Pterocles Arenarius
Hace varios años yo vivía en Guanajuato capital. Había un perro callejero que lo acogieran unos gringos que permanecieron varios meses en la ciudad. Lo llamaron ―muy inmerecidamente, como aquí se demostrará― Quijote. Este perro era un bravucón. Armaba escándalos insoportables en cuanto veía otro perro en lo que consideraba “su” territorio. Arremetía contra los canes que, si eran callejeros reculaban, huían, pero si eran tremendos perrazos sobrealimentados y, con frecuencia, estimulados para ser agresivos, animales que, además, circulaban acompañados por su dueño debidamente conducidos por una correa al cuello, las bravuconadas del Quijote daban lugar a circunstancias embarazosas. Una persona pasea a su perro (o es paseada por él) pacíficamente por la Plaza de San Fernando y de pronto aparece un vulgar perro callejero (el Quijote jamás perdió la apariencia de perro “en situación de calle”) que ataca a su querida mascota, ahora, cuando suele acostumbrarse que los perros se consideran miembros de la familia, bueno, entonces se producía un grave conflicto, las dueñas del perro iban al lugar del pleito y le gritaban al Quijote, ¡ya, perro, estáte quieto!, y el perro parecía entender exactamente lo contrario. Más agresivo se mostraba, más envalentonada y desaforadamente ladraba y acometía. En alguna ocasión el perro agredido, mucho más fuerte, más grande, incluso quizá estimulado para la violencia, repelió la agresión de Quijote. Y estuvo a punto de matarlo. Tuvieron que meter un palo entre los dientes del perro para que soltara a Quijote, el que, sometido, apergollado por los colmillos del otro perro, sólo chillaba de dolor.
Perro bravo |
Más de una vez, tuve que aplacar a golpes al Quijote. No iba a meterme en un lío con alguna persona por las imprudencias de un perro que entendía lo contrario de mis órdenes. Cierta vez ocurrió un suceso que pintó al Quijote de cuerpo entero. Este perro perseguía a los gatos callejeros y lo hacía perpetrando escándalos insoportables: ladridos, corretizas, furia, como si los fuera a matar. En una ocasión pude ver que una de tales persecuciones terminó con el minino acorralado. Quijote y el gato quedaron frente a frente, el perro había, por fin, atrapado un gato. Presumí que lo mataría. Pero supuse que el felino vendería muy cara su vida. La situación se resolvió así: el gato, sin posibilidad de escapatoria, hizo un gesto espantoso, se erizó, arqueó el cuerpo y emitió un sonido bestial. Decía “Ya valió verga, cabrón, aquí nos vamos a morir todos”. Estaba dispuesto a defender su vida hasta el último costo posible. El Quijote vio al gato rugiendo de tan horrible manera y se quedó pasmado; luego dio media vuelta y se retiró pacíficamente. Decía: “Eeeh, bueno, creo que no es para tanto, estoy seguro que esto podemos resolverlo de otra manera”.
Todo bravucón es un cobarde. El sujeto prudente sabe que si acepta un desafío es hasta las últimas consecuencias. Todo el anecdotario anterior tiene por objeto hablar de una postura literaria, que, a fin de cuentas, es una postura ante la vida. Como ser prudente o bravucón.
El 28 de octubre, en el XIII Encuentro Internacional de Escritores de Salvatierra, Guanajuato,* una niña (16 años), Zoe Ortega, leyó un cuento titulado Cera Mórtica; lo hizo ante un público de gente que escribe, más o menos bien o que al menos se esfuerza al máximo por hacerlo y no son tan pocos los que lo logran; personas dedicadas con mayor o menor tiempo, ahínco y talento a la literatura, escritores todos o en vías de serlo o, al menos, personas que ambicionan o anhelan ser escritores.
