Imágenes que generó |
Desde la
Creta minoica. Para Felipe Calderón:
Pterocles Arenarius
Te escribo,
Felipe, para que tengas una idea de lo que suele pensarse de ti. Y lo hago
porque fuiste presidente de México, tú lo sabes, contra la voluntad de la
mayoría de los mexicanos, abusando de la indiferencia de muchos, su dejadez de
la mayoría y la ignorancia de una gran parte. Y en contra de la valerosa lucha
de miles que nunca te reconocimos. En primer lugar, ganaste las elecciones
fraudulentamente, pero fue un fraude electoral monstruoso, inocultable, un robo
brutal y de escándalo. Tú lo sabes. Y llegaste a la presidencia porque supiste
ganarte la voluntad de gente poderosa de aquí pero también de Estados Unidos. La
gente, los votantes —yo, mis amigos, millones de mexicanos—, la ciudadanía, te
importamos un cacahuate. También por eso te escribo, porque perjudicaste a
millones, les desgraciaste la vida. Hay más de cien mil familias —multiplica el
número por cuatro o cinco de cada familia—, que te maldicen cada día y te
recuerdan como un criminal. Con eso tendrás que vivir para siempre en este
mundo.
Miles de muertos |
Pero
te voy a decir un pequeño detalle, puesto que te debes a ellos, a los
archimillonarios mexicanos y a los gringos que, estratégicamente, te apoyaron,
te digo esto, tú lo sabes, ellos te usaron. Tú lo sabes muy bien. La consigna
era que no ganara la izquierda por ningún motivo. Y lo lograron ellos a través
de ti. El precio a pagar fue alto, Felipe, tú bien lo sabes. Por lo pronto, es
como si te hubieran embarrado de mierda todo el cuerpo. Haz de cuenta que
apestas a mierda, pues no puedes pararte en tu país, ni siquiera en tu ciudad
natal —de la que deberías ser un orgullo—. En todo el país te repudian, te
maldicen como sí, en efecto, estuvieras totalmente cubierto de caca. Lo estás,
aunque sea una clase de excremento que no se ve, pero es peor, porque éste y su
olor nauseabundo no se quitan con nada. Y es que aunque no se vea, sí apestas. Y
la pestilencia no se te quitará en lo que te resta de estancia en este mundo. Es
más, ni siquiera después de que te mueras se quitará. La historia se encargará
de que se te conozca como realmente eres, como fuiste siendo presidente. Lo más
triste de todo es que ese hedor le será heredarlo a tus hijos. ¿Y ellos qué
culpa tienen? Al final, fuiste buen negocio para los archimillonarios. Te pusieron
como presidente, te sostuvieron contra viento y marea; te obligaron a todo lo
que se les antojó, incluido el regreso del PRI —tu odiado PRI, contra el que luchaste
durante tu adolescencia y toda tu juventud— te hicieron que entregaras la banda
presidencial a un individuo tan vil como tú o quizá un poco peor que tú al que,
sin duda, odiabas y todavía debes abominar. Yo estoy seguro de que si te
hubieran exigido que les chuparas la verga lo habrías hecho. Eras capaz de lo
que fuera, sin exagerar, de lo que fuera, con tal de que te pusieran como
presidente. Pero, Felipe, tú sabías muy bien que no tenías tamaños para eso ni
para mucho menos. Cuando yo era niño, pensábamos que para llegar a ser
presidente tenías que ser dos cosas, alguien muy malo y, la otra era ser muy
brillante, muy inteligente. Bueno, tu partido, el PAN, nos quitó esa idea. Fox y
tú fueron los paradigmas de la gente vulgar, de los ignorantes, de los
hombrecillos minúsculos con cargos grandes y sueldos todavía más grandes. Para desgracia
de mi país. Fíjate que los priístas —de ninguna manera son mejores— pero al
menos sabían simular el conocimiento, la cultura. Del actual analfabeta
funcional no te digo eso, éste es un pobre hombre que, a veces, parece incluso
menor que tú, lo cual es ya demasiado decir. Y tú lo apoyaste contra tu propio
partido. Y no te pregunto si te da vergüenza, creo que es inútil hacerlo, sé lo
que responderás.
