jueves, 12 de julio de 2018

3, 4, 5: Números pitagóricos


Tres, cuatro y cinco; Números pitagóricos
Uno de los más grandes. Ciego deslumbrante. En la ciudad sagrada.


Tres de siete.
Ficciones, Narraciones, Jorge Luis Borges.
Una vez, hace muchos años, el poeta Francisco López Rodríguez me dijo que cuando leyó el cuento “Tlön, Ukbar, Orbis Tertius” sintió, más que pensar, que este cuento lo había escrito un loco. Me lo dijo con una actitud de tremenda extrañeza. Casi me parecía que la locura que él creyera encontrar en el cuento se le hubiera contagiado. Alguna vez leí algo parecido que escribió Borges sobre Emmanuel Swedenborg, anotaba que este autor describía con gran racionalidad, incluso con suma inteligencia y con una prosa notable por elegante, pero los objetos descritos sólo podía haberlos visto un loco. Swedenborg habla de los ángeles, de su observación del paraíso, de la vida después de la muerte y también de los seres que habitan sitios que posiblemente llamaríamos infernales. Objetos y seres que no se encuentran en este mundo.
Borges es un escritor así. Él escribe, por ejemplo, sobre un libro infinito, ¡en serio!, un libro que no termina ni empieza jamás y dura eternamente. Nos cuenta sobre aquel hombre que recordaba todo, absolutamente todo lo que percibía. Justifica incontestablemente el porqué Judas es el verdadero mártir en la pasión llamada cristiana y no el mismísimo Jesucristo. Nos cuenta como una secta intenta crear un universo, humildemente, sólo un universo como este en el que vivimos, sólo que ellos lo tratan de hacer en un libro, por supuesto. O bien encuentra un punto en donde es posible ver todos los sitios que existen en este planeta; y eso lo hace en dos cuentos. Nos demuestra que la muerte es un tesoro escondido y que, finalmente, es lo que le da su gran valor a la vida. Un día, cuando es un hombre mayor y ciegose encuentra con un muchacho treinta años menor que él, ¡pero es él mismo! ¡Borges habla consigo mismo en un mutuo sueño de joven y de viejo! Hay un cuento de Borges que parece una broma muy pesada, dice que Pierre Menard es el autor del Quijote, lo cual usa para probar que ese libro es tan nuevo como su autor francés Menard, y tan antiguo como un tal Miguel de Cervantes. Cosas así escribe Borges, quien murió en el año 86 del siglo pasado, pero, como Gardel quien cada año canta mejor, igualmente Borges, cada que lo leemos se supera notablemente. Yo creo que es muy difícil encontrar en la historia mundial de la literatura un escritor más original que Jorge Luis Borges Acevedo.
Borges es inagotable. Sus ensayos destilan sabiduría, erudición y bondad, a pesar de que sus posturas políticas no fueron las más deseables.
Hay frases tremendas en todas las narraciones de este gigante argentino, recordemos unas cuantas: “Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres”; “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita”. “Esta Ciudad (pensé) es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz”.
Borges es un escritor inaudito. Sus fantasías no son ciencia ficción, son imaginaciones extravagantes y siempre debidas a las obsesiones de este autor. Lo fascinante, lo increíble, es que el escritor sostiene las fantasías imposibles a punta de palabras. Borges es tremendamente filosófico. También obsesivo. Hay un pequeño grupo de objetos que sin duda son recurrentes de manera permanente en su obra. El infinito, los libros, el laberinto, el otro que es él mismo.
Suele sentirse, al leer a Borges, que uno está leyendo a un hechicero. El embrujo Borgiano empieza por una gran extrañeza. Este argentino altamente europeizado es un alma extraña. Sus narraciones destilan sabiduría. Él escribe para la inteligencia, para el pasmo, para invitar al lector a la fascinación por las ideas trascendentes incluso esotéricas. Lo dicho, es un mago.
(Un día leí que un escritorzuelo había viajado ex profeso a Ginebra, Suiza, donde está la tumba de Borges, para mearse en ella. Y he leído de otros aspirantes a escribir que han dicho estupideces del estilo. El ciego argentino es inmune a bajezas así que sólo degradan a los de por sí ya miserables a quienes Borges les parece inmodesto o, más bien soberbio: son personas que leyeron, o intentaron leer los cuentos de Borges y no los entendieron, son los insectos de la podredumbre ante el gigante).
Escribir sobre este gran autor no es enchílame otra. Lo supe cuando intenté sacar algo rápido y simple. No, Borges es otra cosa. Por eso me tardé tanto que no terminé en el lapso del tercer día, sino en la madrugada del cuarto día del reto. Pero en fin. Aquí va el tercero de siete. Y convoco a Enrique Ramírez.

