El extraño caso de Daniel Barrera
Pterocles Arenarius
La obra de Daniel Barrera podríamos clasificarla en dos grandes grupos. Es necesario establecer la diferencia esencial entre los cuadros netamente simbólicos, que, aunque figurativos, el ámbito consiste en una circunstancia simbólica. En otro grupo estarían los cuadros cuyas imágenes muestran “el mundo real” y dentro de ese contexto se expresa, rompiendo con el realismo, un símbolo que le da sentido al cuadro.
En los trabajos del segundo grupo mencionado existe un denominador común, en ellos se encuentra un contexto aparentemente cotidiano, incluso trivial, pero en primer plano aparece un elemento que trastoca la “normalidad” y otorga a la circunstancia un carácter perturbador o bien de insondable misterio a pesar, incluso, de un título que funciona como asidero o punto de referencia acerca del significado.
Características permanentes en estos trabajos son la originalidad que, sin duda es una tan permanente búsqueda como reiterado encuentro. Ciertamente la virtud de ser original llega a ser tan lograda que a veces sentimos que algunos cuadros parecieran de distintos pintores. Un formidable ejercicio de transfiguración, puesto que, como dijera Ernesto Sabato, “Toda obra artística es un retrato del alma del autor”. En otras palabras Daniel Barrera es muchos artistas.
Si fuera necesario definir en pocas palabras la obra del mencionado autor, tendríamos que decir extenso poderío expresivo; virtuosismo artesanal, quisquilloso, mejor, acucioso como un exquisito orfebre e imágenes profundamente simbólicas y/o (dado caso) enigmáticas.
El enigma de la bella
Una cualidad más debo anotar y es la de que siempre hay un intenso simbolismo que conduce al artista a la polisemia poética. Los cuadros de Daniel Barrera pueden significar muchas cosas, lo único evidente es la pretensión de significados profundos como una constante.
En cuanto a la forma, parece imposible pedir más a un pintor (gran sentido del equilibrio en la composición, colorista variado y luminoso, formidable dibujante). La destreza de Daniel se encuentra, sin duda, en los territorios del virtuosismo. En este sentido podemos decir que este creador (en dado caso recreador dice él mismo puesto que “El Creador haría objetos de la nada”) viaja a contracorriente de las tendencias prevalecientes en las artes plásticas. Mientras que entre gran número de artistas ―o aspirantes o diletantes o, digámoslo con franqueza y valor, charlatanes del arte― se cultiva lo más fácil, se denuesta el virtuosismo, se “crea” arte abstracto y se desprecian los cánones (oh, el viejo mito de la ruptura de la tradición que nos trajo a la tradición de la ruptura), podemos decir que en este momento, las artes plásticas tendrían que recuperarse a sí mismas, renacer y procurarse una pizca de seriedad, de solemnidad, la ruptura ha imperado por demasiadas décadas y en este momento, ha habido tanta ruptura que ya todo está roto; todos los artistas o los aspirantes y cuantimás los charlatanes, han roto con la pintura tradicional y han roto con todo. Podemos decir que las artes plásticas son en este momento un tiradero, un caos. La rebeldía es una actitud muy sana, excepto cuando no hay contra que rebelarse y entonces aparecen los rebeldes sin causa. La rebeldía no es exactamente lo mismo que el afán de libertad; cuando se tiene la total libertad y se abusa de ella se llega al vacío. ¡Ni siquiera la libertad es un bien por sí misma! La libertad tiene sentido cuando, luego de luchar por ella con la vida en prenda si es necesario, se entrega, como diría G K Chesterton, “a la pasión más bella” y si bien las nuevas tendencias nos suelen sorprender, la sorpresa no es el fin último del arte. Las artes plásticas no pueden quedarse con la sorpresa y la ruptura per se. Hay muchos más valores estéticos, los viejos, auténticos, indoblegables y venerados valores estéticos del romanticismo, aun los del clasicismo. Y eso sin descartar, por supuesto, las nuevas tendencias, el arte abstracto, la instalación, el performance y tantas expresiones más que han surgido en las artes plásticas. Todo cabe en el arte, sin duda. Siempre y cuando haya poesía. Hasta la charlatanería que puede ―quién dice que no― sorprendernos como lo hicieran los franceses en su momento ―¡a principios del siglo XX!―, pero la sorpresa funciona sólo una vez: la primera (El primer poeta que dijo “tus labios son rubíes y tus dientes son de perlas, era un genio, el segundo, un imbécil); Marcel Duchamp sorprendió, pero sus malhadados epígonos llevaron esos conceptos hasta provocar pero sólo pena ajena y, aun antes, hartazgo. ¿Hasta qué punto las artes plásticas han entrado en un callejón sin salida? Esa es una discusión que hemos de dejar pendiente, porque estamos hablando de la obra de Daniel Barrera...