Zoe Ortega |
La narración de Zoe está bien ambientada, aunque suscita una percepción de extrañeza, ella crea una atmósfera onírica con las veloces descripciones de personajes y objetos. Nos presenta una enfermedad que no existe pero que, en el cuento, se ha convertido en una epidemia, la llaman cera mórtica. Pero además usa una palabra, mórtica, que no existe. Y la introduce incluso como parte del título del cuento. La narración, durante el planteamiento, es un cuento lindo y tierno en el que la personaje es una adorable muchacha transitando una circunstancia de vida de cotidianidad usual en el ámbito de una ciudad grande, pero termina convertido en una hecatombe sacrificial, se transfigura en una asombrosa y paradójica situación en donde el placer tiene que ser el dolor y ella se debate en el dolor que le causa placer para salvar a un ser amado padeciendo-gozando su dolor placentero, su placer doloroso. Eso logra.
Encuentro en pleno |
Al cuento no es posible reclamarle gran cosa de la verosimilitud. Funciona trazando unos personajes difusos, con trazo seguro y mínimo, cual debe ser en el cuento y son, además, desconcertantes. La estructura es simple, pero adquiere una tremenda estatura, la necesaria cúspide, en el momento del nudo y el desenlace es la cima de la hecatombe mencionada.
Nada es real. Este mundo es un sueño. Vivimos en medio de una ilusión en donde las evidencias se convierten en humo. Sin embargo, hay algo incontrastable y devastador: los deseos ―ocultos, soterrados, sugeridos simbólicamente o incluso explícitos― y los sentimientos poderosísimos. Sueños, deseos, sentimientos, lo único que permanece. (“Sólo los sueños y los deseos son inmortales” Auguste Rodin dixit).
"Sólo los sueños y los deseos..." Rodin |
La estatura filosófica no habría adquirido gran solidez a no ser por la inefable intuición que conduce a este cuento. Incluso se podría pensar que la anécdota es producto de un sueño. Los símbolos ―quizá oníricos― no admiten controversia, son tremendos y prístinos de claridad. El mérito es haber llevado al cuento a una situación que comunica la hecatombe a los lectores, en el caso del Encuentro de Salvatierra, eran oyentes. Cumplido el gran objetivo de toda obra de arte: comunicar emociones.
En efecto, la hecatombe estremeció a la niña. En el momento de máxima intensidad del cuento ―en plena realización del XIII Encuentro Internacional de Escritores de Salvatierra―, ella no fue capaz de evitar el llanto. Y el público completo fue presa de un brutal estremecimiento, una tremenda avalancha de emociones. Es natural que cualquier pieza literaria, de oídas, no sea muy bien percibida. Es claro que muchos detalles se escapan. Pero en casos así, cuando el llanto es un ―involuntario― recurso escénico-literario (recuerdo al gran poeta Ricardo Yáñez siempre que lee en público), lo que sería una simple lectura llega a convertirse en una verdadera representación incluso un poco próxima al teatro. Vemos en escena a una persona estremecerse, derramar lágrimas por un drama humano. Pero, además, otro atributo prodigioso de la literatura: “es una mentira real, pero una verdad psicológica”, lo dijo Alfonso Reyes; una verdad que sacude al que la proclama y de ahí a los que la perciben. Pero la escena del drama no sería tal si no hubiera un robusto sustento intelectual. Es imprescindible un entramado contextual muy verosímil que soporte la anécdota que, entre más tremenda, requerirá una red circunstancial mucho más fina y a la vez sólida.
Con la presidenta de los escritores, el presidente municipal, Zoe y Pterocles |
Zoe lo logra. Haciendo un guiño terrible, entre erótico-incestuoso e ingenuamente perverso, eleva su narración hasta un clímax que estremece. El cuento está bien entramado y es conducido con una habilidad ―producto de la intuición― hasta el momento de una devastadora hecatombe.
Es una lectura que deja marcas.
Ella me lo dio a leer como uno de los cuentos a optar para presentarlo en el mencionado encuentro de escritores. No respondí con palabras. Cuando terminé de leer yo estaba ―ayuno de todo pudor― derramando llanto. Esa fue mi respuesta más que explícita. Ella eligió Cera Mórtica para leer, es decir, admitió mi brutalmente expresada sugerencia. Pensé “Cuando lo lea en público va a llorar”. Y así fue. Zoe comunicó su hecatombe interior a sesenta escritores que presenciaban su lectura. Es un logro excesivo para una persona que sólo tiene dieciséis años de navegar en este mundo.
