martes, 28 de octubre de 2025

Odín Hernández, poeta

 Ronda por el Territorio…

                    Si la literatura es un árbol, la poesía es la savia.                                                            

Territorio de uno mismo, Odín Hernández Ortiz;

Fá Editorial, 2025.

 

En este mundo hay cosas, quiero decir, objetos, circunstancias, ideas y también personas, por supuesto, que pasan. Como todo cuanto existe ha de pasar. Hay una palabra que describe una faceta (la negativa) de eso, se llama lo superfluo. Lo superfluo se va como el viento, sin que nos demos cuenta ni lo extrañemos. El otro lado de esa moneda es que hay algunas de todas las mencionadas cosas que quisiéramos que jamás pasaran. Y tratamos de retenerlas. Y cuando han pasado, nos damos cuenta que son tan fuertes que al pasar por nosotros, ya no somos los mismos, nos han cambiado, somos otros después de haber experimentado un tramo de esta vida ante esas cosas, que pueden ser objetos o personas o incluso ideas o sucesos. O bien un libro. Eso es lo que pasa con este opúsculo que se llama Territorio de uno mismo.

Objetos que se aman. Ideas que procuramos conservar siempre para que nos guíen por la vida. Personas inolvidables. Y también libros. Por fortuna muchos. Ars longa, vita brevis, dijo aquél.

¿Por qué un libro llega a volverse una de las cosas que es inadmisible que simplemente pase y se olvide? Un libro, en general, salvo que sea un arte-objeto, se vuelve imprescindible por lo que comunica. Ezra Pound dijo que la poesía necesariamente debía contener tres grandes virtudes o valores estéticos: melopea, o la música de las palabras; fanopea, o las imágenes que despierta una metáfora y la logopea o las ideas que comunica.

En el Círculo de Poesía, Coyoacán



El poema suele ser una construcción que se cimenta en el vacío:

                                               Quisiera

                                               siempre estar llegando

                                               de algún lado

                                                           o estar por irme

                                               rodeado por el aura divina

                                               que cubre a los viajeros

Hay una tradición metarreligiosa que considera sagrados a los viajeros —de hecho los llaman cometas y se consideran auspiciosos— y en ella se les brinda lo mejor del anfitrión.

“La mejor manera de combatir al racismo es viajar”, dijo Unamuno. El aventurero es vulnerable ante los que se encuentran en su propia tierra y lo ven extraño, encuentran que habla mal o de plano desconoce el idioma, que tiene costumbres raras y que muy posiblemente sea un indeseable, si no es que se le atribuyan cualidades mil veces peores. Pero el poeta es un infatigable navegante; la vida que no tiene sentido alguno, tampoco tendría caso, de no ser por la búsqueda. El que busca, encuentra.

El poeta quisiera ser el héroe, el imbatible, el que se jugó la vida en cada recodo del camino. Pero, sin la payasada de aquel que decía que “el poeta se juega la vida en cada verso”, aquí, en Territorio de uno mismo, el poeta, el buscador, el aventurero, nos asegura que

                                               Quisiera

                                               al menos

                                               poder decir que fui yo

                                               quien escribió el poema

                                               que conmovió a alguien.

Por lo anterior que exhibe el poema es que Siempre hay gente bajando de los barcos. Pero los periplos interiores llevaran al poeta a la profecía del gran desastre. Lloverá para romper con la monotonía, para deslavar el pavimento, para ponernos en peligro

                                               y sólo quienes sepan llevar zapatos de lodo

                                               seguirán de pie

                                               (…)

                                               dispuestos a despedir a los ahogados

                                               con una sonrisa

La inclemente lluvia nos hará temblar frente al absurdo. Veremos lo indecible y lo imposible. La visión alucinada del poeta concluye

                                               y en los ojos de esos a quienes amamos

                                               se revelará la costa

                                               todo lo demás será devorado por el océano.

Pero las catástrofes ocurren no sólo en las dimensiones magnas. Las hay no menos tan pequeñas que obligan al que escribe a proferir, ciertamente, la blasfemia Los caminos de Dios son a veces una mierda.

El poeta lee su obra



Y no menos se ha de visitar a Los traficantes de nubes, entidades, necesariamente metafísicas, puesto que permanecen Sentados en el puente peatonal del tiempo y, amén de otras actividades, faltaba más, se reparten el cielo cada tarde. Sin embargo, por más que su índole sea etérea no deja de anotarse que son los manos en los bolsillos / los mierda pequeñita / con dignidad de monumento histórico.

Y el que versa, siempre atento, consecuente incluso con los avatares del mercado, ustedes saben, su nerviosismo pecuniario, su aguda sensibilidad al olfato del dinero, digo, el autor, tras un especializado examen en macroeconomía dictamina que la lógica productiva les tiene miedo / y hace bien / los traficantes de nubes saben dejar su alta disciplina / para empuñar una botella por el cuello.

Estar en el mundo es percibirlo. La percepción podría ser infernal o bien luminosa. Aquel sujeto (un tal Schopenhauer nos habló de que el mundo es voluntad y representación). Pero desde la poesía, faltaba más, se impugna al filósofo:

                                               Podrías andar de espaldas y daría lo mismo

                                               contrario a lo que dicen

                                               asesores de vida

                                               y optimistas degenerados

¿Será posible la opción de la lucha? Dejar el alma en el campo de batalla para hacer de éste, dicen los optimistas degenerados, un mundo mejor?

Pero si juegas en su cancha, te imponen sus reglas y la primera es que en el momento de aceptar la competencia ya tienes el marcador en contra…

                                               podrías andar de espaldas

                                               forzar una sonrisa imbécil

                                               y daría lo mismo.

Y a pesar de todo existe en el mundo el sublime consuelo:

                                               Hablo de media luz

                                               o de deslumbrantes lámparas blancas

Y nos da, este descriptor, detalles secundarios del buen o mal estado del mobiliario e incluso del ambiente, pero al final

                                                           hablo de un lugar para ir

                                                           como aquellos solitarios

                                                           que entran a la iglesia

                                                           para hablar con dios.

Ni más ni menos que el sagrado momento de instalarse en un asiento que puede ser muy cómodo o no, una mesa sólida y lujosa o una de vil plástico, ahí ha de empezar el viaje interno, es decir, la visión de lo divino, hablar con dios o bien hallarse consigo mismo: el poema se llama Cantinas.

La poesía de Odín, no en balde así la titula en este libro, es el Territorio de uno mismo, donde aquel bebé que berrea en el metro Hidalgo ante la desesperación, sin duda, de sus padres, pero el que observa y que poetiza descubre que

(…) llora

dentro del andén

llora por primera vez

irremediablemente solo.

Y él es no sólo la criatura que, como todos, está condenada y en un lugar llamado metro Hidalgo en alguna parte del planeta Tierra. También es aquel

(…) ocaso

vimos caer el sol en el horizonte

como una última moneda

en la rockola del universo //

en todos los atardeceres

ha sonado

la canción más triste del universo.

Es el momento de establecer que la poesía de Odín Hernández tiene un fuerte toque de pesimismo.

Se lee lo que suscitó la poesía de Territorio de uno mismo

Los hombres como Odín, desde su sensibilidad delicadísima, se vuelven mucho más entrañables que otros poetas que —permítaseme anotarlo— no entendieron de qué se trata este juego que es la vida. Ya sé que no tiene sentido. Ya sé que es intrascendente. Ya sé que vale lo mismo que nada en un universo que, por sus dimensiones, ni siquiera es concebible. Ya sé que esta vida suele ser una porquería. Pero si bien

Vivo renegando de la vida

pero confieso

con no poca vergüenza que

en contra de lo que digo

y de casi todo lo que hago

aunque me mortifique la existencia

a veces sin motivo

pero adrede atormentado

prefiero decididamente

y desde luego

estar vivo.

