Prólogo
Eterno
Femenino, 200 títulos
(Y un
paseo por los avatares del néctar negro)
Caliente
Amargo
Fuerte
Escaso
“El café debe ser
caliente como el infierno,
negro como el demonio, puro como un ángel y dulce como el amor”.
Dijo el político decimonónico francés Charles Maurice de
Talleyrand. Lo cual nos conduce a pensar que los estímulos que del
café obtuvo este hombre deben haber sido muy intensos, por más que
la naturaleza del café es el amargor y no la dulzura, pero también,
admitamos que en el amor no hay más melosidad que la acritud
cafeínica.
Néctar negro |
El café ha acompañado a la humanidad desde hace muchos siglos, por
más que la leyenda le adjudique apenas unos cuantos miles de años.
Peor aun es el hecho de que el café es introducido al mundo
occidental apenas a finales del siglo XVI por un médico alemán de
nombre Leonard Rauwolf, quien viajando a lo largo de diez años por
países árabes conoció la oscura bebida.
En
el oriente cercano, en el descomunal desierto árabe, habita la
enigmática etnia de los tuaregs o los hombres azules. Bandidos,
comerciantes, soldados de fortuna, pero antes que nada, habitantes
del desierto. Pintados de azul por el pigmento que usan para colorear
sus ropas y el cual se les pega en la piel. Este pigmento termina
funcionando como un bloqueador solar natural. Pero lo más extraño
de esta tribu es el hecho de que quienes usan una cubierta para su
rostro son los hombres y no las mujeres. Ellos, cuando se convierten
en hombres al dejar la adolescencia, empiezan a cubrir su rostro y no
lo dejan ver jamás ya en su vida. Es costumbre de ellos comer
apartados, en donde nadie los vea, para que jamás en esta vida su
cara sea mirada. Los tuaregs son quizá los más radicales y
fervorosos bebedores de café del mundo. Realizan un complicado
ritual, sin duda milenario, para la elaboración de su café en medio
del desierto, en campamentos improvisados y con fogatas efímeras y
en trastos, casi siempre de cobre, que se heredan por generaciones.
Pero lo más curioso y conmovedor es que pudieran carecer de
cualquier objeto imprescindible para la vida en el desierto, pero
jamás de una tacita de porcelana en la cual degustan el poderoso
néctar que ellos mismos elaboran. El café es, para ellos, el vaso
comunicante con el único Dios, Alá, el misericordioso...
Los hombres azules del desierto del Sahara |
Cuando el café llega a Europa se convierte en una de las más
maravillosas novedades. Menos de cincuenta años después de ingresar
en este continente ya había cientos de establecimientos en las más
importantes ciudades, en donde se expendía la infusión de café.
Con
el paso de los siglos, ha habido muchos artistas, escritores, que han
proclamado las delicias y las bondades del café. Es harto conocido
que Balzac se satisfacía con unas cincuenta tazas de café por día.
Igualmente Voltaire, de quien se dice que era más adicto al café
incluso que el autor de la Comedia Humana.
Al mismo François-Marie
Arouet se atribuye la frase: “Claro
que el café es un veneno lento, hace cuarenta años que lo bebo”.
François-Marie Arouet, Voltaire |
En
general, es fama que todos los escritores tienen como una de sus
adicciones favoritas al café. Hoy,
extendido por todo el orbe,
el café es la bebida no alcohólica más popular en este
planeta.
La estadística nos dice que cada año se consumen unos 400 000
millones de tazas de café. Lo
cual nos hace pensar que la poesía y, en general, la literatura, le
debe mucho más al café que a las academias y a las universidades.
Sin duda pocas sustancias
animan tanto a las
artes de la
conversación y la escritura como el café.
En
México, no menos que en otros países, el café ha sido un
permanente compañero de los que se dedican al arte. Recordamos al
gran poeta Juan de Dios Peza, quien junto con Manuel
María Flores, Manuel Acuña, José Tomás de Cuéllar y también
algunos de los próceres nacionales como Ignacio Ramírez, Ignacio
Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio, Francisco Zarco, Justo
Sierra y hasta Irineo Paz, abuelo del único mexicano premio nobel de
literatura, Octavio Paz, así como otros
insignes poetas del periodo romántico mexicano fueran miembros de
una tertulia que se reunía en
una casona de la Plaza de Santa Isabel, que se encontraba en donde
ahora está el bellísimo Palacio de Bellas Artes. Juan de Dios Peza
narra en sus memorias que en esa mansión que era propiedad de la
familia encabezada por don Juan de la Peña y su esposa Margarita
Llerena, cuya hija era la famosísima Rosario de la Peña y Llerena
―por
cuyo amor Manuel Acuña decidiera suicidarse―
se realizaba tal tertulia que hoy conocemos como El Parnaso Mexicano.
