lunes, 12 de julio de 2010

Poesía y conocimiento*

Por Ramón Xirau

Trataré de descubrir que la filosofía
y el arte de comprender un poema,
tan repetidamente tenidos por antiéticos,
están por lo contrario en la más estrecha unión.
A.T. Baumgarten, Reflexiones acerca de la poesía

Considero que la IMAGINAC IÓN primaria es el Poder
y el primer Agente de toda Percepción humana
y como una repetición, en el espíritu,
del acto eterno de creación en el infinito YO SOY.
Samuel T Coleridge, Biographia literaria, capítulo XIV.
La poesía como conocimiento: ¿Qué puede haber de más distante que el decir del poeta –emotivo, exaltado, inspirado- del decir del filósofo –racional, exacto, preciso? ¿Cómo poder siquiera pensar que el filósofo, hombre de ideas que se pretenden claras y distintas o, por lo menos, hombre que utiliza conceptos, se asemeja en algo al poeta, hombre de imágenes, ritmo, cantos?

El hecho es que Baumgarten, discípulo de Christian Wolf y en cierta medida maestro de Kant –éste estudió la Metafísica de Baumgarten-, piensa, antes de que se despliegue plenamente el romanticismo, que la poesía es hermana de la filosofía; que filosofía y poesía no son, por lo menos, antiéticas. El hecho es también que Heidegger ha escrito: “Poetizar es dar el nombre original a los dioses. Pero la palabra poética no le tocaría su fuerza nominativa si los dioses mismos no nos diesen el habla” (Hölderlin y la esencia de la poesía). Y algo más adelante: “la palabra que nombra a los dioses es siempre una respuesta” a la “invocación” que nos hacen los dioses mismos.

Cuando empleo aquí la palabra conocimiento debe de ser entendida como forma del saber y, especialmente, como forma de este saber que algunos, con Dilthey, llaman “cosmovisión” o visión del mundo y que prefiero llamar con un término viejo y rico: metafísica. Si el conocimiento remite a las cuestiones vitales que el hombre se plantea –nuestro origen, nuestro destino, el tiempo, la vida misma, la posible inmortalidad y la posible divinidad- metafísica y poesía se aúnan. Tal vez –y solamente tal vez- con una sola diferencia: el poeta, por lo menos en su obra escrita, no describe siempre su método aunque a veces (Lucrecio) pueda hacerlo mientras que el filósofo suele hacer el método más explícito. Pero es sobre todo en esta relación –“problemas” humanos que son problemas de fundamento- donde metafísica y poesía se encuentran y, muchas veces, se complementan. El filósofo cuyo pensamiento es conceptual procede también mediante imágenes; el poeta, imaginativo, no deja de emplear conceptos. En este preciso sentido tan filosófica es la Divina Comedia como lo es esta cascada de argumentos “eróticos” que es el Fedro de Platón.

Escribió alguna vez Wittgenstein que le hubiera gustado redactar un libro con el título de El mundo que me encontré. Ignoro cuál podría haber sido el contenido de este libro nunca escrito. Lo que me interesa es señalar que la filosofía y la poesía llevan precisamente a tratar de ver este mundo que encontramos y en el cual nos encontramos.

La disputa entre quienes piensan que la filosofía y la poesía son incompatibles y aquellos que piensan que están íntimamente ligadas es una historia antigua que no deja de ser actual. No pienso seguirla en detalle porque se ha analizado ya con sobrada frecuencia. Baste recordar que para Platón –tan poeta como filósofo- el poeta, ciertamente “inspirado”, es también engañoso. Lo es, en primer lugar, porque la inspiración es irracional; lo es, en segundo lugar, porque si el poeta imita el mundo que nos rodea y este mundo es, a su vez, a copia de un mundo perfecto –el mundo de las Ideas o Formas- la poesía no será sino la imitación de una imitación; lo es, en tercer lugar, porque el poeta, por su irracionalidad misma, amenaza la estructura del Estado perfecto y racional de la República. Hay que coronan a Homero de laureles y echarlo de la ciudad para que sus “silogismos de colores”, como diría Sor Juana, no resquebrajen el orden de la utopía. No viene a aquí a cuento tratar de explicar la actitud antipoética de Platón, tan poético en imágenes y sobre todo en los grandes mitos presentes, precisamente en la República: el de la Caverna, el de Er. Es posible que, entre la explicaciones que se han dado, sea más o menos válida la que nos dice que Platón –como en realidad antes que él Jenófanes o Heráclito- criticaba las creencias de los antiguos teólogos –las viejas teogonías- que conturbaban el pensamiento del hombre “moderno”, es decir, del hombre que piensa entre el siglo V y e siglo IV. No importa. El hecho es éste: Platón poeta es también Platón antipoeta. No menos antipoeta es San Agustín, tan excelente escritor y también tan claramente poético en sus grandes escritos. San Agustín rechaza los espectáculos, este circo y teatro que tanto le habían engañado durante su juventud de estudiante en Cartago.

