Tres, cuatro y cinco; Números pitagóricos
Uno de los más grandes. Ciego deslumbrante. En la ciudad sagrada. |
Tres de siete.
Ficciones,
Narraciones, Jorge Luis Borges.
Una vez, hace muchos
años, el poeta Francisco López Rodríguez me dijo que cuando leyó
el cuento “Tlön, Ukbar, Orbis Tertius” sintió, más que pensar,
que este cuento lo había escrito un loco. Me lo dijo con una actitud
de tremenda extrañeza. Casi me parecía que la locura que él
creyera encontrar en el cuento se le hubiera contagiado. Alguna vez
leí algo parecido que escribió Borges sobre Emmanuel Swedenborg,
anotaba que este autor describía con gran racionalidad, incluso con
suma inteligencia y con una prosa notable por elegante, pero los
objetos descritos sólo podía haberlos visto un loco. Swedenborg
habla de los ángeles, de su observación del paraíso, de la vida
después de la muerte y también de los seres que habitan sitios que
posiblemente llamaríamos infernales. Objetos y seres que no se
encuentran en este mundo.
Borges es un
escritor así. Él escribe, por ejemplo, sobre un libro infinito, ¡en
serio!, un libro que no termina ni empieza jamás y dura eternamente.
Nos cuenta sobre aquel hombre que recordaba todo, absolutamente todo
lo que percibía. Justifica incontestablemente el porqué Judas es el
verdadero mártir en la pasión llamada cristiana y no el mismísimo
Jesucristo. Nos cuenta como una secta intenta crear un universo,
humildemente, sólo un universo como este en el que vivimos, sólo
que ellos lo tratan de hacer en un libro, por supuesto. O bien
encuentra un punto en donde es posible ver todos los sitios que
existen en este planeta; y eso lo hace en dos cuentos. Nos demuestra
que la muerte es un tesoro escondido y que, finalmente, es lo que le
da su gran valor a la vida. Un día, cuando es un hombre mayor ―y
ciego― se
encuentra con un muchacho treinta años menor que él, ¡pero es él
mismo! ¡Borges habla consigo mismo en un mutuo sueño de joven y de
viejo! Hay un cuento de Borges que parece una broma muy pesada, dice
que Pierre Menard es el autor del Quijote, lo cual usa para probar
que ese libro es tan nuevo como su autor francés Menard, y tan
antiguo como un tal Miguel de Cervantes. Cosas así escribe
Borges, quien murió en el año 86 del siglo pasado, pero, como
Gardel quien cada año canta mejor, igualmente Borges, cada que lo
leemos se supera notablemente. Yo creo que es muy difícil encontrar
en la historia mundial de la literatura un escritor más original que
Jorge Luis Borges Acevedo.
Borges es
inagotable. Sus ensayos destilan sabiduría, erudición y bondad, a
pesar de que sus posturas políticas no fueron las más deseables.
Hay frases tremendas
en todas las narraciones de este gigante argentino, recordemos unas
cuantas: “Los espejos y la cópula son abominables, porque
multiplican el número de los hombres”; “La candente mañana de
febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa
agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni
al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución
habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me
dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se
apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie
infinita”. “Esta
Ciudad
(pensé)
es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el
centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de
algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el
mundo podrá ser valeroso o feliz”.
Borges es un
escritor inaudito. Sus fantasías no son ciencia ficción, son
imaginaciones extravagantes y siempre debidas a las obsesiones de
este autor. Lo fascinante, lo increíble, es que el escritor sostiene
las fantasías imposibles a punta de palabras. Borges es
tremendamente filosófico. También obsesivo. Hay un pequeño grupo
de objetos que sin duda son recurrentes de manera permanente en su
obra. El infinito, los libros, el laberinto, el otro que es él
mismo.
Suele sentirse, al
leer a Borges, que uno está leyendo a un hechicero. El embrujo
Borgiano empieza por una gran extrañeza. Este argentino altamente
europeizado es un alma extraña. Sus narraciones destilan sabiduría.
Él escribe para la inteligencia, para el pasmo, para invitar al
lector a la fascinación por las ideas trascendentes incluso
esotéricas. Lo dicho, es un mago.
(Un día leí que un
escritorzuelo había viajado ex profeso a Ginebra, Suiza, donde está
la tumba de Borges, para mearse en ella. Y he leído de otros
aspirantes a escribir que han dicho estupideces del estilo. El ciego
argentino es inmune a bajezas así que sólo degradan a los de por sí
ya miserables a quienes Borges les parece inmodesto o, más bien
soberbio: son personas que leyeron, o intentaron leer los cuentos de
Borges y no los entendieron, son los insectos de la podredumbre ante
el gigante).
