martes, 25 de octubre de 2016

Carta a François Rabelais

Y descubrí que vos estabais loco


Venerable maestro François Rabelais:
Maestro gigantesco
Bebedor sapientísimo
Sibarita tremebundo
Erudito sideral
Amador sublime de mujeres
Monstruo, brujo, hechicero, iniciado, mago, ocultista, ¡demonio!, escritor, estimado doctor en medicina don François:

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Rabelais, fenómeno extraño y grandioso de la literatura francesa.

Yo me jacto hasta la desmesura de que un día os encontré. Un venturoso día, venerado François, víme frente a frente con vuestro descomunal —en todo sentido— libro que con perseverante humildad habéis titulado Las hazañas y hechos horribles y espantosos del muy renombrado Pantagruel Rey de los Dipsodas, hijo del gran gigante Gargantúa.
Fue sólo curiosidad. Y vos, maestro, me habéis abierto el cráneo, me desportillásteis la consciencia; habéis destruido mi mundito tan pequeño, tan prudente, tan ordenado, tan regular, tan pendejito. ¡Me habéis convertido en otro!
 
Pteroclídeo rabelesiano
 
Y fue como si me hubieseis llevado a visitar los cuadros de otros locos, uno llamado Brueghel, El Viejo; o bien primero al paraíso, luego al purgatorio y, cómo no, también al negro infierno de Hieronymus Bosch. Sois un cabrón, querido Rabelais. ¿No os dais cuenta de que pudisteis haber desquiciado mi débil cerebro de aquel tiempo? ¿Que habéis provocado mi gusto y gran regusto por el vino (y el alcohol en general)? ¿Que sin piedad incendiasteis mi libido y habéis convertídome en un pecaminoso y recalcitrante fornicario? ¡Que tanta libertad, no lo sabíais, gran maestre, tanta libertad desquicia y enloquece a un simple habitante de mi siglo?
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Nace Pantagruel y pega un grito. Es el siglo XVI. El eco llega hasta hoy, siglo XXI
Os juro, Rabelais, que yo no os busqué.
Vuestro libro me buscaba, obviamente. Y me halló. Para volverme otro.
No es menos el poder que habéis infundido en vuestras “Hazañas y hechos horribles y espantosos del muy renombrado Pantagruel Rey de los Dipsodas, hijo del gran gigante Gargantúa”.
Reflexivo
 

Y descubrí que vos estabais loco. Loco desquiciado. Que erais un mentiroso capaz de enredar a Satanás, exagerado como para que Dios mismo se asombre al escucharos. Que sois un gran borracho poseedor de una ebriedad lúcida y deliciosa en la que podéis deleitarnos durante quinientos días con sus noches contándonos historias monstruosamente disparatadas y gozosamente desternillantes, en las que no os detuvisteis para avanzar entre la mierda y salpicar a cuanto ser os escuchase y en tal trance nos mostrasteis una inteligencia asombrosa combinada con vuestra memoria imposible que os permitió compartirnos a un ejército de vuestros queridos griegos y latinos en los que os habéis apoyado para darnos lecciones, seudomoralejas, el buen consejo: “Portaos mal mas cuidaos bien” y burlaros de los oyentes y contar dislates de dimensiones que harían ver diminuta a la Vía Láctea y mantenernos fascinados con vuestra palabra deleitosa, vuestra imaginación multimaniaca y habernos mantenido embriagados con el vino que es premio que Dios otorgó sólo a vos, magnífico cabrón, mentiroso esplendoroso, deslenguado desatado, abusón de corazón, hilarante desternillante, bebedor embaucador, perito en carcajadas y doctorado en disparate. Loco, brujo, satanás armado de una pluma, tal sois.
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Rabelesiana, de Gustave Doré
Sois un hombre muy capaz de juntar a Dios y al Enemigo Malo en torno a vos y munirlos de sendos vasos de vino para hacerlos mear de risa a ambos a la vez, a resultas de una de vuestras historias que de tan absolutamente inverosímiles y descabelladas obligan al ataque de risa y ultrajan los intestinos, retuercen el estómago y hacen saltar el corazón. Quién que es no se cagará de risa en vuestra mismísima presencia y ante vuestras pérfidas historias.
Amado François, habéis sido uno de los hombres más libres (François, Francisco: hombre libre) y saludables que haya existido en nuestra dilatada historia. Tenemos ya 500 años más desde que vos llegasteis a este mundo. ¿Cuáles son vuestros remedios?: la risa y el vino para el cuerpo; la imaginación y la irracionalidad para el espíritu.
Pterocles
 

Sois un gigante —no menos que vuestros Gargantúa y Pantagruel—, pero vos nos vencéis y nos derrumbáis por el poder de esas anécdotas delirantes, nos ejercitáis así los miembros, fortalecéis el diafragma, vigorizáis el aparato digestivo, reanimáis las facultades cerebrales tonificando el sistema circulatorio y os regocijáis de concedernos la más perfecta y fluida digestión: comer opíparamente y cagar de manera sana y abundante. Con todo lo cual nos hacéis amaros, querido François, a vos, ensordecidos por nuestras propias carcajadas y nos devolvéis la fe a pesar de —o incluso gracias a— hacernos sentir nuestra condición de bichos irremediablemente sucios. Vuestro dogma supremo, guía para la vida, leit motiv de existencia y consejo invaluable, aceptado con suprema fe, me lo dejasteis escrito en ese vuestro prodigioso y ya citado libro —que estuvisteis escribiendo durante treinta años— y en el que a la letra dice: Haz lo que quieras.
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Rabelais, Gargantúa, Pantagruel, más vivos que nunca
 
Los humanos son conmovedores. Aun en su estupidez y su egocentrismo como especie, en su desamparo, su orfandad pero se salvan gracias a algunos seres como vos, venerable François, al valor que individuos como vos mostráis y que habéis dado como ejemplo al resto: lecciones de vida. Ante la inmensidad del universo, el poderío inmenso de la naturaleza, las fuerzas desconocidas de los fenómenos los hombres debían vivir aterrorizados. No lo hacen tan sólo porque los individuos más grandes de la humanidad, y sois uno de ellos, demuestran un inmenso valor y lo infunden al resto. ¿De dónde sale semejante valentía? De la iluminación interior, de lo que ciertos individuos han encontrado dentro de sí —después de ardua e incansable búsqueda— y lo entregan, lo otorgan al resto de la humanidad, las artes, la poesía.
Maestro François, os doy mi más humilde y rendido homenaje, desde un país del Nuevo Mundo del que, alguna vez, vos hubisteis tenido noticias, llamado México.
Salud, maestro.

 *Texto publicado en el libro Post data / Post mortem, publicado por Editorial Vodevil y presentado en la Feria Internacional del Libro Zócalo 2016.

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