, como ninguna otra, el gran aliado de los escritores se dice que el alcohol lo es. Digamos que sí, pero jamás ha sido adecuado para escribir bajo sus influjos, de igual manera la mariguana―; en cambio, con el café la acuciosidad, la lucidez, la inteligencia son virtudes que imprescindiblemente tienen que estar presentes en el que escribe y son justamente las mismas que convoca el café con sus tremendos estímulos.
Celebremos, pues, ante una taza del más poderoso y delicioso café el inconmensurable trabajo de Eterno Femenino y sus doscientos títulos publicados.


Pterocles Arenarius, Ciudad de México, primavera del 2019

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