domingo, 25 de octubre de 2015

El Génesis de La Fiesta
Pterocles Arenarius
Hermosa edición hecha en la Universidad Autónoma de
la Ciudad de México.

El poeta Alejandro Campos Olivier publicó mi cuento La Fiesta (Cuando bajaron los ratones) en una plaqueta. Como él vive en Morelos y como éste es estado invitado a la XV Feria Internacional del Libro del Zócalo, pues lo trajo a vender en esta maravilla que es la FIL Zócalo. Muchas gracias a Alejandro Campos.

Este cuento fue escrito hace muchos años —quizá en 1982— en el taller que impartía Manuel Rodríguez Herrero (qepd) en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Poli. Poco tiempo después, en 1983, ese taller tuvo que emigrar a la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, porque un burócrata empezó a hacerle la vida de cuadritos al poeta Rodríguez Herrero. Y Ahí se escribió La Fiesta. Era la primera vez que Pterocles se soltaba el chongo, la primera vez en la vida que escribía ejerciendo totalmente la libertad (el cuento puede leerse en pterocles-arenarius.blogspot.com, pero hay que googlearlo antes, para no tener que buscar en el blog); aunque escribía sin saber qué era un cuento, el novato Pterocles se dedicó a divertirse, a narrar con un espíritu de reír y hacer reír, además de alarmar un poco con dos elementos, uno, los terribles sucesos que suelen ocurrir en una fiesta del barrio bajo y, otro, el lenguaje que se da en tales ámbitos. Es un buen cuento que cumple con lo que se propuso el autor. Una vez, quizá en el año 1987, fue leído en el Encuentro Callejero de Literatura que organizaba la Unión de Vecinos y Damnificados 19 de Septiembre, en La Alameda central. Nacho Betancourt dijo que era un cuento con estructura arborescente. Antes, en 1986, en la serie de lecturas que organizaba el Instituto Nacional de Bellas Artes y el Departamento del Distrito Federal, fue leído en la colonia Guerrero, la serie de lecturas se llamaba Canto y Cuento de la Ciudad. Ahí estaba 
Fausto Arrellín homenajeando a Rockdrigo en el metro Balderas; dónde más.

Pterocles con Fausto Arrellín que comandaba al grupo Qual, que fuera el que acompañaba a Rockdrigo González; el acto sería en el parque, frente a la Iglesia de Nuestra Señora de Los Ángeles, en plena Colonia Guerrero. Del año 86 para esta época han pasado la eternidad de poco menos de ¡30 años! Casi me asusto. No sé cómo he vivido tanto. En aquellos tiempos el PRI —al menos formalmente— era todopoderoso en la ciudad, aunque ya había ocurrido el terremoto que nos cambió la vida, todavía estábamos muy lejos de tener el derecho de elegir a nuestros propios gobernantes; así se las gastaron, el PRI “concedió” elecciones a los chilangos hasta el año 97. Pero lo han pagado muy caro. Desde entonces no han vuelto a ganar una elección aquí, en la Ciudad de México. Manuel Rodríguez Herrero me mandó a leer ahí, en ese parque. Estaba un grupo de señoras priístas, regordetas ellas, muy maquilladas, celebraban un acto de cultura que consistía en un taller de migajón y llegamos los melenudos Arrellín y Pterocles y les dijimos que veníamos de tal y tal y que íbamos a 
La Fiesta en lectura, estreno mundial, en 1986, aquí, en la colonia Guerrero.
hacer canto y cuento. Colocaron los micrófonos, se instaló cuanto era necesario y empezamos. Tocaron los del Qual y eso atrajo a la gente. Entonces empecé a leer el cuento de La Fiesta (Cuando bajaron los ratones) y las señoras priístas regordetas nos increparon e hicieron cuanto les era posible por suspender nuestro acto. Les dijimos que no podíamos suspender, que la delegación ya nos había pagado, etc. Una de ellas pronunció una frase para la historia: “Dijeron que iba a venir un escritor a contarnos un cuento y vino un señor bien greñudo a decir puras groserías”. Ahí se acabó Canto y Cuento de la Ciudad de México. Las gordas priístas fueron a quejarse a la delegación. Simultáneamente —y para acabarla de chingar— En la Casa de la Cultura Enrique Ramírez y Ramírez, un grupo de rock y performance que se llamaba Los Charros hacían un acto en el que representaban un pleito a ritmo de rock, el problema es que sacaban cuchillos de verdad y bebían tequila también de veras. Entre Los Charros, el Qual, Fausto Arrellín y Pterocles fuimos objeto de quejas inenarrables, que íbamos borrachos, que decíamos puras majaderías, que sacábamos armas blancas, que fumábamos mariguana, que asustábamos a las personas. Simplemente prohibieron que volviera a llevarse a cabo ese ciclo de lecturas. Terminamos, por esas quejas y sin saberlo, con Canto y Cuento de la Ciudad de México. Así se las gastaba el PRI.

"Llegó un viejo y se puso a decir puras groserías": priísta anónima.

Pero todavía antes, en plena época del taller de Manuel Rodríguez Herrero, ahora hemos retrocedido hasta el año de 1983, me puse a escribir el cuento archimencionado. Lo tenía en una libreta de las que usaba para tomar apuntes en la ESIA. Ahí lo traje un par de semanas quizá. Pensaba mecanografiarlo a máquina —las computadoras estaban muy lejos todavía— para llevarlo al taller de MRH. Yo estaba casado con una linda muchacha. Ella hojeando mi libreta dio con el cuento. Lo leyó. Y en cierto momento me dijo:
—Ah, por cierto, encontré la mierda esa que escribiste.
—¡¡¡!!! —Ella nunca me hablaba así—. ¡Cuál? —Me miró de fea forma diciéndome “No te hagas güey” sólo con la mirada y concluyó.
—Lo rompí y lo puse donde debía estar, en el escusado. Y le jalé a la cadena. —Me pareció inaudito lo que oía. Era cierto, el cuento hablaba de varias situaciones que involucraban sexo, violencia y drogas; así era, pero ¡era mío!, y pensé que no tenía derecho de haberlo destruido. Le dije:
—Nunca vuelvas a hacer eso. Nunca. ¿Sabes qué va a pasar?, que lo escribiré otra vez y peor. —(o sea mejor) Y me remató diciéndome:
—Si yo hubiera sabido que eras capaz de escribir algo así jamás me habría casado contigo.
Tuve ganas de decirle no digas eso. No es para tanto. Yo sólo me estoy divirtiendo, pero no tienes derecho de destruir lo que es mío. No le dije nada. Quizá dos años después nos separamos de facto. Nunca nos hemos divorciado. Pero nunca hemos vuelto a vivir juntos aunque nunca nos hayamos separado del todo, porque de tal unión nació Violeta, una de las mujeres más bellas e inteligentes del mundo.
Violeta, el amor.
Y pasaron muchos años. Y aunque leía en público La Fiesta más o menos con frecuencia, no lo había publicado. En el año 2008, en el II Encuentro Internacional de Escritores de Tulancingo, lo leí y lo escuchó Alejandro Campos. Me lo pidió para publicarlo. ¿En serio?, le dije. Por supuesto, respondió. Se lo di. En el año 2011 se comunicó conmigo y me dijo que le propusiera una portada para la plaquette. Ya ni me acordaba, pero él hizo un hermoso librito. Y se lo agradezco infinitamente.

Cartel para la FIL XV.

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