Y es que es de lamentar que hubo un momento en que ser pesimista hasta el extremo, lloriquear contra la existencia, maldecir al universo porque dios, para empezar se da por descontado y a priori que no existe y etcétera, el pesimismo se volvió una moda. La moda es superflua. La moda es la gran vulgaridad y el pretexto para vender. Sabato dijo que la moda es propia de damas baladíes, pero jamás —y considérese bajo maldición— jamás de artista.

Y recordemos al gran maestro del pesimismo, lejos de suicidarse para dar un ejemplo de coherencia con todo lo que había escrito (y que, ciertamente, provocó que algunos despistados sí cometieran el acto estúpido de quitarse la vida), él, por su parte, murió de viejo a sus 84, cómodamente instalado en su departamento de lujo en aquella zona exclusiva de París.

Yo estoy seguro que a este tipo de sujetos tan desalentados, tan fementidos e impostadamente melancólicos, les propondría una terapia de choque. Mire usted, viejo güevón, en vez de estar todo el día pensando la manera de deprimir a los incautos, vaya y trabaje como obrero de la construcción un par de meses; sostenga unas cuantas peleas callejeras; quizás debía participar en una guerra o gozar y también sufrir un amor extremo, lograr que una mujer lo ame hasta que sea capaz de matarse ella y también matarlo a usted. Haga algo que le dé sentido a su miserable existencia. Súbase a un ring y sostenga un pleito diario durante una tan sólo una semana, ni siquiera más de diez minutos cada vez. Beba, beba alcohol todos los días hasta la embriaguez durante apenas siete días. Consiga tener sexo con la mujer más bella que sea capaz de encontrar, ni siquiera importaría que lo pagara como servicio. Relaciónese con la gente más pobre que encuentre y conviva con ellos. Cualquiera de tales experiencias, usted lo verá, le traerán sentido a su inane existencia; le enseñarán el valor tremendo de la vida.

De lo nos da una lección nuestro poeta:

                                               Vampiro de los pájaros

                                               soy desde la sombra

                                               el canto solo

                                               de una vida miserable

llena de momentos hermosos.

Para el momento ya le encontramos el truco al poeta. Nos prepara con unas frases (aquí se deben llamar versos), pero son aparentemente sin mayor pretensión, casi fáciles, a veces desconcertantes, sin embargo siempre originales. Establece un ámbito que pudiera ser extraño, incluso quizá ligeramente anodino. Y de pronto suelta las verdades devastadoras o fulgurantes. El poema se convierte en una verdad más. Y puede ser brutal o prístina. Ilumina, conmueve o llega incluso a saltar la lágrima.

Ojalá fuera así de sencillo. Sabemos que cada poema tiene sus propias —y secretas— reglas y para ser escrito es único, tanto como irrepetible. Pero además requiere un estado de ánimo alterado, ¿anormal?, insólito. Sentir al mundo estando despellejado y verlo desde un sitio extravagante o inaudito.

Ahora bien. Hay territorios en que la poesía es incompetente (casi; para la poesía no hay sitio vedado). Pero quisiera ver quién es el guapo, quién el superpoeta que sea capaz de escribir un poema a su hijo pequeño. La ternura, el amor. Bueno de amor se han escrito poemas, de tal suerte que, hay que decirlo, hasta la náusea. Y con la ternura es —dicen algunos poetas— casi imposible. De lo sublime a lo ridículo hay una delgada línea. De la límpida ternura a la cursilería, a la pretensión, en efecto, a lo bufo (incluso inconsciente) el límite es un muro invisible. Asombrosamente este muchacho (a mis 74 me autorizo a llamar así a este chiquillo, Odín Hernández, que, si tantito le forzamos podría ser mi nieto), digo, transido de asombro observo que incurre en el poema a un bebé (se llama Dante) y no sólo arriba victorioso al final, sino que nos ha desbaratado con su melancolía, con su memoria del futuro y su amor exquisito. Una auténtica hazaña.

Odín es un poeta poderoso.

Su fuerza radica, paradójicamente, en su sensibilidad más que femenina. Y no menos en su inteligencia (habría que hablar del dominio del lenguaje, del conocimiento de la preceptiva literaria, de la creatividad, de la metáfora, de las bien asimiladas y múltiples lecturas, de etcétera). Pero, más importante que aquello, como lo dijo Ryzard Kapucinsky, un mal hombre no sirve para este oficio (tomo a este periodista polaco —un hombre de la bondad sublime y de la sensibilidad finísima— porque él llevó al periodismo hasta la poesía, lo que es decir instaló ese oficio, a veces tan vulgar o, como bien sabemos aquí en México, incluso prostituido hasta las cloacas). A lo que quiero llegar es que sólo un hombre muy bueno, extremadamente sensible (con los riesgos tremendos y los precios monstruosos que cuesta la excesiva sensibilidad) y de alta inteligencia puede crear gran poesía. Dije gran poesía. Es lo que hace Odín Hernández Ortiz. Salud por él, por su verbo.

sábado, 25 de octubre de 2025

 Reporte (personal) de lecturas, año 2025.

 38. Pobres triunfos pasajeros, Rubén Darío Higuera. Bajo el volcán ediciones, 2025. Duitama, Boyacá, Colombia. Diseño y diagramación Oswaldo Álvarez Rojas. 165 pp. Jueves 24 de octubre de 2025, 00:31, casita. Se trata de una buena novela policiaca. Pobres triunfos pasajeros es una novela negra, corrigiendo, más que policiaca y tiene una trama profusa, digamos. Lo que requiere una lectura muy atenta. Por otra parte, en la narración hay momentos de creación harto felices. Por ejemplo, la caracterización de los personajes. Tenemos a un hombre que es genial para la resolución de los crímenes específicamente de mujeres. La razón es terrible, incluso monstruosa. Pero es la motivación para una búsqueda en la que empeña su vida. Además, es un diletante empeñado en la ejecución al piano, sostiene el sueño de interpretar magistralmente a Schubert. Y falla. En la novela, esta ineptitud le otorga una faceta muy humana. Pero otro detalle que lo vuelve entrañable (un tanto inexplicable en México, pero posiblemente próximo a lo normal en un país tropical como Colombia): sufre tiña en la ingle. Lo cual lo obliga a rascarse compulsivamente en esa parte de su cuerpo, lo que resulta, obviamente, embarazoso. Así el personaje se encuentra entre la vergüenza de rascarse en público o el de sufrir el escozor y soportarlo para no exhibirse, rascándose la entrepierna, como un desvergonzado ante la gente. Es decir, estamos ante un ser humano que termina siendo altamente simpático para el lector. Punto para ese escritor.

Novela de autor colombiano. Buen trabajo

No menos es entrañable la descripción de una mujer que se compara con bueno número de objetos, se trata de un notable ejercicio de lírica, de poesía en pleno y nos convierte a esa chica en un ser al que no podemos sino amar.

La literatura, en su exploración, en el ejercicio de su inteligencia y en el hecho de que “nada de lo humano le es ajeno”, retrata la belleza, nos comunica el estremecimiento que provoca en un ser humano el poeta, en este caso el novelista que ha impregnado de poesía su narración. Más que agradecible para el que lee es esta descripción de una singular y preciosa mujer. Pero la poesía, la literatura, ha ido mucho más allá; la belleza tiene su antítesis en el horror. Y comunicarlo no es menos hazaña que describir la belleza. Antes de acceder al final, hay que anotarlo: una de las motivaciones de las novelas negras es la venganza. Terrible, inútil para resarcir el daño sufrido, estéril. Pero humana, demasiado humana, dijo aquél. En Pobres triunfos pasajeros presenciamos tal venganza, por lo que a mí toca, no recuerdo haber leído una tan crudelísima, despiadada y sanguinaria por más que merecida.
Una virtud más de la novela es la sorpresa que nos aguarda al final. Un insólito final, por más que sea un final feliz.
Llama la atención que uno de los personajes, no diré su condición en la novela se llama Jorge Luis (no Borges), pero sí Acevedo. Homenaje negativo de Rubén Darío.
Su editorial se llama Bajo el volcán. Su héroe: Lowry.
Es Rubén Darío Higuera, escritor colombiano


Finalmente, conviene anotar que Pobres triunfos pasajeros es también una novela que explora y describe —afortunadamente para la novela y también para el que la lee, pues hay no menos alto deleite— los dos supremos placeres que nos otorgamos los humanos en este mundo. En primer lugar es fuertemente erótica. Abunda el placer de la carne. Los encuentros amorosos o simplemente pasionales son frecuentes e intensos. Pero no menos se regodea en el segundo más grande placer físico de los humanos: los deleites culinarios: otras carnes, otros cuerpos: las delicias de la mesa en comida y en bebida. Y hasta podrían tomarse las descripciones, como recomendaciones. Atmósferas bien logradas siempre. El lector tiene que estar leyendo con los ojos muy bien abiertos para que no se le escape la intensa trama en que interactúan los personajes.

Acumulado: 6985 + 165 = 7150

lunes, 13 de octubre de 2025

Libro 35

  Posiblemente habrá quien —si lee lo que sigue— diga que soy un pinche viejo presumido. Pero, no li’aunque. Así que va como ejercicio de inmodestia. Llevo 35 libros leídos en el año. A modo de justificación digamos como Borges “Que otros se jacten de lo que han escrito, yo me jacto de lo que he leído”. 6857 páginas (en 286 días: casi 24 páginas diarias en promedio. Perdón pero vive en mí una leve obsesión por las cifras. Deformación académica). Bueno, digamos que es mi chamba, leer antes que nada y luego, escribir aunque no tuviera nada que decir. Pues el libro 35 del año (y conste que voy un poquito atrasado, porque es la semana 37 y la pretensión es la lectura hebdomadaria de un libro), digo, el libro 35 es Raíces, de Alex Haley. Lectura tardía porque esta novela histórica se publicó en 1977 en español. Lo vengo a leer hasta ahora por, lo confieso, un prejuicio. Raíces llegó a ser un llamado best seller y suele ocurrir que los libros muy vendidos suelen ser grandes vulgaridades. Pero esos libros también nos llegan a dar agradecibles sorpresas. Y, por otra parte, confieso una de mis manías de viejo: a cada libro que leo le hago una breve reseña (es que a estas alturas la memoria de corto plazo se va deteriorando aceleradamente. Los viejos recordamos nuestros tiempos de infancia, de adolescencia y acaso de juventud, pero lo que nos va ocurriendo en las proximidades temporales se nos escapa casi masivamente). Lo que sigue es lo que suscitó Raíces de Alex Haley.

Que otros se jacten...


35. Raíces, Alex Haley. Título original Roots. Traducción de Rolando Costa Picazo. 1976, Alex Haley. 1977, Emecé Editores, Buenos Aires. 1984, por la edición Best Sellers Origen/Planeta. 470 pp. 13 de octubre de 2025, 11:00. Casita.
Una de las grandes novelas leídas en este año. Demostración de que, para crear la gran obra, se requieren, imprescindiblemente, oficio (que desarrolló el autor como un inmenso lector, como periodista y luego como cuentista a lo largo de muchos años); tremendas emociones (las que le inculcaron desde que era un crío con las historias de su antepasado africano y que redescubrió en algún momento de su madurez) y la sabiduría (la propia que hizo él mismo (la que hacemos todos en la vida) y la no menos importante de su investigación de doce años que incluyó viajes a África, entrevistarse con el libro viviente —un ser humano que se dedica a memorizar la historia de su pueblo: una reminiscencia de los tiempos en que el lenguaje escrito no existía— llamado Griot en el lenguaje de los Mandinkas, investigar en Nueva York, en Washington, en el puerto gringo en que desembarcaron a su antepasado Kunta Kinte, en las plantaciones donde estuvo trabajando como esclavo, etc.). La novela describe uno de los grandes crímenes gringos de la historia: el tráfico de personas que llevaron a cabo durante quizás un siglo, los ingleses, los españoles, los portugueses y posiblemente los franceses y holandeses. Raíces está escrito con una inmensa rabia que surgió en un escritor negro que estaba incorporado de la manera más plena al sistema gringo, incluso había participado como soldado norteamericano en el final de la Segunda Guerra Mundial y hasta en la Guerra de Corea. Cuando nos enteramos de la verdad del tráfico de negros no puede surgir más que indignación y dolor. Se nos prende un sentimiento de vergüenza ajena. Pero los gringos deben varios crímenes monstruosos que serían oprobio de lo humano. Quizá el primero sea el exterminio y discriminación de los indios de Norteamérica. El segundo sería la esclavitud de los negros a lo largo quizá de un par de siglos. El tercero de sus crímenes inhumanos sería las bombas atómicas contra Hiroshima y Nagasaki. Y no hay que dejar de anotar la guerra de rapiña contra México para que nos robaran más de la mitad del territorio que era parte de nuestro país. Más lo que ya han acumulado y siguen (la guerra de Vietnam, la destrucción de Irak, el genocidio contra el pueblo palestino, etc.) y lo que pudieran agregar en su acelerada y espectacular decadencia actual. Por último no puedo dejar de anotar las denuncias que hubo en contra del autor Alex Haley (por cierto su apellido es igual al nombre del cometa que llegó a ver Isaac Newton). Pues ocurre que un escritor negro, Harlod Courlander escribió una novela que se llama El Africano y aquél acusó a Haley de que 81 fragmentos de Raíces fueron evidentemente tomadas de El Africano. Habla de que muchos de los episodios de la vida en África fueron plagiados. En Wikipedia se dice que el asunto se arregló con 650 mil dólares que Haley le dio a Courlander, además de aceptar que hay coincidencias entre los dos libros; y no olvidemos que Raíces terminó por hacer famoso a El Africano. Haley dijo que él no había leído esa novela sino hasta después de haber escrito Raíces. Pero otro güey desmintió a Haley y le dijo que ambos habían comentado aquella novela en 1970. No es tan raro que haya plagios inconscientes. Uno ha leído de pronto demasiados libros que, en estado de vigilia, se olvidan, pero su huella queda en uno sin que lo sepa de manera consciente. De cualquier modo, todo apesta a que, primero, los gringos güeros encontraron a un negrito domesticado que quería escribir la historia genealógica de su familia. Como era domado les pareció perfecto —Haley incluso había ido a la guerra con el ejército gringo— Pero termina la novela y la publica; pero el país gringo no sólo sale muy mal puesto, sino que Haley habla de crímenes espantosos, asesinatos, inhumanidad y genocidio en contra de los negros. Entonces los gringos se enfurecen y tratan de hacerle la vida un infierno al negro que los puso tan mal. Luego se anota, ya en otro ámbito, que algunos historiadores gringos (¿blancos?, no se dice, pero seguramente así es) establecen que Kunta Kinte, el héroe protagonista de la primera parte de Raíces sí existió, pero llegó a EU mucho después, unos 80 años posteriores a la época en que la novela narra la vida del negro que fuera secuestrado y esclavizado para el resto de su vida. Luego dicen que no era Gambia la tierra de origen de Kunta Kinte, como dice la novela y que el Griot fue entrenado especialmente para que le dijera a Alex Haley lo que él quería oír. Es decir, le desbaratan toda su novela o al menos pretenden quitarle todo lo histórico. No es nuevo que los gringos WASP intenten destruir a un negro que hubiera logrado el éxito en su propio estilo de los racistas güeros. Lo hicieron con el gran peleador Joe Louis a quien condujeron a la miseria a punta de impuestos; lo hicieron con Muhammad Alí al suspenderlo para que no pudiera pelear durante cuatro años cuando era el mejor peleador del mundo. ¿Sería raro que lo intentaran con Alex Haley? Al final, no importa. Raíces termina siendo un terrible (y extraordinario) documento, además, una notable obra de arte, para la historia de los Estados Unidos y lo peor para el imperio: es altamente verosímil, es decir, ni siquiera importa que fuera verdad o no, parece verdad. “Toda gran fortuna tiene detrás un gran crimen” (o muchos). Por último, Raíces es la mejor demostración de que las grandes obras se escriben con el corazón y con el cerebro, trabajando ambos al máximo.