En primer plano Sabato. Atrás Allen Gingsberg y Nicanor Parra.

Cuatro de siete.
Sobre héroes y tumbas, Ernesto Sabato.
Leí Sobre héroes y tumbas, por primera vez, quizá como por el año 87. Antes de la página 50 ya había notado que era un platillo demasiado fuerte. La novela es muy dura. Había un personaje terrible y atormentado hasta la más radical esquizofrenia, pero dueño de una inteligencia muy superior. A ese hombre le hacía daño el mundo. Sus más que clarísimas luces le indicaban que este es un mundo atroz, un lugar en el que no exista el perdón y sí la crueldad y los actos despiadados. La novela adquiere una altura sin mesura cuando Sabato (pronúnciese sábato porque la ortografía, nos indicó Sabato, es italiana, sin acentos) introduce el capítulo llamado Informe sobre Ciegos. Desde el epígrafe notamos la espantosa grandeza del texto: “¡Oh, dioses de la noche!¡Oh, dioses de las tinieblas, del incesto y del crimen,de la melancolía y del suicidio!¡Oh, dioses de las ratas y de las cavernas,de los murciélagos, de las cucarachas!¡Oh, violentos, inescrutables dioses del sueño y de la muerte!”.
Y de ahí, que es el clímax, la novela vuela o, sin duda, deberíamos decir penetra hasta la parte más profunda y siniestra de los que formamos esto que llamamos la humanidad― y avanza devastando. Sobre héroes y tumbas” es una gran novela. Es como Shiva el destructor. Sabato considera que en este mundo hay demasiada porquería y, simbólicamente, purifica a tal orbe, condena a morir incendiándose al personaje: la purificación suprema por el fuego.
El escepticismo de Sabato no reconoce nada. Cuestiona, a través de su personaje, incluso a Dios: o bien no existe, o bien es un inepto, o bien es un perverso, o bien es un imbécil; o bien es bueno, pero no tiene el control del universo, o bien fue derrotado por el Diablo antes de los tiempos y es Satanás quien pergeñó este mundo calamitoso y se lo atribuyó al derrotado Dios. La más grande blasfemia jamás pronunciada.
Sabato es una inteligencia privilegiada. Llegó a ser un científico en el ámbito de la física. Los tormentos que padecía su alma lo llevaron a la literatura. Él cree que la literatura está mucho más allá de la diversión, incluso del conocimiento. Considera que la literatura es la más importante actividad para explorar el alma humana. Psicología pura y masiva. Su visión del hombre es dolorosa pero no deja de ser esperanzada, compasiva como quizá ningún artista lo haya manifestado en la historia. Pero también es terrible y siniestra. Sabato sabe que somos entidades demoniacas y que muy capaces somos de autodestruirnos.
Sobre héroes y tumbas, en lo personal, me provocó una depresión de un par de meses. No es exageración. Con esta novela nos duele la humanidad y nos duele el ser humano. También nos hace entender que somos un milagro o millones de ellos. Sus palabras vienen desde un científico que abjuró del conocimiento “cierto” que proclamaba hasta hace muy poco la ciencia. Sabato se refugia en la letra y el arte para desgarrarse, para demostrar que es más valioso el ser sucio, pequeño, contradictorio y hasta mediocre que es el hombre de la calle. Sabato el ácrata, el desesperanzado escéptico, el hombre de la gran inteligencia, el científico, renuncia al mundo purísimo de las matemáticas, de la ciencia, para descender a una literatura que, paradójica, increíblemente, lo coloca en las grandes alturas de la mejor literatura.
Este es el cuarto libro de siete. Y convoco a Jonathan Zavala para que nos diga de dónde ha abrevado para la buena poesía que nos ha dado.