Pero si esta actitud que niega el valor cognoscitivo de la poesía se prolonga a lo largo de la historia, no es menos frecuente la actitud contraria.

En su descripción de la alegoría –carta prólogo al Paradiso dirigida al Ca Grande della Scala-, Dante precisa que e significado de su obra no es sencillo sino que debe llamarse “polisémico”. “El primer significado es el que se obtiene mediante la letra; el segundo el que se obtiene es a través de la cosa significada por la letra. Lo primero se llama literal, lo segundo alegórico o moral o anagnórico.” Si la poesía es conocimiento lo es por alegoría. Escribe Dante: “y aun cuando estos significados místicos pueden llamarse de diversas maneras, generalmente se habla de ellos como alegóricos, puesto que son diversos de los literales o históricos. Porque alegoría deriva del griego alleon que en latín aparece como alienum o diverso”.

La poesía es conocimiento; es conocimiento –en Dante y en Platón a pesar del mismo Platón-, por la alegoría. Ya Longino escribía en el siglo I d. C., hablando de la poesía: “...nada es tan efectivo como el sentimiento de un alto orden” y añadió –tal vez más cercano a Coleridge de lo que pudiéramos imaginar- que “los cuadros imaginativos (el nombre de lo que algunos llaman imágenes) son muy eficaces para producir plenitud, grandeza y energía. Esta “imaginación” nace del entusiasmo” y produce “entusiasmo”. Así la poesía es una manera de ver el mundo aun cuando no sea para Longino la manera racional de ver y mirar.

Vico, de manera muy precisa –y también muy verdadera-, hacía del lenguaje poético el inicio de toda civilización: cada civilización tiene que pasar por la edad poética de los dioses para alcanzar la edad también poética de los héroes y sucumbir en la era puramente racional de los hombres. Además el mito –forma primera de la poesía- era para Vico la representación de la “historia universal eterna”, verdadero arquetipo o conjunto de arquetipos de la historia sucesiva de nuestro mundo humano. En efecto, “todos los pueblos tienen su Júpiter”. La historia pasajera se inicia en la poesía y se funda –historia universal eterna- en los mitos y los arquetipos.

Los románticos, y entre ellos Schelling y Hegel –este Hegel antiromántico- vieron en la poesía un conocimiento absoluto. Schelling en su filosofía del arte, Hegel cuando que el antepenúltimo peldaño del conocimiento absoluto, solamente superada por la religión y la filosofía.

En nuestros días –recuérdese la polémica entre Sartre y lo surrealistas, algunos, entre ellos precisamente Sartre, creen que la poesía no son conocimiento. Por una parte Sartre ha escrito –especialmente en Qué es la literatura – que solamente la prosa tiene significado; la poesía y el arte carecen de significado y son cosas del mundo; este amarillo aquel rojo, este sónido son opacos. ¿Por qué Sartre puede afirmar, algo peregrinamente. Lo más seguro es que esta negación provenga de lo que Sartre piensa de la imaginación. Más cercano de lo que él mismo, Sartre define que la imaginación como una “función desrealizante”; concluye que la imaginación es “un saber degradado”. Claro que en este caso o bien la poesía no es imaginativa y proporciona conocimiento –o bien es imaginativa- y entonces no produce conocimiento alguno. Pero dejemos las objeciones a un lado. Sartre a lo sumo vería en la poesía un pseudoconocimiento, Bergson piensa en cambio que las emociones creadoras son vías fundamentales del conocimiento y este gran lógico que se convirtió en metafísico, Alfred North W. Dice que la “aventura del pensamiento” tanto e Occidente como de cada persona en particular alcanza su más alta expresión en la Verdad, la Belleza y la Paz. Término que constituyen propiamente hablando lo que llamamos “civilización”.

* En Poesía y conocimiento, Joaquín Mortiz, México, 1978, pp. 11-21. (Cuadernos de Joaquín Mortiz).

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