miércoles, 17 de marzo de 2010

Crónica andante, de Eliazar Velázquez

Cuando se sabía andar…
Lunes, 15 de Marzo de 2010

Recargado en una cerca de piedra, en la comunidad Corralillos municipio de Victoria, don Leobardo Zamudio (don "Leoba" para los amigos"), ante mi pregunta de cuantos años anduvo de arriero, contesta decidido: "Pues toda la vida".

Ejidatario ejemplar que nunca se arredró ante las adversidades, injusticias y peligros cuando hace años libraron aquí una difícil lucha por ser reconocidos legítimos propietarios de la tierra, desde muy joven arreó en la serranía bestias cargadas con molcajetes, chiles, cebollas, y productos de la temporada en rutas que lo llevaron a Pinal de Amoles, Jalpan, Xilitla, o a las inmediaciones de la zona media potosina.

En andar veredas, montañas y cañadas gastó felizmente gran parte de su vida. Trasladaba sierra adentro frutos, verduras, utensilios, y de allá traía café y piloncillo.

Donde lo agarraba el atardecer soltaba los burros para que comieran, luego encendía la lumbre, ponía a cocer frijoles, y al caer la noche dormía hasta la madrugada bajo el cobijo del silencio y del cielo.

Las brujas y otras presencias de la oscuridad no se llevaron bien con él, pero tampoco lo atosigaron, aunque supo de lugares donde arrieros amanecían con moretones en el cuerpo o perdidos en el monte sin saber cómo llegaron a ese sitio.

Hombre moderado en los placeres, en tiempo de frío llevaba una pequeña botella de vino para darle un trago en las tierras más altas, y así soportar las inclemencias.

Con precisión fotográfica puede narrar durante horas enteras las formas, colores y ruidos que registró su pensamiento en cada pueblo y ranchería que visitó siempre calculando hacerlo cuando la lluvia se retiraba, porque de otra manera era heroico traer animales bajo la tormenta y entre ríos crecidos.

Tiene 85 años cumplidos, si hiciera la cuenta de cuantas distancias recorrió a pie la cifra sería inmensa. Y aún sigue siendo un hombre de andar incansable, esta misma tarde que conversamos todavía trae el morral terciado porque lo encontré recién llegado del cerro donde andaba buscando algunas de sus vacas.

¿Será que por tanto caminar sigue siendo tan feliz y está tan entero a pesar de las enfermedades propias de la edad?; no lo sé, pero lo cierto es que asomarse a su ser es entrar a un cuento infinito donde van apareciendo flores de octubre, ardillas saltando entre los encinos, pájaros que vuelan sobre el sombrero, nubes premonitorias, caminantes entre voces de agua que corre en los arroyos.

Hombres como don "Leoba", supieron vivir y andar. Hace mucho me honra con su amistad y acostumbro auscultar su rostro mientras oigo sus relatos, pues siempre he tenido la sospecha que en alguna de esas noches de arriero un ramillete de estrellas se le metió en sus ojos.

Por eso es un hombre tan especial, y es que no cualquiera trae un pedazo de cielo en la mirada…

Fuente: http://www.correo-gto.com.mx/notas.asp?id=152622
Perfil del autor: Al igual que los poetas, los narradores y los ancianos sabios de la Sierra Gorda, su región de origen, asume la escritura como un “destino” que ejerce con una mirada trashumante que hurga en sus raíces, en el país y en el mundo. Durante 25 años ha realizado de modo independiente, diversas actividades de investigación y promoción en el ámbito de la cultura y de procesos sociales comunitarios. Es autor de los libros de crónicas y conversaciones: “Almas de Lluvia”, y “Poetas y Juglares…” Desde hace una década, primero en El Nacional de Guanajuato y ahora en Correo, publica periódicamente su columna.

1 comentario:

Gabriel Jiménez dijo...

Muy bien el relato. Gracias, Me gustó el remate, poético.