Genio francés


Cinco de siete.
Gargantúa y Pantagruel, François Rabelais.
Hoy recomiendo esta obra que, en realidad, está formada por cinco libros escritos a lo largo de treinta años.
Tengo que decir que Gargantúa y Pantagruel es uno de los libros que más he gozado en mi vida. Es uno de los que me ha hecho pensar que la literatura es una de las más grandes hazañas de la humanidad y además en una de las actividades en las que es posible que un humano se proyecte a planos superiores de la existencia. Una de las circunstancias más impresionantes de Gargantúa… es el hecho de que fue escrito a partir de un cuento medieval muy ingenuo, pero con toda la picardía del pueblo francés (y de todo pueblo que vive y goza o sufre la existencia). La fascinante historia de dos gigantes Gargantúa y Pantagruel, de autor anónimo, fue el punto de partida para que el fraile y médico François Rabelais (pronunciemos fgansuá gabelé), que además era un erudito, un desaforado lector de los clásicos griegos y latinos, conocedor de la herbolaria de su patria, de la historia europea, de la filosofía completa hasta ese momento histórico, de las plantas sagradas de otras latitudes y, en fin, de múltiples saberes del mundo. Es notable que cuando uno lee este libro ―o esta gran saga de cinco libros en uno solo― tenga la impresión de que está leyendo a un contemporáneo. Y al darse cuenta que el libro tiene unos 500 años no cabe más que asombrarse de la inmensa sabiduría del autor. Rabelais se adelantó en muchos sentidos, en muchos ámbitos a su época. Bueno, los surrealistas de cuatro siglos después lo nombraron un miembro de su escuela, el surrealismo.
Pero lo más importante de Gargantúa y Pantagruel son dos cosas, una es el desaforado sentido del humor. El libro nos lleva a punta de risotadas por una serie de aventuras con harta frecuencia disparatadas, monstruosas, cargadas de imaginación, cochinas o escatológicas como dirían los culteranos. La otra es la desmesura en todos sentidos. Este libro es una de las más grandiosas hazañas de lo escrito, un tremendo atrevimiento y la manifestación más absoluta de la libertad de un espíritu demasiado grande. Me impresionó una de las arengas más simples del libro. Hay una parte en donde ocurre una gran guerra, llamada la guerra picrocolina porque el enemigo a vencer era un rey así llamado, Picrólo. En esos combates participa Gargantúa quien se encuentra como estudiante en la abadía de Theleme. Lo muy notable es que para ingresar como monje en esa abadía es que hay que cumplir con todo rigor su única regla, el mandato solitario de este sitio es “Haz lo que quieras”. Para cumplir con el más alto mandato de tal abadía tenías que hacer eso. Lo que quieras. Me pareció que para muchos que conozco eso sería casi como una maldición. Haz lo que quieras es el mandato de que seas libre sin cortapisas, es el mandato supremo del anarquismo, es la responsabilidad extrema, como no hay otra en este mundo. Si haces lo que quieras te responsabilizas con tu propia vida de cada acto realizado en tu existencia. Porque tuviste la libertad de hacerlo o no. Me di cuenta de que eso es terrible, pero más es maravilloso porque implica la suprema libertad y también sus límites. Es decir, la más grande consciencia posible. Y es tan simple. Y jamás lo había pensado. Y siempre había querido hacerlo y muchas veces lo he hecho y he batallado tanto en mi vida por ello. En fin.
El libro tiene miles más de sorpresas. Siempre son risibles. Desde el principio el autor nos advierte en el prólogo que su objetivo no es el de ser didáctico ni sabio ni culterano ni erudito ni soberbio, sino sólo quiere que nos divirtamos, que gocemos y que nos riamos. Pero de pronto nos damos cuenta en la lectura que estamos frente a un monstruo de conocimiento, un auténtico erudito. Más todavía, estamos frente a un hombre de inmensa estatura, un sabio.
Es notable, no menos, que los gigantes no tienen una medida determinada. A veces el autor nos hace imaginarnos a un hombre muy alto. Muy alto, como de 2.5 metros de alto. Pero a veces hay narraciones en donde tiene que tener por lo menos 30 metros de estatura. Y el colmo es que en una ocasión, uno de los personajes, Panurgo, el políglota y loco y desesperado por casarse y también por no casarse, ese va a dar a una circunstancia en que Pantagruel se lo traga. Panurgo se encuentra en un torrente de líquido que llega al aparato digestivo del gigante. ¿Será quizá su estómago? Está a un lado de un gran lago de mierda (sic). Luego echa a andar y encuentra una ciudad y se topa con los habitantes del pueblo. Uno dice no mames, este güey debe medir por lo menos lo suficiente como para que su tamaño sea comparado con un planeta pequeño.
