miércoles, 17 de diciembre de 2014

Publicada por Eterno Femenino
en 2012

Presentación de la novela Demoníaca (Historia de una maldita perra) de Pterocles Arenarius. Editorial Eterno Femenino, 2012.

Andrés Hasler*

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La novela Demoniaca, historia de una maldita perra, tiene un fino humor satírico que el lector sabrá disfrutar. Me hizo reír en más de una ocasión; me agradó su estilo ligero y, sobre todo, el ritmo en que transcurre la narración.
Pero más allá de estos rasgos formales o estrictamente literarios, la obra nos transmite un contenido que nos invita a reflexionar acerca de los valores y antivalores que, en el terreno de la moral sexual, están en pugna en la sociedad contemporánea. Los dos personajes centrales de la novela son una mujer "vestida", nacida en un cuerpo biológicamente masculino (la etiqueta apropiada para su identidad sexual es lo de menos, pues también se puede decir que es un hombre vestido de mujer) y un sacerdote católico perteneciente a las altas jerarquías de la Iglesia. Todos los demás personajes son secundarios y giran alrededor de los dos principales. Éstos se muestran a sí mismos a partir de sus propias palabras y acciones.
La "ingenuidad"o supuesta ingenuidad del sacerdote es, a todas luces, una caricaturización exagerada del personaje machista y heterosexualista, pero cabe perfectamente dentro de la intención de la obra. En el extremo opuesto, la mujer "vestida" tiene una aguda percepción de la realidad que, dependiendo del punto de vista, podría calificarse de cínica. Ahora bien, lo que se entiende por "valores" y "antivalores" sexuales, es decir, lo que se entiende (o no se entiende) por femenino y lo que se entiende (o no se entiende) por masculino, también dependen del punto de vista en la estructura de la obra. Cada visión está respaldada por una práctica social distinta. Lo que de un lado se entiende como malo se convierte en bueno en el otro bando y viceversa.

Han creado una terrible fama.
La presión de la moral sexual dominante sobre los grupos disidentes (que es el motivo central de la novela) y la resistencia que éstos oponen a dicha dominación moral, constituyen un motivo legítimo de reflexión ética, filosófica y política y, a través del recurso liteario, el autor así nos lo hace saber.
Por un lado la visión heterosexualista, machista y judeocristiana dominante, que en Occidente tiene dos mil años de antigüedad y varios milenios más en el Medio oriente hebreo se refleja, también, desde hace mil quinientos años en el mundo islámico. Aunque tantos siglos de opresión heterosexaualista nos dan la imagen de una antigüedad bastante respetable, esto oculta el hecho, antropológicamente comprobado, de que la moral sexual judeocristiana nunca ha sido realmente compartida por la inmensa mayoría de los pueblos sobre la faz de la tierra. La moral heterosexualista (en sus distintas modalidades) se ha extendido por los cinco continentes hasta envolver el planeta entero, superponiéndose a los sustratos de otras culturas, mismos que nunca se extinguieron. La rígida moral sexual promovida por determinadas religiones, no ha sido natural para todos los pueblos. Las otras formas de concebir la sexualidad humana sobreviven hasta nuestros días y son parte de la diversidad cultural que, en la era de la globalización, se actualiza y refuncionaliza constantemente.
En la novela que aquí estamos presentando, un clérigo de la alta jerarquía católica mexicana se vanagloria de defender a ultranza un concepto rígido de los roles femenino y masculino que, según su punto de vista, gozan del aval divino. Defiende una concepción del sexo como instrumento de la reproducción biológica. El placer sexual, fuera de esta función, es sucio y pecaminoso.
Por su parte, la mujer "vestida" afirma: "Pobre de aquel (o aquella) que considere que sus instintos son suciedad (...) Prefiero pensar que mis nalgas son divinas (...) mis pechitos un portento y en conjunto una bendición (...) los orgasmos tanto míos como los que causo en otros, un premio de Dios para sus hijos".
Ya se podrá imaginar el lector cuán grande es el choque, cultural, ideológico y moral que la sola existencia de la mujer transexual o "vestida" implica para el clérigo exageradamente caricaturizado en la novela. A fin de evitar este choque, el personaje pone en marcha un mecanismo de defensa (demasiado "ingenuo", desde mi punto de vista) que consiste en negar la realidad, es decir, en negarse a aceptar que la mujer que está frente a él, es una mujer fálica, nacida con un pene. Él se aferra a pensar que ella es, necesariamente, una mujer nacida biológicamente. Veamos lo que dice el sacerdote:
"No pude ocultar mi estupor ante la soberbia belleza de mujercita, casi rubia, de ojos de un verde agua que aturdía, color inverosímil; delicada que parecía urgirnos a disputar por protegerla, blanca como una flor intocada. ¡Dios Santo! Vestía un traje de noche que dejaba ver gran parte de su cuerpo divino, sus senos tiernísimos, casi pequeños, casi irreales (...) como he dicho, era una belleza de otro mundo, me fascinó, me sedujo, me derrotó, disolviendo toda modestia por su osada manera de exhibir el cuerpo" (p. 16).