martes, 29 de julio de 2025

Sor Juana y el sueño

Lecturas 2025

27. Testimonio de claustro (Sor Juana Inés de la Cruz ante la crítica), selección, prólogo y fichas de autor, Lourdes Franco (Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM). Portada Vicente Rojo Cama. Fotografía Baltazar Leonelli y Walter Strecke. Revisión Ramón Martínez y Patricia Galván. Asociación Nacional de Libreros, AC. Primera edición 1995. Secretaría de Educación Pública, Cámara Nacional de la Industria Editorial, Asociación Nacional del Libro AC. Trabajos sobre Sor Juana de Diego Calleja, Juan José de Eguiara y Eguren, Amado Nervo, Ezequiel A. Chávez, Ermilo Abreu Gómez, Ludwig Pfändl, Alfonso Méndez Plancarte, Julio Jiménez Rueda, Alfonso Junco, Sergio Fernández, Marie-Cecile Bénassy-Berling, Octavio Paz. 152 pp. 27 de julio de 2025, 10:20. Casita. Es un librito valioso porque acumula opiniones sobre Sor Juanita desde gente que fue su contemporánea y otros posteriores hasta llegar a Octavio Paz.

Nuestra Patrona

Es triste comprobar que hay varias opiniones negativas acerca de la gran poeta nacional que fue Sor Juana. Quizá la peor sea la de Ludwig Pfändl que se atreve casi a llamarla lesbiana y que dice que por su condición masculina rehuyó al matrimonio antes que cualquier otro papel femenino y prefirió hacerse monja para alejarse de los hombres (lo cual implica que desearía aproximarse a las mujeres, las otras monjas. Una vileza del sujeto); luego dice que se decantó por su propia muerte como una castración simbólica antes que renunciar a su masculinidad; en realidad, este tipo, trae un aparato de análisis trasnochado, completamente freudiano, anacrónico en el peor sentido de la expresión. Deja la impresión de que se trata de una sarta de disparates sin duda propios del peor machismo radical. También está la reseña de Alfonso Junco un católico mierdero que llega al extremo de justificar la muerte de Son Juana, incluso sostiene que se fue de este mundo en santidad y cuando habla de toda la situación previa a la muerte de Sor Juana oculta que la jerarquía católica la presionó, le canceló lo que ellos llamaban “auxilios espirituales”, la obligaron a que vendiera sus libros y sus instrumentos astronómicos y, si no dejaron en documentos la prohibición que le impusieron para que dejara de escribir, sí le exigieron por escrito que dedicara más sus talentos y su literatura a lo divino y dejara de tratar los temas mundanos. Caterva de malparidos. Bueno, la iglesia ha estado en contra de todo lo bueno que ha hecho el pueblo mexicano: estuvieron contra la independencia, en favor del imperio del traidor Iturbide, contra la Reforma de Juárez lucharon incluso con las armas además de subsidiar económicamente la guerra, estuvieron en favor del imperio de Maximiliano, se reconciliaron con Porfirio Díaz cuando vieron que se convirtió en tirano y luego se pronunciaron contra Villa, Zapata y por supuesto los Flores Magón.

Portada de publicación (fragmento)

Al final del libro el gran poeta y deslumbrante ensayista pero miserable político y feroz cacique de las letras mexicanas, además de premio nóbel de literatura, Octavio Paz, llega casi hasta el mismo justificante cuando sostiene que fue la historia (¡así, en abstracto!) la que condujo a Juana Inés a morir, porque la circunstancia del momento histórico era muy difícil en la Nueva España. Habla de la gran rebelión de indios de 1692, en que la plebe incendió el Palacio Nacional y Paz sostiene que el intelectual calla, el poeta se abstiene y el historiador pospone o algo así; entonces la poeta tenía que guardar silencio para siempre. Y, por otra parte, la más elogiosa reseña es la que hace la única mujer incluida, Marie-Cecile Benassy-Berling. Los demás hacen alabanzas regulares, Amado Nervo anota que las monjas jerónimas vivían en circunstancias de privilegio e incluso de placeres. Lo cierto es que Sor Juana, primero una niña prodigio (como a la estatura de Mozart, digamos. Existe la anécdota de que ella escribía sonetos a los nueve años y de pronto se dio cuenta, con gran extrañeza de que nadie podía hacer eso, ni niños ni adultos); Sor Juana era una genio (por cierto encontré una nota en la que se dice que sostuvo correspondencia con Isaac Newton (¡!), es lo primero que leo sobre eso, pero hay que verificarlo y sería de plano maravilloso), Juana Inés se encontró en la corte del virrey Antonio Sebastián Álvarez de Toledo y Salazar, II Marqués de Mancera. Siendo muy joven, apenas a sus 15 años y debido a su fama, la examinó un grupo de eruditos de la corte del virrey y del gobierno. Ellos quedaron asombrados de la inmensa cantidad de conocimientos y la lúcida inteligencia de la adolescente. Me llama la atención que ninguno de los ensayistas de este libro anota que Sor Juana es la patrona de la literatura mexicana en español, que es la pionera y fundadora de nuestra literatura, pero además coloca al arte literario de México en un lugar de honor ni más ni menos que en el Siglo de Oro español, junto a Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope y Gracián. Por último no resisto anotar uno de los motivos de mi veneración por la monja Jerónima.

