miércoles, 20 de octubre de 2010

Su majestad el tango

De lo esperpéntico a la excelsitud. Su majestad el tango

Pterocles Arenarius

El tango es un prodigio y, a estas alturas, una orgullosa apropiación del género humano con origen en América, para mejor precisión, en Argentina. En la inauguración del XXXVIII Festival Internacional Cervantino nos lo recordó el grupo Tangokinesis. Más, nos probó que tan sólo por haber inventado el tango el pueblo argentino tiene un lugar en la historia del arte mundial.
Tangokinesis, didáctico, exhibe que en el tango cabe todo. Desde el ridículo hasta lo sublime, traspasando, trasgrediendo múltiplemente la delgadísima línea que los separa. Desde el esperpento hasta lo gloriosamente excelso. El tango es elegantérrimo. El tango es una payasada (pero deliciosa) virtuosa. El tango es ridículamente trágico, oigamos ciertas de sus entrañables letras. Viene del arrabal, entendamos: del barrio bajo y, en algún momento, se bailó sólo entre hombres, pero hoy se codea con los gentilísimos valseantes austriacos y alemanes. Puede ser y es, al ser bailado, tan acrobático como, por muy mal ejemplo, la quebradita, pero infinitamente más elegante y sensitivo y sensual y cachondísimo y delicado. Puede ser tan cachondo como las danzas de Hawai o los bailes afrolatinos y no pierde ni la inmensa energía de éstos ni su sensualidad, pero se atreve a ir mucho más allá invadiendo la danza clásica, o lo que en danza llaman el jazz y mucho más, pero su inimaginable hazaña está en no haber perdido su esencia (arrabalera, íntima y plebeya, personalísima, ultrapeculiar, argentína, ¿qué palabra nos lo describirá?, ninguna mejor que argentina, sea lo que ésta sea. Los argentinos imprimieron su espíritu en un baile. Qué hazaña).
Quiero ver en qué danza de qué parte del mundo el bailarín se permite arrastrar a su pareja por el piso jalándola de una pierna. O en que tipo de baile, por más cachondérrimo que se asumiera, la dama apierna (puesto que no rodea con los brazos, sino con las piernas) a su pareja y así, él apiernado por ella, culminan y terminan… la pieza. Es algo demasiado similar a un coito, a un orgasmo. Cualquier obispo diría que han estado no bailando, sino cogiendo, y a la vista del público que ha pagado para verlos sexar con el pretexto de un baile chillón y exagerado. Pero los bailarines destilan felicidad.
El tango es dulcísimo y también es amargoso, milagroso, maravilloso… precisamente porque es exagerado. El último extremo de la exageración. Es maravilloso porque en el tango, siendo un baile, suele darse la tristeza, aunque, al menos en esta sesión tanguística —presentada en la explanada de la Alhóndiga de Granaditas— hubo de tristeza mucho menos que de alegría. En el tango, bien sabemos, reside la tragedia, pero también rebulle la felicidad coexistiendo con la exquisitez, con la inigualable destreza, con el preciosismo y el virtuosismo. El tango es un producto humano extremo. Y Tangokinesis, el grupo que, entre otros, representa a Argentina, está, en todos los sentidos, a la gran altura que se merece este prodigio de danza tanto como de música.
La música —el sentimiento, la sensibilidad peculiar del pueblo argentino convertida en sonido— y el baile —sentimiento y sensibilidad transfigurados en tiempo y espacio, es decir, movimiento— generan un ámbito de magia, de deliciosa locura. Benditos sean los que inventaron el tango por haberle dado esa libertad, esa audacia, esa desfachatez. Por eso el tango es inmortal, porque no conoce límites. Ni moral. Cómo los va a conocer si es el sentimiento de la plebe del arrabal, cuáles límites…
En efecto, el tango, que podía haberse quedado como una linda expresión folclórica regionalista, se convirtió en un atrevimiento francés. Una excentricidad de personas demasiadamente civilizadas. Un deleite universal.
La extravagancia, el atrevimiento extremo, la sordidez baila a un ladito de la elegancia en su más gozosa expresión. Revisemos dos cuadros de miles. El bailador levanta a la muchacha (bellísima) y en medio del arco del viaje que aquel describe conduciendo la ingravidez de la hermosa, en medio del vuelo de su vaporosa falda, ella abre las piernas brutalmente (lo bueno es que trae un exquisito calzoncito negro). Sería grotesco, excepto porque es sublime. Eso es tango.
El bailarín hace un requiebro (casi sufriente) y ella, rápida, inesperadamente, lo rodea con una de sus piernas. El hombre (quién lo esperara) cae casi con violencia de rodillas y luego queda horizontal sobre el piso en rápidos, precisos movimientos. Ella gira y su falda asciende, luego la mujer baja y su falda sube más, al final ella coloca su lindo trasero sobre el carrillo de él que sigue, por un instante, tirado en el piso. ¡Qué mal gusto, Dios mío! ¡Qué delicia, mi madre! Eso es tango.
Finalmente un detalle nimio. Agradezcamos (perdón por el cinismo) la generosísima visión de la más amplia variedad de hermosos senos femeninos. Las bellísimas bailarinas de Tangokinesis no usaban más ropa sobre su torso que el vaporoso vestido más que transparente.
También hubo danzas chilenas de la isla de Pascua, música de aquel país. También Vallenato colombiano. Hermoso y muy bueno. Pero el tango de Tangokinesis, acabó con el cuadro en la inauguración del XXXVIII FIC.

2 comentarios:

Roberto Hurtado dijo...

Estimado Pterocles, veo que regresas a lo tuyo, despues del sinsabor con Paniagua, felicidades y si estas en guanajuato, supongo que si, intentare encontrarte para tomar un cafe o un vinillo, saludos

Jeremías Ramírez dijo...

Oye, estimado Pterocles, tú no cantas mal las rancheras: haz bailando tango con tus letras y me has hecho bailar contigo, canalla. Vi a Tangokinesis el miércoles pasado en Celaya. Ese día también vi que habías publicado este artículo, reseña, ensayo, lujuria verbal pero no quise leerla hasta después de haber visto Tangokinesis. Hermano, me has hecho revivir la intensidad arrabalera del tango. Viva Carlos Gardel y Astor Piazzola.