Desgracia para México |
Te
hicieron presidente estando demasiado lejos de merecerlo, Felipe. Por eso mismo
eras perfecto para ellos. Un presidente débil, sin apoyo de su pueblo,
dependiente de los que te pusieron ahí. Pues te usaron hasta el colmo. Te hicieron
como sus calzones. Ahora andas por ahí medrando, dizque haciendo un partidillo
y tratando de lanzar a tu esposa (¡Dios nos libre!) a la presidencia. Mira,
Felipe, desde que estabas como presidente yo dudaba de que estuvieras —como
dicen los periodistas— en posesión cabal de tus facultades mentales, pero esto
de tu esposa ya es el colmo. Esa pobre mujer a la que tienes aterrorizada a
golpes. Niégalo, Felipe, niega que, cuando se te antoja, o cuando ella te hace
repelar le metes soberanas madrizas. Cuando has estado tapado de briago le has
dado unas putizas que ella no olvidará jamás. Bueno, es más, por ahí del final
de tu sexenio en Los Pinos le desprendiste la retina ¿de una patada en la
cara?, porque déjame decirte que te veo muy débil como para que lo hayas hecho
de un puñetazo. Pero pobre de Márgara —tú así le dices—, ni como ayudarle
porque como dicen allá en tu tierra, Michoacán: el que por su gusto es buey
hasta la coyunda lame. Pobrecita mujer. Y ella es la que quieres convertir en
presidenta de México. Ya vas. Y ya que hablamos de cosas que no podrás negar:
niégame que eres cocainómano. Que te bajas las tórridas pedas que agarras con
tres o cuatro líneas de la más pura cocaína. Niégamelo. Y lo hacías casi
cotidianamente cuando estabas en Los Pinos y te pasabas las tardes con tus cuates
bebiendo por destajo, poniéndote hasta tu madre al grado de que te caíste de la
bicicleta y te rompiste el brazo y no sé cuantas pendejadas más habrás hecho.
Tu
leit motiv en tu vida, desde hace
muchos años hasta acá, ha sido el perfeccionarte como un traicionero. Traicionaste
a Carlos Castillo Peraza, tu mentor. Aunque un sujeto bastante detestable,
intelectualmente era muy superior a ti, Felipe. En ese ámbito nunca le llegaste
ni a las rodillas. Traicionaste a Fox, el chivo en cristalería, el ranchero
tarugo que por el hastío del PRI llevaron a la presidencia. Pero México qué
culpa tiene; y traicionaste a Diego Fernández de Cevallos, ese gigante de la
corrupción, no menos que de la traición, bien pagado por ti. ¿Te acuerdas
cuando dizque se iban a liar a golpes? Abusivo tú, Felipe, porque Diego es
mucho más viejo que tú, pero es mucho más cabrón y tú, ya te lo dije,
físicamente estás muy débil. Pero prosigamos. Traicionaste a tu partido, a
Josefina Vázquez Mota, pobre mujer que te creyó; y traicionaste a tu larguísima
militancia panista. Qué terrible volverte una especie de priísta vergonzante. Tú
mismo debes darte asco por eso que hiciste: apoyar al PRI, el partido decano de
los ladrones del erario y los crímenes políticos. Debes darte asco, eres igual
que ellos, peor que ellos. El PRI, el partido contra el que tu padre empeñó su
vida entera. Así que también traicionaste a tu padre. ¿Y todo para qué? Para que
hoy no puedas ni salir a la calle en tu país porque estás embarrado de mierda
hasta el hocico?
La traición a Josefina |
Bueno,
te digo todo esto por las razones ya escritas y por otra más: tú me conoces
bien, Felipe. Yo era de los reporteros que estuvimos cubriendo tu paupérrima
campaña de uno o dos mítines por día en que, por media hora que hablabas, te
tomabas más de un litro de agua, sin duda con su dosis de alcohol, tenías una
chica a sueldo para que te estuviera dando, cada tres o cuatro fraseos, la
botella de agua con vodka. Tomabas mucha agua, pues sí, ibas crudo casi diario.
Alcoholismo proverbial |
Y
te digo que me conoces bien porque una vez me diste la mano cuando llegabas al
Poliforum Siqueiros saludando a todos los de la prensa. Yo me hice güey y te
dejé con la mano extendida. Es un pequeño orgullo que guardo; menor que el de estrechar,
ahí sí orgullosamente, la mano de Monsiváis o recibir una dedicatoria en un
libro de Rius. Otra vez, cuando estuvimos en el Cañón del Sumidero, allá en Chiapas,
cuando se canceló, por falta de asistentes, el mitin que ibas a hacer en la
plaza de toros La Bien Pagá, ¿te acuerdas?, bueno esa vez, en el Cañón, todos
los que cubrían tu campaña quisieron tomarse la foto contigo. Yo me hice güey y
me aparté. Lo notaste. Tan lo notaste que poco después, esperando la nota, ahí
en el edificio del PAN en avenida Coyoacán, me mandaste tú, o sería César Nava,
un provocador que se sentó junto a mí y me dijo que iba a matar a López
Obrador, que era un hijo de perra, un maldito, etcétera. Ahí estuve oyendo,
quizá media hora, al pinche loco que me mandaron, deseándole suerte en su
encargo: puro pájaro nalgón. Claro que me conoces. En fin.
