A quién le importa la lectura
por Raúl Bravo
Prefacio
Para decirlo de la forma más sencilla posible: escribo porque la lectura ha transformado mi vida. Me salvó de una infancia y una juventud por demás maleables al encontrar en la cultura escrita un sentido vital para mi existencia: la posibilidad de estar y participar en el mundo.
En parte por esto, rechazo de entrada ciertos calificativos (buen o mal lector, por ejemplo) que sólo pretenden reducir de manera simplista la lectura como práctica social. Aún desconozco algún indicador que, desde la construcción de significados y sentidos en la dimensión humana de un sujeto, pueda responder en qué se distingue un lector de quien no lo es. El discurso sobre las problemáticas de las lecturas, con todo y su innegable buena intención, está plagado de definiciones absolutas: Eres lector o no lo eres.
En el mismo tenor, y con base en mi experiencia y acercamiento a la diversas maneras de vivir la palabra escrita, considero no demasiado aventurado el afirmar que en cierta medida todos somos lectores.
La diferencia radica no en el número de libros leídos, en el análisis de las obras o en cualquier otro acercamiento estadístico sobre los hábitos lectores, sino en el nivel de conciencia y significación de tal fenómeno; en otras palabras, en qué medida la lectura está sustentada en la experiencia de las personas, y qué repercusiones ha tenido en la construcción de ellas como sujetos críticos y, por consiguiente, libres.
La lectura es algo más complejo que el tipo de consumo personal que cada quien ejerza (utilitario, placentero, de autosuperación o como escalafón social) de una práctica cultural socialmente aceptada. Por ello, frases como : « La gente ya no lee », « Hacia un país de lectores », o incluso « Leer para ser mejores », no significan gran cosa cuando de lo que se trata es de establecer comunidades lectoras. En efecto, el lector individualizado (el yo lector), ese viejo modelo narcisista que sólo le preocupa satisfacer sus necesidades más apremiantes, es el árbol que nos impide apreciar el bosque completo.
Así pues, lectores, animadores, promotores, mediadores, editores, distribuidores, escritores, libreros y funcionarios del ámbito educativo y cultural; en pocas palabras, los ciudadanos en conjunto, estamos deleitados con el anecdotario personal colmado de buenos sentimientos que todos sabemos se le atribuyen al texto escrito: experiencias vivificadoras que le otorgan al lector casi el poder absoluto sobre muchos de los males que nos aquejan. La lectura, así, asemeja un caldo de pollo que reconforta el alma, pero se nos olvida que en la lectura se ponen en juego muchas otras cosas, la mayoría en conflicto con otros intereses.
De esta manera, a partir del siguiente desarrollo de ideas, en un primer momento reflexionaremos sobre la diferencia del mundo del texto y el mundo del lector, por aquello de quienes piensan equivocamente que la lectura es una cuestión exclusiva de libros, y no se dan cuenta de que el fenómeno es un entramado social más complejo en cuanto a la formación de lectores.
A continuación, observaremos cómo el hombre a la par de ser el creador de una de las tecnologías más brillantes : el lenguaje, al grado de incorporar tal atributo a la condición intrínseca de nuestra propia naturaleza: El hombre es su lenguaje (léase Homo videns de Giovanni Sartori); pero desconfía del potencial liberador de la misma lectura, lo que le obliga a convertirse en uno de los mayores destructores de todos y cada uno de los soportes utilizados para su comunicación.
Por otra parte, no hay mejor manera de revalorar a los agentes sociales por excelencia de la cultura escrita -los bibliotecarios- que profundizar en su quehacer histórico, en el entendido de que han fungido desde su origen como salvaguardas no sólo de los bienes patrimoniales de la nación (el acervo bibliográfico), sino también testigos de nuestra propia experiencia lectora.
Nada más ufano que pretender fomentar el hábito lector sin tomar en cuenta lo que opinan los consumidores de la cultura escrita. A lo largo de los siguientes temas, la voz de los lectores hará acto de presencia mediante una serie de entrevistas realizadas a individuos provenientes de diversos estratos sociales y geográficos del estado de Guanajuato. Así conoceremos sobre las particulares historias lectoras que cada uno ha experimentado en sus vidas.
Por otra parte, frente al avasallaniento sin medida que se produce día con día -en el contexto nacional e interncional-, en cuanto a edición y circulación de publicaciones, uno llega a preguntarse si la lectura y la vida son siempre caminos que confluyen.
La última parte versa sobre la lectura como práctica sociocultural que, por lo que significa su naturaleza, no puede ser considerada como neutra y, por lo mismo, debe tomar partido y asumir sus consecuencias. Los lectores son personas que no sólo tienen opiniones sino que son sujetos que constituyen en su mayoría la opinión pública sobre un sinnúmero de temas. A este respecto, toda acción que tenga que ver con el fomento o la promoción de los hábitos lectores debe incidir en la apropiación de la lectura como experiencia personal y, por consiguiente, como elemento que contribuya a mejorar la calidad de vida del lector y de su comunidad.
Es así que, si volvemos los ojos a algunos de los temas a tratar, al posible desarrollo de sus argumentos, lo que encontraremos como leit-motive en el trascurso de las siguientes páginas es el hecho de que la lectura como práctica sociocultural que se realiza no en una realidad ideal, sino, por el contrario, en la verdadera, única y entrañable realidad que nos ha tocado vivir, y que forma parte precisamente de esa necesidad de la contingencia, es la posibilidad de mejorar mediante algún proceso lector nuestra calidad de existencia. Esto es lo único que le interesa al lector como sujeto, lo único que puede llenar la vida humana de sentido, de valor y de belleza. Pues mediante la lectura le podemos dar color, sabor y sentido a la existencia que percibimos con los sentidos. Lo que nos remite sin lugar a dudas al retorno de los temas fundacionales de los seres humanos: nacimiento y muerte, y a partir de estos hechos concretos, la manera de crear diversas metáforas y paradojas que representen la vida del hombre lector.
(Continuará.)
1 comentario:
Raúl de tu introducción me queda clara la interrogante ¿Leer, para qué? Y como pista de respuesta tengo la idea de que la lengua como vehículo de comunicación, la lengua escrita nos debe de llevar a la formación de las identidades. Leer para identificar e identificarnos. Aquellas grandes interrogantes sobre la identidad nacional, ahora son una cuestión vital para los grupos, las comunidades, los barrios, propiamente la ciudad. Lo que antes se daba en amplias regiones territoriales, ahora sucede en espacios citadinos, diversidad de lenguas, creencias, asociaciones, redes complejas y posiciones propias ante los acontecimientos de los liderazgos dominantes. La metafísica de la escritura, el pensar lo que está mñás allá de su apariencia es un ejercicio inicial. Muy bien, espero la siguiente parte de tu ensayo.
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