La mujer fálica.
El concepto de mujer fálica fue acuñado por Sigmund Freud y constituye un arquetipo reprimido en el inconsciente colectivo de toda la humanidad. Al igual que el unicornio y que el dragón, también la mujer fálica es un símbolo que la mente consciente reconoce como fantasiosa o inexistente, pero que es completamente "real" y vida propia en la mente inconsciente. El sacerdote caricaturizado en la novela pretende "autoengañase" con la imagen de una mujer biológicamente hembra, pero su mente inconsciente busca, sin lugar a dudas, a la mujer fálica encarnada en el personaje travesti. Freud afirmó que los personajes de ficción de las obras novelísticas bien escritas, son tan psicoanalizables como las personas de carne y hueso, debido a que los artistas (entre ellos, los escritores) tienen el don intuitivo de captar la esencia del alma humana.
La osada manera en que la mujer fálica exhibe su cuerpo, cautivó al sacerdote. Pero más osada es su filosofía de la vida. Veamos como piensa el angelito:
"Imagínate, te tienen acostumbrada desde niña a vestirte de hombre, creen haberte educado como hombre, porque creían que eras macho, pero tú siempre supiste que eras niña (...) Lo único que tengo en mi cuerpo que no es de niña, es un pequeño pene. Pero todo lo demás es femenino. Y hasta mis diez años de edad, nadie lo entendía" (p. 35).
Para el judeocristianismo ser mujer es algo tan natural como el reverdecimiento de las plantas en primavera. La menstruación, por ejemplo, no se fabrica, sino simplemente ocurre cuando tiene que ocurrir. El instinto maternal debe ser igualmente "natural", y así sucede con las emociones y con todo lo demás específicamente femenino.

"Lo femenino es natura, lo masculino, cultura", Andrés Hasler.
Por el contrario, lo masculino es un constructo cultural que requiere ritos de iniciación a la masculinidad. El varón es cultura, y la mujer es natura. Pero tal esquema que equipara a la mujer con la naturaleza y al varón con la civilización, no es compartido por la mujer transexual, quien se considera a sí misma como un producto "de avanzada" tanto de la evolución como de la civilización:
"Somos animales civilizados, tanto que somos tecnología de punta biológica en el asunto de los placeres no menos que en el de la inteligencia. En asuntos de la evolución, ¡somos el último grito de la moda!".
Ella conceptualiza lo femenino como algo que se construye día a día. Sabe que le corresponde elegir construirse a sí misma y construir su feminidad. A fin de cuentas, la feminidad resulta tan artificial como la masculinidad machista y, por tanto, también requiere de una iniciación o aprendizaje. Para construirse a sí misma como mujer, elige a Esmeralda (otra mujer travesti o "vestida") que la iniciará en el arte de ser mujer:

Sonia Ceylán. Belleza que aturde.

"Esmeralda tenía veintiséis años y era reina: de hecho, yo creí que era mujer y ella de inmediato se dio cuenta de que yo era un pobre jotito con tres millones de conflictos en mi cráneo minúsculo. Y ella me enseñó todos los secretos de las vestidas. Me enamoré de Esmeralda, pero no sexualmente, sino como mi gran ejemplo, como el ideal de lo que yo quería ser, como la más pendeja súbdita de una reina esplendorosa. Yo tenía catorce años y me robé la ropa de mi mamá para que Esmeralda me vistiera, me maquillara, me hiciera conocedora de los secretos, para que no se dieran cuenta de que era una vestida" (p. 36).
Hay estudios antropológicos y sociológicos acerca de las estrategias de mujeres que conquistaron su autonomía económica ejerciendo la prostitución. Los casos son reales. En la novela que estamos presentando la mujer "vestida" también conquista su autosuficiencia económica mediante el ejercicio de la prostitución. Veamos:
"Las mujeres queremos que nos den y hay muchas que con ello y por ello exigen ser alimentadas, mantenidas, tratadas como princesas; pues ¡ay no!, pobres pendejas que se entregan a un imbécil para que las sobaje, porque el dinero es poder. Si eres mujer estás vulnerable en un sentido; los hombres son más fuertes, más activos. Pero si eres bella, tu debilidad es tu fuerza y los hombres se vuelven tus bestias esclavas"(p. 27).
Desde a perspectiva ideológica judeocristiana, la condición masculina es intrínsecamente aventajada, privilegiada, superior y empoderada. Pero el personaje travesti de la novela expresa una visión desde la cual la condición femenina posee su propio poder y superioridad. La mujer es perfectamente capaz de humillar y acobardar a los varones. Si tan empoderada puede llegar a ser la condición femenina, en la guerra de los sexos el personaje travesti milita decididamente del lado femenino. Veamos:
"... nos fuimos caminando a la Zona Rosa (...) con nuestras minifaldas deteníamos el tráfico. Los hombres hacían alto para plantarnos el ojo (...) 'Madre mía, qué nalgas' (...) pero cuando Esmeralda oyó barbaridades (...) encaró al atrevido (...) Los hombres se quedaron pasmados (...) ante tan hermosa mujer agresivamente atractiva encarándolos (...) Uno se retiró (...) Pero el otro (...) se aproximó haciendo el ademán de atacar a Esmeralda. Entonces ella enseñó las uñas y le gritó: 'Atrévete a tocarme, pedazo de inmundicia, y con estas uñas te marco la jeta para el resto de tu puta y rastrera vida". El tipo (...) se mostró cobarde (...) huyó con la más perfecta actitud de del perro con la cola entre las patas"(p. 145).
"Decente" significa "de centavos". Sólo la gente adinerada puede ser decente, en el sentido etimológico de la palabra. Un buen día Esmeralda le muestra a la protagonista la conveniencia de abandonar la vida arrabalera y empezar a volar a las grandes alturas, ganándose decentemente al vida al ofrecer sus servicios sexuales exclusivamente a clientes de muy alto poder adquisitivo.
Ello incluye, precisamente, servir a algunos clérigos de muy alta jerarquía que predican en público la heterosexualidad y la estricta delimitación de las identidades de género, pero que en privado dan desahogo a sus impulsos homosexuales:
"Llegamos al lujoso putero de la Zona Rosa. Eran unas oficinas muy sobrias y elegantes (putería disfrazada, pero de alta categoría) (...) Un lujoso bar con alfombras rojas, paredes de mármol y potente pero sabia iluminación te abrumaba con sus meseros de librea, corbata y moño y capitanes de frac" (p. 149).
Pterocles Arenarius
Como lector, me quedé gratamente sorprendido cuando la novela dio un giro aparentemente inesperado, pero perfectamente coherente con la estructura de la obra. La mujer travesti no sólo se ha construido como un cuerpo físico, un producto de mercado, sino también ha desarrollado un agudo intelecto para interpretar la estructura de la realidad circundante. Ha conquistado un espacio de confort y lujos materiales en la sociedad de consumo; pero también se revela como un ser pensante que retira el velo ideológico que cubre y oculta las incongruencias de la moral judeocristiana, poniendo en evidencia la farsa y podredumbre de la moral sexual convencional.
El clérigo de esta narrativa se había aferrado a ver en ella a una mujer biológicamente hembra, prostituta y extraviada del camino de Dios, muy necesitada de salvar su alma con ayuda de los servicios de la Iglesia. Entonces la mujer travesti se dirige a él en los siguientes términos:
"Nunca pensé que hubiera alguien tan idiota. Perdóname, no es un insulto, es un diagnóstico (...) ¿Tú de verdad crees en lo que dices que crees? (...) Hay dos cosas que me asombran de la gente que se dedica a engañar en las iglesias (...) Una es la enorme velocidad con que se deterioran sus facultades mentales. La otra es que (...) viven hasta que son absolutamente inútiles aún para sí mismos. Inútiles para la misma vida, han sido siempre parásitos, siempre desde que eligieron ese modo enfermo y pútrido de vivir a costa de los demás" (p. 181-186).
Al llegar a esta página, el lector se percata de que la pugna ideológica entre los personajes representantes de las dos moralidades sexuales incompatibles, llega a su clímax. Pero no es mi propósito narrar aquí la novela, ni mucho menos su desenlace. Mejor invito al público a que lea la novela por sí mismo. Muchas gracias por haberme invitado a este evento y muchas gracias por tu atención.

Texto leído el 6 de diciembre de 2014 en Xalapa, Veracruz, en el evento Feria de la Diversidad Sexual, organizado por Vía Lúdica Cafebrería y Eterno Femenino Ediciones Ediciones.


*Doctor, investigador, sociólogo y docente en la universidad de Veracruz.