domingo, 21 de noviembre de 2010

FIN DE CAZA DE LETRAS: Crónica de la clausura


Caza de letras culminó sus actividades en El hijo del Cuervo (bar que fundó el poeta Alejandro Aura) este miércoles 17 de noviembre por la noche. De esta forma llegó a su fin otro Reality Literario más. Este certamen lo instauró la Dirección de Literatura de la UNAM en el 2007, bajo la idea y diseño del escritor Saltiel Alatriste (actual Coordinador de Difusión Cultural de la UNAM), cuya singularidad consiste en someter a un grupo de escritores, bajo la conducción de tres jueces, a desarrollar en un breve tiempo (seis semanas), una obra literaria de alta calidad. Este grupo es seleccionado de una convocatoria abierta, a la cual los aspirantes deberán entregar la obra que servirá de base para el concurso, esperando que al término de éste la obra ganadora esté en condiciones de ser publicable.
Los tres primeros Realities versaron sobre Novela corta, novela y cuento, respectivamente. Este año estuvo dedicado a la minificción, y se inscribieron 128 aspirantes de los cuales fueron seleccionados 8 finalistas, entre los que se encontraba quien esto escribe.
Este concurso empezó el 5 de octubre, justo a las 12 del día. A esa hora dio comienzo una enloquecida carrera de imaginación ¡Qué locura, verdad de Dios! En las primeras dos semanas se les pidieron que escribieran 33 minificciones, en cuatro jornadas de trabajo: dos por semana. Al final de las cuales fueron eliminados dos (entre ellos a quien esto escribe). A la siguiente semana eliminaron a otros dos (habían dicho que iban a ser tres pero les tembló la mano y sólo eliminaron a dos). Y faltando dos semanas se eliminaron otros dos quedando en competencia hacia la recta final, quien se hacía llamar Androidruida (Pavel Ubaldo Pérez Brito) e Infinitas Cosas (Hugo López Araiza Bravo).
La recta final fue literalmente una carrera esquizofrénica sólo apta para cardiacos, principalmente para los últimos dos contendientes que no sólo tuvieron que trabajar bajo condiciones cada vez más difíciles y cumpliendo con tareas más arduas, sino además, cuando hubieron cumplido con su última entrega, como bono adicional adrenalítico, tuvieron que soportar la larga espera para saber el fallo definitivo. En las etapas anteriores se publicaban los resultados (tabla de posiciones) los martes. Pero para la final el último martes del concurso (16 de noviembre), no salían y no salían los resultados (no sé si por ponerle más emoción al concurso o simplemente porque no se ponían de acuerdo) y los organizadores del certamen tuvieron que publicar esta nota: “Debido a un problema técnico, la votación estuvo suspendida. Pedimos disculpas a concursantes y lectores”. Y anunciaron que hasta el miércoles a las once de la mañana iban a dar la noticia. A las once publicaron la tabla de posiciones y resultó que ambos contendientes estaban empatados (Ora sí me la hicieron buena). Los organizadores volvieron a publicar una nota para amainar la posible tormenta: “Androidruida tuvo el voto del público y un voto del jurado. Infinitas Cosas dos votos del jurado. Mónica Lavín, Alberto Chimal y Álvaro Enrigue están deliberando para elegir un ganador, tal como señalan las reglas de Caza de Letras. El dictamen con el seudónimo del vencedor definitivo será publicado a la una de la tarde”.
Y a la una de la tarde, finalmente, declararon al ganador: “Haciendo consideraciones más cuidadosas y delicadas hemos decidido votar unánimemente por Infinitas Cosas y su libro Laterna mágica…” De inmediato el otro contendiente, Androidruida, publicó su despedida donde se dejaba ver su tristeza, su desencanto (quién no, yo hubiera hecho un dramón de aquellos). Evidente estado de ánimo para alguien que estaba prácticamente rebasando a su contrincante, por lo menos esa era la opinión del público que votó más por Androidruida que por Infinitas Cosas, e iba tomando vuelo en el score de la tabla de posiciones.
Y aunque ese escalofriante martes y la mañana de ese terrible miércoles no había resultados, la pachanga ya se había definido desde la semana anterior (¡Qué tal!). Otra vez los adelantados organizadores: “La ceremonia de premiación de este Cuarto Virtuality Literario ya tiene fecha, hora y lugar: Miércoles 17 de noviembre / El Hijo del Cuervo / Jardín Centenario núm. 17, Coyoacán / 19:00 a 21:00 horas.