Escribir sobre este
gran autor no es enchílame otra. Lo supe cuando intenté sacar algo
rápido y simple. No, Borges es otra cosa. Por eso me tardé tanto
que no terminé en el lapso del tercer día, sino en la madrugada del
cuarto día del reto. Pero en fin. Aquí va el tercero de siete. Y
convoco a Enrique Ramírez.
En primer plano Sabato. Atrás Allen Gingsberg y Nicanor Parra. |
Cuatro de siete.
Sobre héroes y
tumbas, Ernesto Sabato.
Leí Sobre héroes y
tumbas, por primera vez, quizá como por el año 87. Antes de la
página 50 ya había notado que era un platillo demasiado fuerte. La
novela es muy dura. Había un personaje terrible y atormentado hasta
la más radical esquizofrenia, pero dueño de una inteligencia muy
superior. A ese hombre le hacía daño el mundo. Sus más que
clarísimas luces le indicaban que este es un mundo atroz, un lugar
en el que no exista el perdón y sí la crueldad y los actos
despiadados. La novela adquiere una altura sin mesura cuando Sabato
(pronúnciese sábato porque la ortografía, nos indicó Sabato, es
italiana, sin acentos) introduce el capítulo llamado Informe sobre
Ciegos. Desde el epígrafe notamos la espantosa grandeza del texto:
“¡Oh, dioses de la noche!¡Oh, dioses de las tinieblas, del
incesto y del crimen,de la melancolía y del suicidio!¡Oh, dioses de
las ratas y de las cavernas,de los murciélagos, de las
cucarachas!¡Oh, violentos, inescrutables dioses del sueño y de la
muerte!”.
Y de ahí, que es el
clímax, la novela vuela ―o,
sin duda, deberíamos decir penetra hasta la parte más profunda y
siniestra de los que
formamos esto que llamamos la humanidad―
y avanza devastando. “Sobre
héroes y tumbas” es
una gran novela. Es como Shiva el destructor. Sabato considera que en
este mundo hay demasiada porquería y, simbólicamente, purifica a
tal orbe, condena a morir incendiándose al personaje: la
purificación suprema por el fuego.
El
escepticismo de Sabato no reconoce nada. Cuestiona, a través de su
personaje, incluso a Dios: o bien no existe, o bien es un inepto, o
bien es un perverso, o bien es un imbécil; o bien es bueno, pero no
tiene el control del universo, o bien fue derrotado por el Diablo
antes de los tiempos y es Satanás quien pergeñó este mundo
calamitoso y se lo atribuyó al derrotado Dios. La más grande
blasfemia jamás pronunciada.
Sabato es una
inteligencia privilegiada. Llegó a ser un científico en el ámbito
de la física. Los tormentos que padecía su alma lo llevaron a la
literatura. Él cree que la literatura está mucho más allá de la
diversión, incluso del conocimiento. Considera que la literatura es
la más importante actividad para explorar el alma humana. Psicología
pura y masiva. Su visión del hombre es dolorosa pero no deja de ser
esperanzada, compasiva como quizá ningún artista lo haya
manifestado en la historia. Pero también es terrible y siniestra.
Sabato sabe que somos entidades demoniacas y que muy capaces somos de
autodestruirnos.
Sobre héroes y
tumbas, en lo personal, me provocó una depresión de un par de
meses. No es exageración. Con esta novela nos duele la humanidad y
nos duele el ser humano. También nos hace entender que somos un
milagro o millones de ellos. Sus palabras vienen desde un científico
que abjuró del conocimiento “cierto” que proclamaba hasta hace
muy poco la ciencia. Sabato se refugia en la letra y el arte para
desgarrarse, para demostrar que es más valioso el ser sucio,
pequeño, contradictorio y hasta mediocre que es el hombre de la
calle. Sabato el ácrata, el desesperanzado escéptico, el hombre de
la gran inteligencia, el científico, renuncia al mundo purísimo de
las matemáticas, de la ciencia, para descender a una literatura que,
paradójica, increíblemente, lo coloca en las grandes alturas de la
mejor literatura.
Este es el cuarto
libro de siete. Y convoco a Jonathan Zavala para que nos diga de
dónde ha abrevado para la buena poesía que nos ha dado.
Genio francés |
Cinco de siete.
Gargantúa y
Pantagruel, François Rabelais.
Hoy
recomiendo esta obra que, en realidad, está formada por cinco libros
escritos a lo largo de treinta años.