Felipe,
lo que hiciste fue monstruoso. Permitiste el tráfico de drogas hacia el país
del norte, aunque sólo a tus socios y la entrada de armas de allá para acá, aunque
sólo a los traficantes oficiales. Ambas cosas para que los mexicanos,
delincuentes muchos, pero miles de ellos no, se mataran aquéllos y fueran
asquerosamente asesinados los inocentes. Eso no tiene perdón. Mereces estar en
la cárcel, Felipe. Pero hasta esos extremos han llegado los millonarios
mexicanos y el gobierno gringo con tal de que no se haga la justicia en México
o ni siquiera eso, que no vaya a llegar la izquierda al poder, ni siquiera la
izquierda domesticada y corrupta. Es decir, con tal de que este país no deje de
ser un país jodidísimo, no deje de tener 30 millones de personas a la orillita
de la hambruna y otros 60 millones en la pobreza; que no deje de tener 10
millones —más de la población de toda Centroamérica— de analfabetas y otros 25
millones de analfabetas funcionales (incluyendo al que apoyaste para que fuera
el nuevo presidente). Esa es, a grandes rasgos, Felipe, tu obra. Has repetido
al pie de la letra el antiquísimo mito de Minos y el engendro de su corrupción.
Te lo cuento, para que veas que fuiste paso a paso cumpliendo con la maldición.
Monarca mítico |
Minos
es el monarca de Creta. Estamos algo así como dos mil años antes de Cristo, por
lo cual Minos, personaje histórico terminó convirtiéndose en mito para los
griegos mil años, o más, posteriores al mencionado rey cretense. Bueno, el
padre de los dioses, Zeus, padre —faltaba más— del propio Minos con la ninfa Europa
(sí, Felipe, de ahí tomaron el nombre) encarga a su hermano Poseidón, dios del
mar, que haga un regalo a Minos por ser un gran monarca. Poseidón hace salir
del mar un toro prodigioso, blanco, deslumbrante y singularmente hermoso. Pero la
condición es que Minos tiene que sacrificarlo en honor de su pueblo que es,
finalmente, el que le da su gran valía como monarca. Pero el animal es tan
bello que Minos se niega a sacrificarlo y se lo roba. Lo convierte en parte de
su rebaño. La esposa de Minos, Pasifae, hija también de un dios, Helios, el sol
y la ninfa Creta, pues ella, Pasifae se ve seducida por el maravilloso toro. Ordena
a Dédalo, el arquitecto y, en general, artífice de Minos, que le haga un
disfraz de vaca. Aquél cumple los deseos de Pasifae y ella logra ayuntarse con
el toro. Pero en la mitología se vale que quede anulada la incongruencia por el
número de cromosomas (pregúntale a míster Google qué significa esa frase
misteriosa); así que Pasifae pare un monstruo espantoso, el minotauro, mitad
toro y mitad hombre, el cual es un baldón para Minos (búscate en un
diccionario, o en Google que es baldón, Felipe). Entonces Minos ordena,
nuevamente a Dédalo, que le construya un laberinto para que ahí quede encerrada
su vergonzosa deshonra. Pero el monstruo se alimenta de carne humana. Entonces,
los pueblos dominados por Creta se ven obligados a enviar a siete mancebos y
siete doncellas cada cierto tiempo, para que sean introducidos en el laberinto
y, una vez perdidos en él, en algún momento, sean encontrados por la bestia
para que los devore.
Monstruo engendrado por la traición |
Así
se cumple la maldición de los dioses contra el tirano que engaña y roba a su
pueblo. La rapacidad de Minos provoca la desgracia de sus súbditos quienes
tienen que pagar con sangre su estupidez, su soberbia, su avaricia, su egoísmo.
Pero es el juego de todos pierden, porque Minos es maldecido, odiado, repudiado
y considerado un hijo de su reputísima madre. Y además carga con la vergüenza
de lo que pasó con Pasifae. Hasta que llega el héroe, Teseo, que mata al
minotauro y destrona a Minos, pero esa es otra historia.
Casi
igualito que tu historia, ¿no, Felipe? Minos también terminó como si estuviera
de por vida embarrado de mierda. Igual que tú. Pero no abdicó. Bueno, tú
tampoco has renunciado a los dineros que te da el gobierno. Dinero de nuestros
bolsillos. Según la nota de Proceso nos
cuestas más de un millón de pesos mensuales. Por eso, porque no tienes madre de
cinismo, me autorizo a decirte esto de lo que quizá algún día llegues a tener
noticias, no espero que lo leas. Me conformo con que lo lean algunas personas,
para que sepan el deplorable ser humano que eres y que todavía tenemos que
mantenerte después de tantas asquerosas chingaderas que nos hiciste.
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