viernes, 25 de noviembre de 2011

No oremos por él. Mejor leámoslo.




Este fin de semana falleció Daniel Sada o, como declaró su esposa, Adriana Jiménez, el escritor ha partido hacia “su paisaje interior”, ese “sitio rico” al que acostumbraba acudir para obtener los personajes, las historias y las imágenes que ahora conforman uno de los legados más originales de la literatura de habla hispana: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, Ritmo Delta, Albedrío, Lampa vida... novelas, cuentos y poemas que le han valido incluso un reconocimiento que llegó el día de su muerte.

El legado de Daniel Sada también está impreso en la memoria de todos aquellos que asistieron a sus talleres literarios en distintas ciudades del país. Daniel Sada era un maestro que iba directo y al grano: “Si vas a matar a alguien, hazlo desde la primera página”. Le gustaba que en las novelas que llegaban a sus talleres, la acción no dejara esperar al lector. Y enfatizaba que la clave para la escritura de una buena novela radicaba en el punto de vista del narrador.



Discípulo y admirador de Juan Rulfo, Daniel escribía con ese ritmo construido con sílabas contadas y oraciones cargadas de comas, dos puntos y puntos suspensivos...Un ritmo que parecía salirle de natural porque así sonaban sus frases, como si respirara en octosílabos, endecasílabos, dodecasílabos... Y con ese cantado podía afirmar cosas como que nunca comería algo cuyo nombre no le atrajera: como los penne a la putanesca.

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