Vista en sueños (Primero sueño)

 (Entre paréntesis, cuando enseñaba español a gringos uno de ellos, David Richards, a quien mi hijo debe su nombre, David, me dijo muy desconcertado y casi ofendido, que en unas clases que le habían dado antes lo habían puesto a leer versos de una monja. Sólo después de meses el pregunté quién era la monja y no recordó el nombre, pero le enseñé los versos de Sor Juana y dijo que ella era. “Hermano, estabas leyendo a la madre de la literatura mexicana en español!”, le dije). Una vez soñé que caminaba por un lugar boscoso, desolado de gente y yo andaba perdido. Llegaba a una cueva y me decidía a guarecerme de la noche ahí. Pero me daba cuenta de que era muy profunda, además de grande. Me internaba en la cueva y, a lo lejos, en la profundidad de la cueva veía una pequeña luz. Entre todas las dificultades y con miedo y desconcierto me dirigía hacia esa luz hasta que llegué a ella. Había una especie de gran claro más alto que todo el resto de la cueva, estaba muy iluminado con antorchas y en una de las paredes estaba el cuadro de gran formato (que le pintó Miguel Cabrera) que muestra a Sor Juana Inés de la Cruz, de pie, con una pluma de ganso en su mano derecha y hojeando un gran libro. Un gran estante de volúmenes a su derecha y una leyenda que proporciona datos sobre ella escrita en esas letras que revolvían las d con las e y otras letras. En el sueño yo sentía una gran veneración por esa mujer que veía y me daba cuenta de que ese sueño era un aviso muy importante incluso para mi vida. Eso lo soñé quizá hace unos treinta años si no es que más. Tan fuerte me resultó el sueño de Sor Juana que la adopté como mi numen protector, mi musa personal, digamos. Luego vi bien sus fechas de nacimiento y muerte (1651-1695). Mi año de nacimiento es 1951 (una superstición, otra más) 1651 es el mismo número que 1951 con sólo voltear el 6 de cabeza. Así que por un par de años, o algo así, viví con la incertidumbre de que me podía morir en 1995. No mames.
Rúbrica de nuestra madre literaria

jueves, 19 de junio de 2025

Carlos Monsiváis

 

Gran intelectual con sentido del humor

Una década (y media) sin Monsi

 

Pterocles Arenarius

 

Monstruo. m. (…) 6. Persona que en cualquier actividad excede en mucho las cualidades y aptitudes.

Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española

 

Una nación que merezca así llamarse tiene que dar sus héroes en todos los ámbitos. Sus grandes deportistas, peleadores, atletas, futbolistas, etc., y también sus artistas, pintores, cantantes, bailarines, escritores; no menos sus hombres de ciencia. Se los tiene que dar a sí misma porque si no lo hace no merecería que se la llame nación. Entre paréntesis, la nación mexicana se dio a sí misma el regalo descomunal —pero también y sin duda alguna imprescindible, como que en eso le iba la existencia— de un extraordinario líder que concretó en sí mismo todo lo que anhelaba la sociedad mexicana: un político insólitamente honesto en un medio podrido por la corrupción; uno que no mintiera, que fuera humilde incluso para, ya siendo presidente de la República, traer una silla y subirse en ella y destrabar un pasador de herrería en el Palacio Nacional, como un simple ser humano, uno que no se robara el dinero del erario y que dijera a la sociedad y al mundo la verdad —incluyendo la de sí mismo, al exhibirse prácticamente en un estado casi de vulnerabilidad, sin protección ni escondrijos ante los periodistas, expuesto a que incluso, en alguna ocasión, le hayan faltado al respeto— todos los días. Algunos llegamos a creer que pasaría nuestra vida entera sin que pudiéramos ver semejante y tan grandioso cambio en nuestro país. Pero los mexicanos supimos darnos ese líder. Ya saben quién…

Estamos viviendo un momento de transición histórica excepcional, si gustan podemos llamarla, como alguien ha propuesto, la Cuarta Transformación. Y los mexicanos supimos otorgarnos semejante privilegio. Pero además, muy merecidamente.

La nación mexicana gestó en sí misma ese líder, pero no menos se ha dado muchos otros grandes personajes en todos los ámbitos de la vida. Los seres excepcionales, los genios quizá nacen siéndolo, pero tienen que mantenerse en el seno de la sociedad sin malograrse, se tienen que pulir, formarse. O, por decirlo de otra manera, también se hacen. Si ha habido un genio en la vida social, cultural y del arte y el conocimiento en las artes y las humanidades en los años recientes de la historia mexicana ese se llamó Carlos Monsiváis Aceves.

Si hacemos el intento de establecer el ámbito del conocimiento que cultivó Monsiváis habrá que hablar de literatura, historia, política, sociología, arquitectura, teoría del arte, crítica del mismo, historia del ídem, escultura, teatro, cine, danza, periodismo, filosofía y muchas disciplinas más y en todas tenía conocimientos especializados de alto nivel, pero, por si no fuera suficiente, en todas aportaba nuevos conceptos, ideas innovadoras, con los puros saberes que acumulaba era superior a casi cualquier especialista académico experto en una, cualquiera de las materias enumeradas. Monsiváis sabía tanto como ellos, nomás que él abarcaba decenas de disciplinas. Pero, más todavía, vivía fascinado por las manifestaciones de la cultura popular. Lo mismo abordó en sus agudos, deslumbrantes ensayos a José Alfredo Jiménez (Jose Al-Freud de los mexicanos) que a Juan Gabriel, María Luisa Landín o Gloria Trevi o Pedro Infante o María Félix. Monsiváis vivía fascinado por el pueblo, por la cultura de los de abajo, digamos por (algún número de facetas) del México Profundo de que habló Guillermo Bonfil Batalla en su histórico libro de ese nombre. Los grandes acontecimientos de la vida nacional, como el terremoto del 85, el surgimiento ante la nación del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en el año 94, el gran fraude electoral de Salinas de Gortari en el 88, todo acontecimiento de la vida nacional fue abordado por Monsi.

Año 1982
Premio Politécnico de Creación Literaria "Alaíde Foppa":
Pterocles Arenarius

Si una nación se da sus héroes deportivos, Monsiváis, en el ámbito de la cultura sería como si un solo deportista hubiera sido campeón mundial de boxeo, futbolista estrella del mejor equipo del mundo, estrella de las grandes ligas de beisbol, astro de futbol americano y campeón mundial de salto largo, carrera de velocidad y también de resistencia y hasta récord mundial de natación. Todo al mismo tiempo.

Una broma que solía hacerse sobre él era la de que sólo le faltaba prologar la sección amarilla del Directorio Telefónico. Todo el mundo quería un prólogo de Monsiváis en su libro. Eso era garantía de que esa publicación era importante.

En algún momento, luego del fraude del 88 Carlos Monsiváis sostuvo un duro debate con Octavio Paz, el único premio nóbel mexicano de literatura, ambos escribiendo para la revista Proceso, la de don Julio Scherer, es decir, la mejor, la histórica, la que marcó un antes y un después en el periodismo mexicano. Paz llegó a decir de Monsiváis que “No era un hombre de ideas, sino de ocurrencias”. Pero las ocurrencias de Monsiváis eran geniales. Por su parte Octavio Paz llegó a tener grandes ideas pero sucias e incluso repudiables acciones, mientras Monsi fue siempre consecuente. Anotemos aquí que en su novela Nación Tv, el autor, Fabrizio Mejía Madrid describe que el premio nóbel de literatura que recibió Octavio Paz le fue “gestionado” (¿comprado?) por el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari. Si sólo hubiera sido propuesto por el ex presidente tan nefasto para México, si bien sería insólito, no habría mayor extrañeza, pero después del premio, Paz se convirtió en el gran defensor del salinismo y también un consentido del régimen, esto es, el gran cacique de la literatura en México.