Picado por la curiosidad —ya que había estado en las entrañas del monstruo, y había sentido sus hirientes dentelladas yo quería ver qué era lo que arrojaba al final de su bocota de fuego— y allá voy, corriendo al DF, cancelando una clase en laUniversidad en la que trabajo y sudando la gota gorda para alcanzar un camión al DF a tiempo. El esfuerzo valió la pena: llegué justo antes de que comenzara la ceremonia. El bar El hijo del Cuervo, a las 7 de la noche, estaba ya abarrotado. Alcancé con trabajos la última mesa, simbólico lugar para quien había sido el último de los ocho. Ya estaba en allí Mónica Lavín y los organizadores, no así dos jueces. Uno definitivamente no llegó; el otro, ya cuando había comenzado la ceremonia y tuvieron que abrirle un huequito en la mesa que también ya estaba llena. A las 7:15 aproximadamente dieron inicio. Habló primero Rosa Beltrán, Directora de Literatura de la UNAM (cabeza organizadora) e hizo un breve recuento de este Cuarto certamen y presentando al ganador: Hugo López Araiza Bravo, alias Infinitas Cosas. Allí vimos por fin el rostro del ganador. Para sorpresa, incluso de los organizadores, se trataba de un joven de apenas 21 años (a esa edad yo aun no terminaba la prepa, tan lento que soy), estudiante de filosofía de la UNAM. Insultante edad, consideró la funcionaria de la UNAM, para ganar este premio. Tan pronto terminó, le dio el micrófono a Mónica Lavín quien narró brevemente lo que fue para ella el concurso. Alberto Chimal (ahora enfundado en una infaltable gorra que apareció en su cabeza después de que estuvo retirado un tiempo por una enfermedad, creo yo, causante de tal gorra, gorra que no traía cuando dio la tutoría de narrativa en el Centro Estatal de las Artes en Salamanca en el 2009) también hizo un recuento de este certamen aclarando que la minificción es un género tan difícil como sus hermanos mayores: el cuento y la novela. A falta del tercer juez, Alvaro Enrigue, tomó la palabra la editora de Alfaguara, quien anunció que la obra ganadora se publicará en junio del 2011, y finalmente le cedieron el micrófono al ganador. El chavo se veía muy nervioso pues desde el inicio no dejaba de lanzar sonrisitas nerviosas. Al tomar el micrófono balbuceó (literalmente) algunas palabras. La elocuencia le falló. Lo que demostró en el papel se negaba ahora a salir. Así que para librarse del apuro se dio a la tarea de complacer a sus fans leyendo algunos de sus cuentos que ya le pedían a coro. A la mitad de la lectura de pronto hizo un paréntesis para pedir la presencia de su más cercano contendiente: Androidruida (Pavel Ubaldo Pérez Brito). ¿Estaba allí? Yo estaba seguro que sí, pues ya lo había anunciado en su blog desde que supo que había sido derrotado. Él o ella, si está aquí —dijo Hugo—que suba, por favor. Detrás de mí (yo me había adelantado para tomar fotos y me había colocado junto a la cámara de televisión de TV UNAM) se levantó un joven (poco más de 30 años) chaparrito, moreno, pelo lacio, ojos pequeños y rasgados, quien subió al estrado sin hacerse del rogar y le dieron un lugar en la mesa. Se veía notablemente perturbado, con los ojos hinchados (tal pareciera que toda la tarde la había consumido en llorar; y quien no, hasta el más machito lo hubiera hecho. Yo, al menos, sí). Le dieron el micrófono y sólo balbuceó (menos palabras que el ganador) frases sueltas, se veía notablemente incómodo. Terminado al apuro de las cabezas concursantes, hicieron entrega del cheque al ganador (tanta lucha, tanto sufrimiento, tantas palabras hirientes, tanto pecho adolorido para este minúsculo y envidiable papelito) y vinieron los apapachos. ¡Viva el rey!


El acto ceremonial, hay que subrayarlo, estuvo enfocado al ganador. Y si no es porque él pidió la presencia de Androidruida, éste, como algunos de los otros participantes que habían acudido al Bar, hubiera pasado desapercibido. En suma, a los otros no los pelaron (déjenme tirar una lágrima).
Ese quizá fue el pelo en el arroz: ignorar a los otros participantes. A mí (como afectado directo) me hubiera gustado que nos hubieran presentado para que la gente y la prensa nos hubiera conocido, también fuimos expuestos al escarnio de un público rijoso e insultante y todos –unos más otros menos—recibimos una buena andanada de palos, particularmente Noema, con quien me sentí identificado en esa carnicería. Ella fue la más agredida y hasta en el blog alternativo (No oficial, decían los apedreadores) le daban palo después de que había sido eliminada. E incluso me hubiera gustado que nos hubieran pedido que también nosotros que contáramos nuestras impresiones, que también teníamos cosas importantes que compartir, principalmente con los aspirantes a ser escritores que quizá sueñan con participar en un certamen como éste. Pero nada, no nos dieron ni un papelito que certificara que habíamos sido participantes. Al final, fuimos nosotros, los pocos participantes que asistimos a la ceremonia, quienes nos dimos a la tarea de desenmascararnos unos con otros, aunque no todos lo hicieron. Para algunos, creo yo, más valió salirse temprano a buscar queso a otra ratonera. Hasta eso escaseó en la ceremonia.
Creo que el concurso fue bueno (es muy bueno, desarrolla un músculo bárbaro y eso necesitamos para elevar la calidad del arte en México y en Guanajuato), pero necesita pulir muchas cosas para que se convierta en una experiencia aun más gratificante, más fructífera, que el habernos empujado a producir historias en lapsos tan estrechos (tarea sumamente ingrata y difícil y que nadie se rajó, todos cumplimos) que hasta la misma Mónica Lavín expreso su incapacidad para hacer tal hazaña.
Por eso pensaba yo en aquel momento: si esto es una hazaña por qué no presentar a los 8 “héroes” (vean como me levanto el ego) que también estuvimos dispuestos a rajarnos la cara durante esas seis semanas, sólo que las eliminatorias no nos dejaron mostrar todo lo que éramos y somos: también estábamos dispuestos a partirnos la cara. Al final de la segunda —en mi caso—me dejaron con un ímpetu escritural que ya no se satisface ahora ni con entradas al blog personal o los comentarios de libros o películas que escribo. Mi gula creativa ya probó carne y quiere carne. Así que a la fecha me ando inventando retos para dejar en paz a la bendita bestia que han despertado.
A pesar de todo, yo sí puedo decir que estuve en las entrañas de ese monstruo, donde me trituraron, hicieron polvo mi ego, redujeron a nada mis textos, pero al final encuentro que todo ese atropellamiento me gustó y que fue altamente fructífero: escribo más.
Compañeros de letras, esto fue Caza de letras y este el testimonio de un toro (Pepe el Toro fue mis seudónimo) que hoy más que nunca se resiste a declinar. Seguiré luchando, ya no tengo otra, ya no hay marcha atrás.

Saludos.

No hay comentarios: