Y descubrí que vos estabais loco
Venerable maestro François
Rabelais:
Maestro gigantesco
Bebedor sapientísimo
Sibarita tremebundo
Erudito sideral
Amador sublime de mujeres
Monstruo, brujo, hechicero,
iniciado, mago, ocultista, ¡demonio!, escritor, estimado doctor en
medicina don François:
Rabelais, fenómeno extraño y grandioso de la literatura francesa. |
Yo me jacto hasta la desmesura
de que un día os encontré. Un venturoso día, venerado François,
víme frente a frente con vuestro descomunal —en todo sentido—
libro que con perseverante humildad habéis titulado Las
hazañas y hechos horribles y espantosos del muy renombrado
Pantagruel Rey de los Dipsodas, hijo del gran gigante Gargantúa.
Fue sólo curiosidad. Y vos,
maestro, me habéis abierto el cráneo, me desportillásteis la
consciencia; habéis destruido mi mundito tan pequeño, tan prudente,
tan ordenado, tan regular, tan pendejito. ¡Me habéis convertido en
otro!
Pteroclídeo rabelesiano |
Y fue como si me hubieseis
llevado a visitar los cuadros de otros locos, uno llamado Brueghel,
El Viejo; o bien primero al paraíso, luego al purgatorio y, cómo
no, también al negro infierno de Hieronymus Bosch. Sois un cabrón,
querido Rabelais. ¿No os dais cuenta de que pudisteis haber
desquiciado mi débil cerebro de aquel tiempo? ¿Que habéis
provocado mi gusto y gran regusto por el vino (y el alcohol en
general)? ¿Que sin piedad incendiasteis mi libido y habéis
convertídome en un pecaminoso y recalcitrante fornicario? ¡Que
tanta libertad, no lo sabíais, gran maestre, tanta libertad
desquicia y enloquece a un simple habitante de mi siglo?
Nace Pantagruel y pega un grito. Es el siglo XVI. El eco llega hasta hoy, siglo XXI |
Os juro, Rabelais, que yo no
os busqué.
Vuestro libro me buscaba,
obviamente. Y me halló. Para volverme otro.
No es menos el poder que
habéis infundido en vuestras “Hazañas y hechos horribles
y espantosos del muy renombrado Pantagruel Rey de los Dipsodas, hijo
del gran gigante Gargantúa”.
Reflexivo |
Y descubrí que vos estabais
loco. Loco desquiciado. Que erais un mentiroso capaz de enredar a
Satanás, exagerado como para que Dios mismo se asombre al
escucharos. Que sois un gran borracho poseedor de una ebriedad lúcida
y deliciosa en la que podéis deleitarnos durante quinientos días
con sus noches contándonos historias monstruosamente disparatadas y
gozosamente desternillantes, en las que no os detuvisteis para
avanzar entre la mierda y salpicar a cuanto ser os escuchase y en tal
trance nos mostrasteis una inteligencia asombrosa combinada con
vuestra memoria imposible que os permitió compartirnos a un ejército
de vuestros queridos griegos y latinos en los que os habéis apoyado
para darnos lecciones, seudomoralejas, el buen consejo: “Portaos
mal mas cuidaos bien” y burlaros de los oyentes y contar dislates
de dimensiones que harían ver diminuta a la Vía Láctea y
mantenernos fascinados con vuestra palabra deleitosa, vuestra
imaginación multimaniaca y habernos mantenido embriagados con el
vino que es premio que Dios otorgó sólo a vos, magnífico cabrón,
mentiroso esplendoroso, deslenguado desatado, abusón de corazón,
hilarante desternillante, bebedor embaucador, perito en carcajadas y
doctorado en disparate. Loco, brujo, satanás armado de una pluma,
tal sois.
Rabelesiana, de Gustave Doré |
Sois un hombre muy capaz de
juntar a Dios y al Enemigo Malo en torno a vos y munirlos de sendos
vasos de vino para hacerlos mear de risa a ambos a la vez, a resultas
de una de vuestras historias que de tan absolutamente inverosímiles
y descabelladas obligan al ataque de risa y ultrajan los intestinos,
retuercen el estómago y hacen saltar el corazón. Quién que es no
se cagará de risa en vuestra mismísima presencia y ante vuestras
pérfidas historias.
Amado François, habéis sido
uno de los hombres más libres (François, Francisco: hombre libre) y
saludables que haya existido en nuestra dilatada historia. Tenemos ya
500 años más desde que vos llegasteis a este mundo. ¿Cuáles son
vuestros remedios?: la risa y el vino para el cuerpo; la imaginación
y la irracionalidad para el espíritu.
Pterocles |
Sois un gigante —no menos
que vuestros Gargantúa y Pantagruel—, pero vos nos vencéis y nos
derrumbáis por el poder de esas anécdotas delirantes, nos
ejercitáis así los miembros, fortalecéis el diafragma, vigorizáis
el aparato digestivo, reanimáis las facultades cerebrales
tonificando el sistema circulatorio y os regocijáis de concedernos
la más perfecta y fluida digestión: comer opíparamente y cagar de
manera sana y abundante. Con todo lo cual nos hacéis amaros, querido
François, a vos, ensordecidos por nuestras propias carcajadas y nos
devolvéis la fe a pesar de —o incluso gracias a— hacernos sentir
nuestra condición de bichos irremediablemente sucios. Vuestro dogma
supremo, guía para la vida, leit
motiv de existencia
y consejo invaluable, aceptado con suprema fe, me lo dejasteis
escrito en ese vuestro prodigioso y ya citado libro —que
estuvisteis escribiendo durante treinta años— y en el que a la
letra dice: Haz lo
que quieras.
Rabelais, Gargantúa, Pantagruel, más vivos que nunca |
Los humanos son conmovedores.
Aun en su estupidez y su egocentrismo como especie, en su desamparo,
su orfandad pero se salvan gracias a algunos seres como vos,
venerable François, al valor que individuos como vos mostráis y que
habéis dado como ejemplo al resto: lecciones de vida. Ante la
inmensidad del universo, el poderío inmenso de la naturaleza, las
fuerzas desconocidas de los fenómenos los hombres debían vivir
aterrorizados. No lo hacen tan sólo porque los individuos más
grandes de la humanidad, y sois uno de ellos, demuestran un inmenso
valor y lo infunden al resto. ¿De dónde sale semejante valentía?
De la iluminación interior, de lo que ciertos individuos han
encontrado dentro de sí —después de ardua e incansable búsqueda—
y lo entregan, lo otorgan al resto de la humanidad, las artes, la
poesía.
Maestro François, os doy mi
más humilde y rendido homenaje, desde un país del Nuevo Mundo del
que, alguna vez, vos hubisteis tenido noticias, llamado México.
Salud, maestro.
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