Tenemos que decir algo que quizá a muchos les moleste. Octavio Paz fue sin duda alguna un gran escritor, su poesía tiene momentos de la más grande altura literaria. Sus ensayos son dechados de inteligencia y conocimiento. Sus opiniones políticas fueron justas y liberales en algún momento. Pero todo eso no tiene nada que ver con sus actos a partir de que se entregó, luego del gran fraude del 88, en manos de Salinas de Gortari, un verdadero demonio del mal que llegó a ser presidente de México. Octavio Paz demeritó su obra e incluso a sí mismo con sus actos viles de esos tiempos. Y ya no corrigió. Jamás lo dijo explícitamente pero no es tan difícil colegir que Paz no apreciaba al pueblo por no decir que lo despreciaba. En algún momento llegó a decir que “El gobierno tiene la obligación de limitar la vida social para no caer en los excesos de la democracia”. En cambio Carlos Mosiváis se plantó en sus ideas, profundizó en ellas, obtuvo muchos más conceptos que aportó y fue un intelectual del más alto nivel en el mundo y a la vez un hombre que amó y admiró profundamente a su pueblo y a la cultura popular.



Carlos Monsiváis y los gatos

Sabemos que todos los domingos Monsiváis asistía a La Lagunilla a buscar objetos, cacharros, antigüedades… Llegó a acumular más de 12 mil objetos de todo tipo.
Carlos Monsiváis fue el gran paradigma del intelectual y es único en su originalidad, su prosa es exquisita, la ironía y el humor brillan en cada línea y el extremado refinamiento de sus ideas (o si quieren de sus ocurrencias geniales; no ha tenido símil en la historia de la literatura nacional. Como personaje, lo vuelven singularísimo algunas de sus manías o aficiones extravagantes como la de ser un acucioso coleccionista de objetos raros, juguetes, fotografías, revistas antiguas, miniaturas, grabados, maquetas, estampas, viñetas, mapas y planos de la ciudad y un sinnúmero de objetos de toda índole que hoy enriquecen al Museo del Estanquillo Colecciones Carlos Monsiváis, que se encuentra en la calle de Isabel la Católica número 26, casi esquina con la calle Francisco I. Madero, en el precioso edificio de estilo rococó tardío, nombrado La Esmeralda, porque ahí se alojó la famosa joyería de ese nombre en el siglo XIX. El museo de El Estanquillo está bajo el cuidado de una fundación que administra Carlos Slim y que, sin duda, el gran escritor condicionó la custodia de su acervo de colecciones para que, ya en el museo, siempre fuera de acceso gratuito. En lo que podríamos llamar el amor al pueblo incluso después de su muerte.

Otra de las hazañas de Monsi fue su trabajo periodístico. Sus crónicas siempre fueron insuperables. Monsiváis se convirtió en el máximo cronista mexicano, tuvo además una columna maravillosa y temible para todos los políticos deslenguados y corruptos. Esa fue Por mi madre, Bohemios. Un espacio periodístico en donde aquellos ladrones disfrazados de servidores públicos eran hechos trizas a punta de sarcasmos e ironías de una finura sin par. La famosa columna era esperada cada semana con temor por los políticos encumbrados y por las élites de la dirigencia del país.

En síntesis, tenemos que decir que Carlos Monsiváis era un monstruo, en el mejor sentido de la palabra, como se anota en el epígrafe de este texto.

Este 19 de junio cumplimos quince años de que México existe sin Carlos Monsiváis, uno de los más grandes intelectuales que ha dado esta patria. Mucho de la histórica victoria del 1 de julio de 2018 se debe a Monsiváis, quien entre otras cosas dijo: “Desde Francisco I. Madero no había habido en México un político tan atacado como López Obrador”. Imaginemos lo que diría en este momento, en que cualquier reporterillo iletrado se atreve a faltarle al respeto al presidente y cualquier periódico incapaz de vivir de sus ventas esté dedicado a atacarlo por sistema.

Monsiváis es uno más de los muchísimos hombres y mujeres muy grandes de la izquierda que no llegaron a gozar de las grandes victorias del pueblo sobre el poder corrupto de la oligarquía que se había entronizado desde casi un siglo atrás en el poder. La gran victoria primero el 1 de julio de 2024 y después, para iniciar el segundo piso de la Gran Revolución Pacífica que estamos impulsando, el 2 de junio de 2024, para dar continuidad al formidable proyecto iniciado por Andrés López Manuel López Obrador, por cierto, gran amigo de Carlos Monsiváis.


viernes, 13 de junio de 2025

El expediente Estanley

Hace unos meses los camaradas del grupo que se llama El Núcleo de la Roca me invitaron a publicar en una antología de poesía y narrativa. Les agradecí y les entregué un fragmento (un adelanto) de la novela, todavía inédita, El fin de la humanidad.

21 de marzo de 2025

Espero que esta novela vea la luz en unos meses. La colaboración para el libro antológico que se llama Rescatar el silencio (Cinco años de El Núcleo Literario) quedó como cuento y aquí lo comparto. Se hizo una presentación del libro y en ella leí mi aportación llamada


El expediente Estanley


Paco era escandalosamente simpático. Incluso adorable (para algunos). Desde que entraba a Televisa San Ángel movilizaba a mucha gente. Saludaba al que iba por allá lejos, le hacía una broma para asustar al que pasaba junto a él, le hacía una cara de espanto a otro y le decía: “¡Qué feo estás, cabróóóóónn, no mames, te hubieras metido de boxeador, güey, asustabas a tus rivales y ya no tenías que madrearlos”. Era como Godzilla que iba derrumbando todo a su paso, nomás que Paco les bromeaba a los hombres y piropeaba a las mujeres o, de plano, les echaba un brazo al hombro y se las llevaba diciéndoles “Pero qué chula vienes hoy”, luego se iba con otra y le decía otra cosa: “Qué bonito te queda este vestido, te resalta… este… tooodo” y las miraba directa y descaradamente al trasero; y así con quien se encontrase.

Desde la recepcionista, en la caseta de entrada para automóviles, pasando por toda la gente que se encontraba en su camino hasta llegar a los que estaban trabajando en los escenarios (que ahí, admiradores unánimes de todo lo gringo llaman sets) lanzaba piropos  hasta a las escobas. No se le escapaban ni las chicas de la limpieza ni las que iban acompañadas del novio o del marido. Total, todos decían son bromas del señor Estanley.

Era una avalancha. Sonriente, gritando, carcajeando, burlándose de casi todos, arremedando que no imitando a los que se encontraba en los bulliciosos pasillos de la televisora. Parecía increíble la cantidad de energía que derrochaba. Era difícil de creer que se mantuviera tan contento y tan exageradamente activo tanto tiempo y es que un júbilo como ese es insostenible. Se necesita demasiada energía. Nadie puede andar como trompo chillador de día y de noche. A menos que se mantenga siempre incendiándose en las llamas de un poderoso estimulante. Era la cocaína.

En la caseta de la entrada de autos de la que ya hablé, un día cualquiera, saludó con su mejor sonrisa, pero en vez de quedarse sentado, se bajó de la camioneta, tuve que hacer alto total. Fue y se plantó frente a la chica recepcionista y le dijo:

—Hola, mi amor…, —con su nacionalmente famosa sonrisa en su más fúlgida versión. La muchacha diría “Dios mío, es Paco Estanley. Y me dijo mi amor”. Y no pudo más que sonreír intentado el mismo esplendor. Sólo alcanzó a decir.

—Bu-buenos días, señor Estanley…

—Oye, preciosa, vengo con una urgencia que ya no aguanto más; ya me anda. ¿Tú puedes ayudarme? ¡Claro que puedes!