Me sentí satisfecho hasta más allá del colmo.
Zoe es mi niña. Mi orgullo. La amo. Quiero darle lo más valioso que hay en este mundo. Y ella está capacitada y dispuesta a recibirlo. “Sólo tienes que seguir este camino, Zoe, ya eres una escritora a tus dieciséis. Tienes, todavía,
Zoe y David |
Nadie como un artista es capaz de cambiar este mundo, para bien de los humanos. Muy pocos como el artista pueden regalar amor a sus semejantes. La obra de arte es seducción, es amor concreto y concretado. No hay en esta vida regalo más alto, espiritualmente hablando, que la obra de arte. Sólo eso es mi legado, mi obsequio para Zoe: la facultad de la creación. Tan sólo esto me justifica haber transcurrido una existencia en este planeta. Aquí les dejo una artista.
En Bellas Artes |
Después de lo que logró mi niña, ya no quería yo más. Había alcanzado la satisfacción máxima. Tan fue así que no me preocupé por apersonarme con los organizadores del encuentro para que me programaran para participar en una mesa de lectura.
Y no me programaron.
Y no leí.
Pero no me importaba. Lo que me interesaba era lo que haría Zoe. Y su participación fue, sin exagerar, formidable, maravillosa.
No me importaba quedarme sin leer. Y conste que había viajado unos 500 kilómetros de la Ciudad de México a Guanajuato, para ir por Zoe a su ciudad, más otros 150 hasta Celaya y luego a Salvatierra, luego tendré que hacerlo de regreso; ¿para nada? No, porque si leyó Zoe y tuvo tan enorme éxito, ya estaba más que cumplida la misión.
Brindar con Zoe y David |
La marginación, me hizo, por un momento, recordar que cuando vivía en Guanajuato me puse a escribir la novela Una muerte inmejorable. Y recuerdo que esta obra la propuse como proyecto de trabajo para obtener la beca que otorga el Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato.
Novela reconocida en España, premiada en Cd Mx. Rechazada en Guanajuato |
Nunca recibí respuesta. Las últimas dos veces ni siquiera se dignaron recibir mi documentación. Sé que había consigna política en mi contra en Guanajuato.
La obra Una muerte inmejorable, rechazada al menos dos veces por el Instituto de la Cultura de Guanajuato, fue finalista en el IV concurso de la Editorial Irreverentes, de Madrid, España, entre 76 novelas de 14 países; luego ganó el premio de novela Se busca escritor a que convocó la Editorial De Otro Tipo. Empresa cultural que dirige un guanajuatense de Salvatierra, el novelista Walter Jay Nava Haro. Justicia divina (¿?). De la misma manera en el Encuentro de Salvatierra el presidente honorario del Instituto de Escritores Salvaterrenses, el poeta y doctor José Herlindo Velázquez, cuando se enteró que no me habían programado para leer, es decir, que había viajado casi mil kilómetros para nada, me metió a hacerlo, con calzador, a la hora de la cena de clausura del Encuentro. Y leí cerca de 20 minutos, como esos músicos que amenizan la cena. Privilegio de marginado.
Zoeta Poeta |
Por último tengo que decir que Zoe Ortega ha creado (puesto que ya tiene varios cuentos) o es mejor que digamos está creando una estética, o su personalísimo estilo que impregnará la obra que habrá de crear de aquí en adelante. Por más que nadie puede predecir que pasará ni siquiera en los próximos 20 minutos, ya se prefigura cómo hará sus narraciones, si es que ella decide ―puesto que es tan joven― seguir el arduo camino de la creación literaria. Sabemos bien que es imposible enseñar a alguien a escribir. El talento existe desde antes de toda enseñanza, la sensibilidad, una manera peculiar, única de mirar al mundo, de procesarlo a través de sí. Nada de eso se enseña en ninguna universidad. Eso es patrimonio de cada persona. El oficio cualquiera puede aprenderlo. Estoy cansado de encontrar fracasados intentos de escritor, de artista; algunos dolorosos otros, para su fortuna, inconscientes.
