viernes, 13 de junio de 2025

El expediente Estanley

Hace unos meses los camaradas del grupo que se llama El Núcleo de la Roca me invitaron a publicar en una antología de poesía y narrativa. Les agradecí y les entregué un fragmento (un adelanto) de la novela, todavía inédita, El fin de la humanidad.

21 de marzo de 2025

Espero que esta novela vea la luz en unos meses. La colaboración para el libro antológico que se llama Rescatar el silencio (Cinco años de El Núcleo Literario) quedó como cuento y aquí lo comparto. Se hizo una presentación del libro y en ella leí mi aportación llamada


El expediente Estanley


Paco era escandalosamente simpático. Incluso adorable (para algunos). Desde que entraba a Televisa San Ángel movilizaba a mucha gente. Saludaba al que iba por allá lejos, le hacía una broma para asustar al que pasaba junto a él, le hacía una cara de espanto a otro y le decía: “¡Qué feo estás, cabróóóóónn, no mames, te hubieras metido de boxeador, güey, asustabas a tus rivales y ya no tenías que madrearlos”. Era como Godzilla que iba derrumbando todo a su paso, nomás que Paco les bromeaba a los hombres y piropeaba a las mujeres o, de plano, les echaba un brazo al hombro y se las llevaba diciéndoles “Pero qué chula vienes hoy”, luego se iba con otra y le decía otra cosa: “Qué bonito te queda este vestido, te resalta… este… tooodo” y las miraba directa y descaradamente al trasero; y así con quien se encontrase.

Desde la recepcionista, en la caseta de entrada para automóviles, pasando por toda la gente que se encontraba en su camino hasta llegar a los que estaban trabajando en los escenarios (que ahí, admiradores unánimes de todo lo gringo llaman sets) lanzaba piropos  hasta a las escobas. No se le escapaban ni las chicas de la limpieza ni las que iban acompañadas del novio o del marido. Total, todos decían son bromas del señor Estanley.

Era una avalancha. Sonriente, gritando, carcajeando, burlándose de casi todos, arremedando que no imitando a los que se encontraba en los bulliciosos pasillos de la televisora. Parecía increíble la cantidad de energía que derrochaba. Era difícil de creer que se mantuviera tan contento y tan exageradamente activo tanto tiempo y es que un júbilo como ese es insostenible. Se necesita demasiada energía. Nadie puede andar como trompo chillador de día y de noche. A menos que se mantenga siempre incendiándose en las llamas de un poderoso estimulante. Era la cocaína.

En la caseta de la entrada de autos de la que ya hablé, un día cualquiera, saludó con su mejor sonrisa, pero en vez de quedarse sentado, se bajó de la camioneta, tuve que hacer alto total. Fue y se plantó frente a la chica recepcionista y le dijo:

—Hola, mi amor…, —con su nacionalmente famosa sonrisa en su más fúlgida versión. La muchacha diría “Dios mío, es Paco Estanley. Y me dijo mi amor”. Y no pudo más que sonreír intentado el mismo esplendor. Sólo alcanzó a decir.

—Bu-buenos días, señor Estanley…

—Oye, preciosa, vengo con una urgencia que ya no aguanto más; ya me anda. ¿Tú puedes ayudarme? ¡Claro que puedes!

—Sí, señor, estoy a sus órdenes…

—Oye, qué linda, así me gusta…, jajajaja…

—Pásele, aquí tengo baño —pero él ya iba ingresando en la caseta con su sonrisa estelar y un gracioso gesto con el dedito interrogando se consiguió la ubicación del baño. Abrió la puerta, se asomó un par de segundos y habló con su inconfundiblemente seductora voz.

—Pero, ven acá, mamacita ¿o qué pasa?

—Pero…, ¿para qué me quiere, señor?

—Ay, mi amor, ¿quién crees que me va a sacudir? Jajaja, ¿tú crees que yo solito? Y eso nada más tres veces, ¿eh?, porque una más ya es otra cosa. Ándale, ven para acá…

—Oiga, señor, es que usté me está ofendiendo, perdóneme, pero es que yo no soy así.

—Mi reina, ‘orita te vuelves así…, o más todavía. Ándale, vente pa’cá, mi vida, no me rezongues. —Con su voz conocida por millones, que ahí incluía un cierto matiz de reconvención, dio dos pasos, la tomó de la mano, la condujo hacia él, supuestamente, debía satisfacer su urgencia. Ella resistió débilmente.