—Sí, señor, estoy a sus órdenes…

—Oye, qué linda, así me gusta…, jajajaja…

—Pásele, aquí tengo baño —pero él ya iba ingresando en la caseta con su sonrisa estelar y un gracioso gesto con el dedito interrogando se consiguió la ubicación del baño. Abrió la puerta, se asomó un par de segundos y habló con su inconfundiblemente seductora voz.

—Pero, ven acá, mamacita ¿o qué pasa?

—Pero…, ¿para qué me quiere, señor?

—Ay, mi amor, ¿quién crees que me va a sacudir? Jajaja, ¿tú crees que yo solito? Y eso nada más tres veces, ¿eh?, porque una más ya es otra cosa. Ándale, ven para acá…

—Oiga, señor, es que usté me está ofendiendo, perdóneme, pero es que yo no soy así.

—Mi reina, ‘orita te vuelves así…, o más todavía. Ándale, vente pa’cá, mi vida, no me rezongues. —Con su voz conocida por millones, que ahí incluía un cierto matiz de reconvención, dio dos pasos, la tomó de la mano, la condujo hacia él, supuestamente, debía satisfacer su urgencia. Ella resistió débilmente.

—Ay, don Paco…, es que yo tengo marido…

—Y eso qué, mi vida, eso es otra cosa. Mira, lo que tú no sabes es que ese cabroncito nomás anda repartiendo el salchichón entre, te lo voy a decir, nomás tiene tres novias. ¿Sí o no, Pitirijas?, —el apodo era para mí, su chofer. Ni le contesté—. Mi ayudante ya lo fue a visitar, lo anduvo cazando varios días y cada dos horas se iba a ver a una novia distinta, mi vida, ya ves como son los pinches hombres de garañones. ¡Pitirijas, dile a ¿cómo te llamas, mi amor?, ven, cabrón, dile a Graciela como anda su marido repartiendo el salchichón por toda la colonia. —La muchacha diría, puta, pues capaz que sí es cierto.

Antes de que me fuera a gritar “¿Qué pasó contigo, hablé yo o rechinó un carro, cabrón?, y así quieren cobrar cada quincena, no si con ustedes no se puede”. Llegué al baño de la caseta. Ya la tenía sentada en el escusado. Ella todavía estaba como tratando de resistir. Paco tenía la verga en la mano.

—Ándele, chiquita, no sea rejega, a ver, abra la boquita…

El cabrón gordo volteó a verme y sonrió como casi nunca sonreía. Me dio la clara impresión de que lo que más le gustaba en la vida era que lo vieran haciendo eso, cómo había obligado a una mujer casi desconocida a que le chupara la verga. Al mismo tiempo había agarrado a la muchacha por la nuca y la obligaba a mover la cabeza según lo exigía su placer.

—¿Ya ves cómo no te iba a pasar nada, mi amor?, ¿ves qué bonito?, y nada te cuesta; ándale, mi reina, dale, dale, dale. Jajaja. Y para ti no hay nada, cabrón. —Luego empezó a carcajearse como si se hubiera vuelto loco. Dejó a la muchacha, pero le dijo—: gracias, mi amor, es que la mera neta sí venía bien urgido. Eres un amor, chula…

Y así se las cogía a todas. Bueno, no a todas. Lo que le gustaba era que se la chuparan. Casi todas las que se cruzaban en su camino terminaban haciéndolo, o al menos recibiendo la propuesta. Y si no lo hacían era porque le decían a Paco que su jefe era el mismísimo Azcárraga o el Señor Telenovela —pero esas sí estaban a su alcance, porque Mr. Telenovelas se procuraba más bien efebos—, pero cuando le mencionaban a doña Carla o doña Lucy Orozco, ni hablar. “Sigue tu camino, mi amor, no me interesas”, les decía con algún dolor, porque don Paco sabía muy bien que las lesbianas son más celosas que perro en brama y para qué meterse en un lío. Para eso cada quién tenía su propio harem: Sergio Andrade, Luis de Llano, Juan Osorio y así cada productor.

En su programa, Paco tenía diez “edecanes” en vivo. Las chicas, entre el público, iban uniformadas con color distinto cada día. Como el programa era “familiar”, aunque las vestían con un calzoncito bien pegado al cuerpo, no era tan corto, para que la gente no se escandalizara y el escote de la blusa tampoco era exagerado. La televisión siempre ha sido hipócrita. Antes de que salieran al aire don Paco pasaba al camerino de sus edecanes, saludando a todo el mundo, echando chascarrillos como si estuviera frente a las cámaras. Abría la puerta de repente y les gritaba:

—Chicas del coro, ¡arriba las manos, mamacitas, y abajo los calzoooones!, jajaja… —todas tenían que bajarse el calzón. Luego gritaba—: ¡las tepalguanas, que suenen las tepalguanas!, jajajajaja…

Todas las chicas corrían a ponerse en fila y don Paco me hacía la señal pelando un ojo bajo el cual se ponía el dedo índice y hasta me decía “echa ojo, güey”. Las edecanes, en filas se empinaban un poco con las nalgas denudas y don Paco pasaba tamborileándolas una por una. Las muchachas sonreían y él también; las nalguitas gelatineaban y, por supuesto, se oían sonar. Cada una tenía mejor trasero que la anterior. Alguna llegaba a decirle:

—Ay, no me pegue tan fuerte, señor, que luego me quedan coloradas. —Don Paco les contestaba:

—Claro que sí mi amor, con cuidadito, con cariño en sus nalguitas, ¡ándele!, —y le daba un par de nalgaditas en la derecha y otro en la izquierda.

Con frecuencia escogía a alguna y se la llevaba a su oficina. —Hoy te toca a ti, ¿verdá, Azucena? —. Las metía debajo de su escritorio y ahí se quedaban hasta media hora. Mientras tanto él atendía muchos asuntos y detalles que se presentaban antes del programa, pues él era productor realizador y director. A veces ocurría, le pasó conmigo muy seguido, que me decía “Pérame tantito” y se inclinaba un poco para decirle a la chica que estaba por allá abajo “No tan fuerte, mi amor, que me vas a dejar todo irritado” y luego me miraba y se carcajeaba jajajaja. Por más que les he dicho como es que a mí me gusta el comelitón a veces no me interpretan jajajajaja…”. En realidad lo único que quería era que yo me diera cuenta de lo que pasaba debajo de su escritorio.

Ya al aire, decía chistosadas, ofendía a quien se le pusiera enfrente, se burlaba de la ropa de sus colaboradores diciéndoles que se vestían comprando en el tianguis, se burlaba de los chaparros, de los prietos, de los oaxaqueños y de los chiapanecos y de quien más podía con el mínimo defecto físico que les encontraba o les inventaba.

Pero lo que nunca he visto es que alguien se burlara tanto ni humillara de manera tan asquerosa como don Paco lo hacía con Mayito.

Por ejemplo, contaba que iba por la calle y un chaparrito morenazo, sin duda un totonaca de raza pura, así decía; le ofrecía en venta un frasco de aceite de cacahuananche. Le daba mucha risa esa palabra. Y de pronto, don Paco parecía percatarse de que Mayito estaba a su lado escuchando con gran atención tanta filosofía. Entonces Paco se dirigía a Mayito y le gritaba:

—¡Peeeerro…, sáquese de aquí, inch perro…!, —y Mayito salía corriendo despavorido y chillando “Iyai, yai, yai”, asombrosamente igual que chilla un perro cuando lo golpean. Luego, sin decir agua va, le gritaba—; ¡gallinazo!, —y el patiño empezaba a correr alrededor de su amo agitando los brazos como si fueran alas y cloqueando como gallina. Me daban ganas de matar al uno por miserable de rastrero y al otro por miserable de abusivo. Pero esa no era mi chamba. Además, ni falta que hizo.