Lo que hace Zoe, lo llamo “la estética de la hecatombe”. Somos muy cercanos, tenemos sendas maneras de percibir al universo que están muy próximas. Buscamos un sitio terrible. Nos urge ser sacudidos por tremendas y brutales emociones. Luego deseamos destruir todo pero también anhelamos construirlo otra vez. Nuestros cuentos nos hacen llorar cuando estamos escribiéndolos. Y también ―si no es que más― cuando los leemos. Pero nadie suponga que estamos sufriendo. ¡Jamás!, lloramos por las bárbaras emociones, lloramos por los personajes y no por nosotros, por el dolor humano, porque al final, lo que narramos precisamente no nos ha dolido, sino hemos puesto a nuestros personajes a transitar por el infierno, los hemos colocado a sufrir en las más espantosas máquinas de tortura. O quizá ni siquiera sabemos por qué nos ponemos a llorar. Y todavía les exigimos a esos entes que creamos no sólo soportar, sino que regresen y se muestren como si nada les hubiera pasado. “No chille, cabrón, que para eso ya lloré yo muchas veces” les decimos. Narramos de manera vertiginosa, tenemos el don de no ser aburridos (no he dicho que no seamos verbosos, lo somos, pero aburridos jamás) y conducimos a nuestros personajes a enfrentar de manera brutal y sin contemplaciones las situaciones extremas. ¡Que se mueran! ¡Aunque nos maten!
La escritura nos cambia. Nos ha cambiado. Y, casi sin saberlo, destinamos lo que escribimos a que cambie a la gente. Que le deje una cicatriz, una huella imborrable.
Abominamos de los bravucones como el perro con que inicia esta diatriba. Reconozco que somos taimados, prudentes, tranquilos, callados como indios; somos incluso humildes. Pero llevamos un volcán dentro del pecho y no sólo no nos asusta que haga erupción, procuramos que el estallido sea lo más estentóreo, lo más devastador posible. Es la estética de la hecatombe. Es mi literatura. Es la que, sin saberlo conscientemente, promete crear Zoe, mi niña.
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* El Encuentro Internacional de Escritores que se lleva a cabo desde hace ya 13 años en la ciudad de Salvatierra es, me atrevo a decirlo así, un ejemplo de este tipo de eventos. Y lo es por muchas razones. La más importante es porque nació en el año 2004 y, aunque algún año no se llevara a efecto, ha mantenido una admirable continuidad, la mayor parte de las veces sin apoyos oficiales, sin la participación de los organismos nacionales de cultura. Este acto de cultura ha logrado hacer algo admirable, instalar un clima de solidaridad, incluso de afecto entre los escritores. Lo cual es muy raro. Quienes hemos participado en reuniones de gente de la pluma (la perdutta gente decía Alfonso Reyes), sabemos que no son raros los egos descomunales, los pleitos entre “intelectuales”, las envidias y las acres desaveniencias si no es que pleitos de callejón; en Salvatierra se instaló un clima de, yo diría, hasta de amor y mucho antes, se da un reverente respeto por la obra (o los intentos de ella) de los participantes.
El Encuentro... |
Este encuentro ha logrado, sin duda, la consciencia, la publicitación y la recuperación de obra valiosa, la creación de poesía, narrativa, crónica, novela: literatura en general que describe y retrata el espíritu de, al menos, una ciudad: Salvatierra. Y digo al menos de una ciudad, porque a este encuentro convergen poetas y narradores de gran número de municipios de Guanajuato, del vecino estado de Michoacán, de otras ciudades de México, incluyendo la hoy llamada Cd Mx y hasta del extranjero.
Pterocles y el presidente Herlindo Velázquez |
Los poetas nunca, salvo contadísimas excepciones, nunca han sido grandes políticos. Los ejemplos abundan: Neruda, Vargas Llosa; Sabines, que fue diputado dos veces. La excepción sería el venezolano, gran novelista y presidente de su país, Rómulo Gallegos. Hasta el momento, el doctor Velázquez tiene más que bien cumplido el reto, buen poeta e inmejorable político y servidor público.
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