Treinta
y tres
Pterocles Arenarius
La
edad del Cristo azul se me acongoja
porque Mahoma me sigue tiñendo
verde el espíritu y la carne roja,
y los talla, el beduino y a la hurí,
como una esmeralda en un rubí.
porque Mahoma me sigue tiñendo
verde el espíritu y la carne roja,
y los talla, el beduino y a la hurí,
como una esmeralda en un rubí.
Yo
querría gustar del caldo de habas,
mas en la infinidad de mi deseo
se suspenden las sílfides que veo
como en la conservera las guayabas.
(…)
mas en la infinidad de mi deseo
se suspenden las sílfides que veo
como en la conservera las guayabas.
(…)
Me
asfixia, en una dualidad funesta,
Ligia, la mártir de pestaña enhiesta,
y de Zoraida la grupa bisiesta.
Ligia, la mártir de pestaña enhiesta,
y de Zoraida la grupa bisiesta.
Una cúspide de la poesía |
En segundo de
secundaria le eché unas ganas a la escuela como nunca en mi vida.
Pero reprobé cuatro materias. Me dieron mis calificaciones y hubiera
querido telefonear a mi casa para que instalaran una horca y
llegandito me colgaran. Pero no teníamos teléfono en casa. Iba por
la calle llorando con la puta boleta que marcaba en números rojos
las materias reprobadas. Era, por cierto, la Prevocacional Uno,
escuela del Instituto Politécnico Nacional que estaba en José
Joaquín Herrera y Ferrocarril de Cintura, en el barrio bravo de la
colonia Morelos..
Uno de mis compañeros de grupo, que, por supuesto, me conocía bien,
le dijo a otros: “Qué mala onda, lo reprobaron en cuatro materias;
es una injusticia… era el más aplicado de los burros”.
La
secundaria fue una hecatombe para mí. La terminé con cuatro
materias reprobadas. Y me alejé de la escuela. Vino el conflicto de
1968 y nuestra Prevo Uno fue tomada por el ejército. Recuerdo que
iba a ver cuándo se reiniciaban las clases ―yo
era un escuincle altamente pendejo―
y me asombró que había soldados adentro de la escuela. Era obsceno.
Se cagaban sobre los escritorios. Encontramos revistas gringas con
fotos de mujeres que enseñaban el sexo de una forma descarada, lo
cual, en aquellos años, sin exageraciones, era peor que ver al
diablo por un agujero. Hoy puedes ver sexos de mujer o de hombre sin
problemas casi en cualquier página de internet y, lo peor, en
acción.
El
año de 1968 fue un trauma de muchas maneras para los que
estudiábamos en aquellos entonces. Sin escuela, es decir, sin
papeles que avalaran que, aunque debía cuatro materias, había
terminado la secundaria, sin edad para trabajar, sin influencias en
este mundo y con cuatro materias reprobadas que me escocían el alma,
me dediqué a la vagancia. A qué más. Era un nini. Palabra que, en
aquellos tiempos, no existía.
Pero
mi papá trabajaba como constructor. Llegó a volverse contratista. Y
me llevó a trabajar con él para que no anduviera nomás de vago.
¿Qué podía hacer si no convertirme en un ayudante de peón?
Hasta
abajo en la jerarquía de los que trabajan construyendo. Pero fui
ascendiendo. Muy lentamente, pero lo hice. Eran unas chingas de
espanto. Cuando no estaba quemado tenía una raspadura grave si no es
que me había torcido un tobillo o me dolían los músculos de tanto
golpear con el martillo y el cincel y tenía manos de hombre…
maltratado. Así que un día le dije a mi padre:
―Oye,
pa, ¿qué no habrá chance de que me eches la mano para meterme a
estudiar otra vez?
―Ah,
qué m'hijo tan menso… Yo esperaba que me lo dijeras hace como
cuatro años. Ándele pues, nada más vas a trabajar medio día. Para
que vayas a la escuela, m'hijo.
―Y
así empecé a procurar el regreso a la
escuela. Procurarlo,
porque
no tenía papeles. Los soldados además de cagarse en los
escritorios, habían
volcado
los archivos por el piso de las oficinas.
El maestro Ortega. Padre mío. |
Un
día estaba esmerilando unas piezas de herrería. Por alguna razón
no me puse protección en los ojos y las rebabas que emitía aquella
máquina esmeriladora que hacía un ruido infernal
me entraron en los ojos. Con el ojo izquierdo veía un poco. Con el
derecho no veía nada. Y
me parcharon el izquierdo.
Había ido con un
oculista y ese
pobre hombre diagnosticó que tenía una grave infección en los ojos
por más que le dije que sólo me habían entrado rebabas. Fui con
otro y me sacó de los ojos aquellos peligrosos residuos metálicos
usando
una de sus tarjetas de presentación. Luego
me puso un parche en el ojo izquierdo, el que sí
veía. Así que casi ciego, ese
mismo día fui a la escuela por mis papeles. Un hombre que había
sido mi profesor en los tiempos antes del 68 era el director de la
Prevo Uno.