En un baile del gallinazo a Mayito se le salió, en transmisión nacional en vivo, una bolsita con cierta sustancia blanca en polvo. No fue accidente, por si alguien lo cree así. Era un mensaje al público, a las autoridades en general y al presidente Zedillo en particular.

En ese momento ya don Paco estaba en Tv Azteca. Ambas televisoras eran sendos prostíbulos. Televisa, el más grande del mundo. En ambos había mujeres sirviendo sexualmente a hombres; mujeres a mujeres; hombres a mujeres; hombres a hombres y también había niños y niñas para todos los gustos e inclinaciones.

En ambos lupanares corría la droga de todo género con fuerza avasalladora. La peripecia de la bolsita (presuntamente, claro, de cocaína) fue un clímax de don Paco. Pero tuvo otros, en especial aquella vez que presentó a su hijo (legalmente de Mayito). Yo estaba entre el público, como siempre. Nomás me quitaba la casaca y el birrete que exigía Paco. También dejaba la pistola en la camioneta, no fuera a ser la de malas. Pues, en el programa, don Paco corrió como perro a Mayito, como todos los días. Luego lo hizo revolcarse como gato roñoso y, al fin, le dijo:

—A ver, ya párate, vamos a presentar a mi hijo. Aquí anda mi hijo, así como ven, querido público. A ver, chicas del coro —aquí todos tenían que gritar como si fueran mujeres sorprendidas bañándose. Luego del grito del público dijo—: ¡manos arriba y calzones abajo!, ah no, verdá, aquí no… jejejeje…

“A ver, échame pa’cá a mijo…”

Entre el público estaba la esposa de Mario Sánchez Bezares, alias Mayito y conocido también como Mario Bezares. Las cámaras la enfocaron entre la gente. Era una bonita mujer, no muy mayor y con aspecto de muy respetable señora de su casa. Había sido actriz de segundo reparto en telenovelas de Televisa, pero, en su momento, se casó con Mayito.

Paco la hizo entrar al escenario. Ella venía con el niño en brazos y uno más de la mano. La criatura tendría dos años y meses; el otro niño quizá cinco años. La puso junto a él.

—A ver, préstame al chamaquito. —Le dijo. Ella le dio al niño. Él puso su rostro junto al del infante. Y con su más espléndida sonrisa dijo, en gran acercamiento a la cámara principal—: ¿a poco no se parece a mí?

Aquello era monstruoso.

El pinche escuincle tenía el pelo rubio, los ojos azules, la tez de un blanco tan lechoso como el del señor Estanley, si no es que más. Dije para mis adentros: “No sólo es su hijo, lo escupió el cabrón. Lo dicho, ninguno de los dos tiene madre. La otra cosa es que, como dicen las viejas de mi tierra ‘hijo de puta saca de dudas’, porque siempre se parecen al verdadero papá. Yo no dejaba que me hiciera esto mi patrón, el señor Carrillo. Antes lo mato o él a mí”.

La gente no sabía si reírse o burlarse. La señora de Bezares parecía una intachable y abnegada madre de familia. Mayito sonreía más estúpidamente de lo que nadie en la historia de la humanidad podría imaginarse. Todo en cadena nacional.

Don Paco no necesitaba decir que esa criatura era su hijo. Quien no podía decir eso era Mayito: moreno, ojos negros, pelo negro y dignidad color gris rata. Imposible parentesco el de Mayito con aquel niño rubio ojiazul. Como Paco.

Pero la aberración era un poquito más repugnante todavía si eso fuera posible. La señora traía al otro niño mayor que el güerito. Ese sí era moreno, de pelo y ojos negros. La gente se reía, nadie comentaba nada. Era el poder de la bestia y una miseria que no se ve ni entre las bestias.

Cuando nos fuimos le dije:

—Oiga, don Paco, usté se anda cogiendo a la esposa de Mayito, ¿verdad?, de plano, ya ni la chinga, señor. Si se parcha al señor, por lo menos hubiera respetado a la señora.

—¿Cómo te diste cuenta de todo el enjuague, cabrón?, —quería asustarme con el petate del muerto. Pero yo, su chofer y su guarura más eficiente que cualquiera incluyendo a los del Estado Mayor, pagado por don Amado Carrillo y curtido en, ¿qué será?, unas veinte matanzas con soldados y con federales, no le tenía miedo ni a él ni al mismísimo Señor de los Cielos. Le contesté:

—Ese niño que presentaron hoy en el programa lo engendró usté, patrón. El Mayito le serviría si acaso de solovino.

—¡Ajajajajaja!, oye, qué buena idea… ¡Te la sabes, Tiburón!

Pasaron muchos meses. Don Paco era famosísimo en todo México. De Televisa lo echaron porque ya había trabajado su propio cártel y en esa compañía había gente mucho más arriba que él. En Tv Azteca fue pionero. Luego harían su propio cártel con las ideas de don Paco. Trajeron droga por unos cuatro cinco años hasta que los agarraron en Nicaragua, ¿quién lo iba a decir?

Una vez el patrón me dijo:

—Te vas a venir a Durango en esta semana. Tienes que estar acá antes del viernes. Dejas al Güero Estanley. Le vamos a dar profundidad. Ya se pasó mucho de verga. Ni le avises que ya no vas a trabajar con él. El Güero se nos va.

Con mucho cuidado me puse a averiguar entre los que tenían el encarguito de quemar a don Paco. Saqué datos, cómo no. Pasándome de verga yo también, mandé a uno de mis chicos a que le hablara a don Paco total, si se les pelaba ya estaba bien quemado, ya no podría empezar un negocio propio. Pero quemarlo, yo no sabía si era para tanto. Qué me costaba echarle tantito la mano. Sí me podía costar y mucho, pero uno no entiende.

—Dile que lo van a reventar. Que Mayito y Paola ya están de acuerdo y lo van a poner.

Habló.

—¿Qué te dijo?, —le pregunté.

—Dice que don Amado le pela la verga. Así. Que Mayito es ojete y se apellida perro. Que Paola es apenas una simple puta de cuarta y que los dos, Paola y Mayito le chupan la verga todos los días. Luego hasta me dijo: “No sé quién seas, pero ni te preocupes. Los dos me la pelan, bueno, mira, acá entre nos, los tres” y se carcajeaba al teléfono. Lo que es no saber dónde se mete uno.

Ocho días después, el siete de junio de 1999, a eso de las 11:30 de la mañana, cuando había salido de los estudios de Tv Azteca, al concluir su programa y para ponerse a la altura de las circunstancias, es decir, rebosante de júbilo para preparar el programa del día siguiente, entre cinco muchachos le tiraron ochenta y siete balazos, comprobados poco después.

El señor Estanley estaba de suerte. De los ochenta y siete balazos sólo le atinaron cuatro. Suficientes. Hirieron al nuevo chofer y a uno de sus ayudantes.

Mayito se metió a cagar en El Charco de las Ranas y no salió sino hasta diez minutos después de que dejó de oírse la balacera.

Estuvo un par de años en la cárcel. Su esposa consiguió una chamba en Tv Azteca, de jefa de intendencia.

Ahora Mayito hace el baile del gallinazo, de su creación original, en los pueblitos donde todavía recuerdan al simpatiquísimo don Paco Estanley.