Tengo
que decir que Gargantúa y Pantagruel es uno de los libros que más
he gozado en mi vida. Es uno de los que me ha hecho pensar que la
literatura es una de las más grandes hazañas de la humanidad y
además en una de las actividades en las que es posible que un humano
se proyecte a planos superiores de la existencia. Una de las
circunstancias más impresionantes de Gargantúa… es el hecho de
que fue escrito a partir de un cuento medieval muy ingenuo, pero con
toda la picardía del pueblo francés (y de todo pueblo que vive y
goza o sufre la existencia). La fascinante historia de dos gigantes
Gargantúa y Pantagruel, de autor anónimo, fue el punto de partida
para que el fraile y médico François Rabelais (pronunciemos fgansuá
gabelé), que además era un erudito, un desaforado lector de los
clásicos griegos y latinos, conocedor de la herbolaria de su patria,
de la historia europea, de la filosofía completa hasta ese momento
histórico, de las plantas sagradas de otras latitudes y, en fin, de
múltiples saberes del mundo. Es notable que cuando uno lee este
libro ―o esta gran saga de cinco libros en uno solo― tenga la
impresión de que está leyendo a un contemporáneo. Y al darse
cuenta que el libro tiene unos 500 años no cabe más que asombrarse
de la inmensa sabiduría del autor. Rabelais se adelantó en muchos
sentidos, en muchos ámbitos a su época. Bueno, los surrealistas de
cuatro siglos después lo nombraron un miembro de su escuela, el
surrealismo.
Pero
lo más importante de Gargantúa y Pantagruel
son dos cosas, una es
el desaforado sentido del humor. El libro nos lleva a punta de
risotadas por una serie de aventuras con harta frecuencia
disparatadas, monstruosas,
cargadas de imaginación, cochinas o escatológicas como dirían los
culteranos. La otra es la
desmesura en todos sentidos.
Este libro es una de las más grandiosas hazañas de lo escrito, un
tremendo atrevimiento y la manifestación más absoluta de la
libertad de un espíritu demasiado grande. Me impresionó una de las
arengas más simples del libro. Hay una parte en donde ocurre una
gran guerra, llamada la guerra picrocolina porque el enemigo a vencer
era un rey así llamado, Picrólo. En esos combates participa
Gargantúa quien se encuentra como estudiante en la abadía de
Theleme. Lo muy notable es que para ingresar como monje en esa abadía
es que hay que cumplir con todo rigor su única regla, el mandato
solitario de este sitio es “Haz lo que quieras”. Para cumplir con
el más alto mandato de tal abadía tenías que hacer eso. Lo que
quieras. Me pareció que para muchos que conozco eso sería casi como
una maldición. Haz lo que quieras es el mandato de que seas libre
sin cortapisas,
es el mandato supremo del anarquismo, es la responsabilidad extrema,
como no hay otra en este
mundo. Si haces lo que quieras te responsabilizas con tu propia vida
de cada acto realizado en tu
existencia. Porque tuviste la
libertad de hacerlo o no. Me
di cuenta de que eso es terrible, pero más es maravilloso porque
implica la suprema libertad y
también sus límites. Es decir, la más grande consciencia posible.
Y es tan simple. Y jamás lo había pensado. Y siempre había querido
hacerlo y muchas veces lo he hecho y he batallado tanto en mi vida
por ello. En fin.
El
libro tiene miles más de sorpresas. Siempre son risibles. Desde el
principio el autor nos advierte en el prólogo que su objetivo no es
el de ser didáctico ni sabio ni culterano ni erudito ni soberbio,
sino sólo quiere que nos divirtamos, que gocemos y que nos riamos.
Pero de pronto nos damos cuenta en la lectura que estamos frente a un
monstruo de conocimiento, un auténtico erudito. Más todavía,
estamos frente a un hombre de inmensa estatura, un sabio.
Es
notable, no menos, que los gigantes no tienen una medida determinada.
A veces el autor nos hace imaginarnos a un hombre muy alto. Muy alto,
como de 2.5 metros de alto. Pero a veces hay narraciones en donde
tiene que tener por lo menos 30 metros de estatura. Y el colmo es que
en una ocasión, uno de los personajes, Panurgo, el políglota y loco
y desesperado por casarse y también por no casarse, ese va a dar a
una circunstancia en que Pantagruel se lo traga. Panurgo se encuentra
en un torrente de líquido que llega al aparato digestivo del
gigante. ¿Será quizá su estómago? Está a un lado de un gran lago
de mierda (sic). Luego echa a andar y encuentra una ciudad y se topa
con los habitantes del pueblo. Uno dice no mames, este güey debe
medir por lo menos lo suficiente como para que su tamaño sea
comparado con un planeta pequeño.
