viernes, 29 de octubre de 2010

CRÓNICA DE LAS DESVENTURAS DEL PATITO FEO: Caza de letras (PARTE 6 y última)

CONCLUSIÓN: LECCION APRENDIDA

Han pasado dos semanas ya. He seguido con atención el desarrollo del concurso. Otros dos de mis compañeros han salido. De los ocho quedan cuatro. Dos de ellos, creo, van a dar la batalla final (bien por ellos). A estas alturas, siento que el concurso ha perdido cierto brillo, pues los ejercicios ya no están orientados a la creación. Ahora mis compañeros han tenido que hacer un decálogo del minificcionista y están trabajando en la autocrítica y en la crítica de un trabajo de un compañero. Hay cosas interesantes, pero la emoción del concurso ya se ha ido. Ojalá al final haya drama.

Ya más sereno he tratado de digerir con detalle la experiencia y absorber lo más que puedo de esta lección. Recordé los juegos que me permití en esos dias de presión. Por ejemplo, enojado ante los juicios más severos de mis críticos que me tachaban de mal escritor, en uno de los cuentos del tercer ejercicio (sobre el Horla), jugué a darles con qué entretenerse haciendo una declaración de inicio de que yo era un mal escritor y me jactaba de ello. Nadie lo advirtió. Este es el cuento:

EL ESCRITOR
Yo, confieso, soy un mal escritor. Mi éxito no radica en mi capacidad literaria sino en mi capacidad de gestión. Cada triunfador tiene su secreto. Algunos escritores tenían “negros”; el mío se llama Horla. Como su ancestro, viene de Brasil, pero a diferencia de Maupassant, yo me hice su amigo. Él escribe y yo recojo las ganancias y los premios. Me gusta más esta parte del trabajo que la talacha de teclear y teclear, y consultar libros para sacar un dato y volver a teclear. Me gusta ver como las teclas solas se hunden sin parar: me salió muy productivo. He tenido que pagar mucho en traductores: nunca aprendió a escribir en español. Pero todo tiene un fin. Hoy voy a presentar mi última obra y anunciaré mi retiro. Y cuando regrese, decidiré dónde enterrar mi secreto.


Uno de mis críticos le sacó provecho y en su blog (donde ataca fieramente al concurso) ha tomado la idea para ironizar a quien considera mal escritor y apela a que invoquen al invisible para que les ayude a escribir.

En el cuarto ejercicio incluí otro cuento con este mismo sesgo irónico al comparar la experiencia de Caza de Letras con un concurso de televisión donde los participantes tienen que meterse a una cloaca para ganar el premio mayor. La cloaca, el lodazal, era el que habían construido los críticos que solamente se dedicaban a embarrar de estiércol a los participantes. Y no escondía quién era el protagonista: yo, pues le puse mi pseudónimo: Pepe. Este es el cuento:

PREMIO MAYOR

Las cámaras dan cuenta de su cara, del agua turbia y del fondo de la piscina de cristal donde apenas se distinguen los cofres de madera. Y ahora por un millón de pesos… Madrecita mía, de Guadalupe, ayúdame. Nuestro amigo Pepe deberá bajar y elegir uno de los cofres. ¿Y si me quedo con lo que llevo ganado? Pepe, por un millón de pesos, ¿estás dispuesto a bajar? Pepe mueve afirmativamente la cabeza y tiembla. Un aplauso a nuestro valiente competidor. Esto es Buscadores de Tesoros. La orquesta empieza a tocar y el público corea: Pepe, Pepe. Pepe se ajusta el cierre del traje de buzo, se cala el visor, aprieta con los dientes la boquilla del oxígeno y brinca. Mientras se sumerge siente los trozos de excremento que se le pegan al traje, al pelo, a las mejillas.


Este cuento pasó inadvertido: había llegado justo cuando la atención se centraba en conocer quiénes éramos los primeros expulsados.

Me hubiera gustado permanecer y continuar en la batalla pues ya le empezaba a tomar el gusto y veía como mi trabajo mejoraba. Eso fue lo que más me dolió. Desafortunadamente no reaccioné a tiempo. Me queda de ganancia que en ese tiempo pensé y reflexioné como nunca lo había hecho y aprendí, a su vez, tantas cosas en ese breve tiempo, al grado de que veo lo que escribo y lo que leo ya con otros ojos, más profundos. Por ello le di las gracias a todos los que contribuyeron a tal cambio.

Una de las cosas que reflexioné cuando empecé a ver los beneficios en mi trabajo fue sobre el beneficio de un rigor extremo. Me dije: si los escritores que vivimos en Guanajuato tuviésemos la oportunidad de tener un taller con este rigor durante un año, estoy plenamente seguro que nos convertiríamos en escritores de primera línea. No descalifico los talleres que hemos tenido ni la calidad de nuestros maestros. Sin ellos, no hubiera aprendido lo que sé. Pero sí creo que en la manera en que están diseñados no es posible entrar en un proceso de trabajo intenso, de muchísimo rigor, que nos permitiera desarrollar a fondo el músculo. Bajo las condiciones actuales aprendemos pero no nos fortalecemos ni logramos un buen nivel competitivo. Ya sea por iniciativa del estado o por iniciativa nuestra, debemos crear ese espacio de trabajo rigorista para el bien de nuestras letras y del arte en Guanajuato.

Ojalá algún día lo podamos hacer. Por lo pronto, los dejo descansar de mi lloriqueo y le agradezco a quienes se hayan detenido a leer estas cuitas. Gracias, en verdad. Saludos a todos. Y sigamos en la batalla.

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