Más bien vagamente me reconoció. Pero
se portó tan amable que
no lo podía creer y me dijo, “Mira, m'hijo, esto está de la
chingada; los archivos están hechos un soberano desmadre. Ve con
este señor que tiene la llave y a ver qué puedes hacer. Si los
encuentras que te entreguen ahorita
las copias que quieras. Bueno y ¿qué te pasó en los ojos, por el
amor de Dios?”. Le conté mi aventura de
esmeril.
Me dio un cálido apretón
de manos y un dulce abrazo de macho a macho.
Fui a un salón que estaba lleno de cárdex de piso a techo. Un
soberano desmadre se quedaba corto para calificar aquello.
Dije puuuuta, va a estar cabrón que encuentre mis papeles. Y además
¡casi no veía! Pero como
los milagros existen
ocurrió uno. Luego de un
par de
vueltas al gigantesco montón de papeles, con
el ojo que no veía,
atisbé una esquinita de un cárdex que sobresalía hasta abajo de la
montaña de documentos. Dije ay, no mames, creo que esa foto es mía.
Me agaché, con cuidado jalé el documento y, aun enceguecido
descubrí que ¡era mi foto! Un puto
milagro. Me entregaron mis documentos aquella noche. Con ellos
regresé
a la secundaria, a la nocturna. Debido
al trauma por
mi fracaso estudiantil
que no me dejaba vivir, me volví un estudiante modelo. No quería
volver a la espantosa circunstancia de ser “el más aplicado de los
burros”. Y descubrí
que ser un gran estudiante era asombrosa
e
inexplicablemente
sencillo. Y en este
momento les voy a compartir el secreto.
Bastaba con estudiar, por mi cuenta, aparte de entrar
a clases, un pinche par
de horas todos los días. Así
de sencillo.
Y
salí muy bien de la
secundaria y entré, luego
de salvar esa brutalidad,
ese obstáculo infame,
esa chingadera que se
llama examen de admisión,
a la Vocacional Wilfrido Massieu, en
el Casco de Santo Tomás.
Y estuve, los tres años,
entre los estudiantes
mejor calificados
de la Wili Mays.
Me había transformado,
del más aplicado de los burros en el más aplicado de todos. En los
ocho
años que no asistiera
a la escuela no perdí el tiempo, había leído mucho, de
literatura, no tan
poquito de marxismo, algo
de psicología, una
embarradita de artes plásticas, historia,
música clásica, hasta
acercamientos a la filosofía,
etcétera. Pero además
había aprendido a boxear bastante bien (por supuesto a punta de
brutales madrizas arriba del ring) y había sostenido ocho peleas.
Gané cinco, todas por nocaut; perdí dos, una de ellas por nocaut y
empaté una.
Aquí
tengo que anotar dos influencias determinantes para que regresara a
la escuela. Una, sin duda, el apoyo de mi padre. Y la otra, el hecho
de que mi novia, que después fuera mi esposa, madre de uno de los
amores de mi vida, nuestra Violeta, ya estudiaba e iba a poco menos
de la mitad de la carrera de medicina. Ella me impulsó y me ayudó
de mil maneras a que regresara al estudio. Ella, que hoy ya no se
encuentra en este mundo, ha sido el primer gran amor de mi vida,
Lourdes Navarrete, la mamá de Violeta.
Violeta y Lourdes |
Terminé
la vocacional con honores de excelencia. Y así llegué a estas
instalaciones de la ESIA Zacatenco a estudiar ingeniería civil.
Pues
bien, cuando estaba en sexto semestre de ingeniería civil, encontré
una convocatoria que invitaba a escribir dos cuentos para concursar
en el Premio Politécnico de Creación Literaria “Alaíde Foppa”.
Acostumbrado a ser un estudiante sobresaliente en la vocacional, un
mozalbete rebelde e intelectualito que demostraba a profesores y
compañeros que tenía una formación extrapolitécnica humanística,
artística, aparte de la formación técnica que forjaba en mis
estudios. Bueno, pues con una soberbia bastante estúpida osé crear
los dos cuentos que exigía aquella convocatoria y me dije “¿Quién
mejor que yo puede escribir dos cuentos en todo este Instituto
Politécnico por más Nacional que sea?”. Y con una suerte de
principiante que nunca me he explicado ―¿o sería gracias a la tan
estúpida soberbia?― gané el primer lugar. Aquí, en el Auditorio
del Monumento al Queso me entregó el diploma Héctor Mayagoitia
Domínguez, un científico que, además, fuera gobernador de Durango
entre los años 73 y 79 del siglo pasado y que a la sazón era
director del IPN. Estamos en el año de 1982. El mismo en que Gabriel
García Márquez ganó el premio Nóbel de literatura.
Alaíde Foppa, en una obra pictórica, con su familia. |
Un
año antes me había casado con Lourdes, tres años después nacería
Violeta, la amada. Terminé mis estudios y decidí que me iba a
dedicar a escribir.
¡A
escribir!
Claro,
pues había ganado el Premio Politécnico de Creación Literaria.
“Estás
pinche loco, ¿qué te pasa?” me dijeron con más que harta
frecuencia. “¿Cómo vas a echar a perder veinte años de escuela,
no inventes, ¡eres un ingeniero!, no puedes ponerte a hacer algo
para lo que no estás preparado”. Pero había encontrado mi pasión.
De hecho hasta creo que hubo una especie de pequeño brote sicótico,
porque yo estaba enajenado por la literatura. Leía diariamente cinco
o seis horas, escribía una o dos. Mi conversación siempre se
dirigía hacia temas literarios y la gente me veía muy raro. La
literatura no provocó mi divorcio de Lourdes. Pero sí tuvo algo que
ver, porque hubo otros factores.
Y
me puse a vivir solo, pero no dejé de escribir ni de leer. Ingresé
en el taller de creación literaria que impartía aquí en el
Politécnico el poeta Manuel Rodríguez Herrero. Con él perdí la
inocencia. Piensen lo peor, porque la perdí en todos los sentidos.
Luego, en 1985, como salí de la escuela un año antes, ingresé en
el taller del maestro Edmundo Valadés, uno de los grandes cuentistas
mexicanos y el más importante lector y antologador del género breve
en México. Visité otros talleres como el de Sergio Mondragón, el
de Jorge Arturo Ojeda y el de Juan Villoro, estos dos con nefastas
experiencias.
Compilación de la obra de Manuel Rodríguez Herrero |
Con
el tiempo me hice guionista de televisión científica y educativa.
Luego, periodista cultural. Pero nunca dejé de enseñar matemáticas.
De semejante manera, así de triviales se pasaron de largo los
treinta y tres años transcurridos hasta este momento. 33 número
mágico, dirían los masones que por alguna razón veneran ese
número.
Para
finalizar tengo que decir que en estos treinta y tres años nuestra
circunstancia ha cambiado de una manera lamentable en lo nacional y
muy preocupante en lo planetario.
Golpeado por Vargas Llosa |
Las
utopías que nos dieran ímpetu en los años 70 y 80 parecieran haber
muerto. El planeta que nos da vida manteniéndose en un equilibrio
que depende de decenas de milagros está en vilo. La contaminación y
el cambio climático pueden llegar a convertirse en una real amenaza
para la sobrevivencia humana. Y la situación está tan retorcida que
el presidente del país más contaminante del mundo, un atrabiliario
y enloquecido gringo racista se niega a aceptar incluso la evidencia
de la contaminación.
En
cuanto a mi país, tengo que decir que la situación se ha
deteriorado hasta niveles que nunca antes habíamos visto. Es
explicable. Con el PRI en el poder se entronizó la tradición de
que, en su admirable democracia, el presidente en turno designaba a
su sucesor. Este primer mandatario escogía siempre para su sucesor
al más dócil que además demostrara las menores luces. En buen
lenguaje digamos que el ungido era el más pendejo y el más
lambiscón. Las razones son más que claras. Siempre han intentado
mangonear al sucesor y también han procurado la precaución de
colocar como presidente al más pendejo para que no fuera a meter a
la cárcel a su antecesor que lo dejara en el poder. Porque todos han
robado.
Mi general Lázaro Cárdenas departiendo con el pueblo. |
Todos
los gobiernos mexicanos (con la sola excepción del sexenio de
1934-1940, con presidente de México mi general Lázaro Cárdenas,
creador y fundador del Politécnico) todos los demás gobiernos han
saqueado al erario de una manera salvaje. Sin embargo, es mi
obligación decir que nunca habían robado tanto como en este
sexenio, nunca habíamos tenido un gobierno tan ratero como el de
estos momentos.
El conde Tolstoi |
La
peor consecuencia de la corrupción es que somos el país de la más
bárbara desigualdad. El uno por ciento de los más acaudalados se
apropia del 33 por ciento de la riqueza que producimos todos.
Mientras el quince por ciento más pobre tiene que conformarse con el
cinco por ciento de los bienes que se generan. Sostenemos a 30
sujetos que están entre los más ricos del mundo y al mismo tiempo
hay 20 millones de mexicanos que viven a la orillita de la hambruna y
sus hijos padecen secuelas que no les permitirán ni siquiera ser
personas con una inteligencia normal. Esto es un crimen. Y también
es el desequilibrio extremo. Y por razón de ley física natural, lo
que no tiene equilibrio se cae.
