miércoles, 27 de octubre de 2010

CRÓNICA DE LAS DESVENTURAS DEL PATITO FEO: Caza de letras (PARTE 4)

TERCER ROUND

Para el tercer ejercicio se nos pedía leer El Horla de Guy de Maupassant, con la idea que los cuentos se pudieran integrar en el libro en proceso, e indicaban: “propón 5 minificciones que utilicen de algún modo a un personaje invisible. Éste no tiene que ser el Horla, pero si consigue parecerse a él en algo más que la invisibilidad o integrar cualquier elemento adicional del cuento de Maupassant, mejor. Las minificciones no deben pasar de 800 caracteres con espacios. La fecha límite de entrega: jueves 14 de octubre a las 10:00 horas”.

Tomando en consideración las críticas del público (que me acusaron de descuidado señalándome errores evidentes de redacción) y de Mónica sobre la falta de uso de la goma, me di a la tarea de escribir estas cinco historias con el propósito de ser más cuidadoso. De nuevo se presentó el fantasma de la aridez imaginativa que me había acosado en el ejercicio anterior y que sólo dio para diez historias. Para el martes en la noche mi imaginación apenas daba para cinco pero que en nada me satisfacían. Me fui el miércoles a mi trabajo con una espina clavada. Con esas cinco historias podía cumplir el compromiso, pero no se trataba de eso. Por la tarde de ese día, me llegaron súbitamente dos historias que a mi entender eran buenas: tenían gracia y cumplían bien con el cometido: “Este no tiene que ser el Horla, pero si consigue parecerse a él en algo más que la invisibilidad o integrar cualquier elemento adicional del cuento de Maupassant, mejor”. Me sentí bien. A las 8 de la noche ya estaban mis historias terminadas. Hasta las 12 de la noche las trabajé como relojero y decidí no cometer el mismo error del ejercicio anterior: el apresuramiento en la entrega. Las dejé reposar toda la noche y temprano, a las 7 de la mañana, con la mente fresca y descansada, me di a la tarea de revisar milimétricamente los cuentos. Sorpresa: había muchos errores. Carajo, por eso me crucificaron en el ejercicio anterior los críticos de guadaña. Después de más de una hora ya sentí que estaban listas las historias, y las subí. Al poco tiempo llegó la retroalimentación. Uno de mis más duros críticos me elogiaba. Oh, qué bien, ya la hice. Otro de ellos, replicó de inmediato al elogio del primero, y dijo categórico que estaba rotundamente equivocado, que todo el ejercicio era plenamente fallido. Coincidió con él una muchacha. Y como siempre, llegaron elogios cada vez más precisos: señalaban qué les gustaba y qué no. De nuevo me senté a esperar a mi juez en turno. Ahora le tocó examinarme a Álvaro Enrigues. A este escritor no tengo el gusto de conocerlo.

En el internet descubrí que Álvaro estudió Comunicación, como yo, pero a diferencia de mí tiene una maestría y un doctorado en letras y es profesor de letras y composición en universidades de Estados Unidos, además de haber sido galardonado por sus novelas.

A este juez, igual que Mónica y Alberto, no le gustó mi trabajo: “para decirlo rapidito: cuatro de tus cinco minificciones carecerían de sentido si el lector no se hubiera recetado de manera muy reciente ‘El Horla’. Casi me dan ganas de gritar, como esos niños intragables del patio de la escuela: ‘¡Trampa, trampa!’ No por nada más que por el hecho de que una serie de minificciones que deriva directamente de un relato y utiliza sus elementos sin transformarlos, no supuso un ejercicio de concentración. Más que relatos mínimos, tus cuentos de esta entrega son apostillas”. Sólo le pareció bien uno de mis cinco cuentos:

PREOCUPACIÓN
Soy feliz con él. Es tan gentil. Al principio solo venía cuando yo no estaba y me dejaba flores. Un día me espero. Me asustó no verlo. Es difícil vivir con alguien que sólo se sabe que está porque hace ruido, aunque debo decir que al final una se acostumbra a todo. A pesar de que es mudo me hizo aprender portugués para que hablara con él y leyera sus recados. Un día me pidió acostarse en mi cama. Accedí. No sabía si era hombre o no, no me atrevía a preguntarle. Durante más de una semana no pasó nada, pero una noche sentí su fuerte aliento a leche y en segundos me hizo arder como una flama. Han pasado nueve meses. Todos me dicen que quieren conocer al padre de mi hijo. No sé qué hacer, pero lo que más me preocupa es el niño. ¿Podré verlo cuando nazca?


“Preocupación” es la única minificción que es un relato en sí misma, sin depender del cuento original: tiene arranque, nudo, desenlace. Además el desenlace presenta un problema genuino y para colmo divertido: si el hijo se parece al padre, estamos en problemas. Más grave, eso sí, hubiera sido que del padre sacara sólo el color de piel”. Y remató categórico: “Hay que pensar más antes de sentarse a escribir. O mientras se escribe. O al corregir”.

¡Zaz!, estaba perdido. Era claro que mi expulsión era prácticamente un hecho.

Lección: Mi error en esta ocasión había sido cumplir a rajatabla, casi mecánicamente, con las acotaciones del ejercicio en vez de soltarme y jugar con la imaginación. El avance es que ya no me señalaban problemas con la goma, sino de mayor esfuerzo. Mi primer reacción ante la solicitud de “pensar más”, me hizo decir: “Carajo, me pasé estos días devanándome el seso, y ahora éste me sale con que no pensé las historias. Poco a poco fui cayendo en cuenta que a lo que se refería era a no quedarme en el mero cumplimiento de la tarea, por esmerada que ésta hubiese sido. Ya iba 4 a cero.

MAÑANA, CUARTO Y ÚLTIMO ROUND

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