Santo niño del terror
DB no ha roto con los valores tradicionales además de haber incorporado gran número de los hallazgos y la poética del arte moderno. Estamos ante un artista que trabaja el retrato, por más que éste ocurra en una atmósfera de irrealidad que además muestra un elemento simbólico que nos habla de la espiritualidad, de la metafísica, del otro mundo, de la inconsciencia, siempre de la libertad, del principio y del fin; en una palabra, de los misterios que, en las profundidades humanas, nos hacen entender que descendemos de lo instintivo y, ciertamente, nuestro origen, simiesco, es conmovedoramente humilde y, por eso, lo es también nuestro presente, y así, nuestro futuro ―dado tal origen― será glorioso o de espanto (toquemos madera), pero no banal. En ciertos trabajos de su obra, DB nos recuerda que nuestro origen es animal, pero que el soplo divino (¿o el afortunadísimo azar?) nos lanzaron a la inmensa aventura intelectual y del espíritu que es el arte (por no hablar de la ciencia y la supuesta “conquista” de la naturaleza). Sus símbolos le dan la vuelta a sus cuadros costumbristas y crean un profuso conjunto de significados en los alegóricos.
Finalmente, la obra de Daniel Barrera es la gran conjunción en varios sentidos, desde la reintegración de los cánones de la pintura clásica cuyo origen se remonta al XVI hasta llegar a un simbolismo personalísimo y de gran poderío al integrar los vastos recursos incorporados por escuelas más recientes como el surrealismo e incluso ciertas escuelas filosóficas o esotéricas.
Lágrimas y cuervo
En la creación barreriana sentimos que nos confiesa su regusto por lo figurativo que es, sin duda, la arcaica influencia del que fuera desde la infancia su maestro de pintura ―al que siempre llamó abuelo― Fidel Rubio. Tal ascendiente es más que notorio en la extrema acuciosidad, el afán de preciosismo artesanal que imprime a su trabajo, diríamos, como se hacía antes, cuando los pintores sí sabían dibujar. Pero a esa minuciosidad de orfebre Barrera le ha agregado su propia visión del mundo, su metafísica personal. Así, este artista es un creador a cuyo través se procesa el universo (undiverso: uno y diverso) y cuya pintura nos ofrece dos cosmos, uno, el que todos percibimos pero visto por los ojos privilegiados, agudos de un hombre que tiene una visión sin par de lo que nos rodea, lo que vemos en los cuadros de Daniel es su manera de sentir la existencia, su visión del estar aquí. Y de ahí deriva, dos, el cosmos interior, no menos rico, no menos ingente que el otro, el externo.
En los cuadros de DB encontramos, además, conceptos de la trascendencia metafísica como la más realista cotidianidad interpretadas bien en el marco del corriente contexto diario en el que, de pronto, aparece lo misterioso dando símbolo y significado a la obra o bien en el limbo de una serie de objetos simbólicos. Sin duda podemos decir que en toda esta obra se encuentra el toque profundo, esto es, un símbolo que nos remite al fondo de nosotros mismos. Porque el pintor ha volcado sobre el lienzo la imagen de algún objeto que es un poderoso símbolo por sí mismo o bien se constituye en él gracias al contexto.
¿Quién dice que todo está perdido?
Daniel viene a ofrecer su (inmenso) corazón
Finalmente una veta más que bien podría explorar este pintor, es el realismo a ultranza que, para gusto de este tundeteclas es el más desconcertante. Entre la obra considerada artística por DB (porque nos confiesa sin fingido pudor que, para sobrevivir, realiza también retratos por encargo) encontramos un retrato del que fuera presidente de México ―el único presidente honesto que registra nuestra historia en el siglo XX― el general Lázaro Cárdenas (su título ―que incluye dos enigmáticas letras ¿iniciales, iniciáticas?― es V H Lázaro Cárdenas del Río). Un extraño retrato que, consultando, se averiguó, contiene algunos de los indescifrables símbolos de la organización secreta conocida como la masonería (que adoran a satanás, me hicieron reír algunos, que se están haciendo del poder para dominar el mundo, me aseguraron otros). Resulta ciertamente inquietante la vista de un hombre público tan prestigiado en medio de tan extraños símbolos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario