Por Jeremías Ramírez Vasillas
Los rompecabezas son uno de los entretenimientos más intensos y cautivantes. Largas horas me he pasado con la cabeza agachada tratando de calzar una pieza huidiza o buscando alguna estrategia de construcción. Por ejemplo: empezar armando el marco o construir una imagen específica o trabajar en equipo con los de la familia: que cada quien se ocupe de una parte y luego unirlas en un todo. O bien, organizar la construcción del rompecabezas como una carrera de relevos. En el más reciente rompecabezas que armamos en casa, la muchacha de la limpieza puso la última pieza que encontró debajo de un sillón, cuando ya nos habíamos resignados a tener un rompecabezas chimuelo.
La complejidad de los rompecabezas está en relación directa con la cantidad y pequeñez de las piezas y por la ausencia de figuras definidas. Y entre más complejo, es más cautivante.
Mientras trataba de construir el rompecabezas de El hombre Vitruvio de Da Vinci me encontré con un librito de divulgación científica interesante: Las neuronas de Shakespeare de Carlos Chimal (novelista y escritor científico, nacido en México en 1954). Dice este libro que los rompecabezas fueron inventados con el objeto de enseñar geografía. Su inventor fue el inglés John Spilsbury.
Inquieto por indagar más sobre este juego ahondé sobre John Spilsbury y encontré que fue aprendiz del geógrafo del Rey Jorge III, Thomas Jefferys. Y que se dedicó a vender pinturas, mapas (que él mismo dibujaba), cartas geográficas y artículos de papelería; también fue fabricante de sellos e impresor de libros infantiles educativos. Este hombre que nació en 1739 y murió en 1769, desarrolló el rompecabezas buscando un instrumento que ayudara a los maestros a enseñar geografía a los niños. Lo que hizo fue pegar un mapa mundial a una tabla y luego recortó cada país. Este burdo rompecabezas fue bien aceptado y al ver en él una oportunidad de negocio, fabricó más con ocho temas geográficos: El mundo, Europa, Asia, África, América, Inglaterra y Gales, Irlanda y Escocia.
Seguí rascando como un perro en busca de un hueso y encontré que a pesar de que la paternidad del rompecabezas se le ha adjudicado a Spilsbury, ya otros habían hecho juegos similares. El gran matemático siracusiano Arquímedes (287-212 a.C.) desarrolló un juego llamado Loculus Arquimedius (Caja de Arquímedes), conocido como Ostomachion. Se trata de juego de disección que consiste en 14 polígonos que unidos hacen un cuadrado. Estas piezas permiten armar figuras de personas, animales y objetos.
El loculus de Arquímedes es similar al rompecabezas chino, muy antiguo, llamado Tangrama, que en chino significa “Los siete tableros de astucia", porque está formado por 7 piezas con las cuales hay que formar siluetas. Las 7 piezas, llamadas "Tans", son 5 triángulos de diferentes tamaños, un cuadrado y un paralelogramo romboide. Normalmente los "Tans" se guardan formando un cuadrado.
Volviendo a Spilsbury. El original sentido pedagógico de su rompecabezas rápidamente se convirtió en un pasatiempo mayormente infantil hasta que a principios del siglo XIX, los fabricantes Milton y McLaughlin Bradley crearon rompecabezas con un mayor número de piezas y mayor complejidad, omitiendo la imagen que podría servir de guía para construir el rompecabezas y así picar la curiosidad de los mayores. La estrategia resultó ser todo un éxito, pues en poco tiempo, los adultos hicieron del rompecabezas uno de sus pasatiempos favoritos. Alrededor de 1920 se comenzó a sustituir la madera por el cartón, disminuyendo el precio de estos juegos y simplificando el proceso de su fabricación, pues antes del siglo XX eran muy caros y solo la alta sociedad se los podía permitir. Con la introducción de nuevas técnicas de fabricación se abarataron y se popularizaron enormemente. La época dorada de los rompecabezas fue en los años 20 y 30. A esto ayudó también el que se hiciesen más difíciles, con más piezas intrincadas.
Por alguna extraña vía se han hecho muchas variaciones del rompecabezas para diversos fines. Dice el Wikipedia: “Del siglo XVII datan las primeras cerraduras con truco o de combinaciones para burlar a los ladrones. A finales del siglo XIX, las indias norteamericanas usaban monederos trucados para guardar el dinero y los dados de juego. En 1800, el vendedor de juguetes alemán Bestelmeier vendía piezas de madera que se encajaban en forma de cruz, y desde 1970 se han diseñado cientos de rompecabezas poliédricos y hasta redondos.
A pesar de las apariencias, dice Georges Perec (1936-1982) en su novela La vida: Un manual del usuario, “armar un rompecabezas no es un juego solitario, pues cada movimiento que intenta el que lo resuelve ya ha sido dado por el creador de acertijos; cada pieza que toma, deja y vuelve a tomar, cada hueco que imagina relleno, cada combinación y corazonada que parece presentarse aquí o allá, cada tropiezo y cada acierto han sido diseñados, calculado y decididos por el otro”.
El rompecabezas por un camino diferente llegó al cine como parte de una técnica esencial de este arte: el montaje. Las primeras películas de ficción realizadas por George Meliés consistían en una larga toma continua, mientras en el escenario de su teatro se llevaban a cabo las acciones. La cámara inmóvil estaba al centro de la butaquería como un solitario espectador, como un ojo vigilante, inmóvil.
Los pioneros del cine pronto descubrieron que acercando la cámara y cambiando de emplazamientos, el cine ganaba fuerza expresiva. Es decir, la estrategia era fragmentar la acción para filmarla en pedacitos, lo cuales, posteriormente, se van uniendo en la sala de edición. Este trabajo se convierte en un verdadero juego de acertijo, sobre todo en el sistema de filmación del cine norteamericano: el “master con protecciones”, en el cual se filma toda la acción en una toma abierta y larga; luego se hacen planos más cercanos. Y esa pedacería se le entrega al editor quien tendrá la ardua tarea de ensamblar las piezas hasta dar la apariencia de una acción continua a través de los cortes.
Es tan complejo el trabajo de un editor que la academia norteamericana le otorga un Oscar a esta labor que ahora se ha aligerado mucho con las computadoras de edición.
No quisiera terminar este artículo sin mencionar la aparición de un rompecabezas en una película. Se trata de la majestuosa El Ciudadano Kane (Wells, 1941) en la que la segunda esposa de Kane, aburrida en su frío palacete, Xanadu, juega a armar rompecabezas de numerosas piezas. Y es El ciudadano Kane un rompecabezas fílmico en la que el espectador tendrá que ir uniendo los pedazos que aparecen desde el punto de vista de los protagonistas para crear su propia versión de esta obra maestra realizada por el jovencísimo Orson Welles que para ese entonces tenía apenas 24 años.
1 comentario:
¡Felicidades!... Muy buen artículo, ¡gracias!
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