Recuerdo
que la historia nos dice que en la decadencia del imperio romano
llegaron al poder supremo sujetos borrachos, degenerados, locos,
criminales, enfermos mentales, ladrones todos. ¿Se parece en algo a
la circunstancia mexicana?
Bueno,
les contaba los porqués de haberme vuelto escritor luego de ser
graduado ingeniero. La manera en que mi país se ha degradado tanto y
tan dolorosamente en estos 33 años, mientras yo me dedicaba a
escribir, a enseñar matemáticas y a publicar estos libros.
Hoy
regreso a Zacatenco, al Poli, mi alma mater a
decirle que, aunque no construí en tabique ni mampostería, lo hice
en mi alma, en el arte. Vengo como escritor y, salvando las
estaturas, digo como el amado ruso Fedor Dostoyevski que, además de
escritor, soy ex ingeniero.
Este
libro, Fiestas, es una
recapitulación de más
de
treinta años de practicar el cuento. Por fortuna he publicado
relativamente poco en estos 33 años alejado de mi alma
mater. Eso me permitió que este
libro sea una especie de antología personal, escogí
con un
ojo ya experimentado
sólo los mejores cuentos de
mi vida para este volumen.
Así, este
momento es, para mí, trascendental, de
muchas y tremendas emociones,
porque es como decirle a mi querida escuela que, aunque no me apliqué
a construir lo que me
enseñaron mucho más mal que
bien, aunque con
honrosas
excepciones. Lo que sigue
tengo que decirlo. Me
traicionaría si no lo hiciera.
Todos saben que el escritor
siempre miente. Pero lo hace para decir la verdad. Continúo.
En el Poli de los años 80 había mucha corrupción. Yo
no sé cómo estén ahora, pero me imagino.
Los funcionarios de
aquellos tiempos se
robaban el dinero, mantenían
porros que pagaban en nómina;
delincuentes que llegaron a
asesinar estudiantes, a violar alumnas de nuestras escuelas. Con
gran frecuencia había marchas, pleitos con los porros, paros de
clases. Los miembros del Comité de Lucha siempre estábamos
saloneando para denunciar, para defendernos. A pesar de eso
sí construí en muchos sentidos aunque
no fuera con los materiales y las técnicas que, a pesar de todo,
aprendí aquí.
Los
cuentos de Fiestas
tienen estructura, acumulan tensión, intensidad narrativa, no
olvidan la risa ni el erotismo y, creo, lo más importante, son un
retrato de un alma humana, independientemente de lo que los valores
estéticos, la filosofía del arte propongan, creo que plasmar en el
papel lo más profundo de sí mismo es la única obligación del
verdadero artista. Y, además,
todos tratan de la fiesta, o al menos la contienen entre sus
peripecias. Es esto lo que al
final aprendí aquí, en Zacatenco.
El Fiestas, Pterocles, la Feria |
Siempre
he pensado que estamos en
este mundo para procurar la trascendencia.
Lo que se ha llamado el
hambre de infinito. Muy en lo general, creo
que son dos los ámbitos en
que se hace tal búsqueda: la creación o el poder.
Yo
no creo en Dios. O al menos no como cree la mayoría de la gente.
Pero concibo que el hombre que se dedica a la creación se aproxima
a la divinidad o si quieren díganle al creador. El otro modo
de buscar la trascendencia es
cuando se
procura la acumulación de poder. El
que trata de colocarse por encima del resto de los humanos, sus
congéneres. Lo hemos dicho ya. El que busca el poder y no lo hace
para servir a los demás es un maleante o incluso un criminal.
En estos seis libros está la
justificación de no haber sido un ingeniero desgraciado. Hoy soy un
viejo escritor iracundo, rabioso, inconforme con la circunstancia de
mi país. Pero, paradójicamente, al mismo tiempo, soy un hombre
dionisíaco, un sibarita, un descomunal amador, un creador que goza
en exceso de vivir. Estoy convencido de que sólo la educación, el
arte, la consciencia puede salvarnos como nación. Pero antes que eso
y que nada, todos tienen que tener lo suficiente para comer. Nadie va
a entender el arte vanguardista ni las ecuaciones diferenciales con
el estómago vacío.
El arte es la suprema libertad o
no es nada. Los invito a que hagamos de nuestras vidas eso, una obra
de arte. A que practiquen el más sencillo, sabio y antiguo de los
consejos “Haz lo que quieras. Sin dañar a nadie”.
Mientras desde el poder están
empeñados en convertir a esto en un infierno, nosotros tenemos que
hacer pequeños paraísos a nuestro alrededor, de libertad, de amor,
de creación. Tal es la salvación. Lo otro es la condena. Muchas
gracias por su atención. Salud.
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