Con motivo de los últimos sucesos acaecidos en la vida cultural de Guanajuato (la versión light más reciente de la toma de la Alhóndiga, y el “destape” entre el púlpito y la tribuna de las musas del Teatro Juárez –a más de cien años de existencia-, por aquello de la final del Gran Desafío), no resistí la tentación de regresar a cierto pasaje de la novela de Carlos Fuentes (Las buenas conciencias, 1959), que refleja sin afán de denuncia o recriminación, un cierto estilo del ser guanajuatense, a la vez víctima y cómplice, en esta región donde nos ha tocado vivir, y que aquí les comparto:
“Guanajuato es a México lo que Flandes a Europa: el cogollo, la esencia de un estilo, la casticidad exacta. La enumeración de los hombres públicos guanajuatenses sería interminable, pero el número apenas indicaría la profundidad del sentimiento político mexicano en esta región que se precia de ser la cuna de la Independencia. Si a algún Estado de la República habría que acudir para encontrar la raíz de los estilos políticos mexicanos, sería a éste. La malicia de la concepción y la finura de la ejecución llevan un estilo originalmente guanajuatense; nadie, como sus hombres, conoce mejor las tácticas de la legalidad aparente para encubrir la voluntad decisiva; nadie, el valor de los procedimientos formales y de la maniobra de cámara. ¿Por qué, en la dilatada extensión de la Nueva España, fueron éstos los lectores –y las infanterías- de Voltaire y de Rousseau? ¿Por qué en nuestra extrema actualidad, se escuchan en los pomposos escalones de su Universidad discusiones sobre Heidegger y Marx? El guanajuatense posee una doble, y muy desarrollada, facultad para aprehender lo teórico y convertirlo en práctica eficaz. No en balde fue Guanajuato cuna de don Lucas Alamán. Y su Universidad antiguo centro jesuita.
“Así, el guanajuatense es un mocho calificado. Un mocho laico (como todos los eficaces) capaz de servir a la iglesia más oportuna y que, en su concepto, garantice la mejor administración práctica de la 'voluntad general' teórica. Inteligentes, de propósitos internos claros y manera exterior velada, herederos de una tradición que el excesivo centralismo mexicano no ha alcanzado a destruir, los guanajuatenses representan la cima del espíritu del centro de la República. Lo que en los michoacanos es seriedad rayana en lo solemne, en los guanajuatenses se deja atenuar por el sentido de la conveniencia y de la ironía. Lo que en los zacatecanos es exceso de arraigo provinciano lo templan los guanajuatenses con un sentimiento de universalidad: les visitó el barón de Humboldt, les adorna un Teatro Juárez decorado por el escenógrafo de la Opéra Comique, les pertenece, apropiada por los hombres de la Independencia, la tradición del siglo de las luces. Lo que en el poblano es hipocresía abierta, en el guanajuatense es insinuación talentosa. Lo que en el capitalino, en fin, es afirmación o reticencia, en el guanajuatense es puro compromiso.”
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