Juan de Dios Peza afirma que en la reunión que solía durar la noche
entera con los poetas leyéndose sus versos y contándose anécdotas
de múltiple índole, solían lubricar la larga reunión con “El
néctar negro de los sueños blancos”. Así sería de delicioso el
café que consumían los poetas. Aunque tenían sus excepciones,
porque a veces sustituían el café por “El néctar blanco de los
sueños negros”: el mezcal.
El Nigromante, Juárez, Altamirano: construyeron una nación y también su literatura |
En
esa tertulia, como vemos, se renovó, se recreó y refundó la
literatura mexicana en español. Y
todo, sin duda, gracias, en
gran medida, al néctar que
nos refiere Juan de Dios Peza.
Años
después, luego de la Revolución Mexicana se recupera la tradición
de la tertulia y se nos refiere que en la calle de Madero, hoy frente
a la Plaza de la Solidaridad, en el Hotel del Prado ―caído
en el gran terremoto del año 1985―
estaba el
café Sorrento, en donde el muy joven Octavio Paz reconoce haber
participado en las tertulias que presidía un poeta de barbas
proféticas y exiliado español por la guerra civil y cuyo nombre era
León Felipe. Antes de esa época se funda asimismo El
café de nadie,
en la calle
Jalisco, hoy Álvaro Obregón en la
colonia Roma, establecimiento al que se le honra con la creación de
una novela homónima autoría de uno de los grandes estridentistas,
Arqueles Vela. Hasta hace relativamente pocos años El
café de nadie seguía
existiendo.
Hay
una foto maravillosa en donde podemos ver a tres de las más grandes
mujeres de la historia occidental: Simone
de Beauvoir, Emma Goldman y Rosa Luxemburgo, ni más ni menos.
Juntas. Y las tres fuman sendas pipas. Sabemos ―la
historia lo tiene registrado―
que
alguna de ellas o más bien las tres, cada una por su parte,
pretendieron en su momento entrar en alguna cafetería y pedir una de
estas bebidas, estimulantes como el pecado y negras como el infierno.
Pero cometieron un pecado que la sociedad de aquellos tiempos
consideraba imperdonable: ir solas, sin hombre que las acompañara. Y
sabemos que se les negó el servicio. Es indudable que en estos años,
desde la época de ellas, hemos avanzado un poco.
Simone, Rosa, Emma. Cúspide femenina |
Ya
en años mucho más recientes, en los 80 del siglo pasado, en
México,
es bien conocido que en el café La Habana de
Bucareli
llegaban escritores y periodistas con mucha frecuencia. Incluso en
este lugar se ha colocado una placa para informar ―y,
sin duda, conmemorar―
que
en las mesas del Habana tomaban plaza gentes como Octavio Paz, el
maestro Edmundo Valadés ―quien
no aparece en la susodicha placa y mucho menos sus discípulos
de taller que nos
impartía a dos calles de ese café y
con quienes se reunía―.
También estuvieron ahí ni más ni menos que Ernesto, el Che,
Guevara (“Si
no hay café para todos, no lo habrá para nadie”)
y Fidel Castro conspirando para llevar a cabo la histórica
Revolución
Cubana que
ha resistido, hasta
la fecha,
los embates y
el bloqueo económico
del imperio con el poder destructivo más grande de la historia de la
humanidad por más de sesenta años: el imperio gringo.
Café La Habana |
Sin
duda el café ha estado presente en la literatura mexicana durante
casi toda su historia. Los estímulos del café son realmente
tremendos. Me han contado que la excitación que produce un buen café
exprés es comparable con lo
que causa
la
inhalación de lo
que llaman un pase de cocaína. Con la diferencia que el café
muestra descomunales ventajas: produce una adicción ―sin
duda―
pero
incomparablemente más benévola que la causada
por
la droga blanca, el placer al consumirlo es muy superior al de la
cocaína, el
café
es veinte veces más barato y, quizá lo más importante: el café es
una droga legal, no se viola ninguna norma jurídica
consumiendo el café incluso en exceso.