Gargantúa
y Pantagruel, faltaba más, fue
―como
todo lo sabio, lo inteligente, lo libre, lo bueno
y lo maravilloso―
prohibido por la iglesia de su tiempo. Rabelais fue amenazado con la
hoguera e incluso perseguido cuando se dieron cuenta de que él había
escrito el libro. Los doctores de la Sorbona, que ya existía y los
jerarcas de la iglesia no podían soportar las justas
y carcajeantes burlas que les dedicara Rabelais. Por esta razón, el
gran escritor, conocedor de cómo se las gastaban, publicó los dos
primeros libros con un seudónimo que no era otro que su propio
nombre trucado en un anagrama: “Alcofribas Nasier, extractor de
quintaesencia”, se nombró. Con el tiempo y la fama que alcanzó su
maravilla de narración, el rey de Francia, Francisco I, protegió a
Rabelais y así el autor pudo publicar los siguientes volúmenes de
su creación con su propio nombre e incluso incorporar los
anteriores.
Gargantúa
y Pantagruel se convirtió en un
referente de la gran literatura francesa. Sin embargo, el espíritu
de esta nación viró en su literatura en otra dirección,
ciertamente opuesta a la que marcaba Rabelais. Existió un Michel de
Montaigne, no menos grato que Rabelais, pero muy en otro sentido,
mucho más racional, mucho más mesurado, sereno y meditativo. A
largo plazo, la literatura de ese país adoptó en gran medida el
racionalismo de otro gran
francés, Renato Descartes y esta obra grandiosa se quedó en un
sitio aislado, como una estrella solitaria de la más grande
literatura de la historia.
Voy
a decir algo que me atraerá condenas e incluso maldiciones. Va:
Gargantúa y Pantagruel
es una obra muy superior a una
obra titulada El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha. Sin que considere al
Quijote una obra menor ni mucho menos, para mi gusto, Gargantúa…
acumula valores superiores a los del Quijote. Siento que la novela
francesa es mucho más honesta porque resulta menos moralina que el
Quijote. Sin embargo, cuando en la española se le van a Cervantes
―porque quién duda que se le fueron―, los actos canallescos del
protagonista en su cautiverio en tierras musulmanas, es
cuando muestra el rostro verdadero del héroe. En cambio en
Gargantúa… no
tenemos ese problema. Los gigantes son borrachos siempre, sus mujeres
no son bellas y honestas y pudorosas como las de Don Quijote, sino
suelen ser locas, putas y borrachas o brujas, cuando llegan a
aparecer, porque ciertamente
es una novela muy de hombres incluso de machos.
Tengo
que anotar que suspendí tantos días las entregas de los siete días
de tu vida y siete libros de tu vida porque estaba como ido. Ido de
la realidad. Todavía no acabo de aceptar que la izquierda ganó las
elecciones. Siento que tengo que decirle a alguien que me haga el
favor de pellizcarme. Por momentos no lo puedo creer. Quiero decirles
que luego de medio siglo de luchar contra el gobierno, de padecer las
atrocidades, los abusos, los robos de toda índole, incluso la
persecución y al mismo tiempo ver el gran poder corrupto y corruptor
de la gente del poder, derrotarlos parecía imposible. Al mismo
tiempo se observaba la dejadez, la desidia de la gente, su aguante
que parecía imposible y suicida. Era fácil pensar que jamás los
venceríamos o que si lo hacíamos faltaba mucho tiempo. Simplemente
recuerdo que gente como Carlos Monsiváis, Rogelio Naranjo, Miguel
Ángel Granados Chapa, Julio Scherer García; el inefable Eduardo del
Río, Rius. Se nos fueron. Han dejado un país más empobrecido por
su ausencia. Pero la grandiosa victoria electoral nos muestra que su
obra no fue en vano. Ellos ayudaron a despertar a las consciencias
durante toda su vida. En fin. Hoy, por fin, retomo en el quinto libro
las recomendaciones porque es un compromiso conmigo mismo y les digo
que si las suspendí fue por cumplir compromisos con otras personas y
también por la tremenda, la casi insoportable alegría de la gran
victoria, emoción que me mantenía pasmado, abrumado e incrédulo. Y
convoco a Aydeé Bravo para que nos diga siete de sus autores amados,
uno por día. Aunque no lo haga diario, ni se lo tome tan en serio
como lo hemos hecho algunos, basta con unas cuantas líneas. Pero que
nos comparta sus grandes lecturas.
Atrás corazón de amor, adelante 52 consejos para escribir correctamente, de Eusebio |
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