Gargantúa y Pantagruel, faltaba más, fue como todo lo sabio, lo inteligente, lo libre, lo bueno y lo maravilloso prohibido por la iglesia de su tiempo. Rabelais fue amenazado con la hoguera e incluso perseguido cuando se dieron cuenta de que él había escrito el libro. Los doctores de la Sorbona, que ya existía y los jerarcas de la iglesia no podían soportar las justas y carcajeantes burlas que les dedicara Rabelais. Por esta razón, el gran escritor, conocedor de cómo se las gastaban, publicó los dos primeros libros con un seudónimo que no era otro que su propio nombre trucado en un anagrama: “Alcofribas Nasier, extractor de quintaesencia”, se nombró. Con el tiempo y la fama que alcanzó su maravilla de narración, el rey de Francia, Francisco I, protegió a Rabelais y así el autor pudo publicar los siguientes volúmenes de su creación con su propio nombre e incluso incorporar los anteriores.
Gargantúa y Pantagruel se convirtió en un referente de la gran literatura francesa. Sin embargo, el espíritu de esta nación viró en su literatura en otra dirección, ciertamente opuesta a la que marcaba Rabelais. Existió un Michel de Montaigne, no menos grato que Rabelais, pero muy en otro sentido, mucho más racional, mucho más mesurado, sereno y meditativo. A largo plazo, la literatura de ese país adoptó en gran medida el racionalismo de otro gran francés, Renato Descartes y esta obra grandiosa se quedó en un sitio aislado, como una estrella solitaria de la más grande literatura de la historia.
Voy a decir algo que me atraerá condenas e incluso maldiciones. Va: Gargantúa y Pantagruel es una obra muy superior a una obra titulada El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Sin que considere al Quijote una obra menor ni mucho menos, para mi gusto, Gargantúa… acumula valores superiores a los del Quijote. Siento que la novela francesa es mucho más honesta porque resulta menos moralina que el Quijote. Sin embargo, cuando en la española se le van a Cervantes ―porque quién duda que se le fueron―, los actos canallescos del protagonista en su cautiverio en tierras musulmanas, es cuando muestra el rostro verdadero del héroe. En cambio en Gargantúa… no tenemos ese problema. Los gigantes son borrachos siempre, sus mujeres no son bellas y honestas y pudorosas como las de Don Quijote, sino suelen ser locas, putas y borrachas o brujas, cuando llegan a aparecer, porque ciertamente es una novela muy de hombres incluso de machos.
Tengo que anotar que suspendí tantos días las entregas de los siete días de tu vida y siete libros de tu vida porque estaba como ido. Ido de la realidad. Todavía no acabo de aceptar que la izquierda ganó las elecciones. Siento que tengo que decirle a alguien que me haga el favor de pellizcarme. Por momentos no lo puedo creer. Quiero decirles que luego de medio siglo de luchar contra el gobierno, de padecer las atrocidades, los abusos, los robos de toda índole, incluso la persecución y al mismo tiempo ver el gran poder corrupto y corruptor de la gente del poder, derrotarlos parecía imposible. Al mismo tiempo se observaba la dejadez, la desidia de la gente, su aguante que parecía imposible y suicida. Era fácil pensar que jamás los venceríamos o que si lo hacíamos faltaba mucho tiempo. Simplemente recuerdo que gente como Carlos Monsiváis, Rogelio Naranjo, Miguel Ángel Granados Chapa, Julio Scherer García; el inefable Eduardo del Río, Rius. Se nos fueron. Han dejado un país más empobrecido por su ausencia. Pero la grandiosa victoria electoral nos muestra que su obra no fue en vano. Ellos ayudaron a despertar a las consciencias durante toda su vida. En fin. Hoy, por fin, retomo en el quinto libro las recomendaciones porque es un compromiso conmigo mismo y les digo que si las suspendí fue por cumplir compromisos con otras personas y también por la tremenda, la casi insoportable alegría de la gran victoria, emoción que me mantenía pasmado, abrumado e incrédulo. Y convoco a Aydeé Bravo para que nos diga siete de sus autores amados, uno por día. Aunque no lo haga diario, ni se lo tome tan en serio como lo hemos hecho algunos, basta con unas cuantas líneas. Pero que nos comparta sus grandes lecturas.

Atrás corazón de amor, adelante 52 consejos para escribir correctamente, de Eusebio

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