Hay una descripción ingeniosa
de Balzac haciendo el símil entre los estímulos del café con una
batalla de aquellos tiempos:
“El
café llega a mi estómago y, enseguida, hay una conmoción
general: las ideas empiezan a moverse como los batallones de la Grand
Armée en el campo de batalla y la refriega da inicio. Los
recuerdos llegan a todo galope, marchando al viento; la caballería
de las comparaciones me ofrece magníficas descargas; la artillería
de la lógica se da prisa con las municiones e inicia el ataque con
tiros certeros; las frases llegan y las hojas de papel se llenan de
tinta, ya que la lucha comienza y termina con polvo de café, así
como las batallas lo hacen con pólvora”.
Balzac, gran cafetero |
Los
estímulos cafeínicos se inician con el delicioso aroma que despide
el café una vez tostado y molido. El dramaturgo inglés John Van
Druten sostiene que “Si fuera mujer usaría el café como perfume”.
Pero luego los deleites se extienden al paladar y se amplifican. Un
buen café suele ser demasiado fuerte para gustos bisoños. Pero como
las más poderosas y estimulantes drogas, la primera vez que se
prueban no son lo que podríamos llamar “agradables”. Y una vez
superando la iniciación es muy fácil llegar a la adicción. Ya está
anotado que el café provoca una adicción más bien ligera, aunque
el síndrome de abstinencia no se le recomienda a nadie, es
completamente fácil de disolver tomándose un simple café.
Continuando
con las incitaciones físicas del café, no debe quedar sin
considerar que una vez ingerido, muy pronto, el café provoca una
excitación que alerta a la inteligencia, penetra en los recuerdos,
amplifica las percepciones y también genera un estado de consciencia
diferente al que se mantiene normalmente en la vigilia. Y esto ocurre
sólo unos cuantos minutos después de la ingestión. Es en tal
estado en que aparece la musa. Es aquí donde empieza la batalla a la
que se refiere Balzac, todas las potencias intelectuales entran en
juego... y la creación ocurre. Es el momento del poema, del cuento,
del fragmento de novela. El efecto durará hasta tres horas, pero si
se sigue bebiendo el néctar, el estado de excitación continuará.
Hay
personas que suelen ser muy sensibles al café. Sé de quienes han
debido recibir atención médica para ser salvados del excesivo
efecto cafeínico. Y también de personas que con un solo café en el
atardecer les provoca el fatal insomnio de la noche entera.
Luego
de tan largo prolegómeno, sufrido lector, ingreso en el tema que es
no menos propio de este texto: un libro que compila poemas dedicados
precisamente a la bebida en comento: Rapsodia al café.
Este volumen acumula, además de la importancia de estar dedicado al
néctar negro, el
hecho de que la compiladora, Noemí Luna García, gerente y directora
de la editorial Eterno Femenino Ediciones (EFE),
ha alcanzado, junto con su
equipo de colaboradores (notablemente entre ellos Juan Pablo García
Vallejo, el más vasto conocedor de la historia de la mariguana en
México), los doscientos
títulos publicados.
En
un esfuerzo asombroso y heroico Eterno
Femenino se ha mantenido a lo largo ya de nueve años.
Noemí Luna García, Pterocles Arenarius |
Este
libro llamado Rapsodia al café
viene siendo una conmemoración por una vasta trayectoria en la
edición literaria. Estoy seguro que no serán pocos los títulos que
ha publicado Eterno Femenino los que pasarán a la historia de la
literatura mexicana. El tiempo es el mejor aliado de EFE porque es el
único juez, el más implacable, porque indefectiblemente habrá de
colocar a cada quien en su merecido sitio.
Pero
además, el volumen celebra la bebida que ha sido, como ninguna otra,
el gran aliado de los escritores ―se
dice que el alcohol lo es. Digamos que sí, pero jamás ha sido
adecuado para escribir bajo sus influjos, de igual manera la
mariguana―;
en
cambio, con el café la
acuciosidad, la lucidez, la inteligencia son virtudes que
imprescindiblemente tienen que estar presentes en el que escribe y
son justamente las mismas que convoca el café con sus tremendos
estímulos.
Celebremos,
pues, ante una taza del más poderoso y delicioso café el
inconmensurable trabajo de Eterno Femenino y sus doscientos títulos
publicados.
Pterocles
Arenarius, Ciudad de México, primavera del 2019
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