—Ay, don Paco…, es que yo tengo marido…

—Y eso qué, mi vida, eso es otra cosa. Mira, lo que tú no sabes es que ese cabroncito nomás anda repartiendo el salchichón entre, te lo voy a decir, nomás tiene tres novias. ¿Sí o no, Pitirijas?, —el apodo era para mí, su chofer. Ni le contesté—. Mi ayudante ya lo fue a visitar, lo anduvo cazando varios días y cada dos horas se iba a ver a una novia distinta, mi vida, ya ves como son los pinches hombres de garañones. ¡Pitirijas, dile a ¿cómo te llamas, mi amor?, ven, cabrón, dile a Graciela como anda su marido repartiendo el salchichón por toda la colonia. —La muchacha diría, puta, pues capaz que sí es cierto.

Antes de que me fuera a gritar “¿Qué pasó contigo, hablé yo o rechinó un carro, cabrón?, y así quieren cobrar cada quincena, no si con ustedes no se puede”. Llegué al baño de la caseta. Ya la tenía sentada en el escusado. Ella todavía estaba como tratando de resistir. Paco tenía la verga en la mano.

—Ándele, chiquita, no sea rejega, a ver, abra la boquita…

El cabrón gordo volteó a verme y sonrió como casi nunca sonreía. Me dio la clara impresión de que lo que más le gustaba en la vida era que lo vieran haciendo eso, cómo había obligado a una mujer casi desconocida a que le chupara la verga. Al mismo tiempo había agarrado a la muchacha por la nuca y la obligaba a mover la cabeza según lo exigía su placer.

—¿Ya ves cómo no te iba a pasar nada, mi amor?, ¿ves qué bonito?, y nada te cuesta; ándale, mi reina, dale, dale, dale. Jajaja. Y para ti no hay nada, cabrón. —Luego empezó a carcajearse como si se hubiera vuelto loco. Dejó a la muchacha, pero le dijo—: gracias, mi amor, es que la mera neta sí venía bien urgido. Eres un amor, chula…

Y así se las cogía a todas. Bueno, no a todas. Lo que le gustaba era que se la chuparan. Casi todas las que se cruzaban en su camino terminaban haciéndolo, o al menos recibiendo la propuesta. Y si no lo hacían era porque le decían a Paco que su jefe era el mismísimo Azcárraga o el Señor Telenovela —pero esas sí estaban a su alcance, porque Mr. Telenovelas se procuraba más bien efebos—, pero cuando le mencionaban a doña Carla o doña Lucy Orozco, ni hablar. “Sigue tu camino, mi amor, no me interesas”, les decía con algún dolor, porque don Paco sabía muy bien que las lesbianas son más celosas que perro en brama y para qué meterse en un lío. Para eso cada quién tenía su propio harem: Sergio Andrade, Luis de Llano, Juan Osorio y así cada productor.

En su programa, Paco tenía diez “edecanes” en vivo. Las chicas, entre el público, iban uniformadas con color distinto cada día. Como el programa era “familiar”, aunque las vestían con un calzoncito bien pegado al cuerpo, no era tan corto, para que la gente no se escandalizara y el escote de la blusa tampoco era exagerado. La televisión siempre ha sido hipócrita. Antes de que salieran al aire don Paco pasaba al camerino de sus edecanes, saludando a todo el mundo, echando chascarrillos como si estuviera frente a las cámaras. Abría la puerta de repente y les gritaba:

—Chicas del coro, ¡arriba las manos, mamacitas, y abajo los calzoooones!, jajaja… —todas tenían que bajarse el calzón. Luego gritaba—: ¡las tepalguanas, que suenen las tepalguanas!, jajajajaja…

Todas las chicas corrían a ponerse en fila y don Paco me hacía la señal pelando un ojo bajo el cual se ponía el dedo índice y hasta me decía “echa ojo, güey”. Las edecanes, en filas se empinaban un poco con las nalgas denudas y don Paco pasaba tamborileándolas una por una. Las muchachas sonreían y él también; las nalguitas gelatineaban y, por supuesto, se oían sonar. Cada una tenía mejor trasero que la anterior. Alguna llegaba a decirle:

—Ay, no me pegue tan fuerte, señor, que luego me quedan coloradas. —Don Paco les contestaba:

—Claro que sí mi amor, con cuidadito, con cariño en sus nalguitas, ¡ándele!, —y le daba un par de nalgaditas en la derecha y otro en la izquierda.

Con frecuencia escogía a alguna y se la llevaba a su oficina. —Hoy te toca a ti, ¿verdá, Azucena? —. Las metía debajo de su escritorio y ahí se quedaban hasta media hora. Mientras tanto él atendía muchos asuntos y detalles que se presentaban antes del programa, pues él era productor realizador y director. A veces ocurría, le pasó conmigo muy seguido, que me decía “Pérame tantito” y se inclinaba un poco para decirle a la chica que estaba por allá abajo “No tan fuerte, mi amor, que me vas a dejar todo irritado” y luego me miraba y se carcajeaba jajajaja. Por más que les he dicho como es que a mí me gusta el comelitón a veces no me interpretan jajajajaja…”. En realidad lo único que quería era que yo me diera cuenta de lo que pasaba debajo de su escritorio.

Ya al aire, decía chistosadas, ofendía a quien se le pusiera enfrente, se burlaba de la ropa de sus colaboradores diciéndoles que se vestían comprando en el tianguis, se burlaba de los chaparros, de los prietos, de los oaxaqueños y de los chiapanecos y de quien más podía con el mínimo defecto físico que les encontraba o les inventaba.

Pero lo que nunca he visto es que alguien se burlara tanto ni humillara de manera tan asquerosa como don Paco lo hacía con Mayito.

Por ejemplo, contaba que iba por la calle y un chaparrito morenazo, sin duda un totonaca de raza pura, así decía; le ofrecía en venta un frasco de aceite de cacahuananche. Le daba mucha risa esa palabra. Y de pronto, don Paco parecía percatarse de que Mayito estaba a su lado escuchando con gran atención tanta filosofía. Entonces Paco se dirigía a Mayito y le gritaba:

—¡Peeeerro…, sáquese de aquí, inch perro…!, —y Mayito salía corriendo despavorido y chillando “Iyai, yai, yai”, asombrosamente igual que chilla un perro cuando lo golpean. Luego, sin decir agua va, le gritaba—; ¡gallinazo!, —y el patiño empezaba a correr alrededor de su amo agitando los brazos como si fueran alas y cloqueando como gallina. Me daban ganas de matar al uno por miserable de rastrero y al otro por miserable de abusivo. Pero esa no era mi chamba. Además, ni falta que hizo.

En un baile del gallinazo a Mayito se le salió, en transmisión nacional en vivo, una bolsita con cierta sustancia blanca en polvo. No fue accidente, por si alguien lo cree así. Era un mensaje al público, a las autoridades en general y al presidente Zedillo en particular.

En ese momento ya don Paco estaba en Tv Azteca. Ambas televisoras eran sendos prostíbulos. Televisa, el más grande del mundo. En ambos había mujeres sirviendo sexualmente a hombres; mujeres a mujeres; hombres a mujeres; hombres a hombres y también había niños y niñas para todos los gustos e inclinaciones.

En ambos lupanares corría la droga de todo género con fuerza avasalladora. La peripecia de la bolsita (presuntamente, claro, de cocaína) fue un clímax de don Paco. Pero tuvo otros, en especial aquella vez que presentó a su hijo (legalmente de Mayito). Yo estaba entre el público, como siempre. Nomás me quitaba la casaca y el birrete que exigía Paco. También dejaba la pistola en la camioneta, no fuera a ser la de malas. Pues, en el programa, don Paco corrió como perro a Mayito, como todos los días. Luego lo hizo revolcarse como gato roñoso y, al fin, le dijo:

—A ver, ya párate, vamos a presentar a mi hijo. Aquí anda mi hijo, así como ven, querido público. A ver, chicas del coro —aquí todos tenían que gritar como si fueran mujeres sorprendidas bañándose. Luego del grito del público dijo—: ¡manos arriba y calzones abajo!, ah no, verdá, aquí no… jejejeje…

“A ver, échame pa’cá a mijo…”

Entre el público estaba la esposa de Mario Sánchez Bezares, alias Mayito y conocido también como Mario Bezares. Las cámaras la enfocaron entre la gente. Era una bonita mujer, no muy mayor y con aspecto de muy respetable señora de su casa. Había sido actriz de segundo reparto en telenovelas de Televisa, pero, en su momento, se casó con Mayito.

Paco la hizo entrar al escenario. Ella venía con el niño en brazos y uno más de la mano. La criatura tendría dos años y meses; el otro niño quizá cinco años. La puso junto a él.

—A ver, préstame al chamaquito. —Le dijo. Ella le dio al niño. Él puso su rostro junto al del infante. Y con su más espléndida sonrisa dijo, en gran acercamiento a la cámara principal—: ¿a poco no se parece a mí?

Aquello era monstruoso.

El pinche escuincle tenía el pelo rubio, los ojos azules, la tez de un blanco tan lechoso como el del señor Estanley, si no es que más. Dije para mis adentros: “No sólo es su hijo, lo escupió el cabrón. Lo dicho, ninguno de los dos tiene madre. La otra cosa es que, como dicen las viejas de mi tierra ‘hijo de puta saca de dudas’, porque siempre se parecen al verdadero papá. Yo no dejaba que me hiciera esto mi patrón, el señor Carrillo. Antes lo mato o él a mí”.

La gente no sabía si reírse o burlarse. La señora de Bezares parecía una intachable y abnegada madre de familia. Mayito sonreía más estúpidamente de lo que nadie en la historia de la humanidad podría imaginarse. Todo en cadena nacional.

Don Paco no necesitaba decir que esa criatura era su hijo. Quien no podía decir eso era Mayito: moreno, ojos negros, pelo negro y dignidad color gris rata. Imposible parentesco el de Mayito con aquel niño rubio ojiazul. Como Paco.

Pero la aberración era un poquito más repugnante todavía si eso fuera posible. La señora traía al otro niño mayor que el güerito. Ese sí era moreno, de pelo y ojos negros. La gente se reía, nadie comentaba nada. Era el poder de la bestia y una miseria que no se ve ni entre las bestias.

Cuando nos fuimos le dije:

—Oiga, don Paco, usté se anda cogiendo a la esposa de Mayito, ¿verdad?, de plano, ya ni la chinga, señor. Si se parcha al señor, por lo menos hubiera respetado a la señora.

—¿Cómo te diste cuenta de todo el enjuague, cabrón?, —quería asustarme con el petate del muerto. Pero yo, su chofer y su guarura más eficiente que cualquiera incluyendo a los del Estado Mayor, pagado por don Amado Carrillo y curtido en, ¿qué será?, unas veinte matanzas con soldados y con federales, no le tenía miedo ni a él ni al mismísimo Señor de los Cielos. Le contesté:

—Ese niño que presentaron hoy en el programa lo engendró usté, patrón. El Mayito le serviría si acaso de solovino.

—¡Ajajajajaja!, oye, qué buena idea… ¡Te la sabes, Tiburón!

Pasaron muchos meses. Don Paco era famosísimo en todo México. De Televisa lo echaron porque ya había trabajado su propio cártel y en esa compañía había gente mucho más arriba que él. En Tv Azteca fue pionero. Luego harían su propio cártel con las ideas de don Paco. Trajeron droga por unos cuatro cinco años hasta que los agarraron en Nicaragua, ¿quién lo iba a decir?

Una vez el patrón me dijo:

—Te vas a venir a Durango en esta semana. Tienes que estar acá antes del viernes. Dejas al Güero Estanley. Le vamos a dar profundidad. Ya se pasó mucho de verga. Ni le avises que ya no vas a trabajar con él. El Güero se nos va.

Con mucho cuidado me puse a averiguar entre los que tenían el encarguito de quemar a don Paco. Saqué datos, cómo no. Pasándome de verga yo también, mandé a uno de mis chicos a que le hablara a don Paco total, si se les pelaba ya estaba bien quemado, ya no podría empezar un negocio propio. Pero quemarlo, yo no sabía si era para tanto. Qué me costaba echarle tantito la mano. Sí me podía costar y mucho, pero uno no entiende.

—Dile que lo van a reventar. Que Mayito y Paola ya están de acuerdo y lo van a poner.

Habló.

—¿Qué te dijo?, —le pregunté.

—Dice que don Amado le pela la verga. Así. Que Mayito es ojete y se apellida perro. Que Paola es apenas una simple puta de cuarta y que los dos, Paola y Mayito le chupan la verga todos los días. Luego hasta me dijo: “No sé quién seas, pero ni te preocupes. Los dos me la pelan, bueno, mira, acá entre nos, los tres” y se carcajeaba al teléfono. Lo que es no saber dónde se mete uno.

Ocho días después, el siete de junio de 1999, a eso de las 11:30 de la mañana, cuando había salido de los estudios de Tv Azteca, al concluir su programa y para ponerse a la altura de las circunstancias, es decir, rebosante de júbilo para preparar el programa del día siguiente, entre cinco muchachos le tiraron ochenta y siete balazos, comprobados poco después.

El señor Estanley estaba de suerte. De los ochenta y siete balazos sólo le atinaron cuatro. Suficientes. Hirieron al nuevo chofer y a uno de sus ayudantes.

Mayito se metió a cagar en El Charco de las Ranas y no salió sino hasta diez minutos después de que dejó de oírse la balacera.

Estuvo un par de años en la cárcel. Su esposa consiguió una chamba en Tv Azteca, de jefa de intendencia.

Ahora Mayito hace el baile del gallinazo, de su creación original, en los pueblitos donde todavía recuerdan al simpatiquísimo don Paco Estanley.

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